Mientras el sol de marzo desaparecía y el atardecer descendía sobre Angel, Londres se preparaba de nuevo para la noche. El tráfico empezaba a ser denso en Islington High Street y el sonido de las bocinas contribuía a crear una cacofonía de ruidos. Las aceras estaban atestadas, con un río de gente que fluía dentro y fuera del metro. Estábamos en plena hora punta, que como de costumbre hacía honor a su nombre. Todo el mundo parecía tener prisa por llegar a alguna parte. Bueno, no todo el mundo.
Estaba comprobando si tenía suficientes revistas para enfrentarme a la marea de actividad que sabía estaba a punto de desencadenarse, cuando observé por el rabillo del ojo que un grupo de niños se había congregado a nuestro alrededor. Eran adolescentes, supuse, tres chicos y un par de chicas. Parecían sudamericanos o, tal vez, españoles o portugueses.
Nada fuera de lo habitual. No es que estuviéramos en Covent Garden, Leicester Square o Piccadilly Circus, pero Islington también tenía su buena cuota de turistas y Bob era un imán para ellos. Raro era el día que no éramos abordados por un grupo de chicos tan excitados como éste.
Lo que les diferenciaba en este caso era la forma en que señalaban animadamente a Bob y hablaban de él.
—Ah, sí, Bob —señaló una de las chicas, hablando en lo que supuse sería español.
—Sí, sí. Bob el gato de Beeg Issew —dijo otro.
«Qué extraño», pensé para mis adentros, cuando comprendí lo que había dicho. «¿Cómo saben que su nombre es Bob? No lleva ninguna placa con su nombre. ¿Y qué han querido decir con lo del gato de The Big Issue?».
La curiosidad fue superior a mí.
—Disculpad, espero que no os importe si os pregunto ¿cómo es que conocéis a Bob? —dije con la esperanza de que alguno de ellos hablara un poco de inglés. Mi español era casi inexistente.
Afortunadamente uno de ellos, un chico pequeño, replicó:
—Oh, le hemos visto en YouTube —sonrió—. Bob es muy popular, ¿verdad?
—¿Lo es? —dije sorprendido—. Alguien me dijo que salía en YouTube, pero no tenía ni idea de cuánta gente lo habría visto.
—Mucha gente, creo —sonrió.
—¿De dónde sois?
—De España.
—¿Así que Bob es famoso en España?
—Sí, sí —respondió otro de los chicos cuando su amigo tradujo nuestra conversación—. Bob es una estrella en España.
—Disculpa, ¿qué es lo que ha dicho? —le pregunté al chico.
—Dice que Bob es una estrella en España.
Me quedé asombrado.
Sabía que mucha gente había sacado fotografías de Bob a lo largo de estos años, tanto cuando tocaba la guitarra como ahora que vendía The Big Issue. Una vez pensé medio en broma si no acabaría apareciendo en el Libro Guinness de los récords: el gato más fotografiado del mundo.
Incluso hubo un par de personas que nos grabaron, algunas con sus móviles, y otras con cámaras de vídeo en condiciones. Traté de recordar a aquellos que lo habían hecho en los últimos meses. ¿Quién habría podido grabar el vídeo y luego colgarlo en YouTube? Se me ocurrieron un par de claros candidatos, pero decidí comprobarlo en cuanto tuviera oportunidad.
A la mañana siguiente me dirigí a la biblioteca local con Bob y me metí en Internet.
Escribí las siguientes palabras de búsqueda: Bob el gato de The Big Issue. Por supuesto salía un enlace con YouTube, en el que entré. Para mi sorpresa, no solo había una grabación sino dos.
—Oye, Bob, mira, el chico tenía razón. Eres una estrella en YouTube.
Hasta ese momento no parecía estar demasiado interesado en mi búsqueda. Después de todo, no eran las carreras de caballos del Canal Cuatro. Pero cuando pulsé en el primer vídeo y me vi y escuché a mí mismo hablando, Bob saltó sobre el teclado presionando su cara contra la pantalla.
