2

El hotel Villa Moller, uno de los más lujosos de Shanghai, se alzaba en la esquina de las calles Yan’an y Shanxi y estaba minuciosamente conservado debido a su historia.

Eric Moller, un hombre de negocios que hizo fortuna con las carreras de caballos y de perros en Shanghai, mandó construir en los años treinta una mansión que parecía sacada de un cuento de hadas, diseñada acorde con un sueño de su hija menor. La mansión acabaría siendo una fantasía arquitectónica construida al estilo noreuropeo con algunos elementos asiáticos, como baldosas esmaltadas, ladrillos de colores e incluso una ventana de buhardilla en forma de tigre agazapado, como las que suelen verse en las casas shikumen de Shanghai. Después de 1949 la mansión albergó unas oficinas del Gobierno, y con el tiempo pasó a ser un hotel de lujo. Sus nuevos propietarios la restauraron y redecoraron completamente, respetando el diseño interior y los detalles originales. Por último, le anexaron un nuevo edificio construido en el mismo estilo.

Chen debía de haber pasado por esta esquina en numerosas ocasiones, pero nunca le prestó demasiada atención al hotel pese a su redescubrimiento reciente en la oleada de nostalgia colectiva que se había apoderado de la ciudad.

Dos guardas de seguridad uniformados vigilaban la entrada junto a un par de leones de piedra agazapados.

Chen entró en el hotel y atravesó el edificio B, situado en la parte trasera. El anexo nuevo imitaba con todo detalle la vivienda original, una mansión de ladrillo rojo de tres plantas con ventanas en forma de arco en la buhardilla. Otro guardia de seguridad uniformado, sentado detrás de un mostrador, le pidió que se identificara. El guardia levantó la cabeza para mirar a Chen y después observó la fotografía de su documento de identidad, apuntó el número en un registro y llamó a alguien que se encontraba en el interior antes de dejar pasar al inspector jefe.

Aquello no parecía en absoluto un castillo de cuento de hadas.

—Habitación 302 —dijo el guarda de seguridad—. Lo están esperando.

Chen subió a la tercera planta, una buhardilla en la que sólo había seis habitaciones, cada una de ellas con una ventana art déco fiel al estilo original de la mansión. Se detuvo frente a la habitación 302 y llamó a la puerta con los nudillos. El subinspector Wei le abrió llevando un móvil en la mano. En el interior había dos hombres más, ninguno de ellos del Departamento de Policía.

Chen no había trabajado nunca con el subinspector Wei, aunque se conocían desde hacía mucho tiempo. Wei era un policía sumamente trabajador, práctico y experimentado. Su carrera en el cuerpo no había sido fácil y, al parecer, algunas veces se había mostrado bastante crítico con respecto al trabajo de Chen.

—Éste es el camarada Jiang Ke, del gobierno municipal de Shanghai —dijo Wei al presentar a un hombre enjuto que rondaba los cincuenta, con una frente desproporcionadamente alta—. Y éste el camarada Liu Dehua, del Comité Disciplinario del Partido.

Chen les dio la mano a ambos. Jiang, conocido por su carácter astuto y maquinador, era el director adjunto del gobierno municipal y uno de los confidentes más poderosos de Qiangyu, primer secretario del Partido en Shanghai. Liu era un hombre de edad avanzada, bajo, débil, calvo y aquejado de una leve cojera. Parecía retraído en comparación a Jiang, posiblemente porque ya había llegado a la edad de la jubilación.

Detrás de ellos yacía el cadáver de Zhou, que alguien había descolgado de la soga que pendía de una viga a la vista. Tenía un ojo aún entreabierto y el rostro distorsionado por un rictus siniestro, como si hubiera dejado a medio pronunciar una última pregunta que ya no recibiría respuesta. A juzgar por el rigor mortis, el inspector jefe supuso que Zhou habría muerto a última hora de la noche anterior.

Parecía paradójico, observó Chen, que en una ciudad donde resultaba extremadamente difícil encontrar una viga a la vista de la que colgarse, Zhou hubiera estado retenido en una de las escasas habitaciones con vigas originales «conservadas» al estilo antiguo.

