16

La luna, casi llena, bañaba la tierra con su luz escarchada y la salpicaba de sombras. La noche estaba calmada, pero un hálito otoñal bajaba por las montañas. En alguna parte ululó un búho que salía de caza. Ventanas amarillas resplandecían en casas desperdigadas en la inmensidad. Parecían tan remotas como los astros.

Hanno y Svoboda habían viajado desde la ciudad hasta las montañas para caminar a solas. Ella lo había pedido.

—Mañana por la noche, lo que fue nuestro empezará a terminar —había dicho—. ¿Podemos tener unas horas de paz? Esta comarca se parece a mi terruño, ancho y solitario.

Las pisadas hacían crujir el polvo del camino. Él rompió el largo silencio.

—Has hablado de paz —dijo. Las voces eran pequeñas en la vastedad—. La tendremos de nuevo, querida. Sí, pasaremos momentos agitados, y dolerán, pero después… creo que los siete estaremos satisfechos con el lugar a donde vamos.

—Sin duda es encantador, y estaremos a salvo del mundo el tiempo que sea necesario.

—Pero no para siempre, recuerda. De hecho, eso no funcionaría. Sólo estamos ganando una vida mortal, como hicimos tantas veces. Luego tendremos que empezar de nuevo bajo nuevas máscaras.

—Lo sé. Hasta el día, quizá cercano, en que los científicos descubran la inmortalidad, y nosotros podamos darnos a conocer.

—Quizá —dijo Hanno, con más escepticismo que entusiasmo.

—Pero no estaba pensando en eso —continuó Svoboda—. Ahora debemos pensar en nosotros. Nosotros siete. No será fácil. Somos muy distintos. Y… tres hombres, cuatro mujeres.

—Nosotros arreglaremos lo nuestro.

—¿Por el resto del tiempo? ¿Sin ningún cambio, jamás?

—Bien —dijo Hanno con renuncia—. Claro que ninguno puede obligar al resto. Cada cual será libre de escoger cuando lo desee. Espero que mantengamos el contacto y estemos dispuestos a brindarnos ayuda. A fin de cuentas, ¿no deseábamos conservar la libertad?

—No, y no creo que sea suficiente —dijo ella con gravedad—. Tiene que haber algo más. No sé qué es, aún no. Pero debemos vivir por algo más que la mera supervivencia, de lo contrario no sobreviviremos. El futuro será demasiado extraño.

—Siempre lo fue —respondió Hanno, con sus tres mil años.

—Lo que viene será más extraño que todo lo anterior. —Ella alzó los ojos. Los astros relucían en el claro de luna, la rojiza Arcturus, la azulada Altair, Polaris la estrella de los navegantes, Vega, donde últimamente los hombres habían descubierto indicios de planetas—. En Ulises, Hamlet, Anna Karenina, aún nos vemos a nosotros mismos. ¿Pero mañana reconocerán a esos personajes, nos reconocerán a nosotros? ¿Podremos entender a nuestros hijos?

Svoboda asió el brazo izquierdo de Hanno. Él apoyó la mano derecha entre las de ella, confortándola en la noche.

Ya habían hablado antes de esto. Una vez, mientras descansaban un día en su largo viaje desde el este, ella lo había invitado a imaginar qué ocurriría…