Este es un libro muy importante y un oportuno recuerdo de los peligros que acechan a cualquier sociedad cuando la intolerancia y el racismo se adueñan de ella. Denis Avey, que ahora tiene noventa y tres años, desea que su libro sea un recordatorio de que el fascismo y el genocidio no han desaparecido. Como dice él: «Podrían tomar cuerpo aquí». De hecho, podrían tomar cuerpo en cualquier sitio donde se permita que la coraza de la civilización desaparezca o la aniquilen la mala voluntad y las tendencias destructivas.
Está muy bien que Denis Avey se sienta capaz de contar su historia ahora. Muchos de cuantos sufrieron los traumas de los años de la guerra, como, por ejemplo, los judíos supervivientes del Holocausto o el propio Avey, comprobaron que en 1945 «nadie quería escuchar». Sesenta y cinco años después, un primer ministro británico —Gordon Brown— lo recibió en el 10 de Downing Street para oír su historia, elogiar su valentía y concederle una medalla con la leyenda: «Al servicio de la Humanidad».
Hay que tener valor para dar testimonio. Denis Avey sigue recordando con horror, entre tantos otros horrores, a un muchacho judío «en posición de firmes, ensangrentado, mientras le aporreaban la cabeza». Este libro deberían leerlo quienes quieran un testimonio directo de la pesadilla del campo de trabajo esclavo de Buna-Monowitz, próximo a Auschwitz, donde los prisioneros judíos en particular eran víctimas de un trato bárbaro hasta que los asesinaban cuando ya se encontraban demasiado débiles para trabajar para sus amos de las SS.
Las experiencias de Denis Avey sobre el trato de los nazis a los judíos son perturbadoras, puesto que a la mente humana le resulta difícil adentrarse en un mundo dominado por la crueldad, donde un leve gesto como el de Denis Avey hacia un prisionero judío holandés es un insólito rayo de luz y consuelo. Además, nos habla de cuando combatió en el desierto de Libia, antes de ser hecho prisionero de guerra. Aquí el relato no decae ni rehúye horrores como la muerte de su amigo Les, «que saltó en pedazos» a su lado. «Les era un tipo de mirada risueña. Yo había estado con él desde que salimos de Liverpool, había bailado con su hermana Marjorie, me había sentado a la mesa de la cocina con sus viejos y había compartido con ellos las bromas y la comida.» Pero resulta que su primera reacción cuando «vio que Les había saltado hecho pedazos» fue decir: «Gracias a Dios que no he sido yo». Reacción que le sigue torturando hasta hoy.
La sinceridad de este libro realza su mensaje. La descripción de Buna-Monowitz es cruda y sin adornos. Avey se convirtió en testigo intercambiando con un prisionero judío el uniforme del Ejército británico por sus harapos de rayas y colándose en la sección judía del inmenso campo de trabajo esclavo. «Tenía que ver personalmente lo que estaba pasando», escribe. Ese gesto suyo nos permite conocer mejor uno de los peores rincones del reino de las SS. Este libro es un homenaje a Denis Avey y aquellos cuya historia quiso contar arriesgando su propia vida.
SIR MARTIN GILBERT
8 de febrero de 2011