No eres tú quien eligió la viga,

sino la viga la que te eligió a ti.

Los versos le vinieron repentinamente a la memoria, pero Chen no consiguió recordar el nombre del autor.

¿Qué pensamientos habrían cruzado la mente de Zhou en los últimos minutos de su vida al ver la soga que colgaba? No costaba entender las razones que lo llevaron a suicidarse. Un cuadro del Partido en la cumbre de su exitosa carrera política, puesto en evidencia por culpa de un paquete de cigarrillos, que había acabado precipitándose a un abismo sin fondo del que no tenía ninguna esperanza de salir.

—Me alegro de que haya venido, inspector jefe Chen —saludó Jiang en tono cordial.

Chen había coincidido con Jiang un par de veces en reuniones del gobierno municipal, pero no los habían presentado formalmente. Liu sonreía a su lado, asintiendo con la cabeza sin decir nada. El inspector jefe tuvo la impresión de que era Jiang el que llevaba la voz cantante.

—Tanto Liu como yo hemos hablado con el personal del turno de noche del hotel —explicó Jiang—. Anoche no vieron ni oyeron nada que les pareciera sospechoso o fuera de lo normal.

—En un hotel tan bien vigilado como éste —comentó Wei— puede que los empleados durmieran demasiado profundamente para enterarse de nada.

La llegada de los técnicos forenses interrumpió la conversación. Chen saludó con la cabeza a uno de ellos, al que conocía. El escenario de la muerte de Zhou había sido contaminado. Jiang y Liu llevaban horas allí, recorriendo la habitación y examinándolo todo. Pese a su experiencia en detenciones shuanggui, los dos hombres no eran policías. Un número considerable de empleados del hotel también habían estado en la habitación para ayudar a bajar el cuerpo de Zhou y depositarlo en el suelo.

Jiang los condujo a todos a otra habitación, la 303, contigua a la de Zhou. Era una suite impresionante, que resultó ser la habitación de Jiang.

Una vez reunidos allí, Jiang comenzó a hablar con tono autoritario.

—Dado que todos hemos llegado aquí a horas distintas y desde departamentos distintos, usted, subinspector Wei, podría hacerle un resumen de lo ocurrido al inspector jefe Chen.

Siguiendo las instrucciones de Jiang, Wei comenzó a hablar.

—Zhou quedó registrado en el hotel al principio del shuanggui, hará una semana. Desde entonces no había salido al exterior. La detención shuanggui se llevaba a cabo siguiendo un horario muy estricto. Zhou se levantaba hacia las siete, le traían el desayuno a la habitación a las ocho y luego hablaba con Jiang o con Liu sobre sus problemas, o escribía páginas de autocrítica en su habitación. También le traían el almuerzo y la cena. Casi nunca hablaba con los empleados del hotel, nunca llamaba al exterior y no se le permitía recibir visitas.

»Esta mañana, un camarero del hotel le trajo el desayuno a la habitación como de costumbre, pero nadie respondió. El camarero volvió una media hora más tarde, pero seguían sin abrirle. Al cabo de un rato llamó a otro empleado y, cuando abrieron la puerta, encontraron a Zhou colgando de una viga.

»Por lo que los empleados pueden recordar pese a su nerviosismo, la puerta no parecía forzada y no vieron señales de lucha, ni ningún indicio de que se hubieran llevado algo de la habitación.

»Liu, que había pasado la noche en el hotel, se despertó de inmediato. Eso sería alrededor de las nueve menos cuarto o las nueve de la mañana. En cuanto a Jiang, la tarde anterior tuvo que asistir a una reunión urgente del gobierno municipal, así que, tras la reunión, se fue a su casa en vez de volver al hotel. Al recibir la llamada de Liu, vino a toda prisa y menos de veinte minutos después ya estaba aquí. Inspeccionaron juntos la habitación de Zhou y, hacia las nueve y media, Jiang llamó al secretario del Partido Li, del Departamento de Policía.

