Sin duda eran grotescas. Había resplandores y reflejos y descaros y fantasmas. Había figuras de arabesco, con incongruentes rasgos y atributos. Había delirantes imaginaciones, como las de un loco. Había su mucho de belleza, su mucho de lascivia, su mucho de extravagancia, su algo de terrible y su no poco de nauseabundo. De un extremo a otro recorría las siete cámaras una muchedumbre de sueños.
Edgar Allan Poe, La máscara de la muerte roja.
Y nosotros, toda nuestra vida, como Jules, somos incurablemente románticos. Iremos, pues, a nuestro primer baile en la Opera, porque también su propósito es revivir la época romántica… Y será lo mismo. En el cristal de las copas nada y rutila el mismo sol de oro de champagne. Tras el negro antifaz, y recatados bajo el amplio sombrero, brillan todavía los alegres ojos del peligro.
George Slocombe.