Yukiko decoraba una vez más su habitación.
Mientras no terminara, sería un caos inhabitable. Así que pasaba la mayoría de sus horas íntimas en la cabina de Tu Shan, y también dormía allí. Luego compartirían la cabina de Yukiko mientras ella decoraba la de Tu Shan. La propuesta era de Yukiko y él había aceptado con indiferencia. El paisaje de pinceladas y caligrafía que ella había trazado en las paredes de Tu Shan se había desvanecido con los años. Sin embargo, Yukiko tenía la sensación de que él nunca notaría esa desaparición.
Al entrar, lo encontró en la cama, las piernas cruzadas, la mano izquierda sosteniendo un biombo, la mano derecha manejando un lápiz. Dibujó algo, lo examinó, lo modificó y lo estudió de nuevo. El cuerpo robusto parecía relajado y el semblante sereno.
—Vaya, ¿qué estás haciendo? —preguntó Yukiko.
—Tengo una idea —dijo él, casi con ilusión—. Aún no la tengo clara, pero el dibujo me ayuda a pensar.
Ella se le acercó y se agachó para mirar. Los dibujos de Tu Shan siempre eran delicados, en contraste con sus trabajos en madera o piedra. Éste mostraba a un hombre con ropa tradicional de campesino, empuñando una pala. En una roca se acuclillaba un mono, y debajo había un tigre. En el primer plano circulaba un arroyo donde nadaba una carpa.
—Conque al fin intentarás pintar —dijo Yukiko.
Él negó con la cabeza.
—No, no. Tú eres mucho mejor que yo para eso. Son sólo ideas sobre imágenes que me propongo esculpir. —La miró a los ojos—. Creo que las imágenes no nos ayudarán mucho cuando lleguemos a Tritos. En la Tierra, en los viejos tiempos, la gente de distintas épocas y países dibujaba las cosas de modo muy diferente. Para los alloi, nuestros trazos, sombras y colores quizá no tengan sentido. Tampoco las fotografías. Pero una forma tridimensional…, no un fantasma en un ordenador, sino algo sólido que puedan palpar…, eso les hablaría.
Tritos, alloi. Pronunciaba los nombres con torpeza. Pero se necesitaban palabras mejores que «Estrella Tres» y «Otros»; cuando Patulcio sugirió éstas, los demás aceptaron enseguida. El griego aún conservaba su aura de ciencia, conocimiento civilización. Para tres de los tripulantes de la nave, había sido una lengua común durante siglos. Pero habían votado en contra de «Metroaster» como sustituto de «Estrella Madre», y habían vuelto a usar «Pegaso». A fin de cuentas, nadie sabía si los alloi de Tritos venían de allí, o siquiera si era el sol de una especie inteligente.
Hanno calló durante las deliberaciones y se limitó a aceptar con un gesto de la cabeza. Conversaba poco en esos días, y los demás no le hablaban más de lo necesario.
—Sí, excelente idea —dijo Yukiko muy animada—. ¿Qué deseas mostrar?
—Lo estoy buscando a tientas —respondió Tu Shan—. Acepto sugerencias. Aquí, creo, podría haber un grupo con más criaturas, dispuestas según nuestro grado de parentesco con los animales. Eso puede inducir a los alloi a mostrarnos algo sobre su evolución, lo cual nos indicaría cosas sobre ellos.
—Excelente. —La risa de Yukiko era un tintineo—. ¿Pero ahora cómo mantendrás la farsa de que eres un obtuso granjero y herrero? —Yukiko se agachó para abrazarlo y le apoyó la mejilla en la cara—. Esto me hace tan feliz. Estabas huraño y silencioso, y realmente temí que volvieras a esa vida mísera y bestial en que te encontré… ¡hace tanto tiempo!
Él se envaró.
—¿Por qué no? —replicó ásperamente—. ¿Qué otra cosa nos había dejado nuestro capitán, hasta que esto acudió a mí en la oscuridad? Me ayudará a colmar el vacío que nos espera.
Ella se sentó en la cama frente a Tu Shan.
—Ojalá estuvieras menos resentido con Hanno —murmuró—. Tú y los demás.
—¿No tenemos razones?
—Oh, claro que actuó con prepotencia. ¿Pero no ha recibido suficiente castigo? ¿Cómo sabemos si su decisión no ha sido la mejor? Tal vez resulte ser la que nos salve.
—Es fácil para ti. Tú quieres buscar a los alloi.
—Pero no quiero esta odiosa división entre nosotros. Ni siquiera yo me atrevo a hablarle con cordialidad, por temor a empeorar las cosas. A veces deseo no haber recibido ese mensaje. ¿No lo ves, querido? Es como un emperador vehemente de los antiguos tiempos…, carga con el peso del liderazgo.
Tu Shan meneó la cabeza con violencia.
—Pamplinas. Te sientes atraída por él…, no lo niegues…
—Por su espíritu, sí —dijo ella con calma—. No es como el mío, pero también busca. Y por su persona, sin duda, pero francamente no me he entregado a esa fantasía. —Cerró las manos sobre las rodillas de Tu Shan—. Vivo contigo.
Eso lo calmó un poco, pero Tu Shan mantuvo el tono severo.
—Bien, deja de creer que es un santo o un sabio. Es un picaro e inescrupuloso marinero que, naturalmente, desea navegar. Ése es su egoísmo. Pero tiene el poder para imponernos su voluntad. —Arrojó la estampa sobre la manta, como si atacara con un arma—. Yo sólo trato de que el mal nos sea más llevadero.
Ella se le acercó con una sonrisa trémula.
—Es suficiente para conseguir que te ame.