Cuando Wei acabó su resumen de lo sucedido, Jiang afirmó con tono enfático:

—Hicimos un gran esfuerzo durante el interrogatorio de Zhou. Nos empeñamos en saberlo todo, sin importar quién estuviera involucrado, pero no resultaba nada fácil hacerlo hablar. Pensamos que podríamos presionarlo más si nos alojábamos en el hotel con él. Por razones de seguridad, sólo nosotros tres nos alojamos aquí, en la tercera planta.

—Luchar contra la corrupción en el Partido —añadió Liu—, particularmente entre los altos cargos, es nuestra máxima prioridad. Nadie puede cuestionarlo…

Chen escuchaba distraídamente las arengas oficiales. Aunque apenas se enteraba de lo que decían, asintió con la cabeza como un soldadito de cuerda para dar a entender que estaba de acuerdo en todo.

Pero Wei, menos acostumbrado a la jerga oficial, comenzó a perder la paciencia.

—¿Qué hay del vídeo de seguridad?

—No había nada en la cinta, ya lo he comprobado —respondió Jiang.

Liu sorbió un poco de té en silencio.

—Tenemos que examinarlo —dijo Wei.

Jiang no respondió.

—Entonces, ¿nadie oyó ni vio nada raro durante la noche?

Wei continuó presionando.

—Tanto Liu como yo hemos hablado ya con los empleados del hotel —dijo Jiang, ignorando la pregunta—. Y yo volveré a interrogarlos.

Tras la muerte de Zhou, Liu y Jiang no deberían seguir alojándose en el hotel porque ya no podían colaborar en la investigación. Sin embargo, no parecían dispuestos a irse, ni a dejar el caso en manos de la policía. Chen supuso que ambos estarían esperando nuevas órdenes de sus superiores, razón por la que Wei y él no podrían proceder tal y como hubieran deseado.

—Creo que nosotros dos tenemos que volver a comisaría —afirmó Chen, levantándose—. El inspector Liao está recopilando datos para abrir un expediente sobre Zhou, lo estudiaremos con él. Y, cuando llegue, estudiaremos también el informe de la autopsia.

Un destello de sorpresa asomó al rostro de Wei, pero el subinspector no dijo nada.

—Pónganse en contacto conmigo tan pronto como descubran algo —indicó Jiang, levantándose él también.

—Sí, por supuesto —respondió Chen—. Y también lo mantendré informado a usted, camarada Liu.

Una vez zanjada la conversación, los dos policías abandonaron la suite.

Mientras salían del hotel, Chen sacó un paquete de cigarrillos y le ofreció uno a Wei.

—Vaya, veo que fuma China —comentó Wei, cogiendo uno. Era una marca cara, aunque no tenía un precio tan desorbitado como los cigarrillos Majestad Suprema 95—. ¿Usted qué piensa, jefe?

—Si fue un suicidio nosotros no tendríamos que estar aquí, pero si fue un asesinato, entonces los que no tendrían que estar aquí son ellos.

—Bien dicho —contestó Wei, dándole una profunda calada a su cigarrillo—. Además, ellos llegaron mucho antes y cuentan con una información de la que nosotros no disponemos.

—Entonces tendremos que actuar a nuestra manera.

—En eso tiene razón. Usted está metido en mil cosas más, inspector jefe Chen. Deje que yo me encargue del trabajo preliminar, y lo mantendré al corriente de todo.

—Usted es el que está al frente de la investigación, Wei —replicó Chen, preguntándose a qué se debería el sutil deje de sarcasmo que teñía las palabras del subinspector—. Yo sólo soy el asesor de su brigada. Puede llamarme en cualquier momento, desde luego.

Wei se despidió y volvió a comisaría, mientras que Chen permaneció un rato más frente al hotel, fumando un cigarrillo. A medida que la figura de Wei doblaba la esquina y desaparecía entre la multitud, Chen levantó la cabeza, contempló el paso elevado que tenía delante y sacó un móvil.