Mientras veía la primera grabación, que se llamaba «Gato Bob y yo», me vino una imagen a la memoria. Una vez se me acercó un estudiante de cine. Recuerdo que me estuvo siguiendo durante un tiempo, en la época que vendíamos The Big Issue en Neal Street. Había un buen metraje de nosotros allí, y también subiéndonos al autobús o caminando por las calles. Ver la película te daba una buena perspectiva del día a día de la vida de un vendedor de The Big Issue, con planos de un montón de personas acercándose para hacerle carantoñas a Bob, pero también una secuencia en la que unos tipos discutían conmigo porque no se creían que fuera un gato doméstico. Gente que pertenecía al mismo grupo de personas que creía que yo le drogaba.
El otro vídeo había sido filmado más recientemente en la zona de Angel por un tipo ruso. Entré en el enlace y vi que su película se llamaba «Bob, el gato de The Big Issue». Éste debía de ser el que vieron los estudiantes españoles. Y pude advertir que tenía decenas de miles de visitas. Me quedé alucinado.
La sensación de que Bob se estaba convirtiendo en algún tipo de celebridad había ido consolidándose poco a poco. De vez en cuando alguien decía: «Ah, ¿es ese Bob? He oído hablar de él». O: «¿Es éste el famoso gato Bob?». Pero siempre creí que se trataba del boca a boca. Entonces, pocas semanas antes de mi encuentro con los adolescentes españoles, salimos en un artículo en el periódico local, el Islington Tribune. Incluso se me acercó una señora americana, una agente, para preguntarme si no me había planteado escribir un libro sobre Bob y yo. ¡Como si eso fuera posible!
Los chicos españoles me hicieron comprender que nuestra historia había empezado a metamorfosearse en algo mucho más importante que una celebridad local. Bob se estaba convirtiendo en una estrella felina.
Mientras me dirigía a la parada del autobús digiriendo todo lo que acababa de descubrir, no pude evitar sonreír. En una de las grabaciones yo decía que Bob había salvado mi vida. Cuando lo escuché por primera vez, me pareció que sonaba un poco extremo, incluso exagerado. Pero mientras recorría la calle, poniendo todo en perspectiva, la idea empezó a arraigar: era cierto, realmente lo había hecho.
En los dos años transcurridos desde que le encontré sentado en el oscuro vestíbulo, había transformado mi mundo. Por aquel entonces yo era un adicto a la heroína en vías de recuperarse, que vivía con lo que conseguía cada día. Estaba acercándome a la treintena y mi vida aún no tenía una dirección o propósito claro, más allá de sobrevivir. No mantenía ningún contacto con mi familia y apenas podía contar con unos pocos amigos en el mundo. Por decirlo suavemente, mi vida era un auténtico desastre. Ahora todo eso había cambiado.
Mi viaje a Australia, si bien no logró borrar las dificultades del pasado, sí consiguió unirnos de nuevo a mi madre y a mí. Las heridas empezaban a curarse y tenía el presentimiento de que volveríamos a estar cerca de nuevo. Mi batalla con las drogas finalmente estaba llegando a su conclusión, o al menos eso esperaba. La cantidad de Subutex que debía tomar estaba disminuyendo progresivamente. El día en que ya no tuviera que tomarlo empezaba a asomar por el horizonte. Por fin podía ver el final de mi adicción. Hubo muchos momentos en los que nunca imaginé que eso fuera posible.
Pero, sobre todo, había echado raíces. Tal vez algunos podrían pensar que no era demasiado, pero mi pequeño apartamento en Tottenham me proporcionó la clase de seguridad y estabilidad que siempre deseé secretamente. Nunca había vivido tanto tiempo en un mismo sitio. Llevaba allí más de cuatro años y esperaba quedarme muchos más. No tenía la menor duda de que eso no hubiera sido posible de no ser por Bob.
Me criaron como fiel creyente, aunque no puedo decir que sea un cristiano practicante. Ni tampoco agnóstico o ateo. En mi opinión uno debe escoger cosas diferentes de cada religión y filosofía. No soy budista, pero me gusta especialmente la filosofía budista. Te proporciona una buena base sobre la que construir la vida a tu alrededor. Por ejemplo, creo sin lugar a dudas en el karma, la idea de que lo que hay alrededor acaba por llegarte. Me pregunto si Bob no sería mi recompensa por haber hecho algo bueno en algún momento de mi turbulenta vida.
También me preguntaba a veces si Bob y yo nos habríamos conocido en una vida anterior, ya que la forma en que estábamos vinculados, la conexión instantánea que se estableció entre nosotros, era de lo más inusual. Alguien me dijo una vez que éramos la reencarnación de Dick Whittington y su gato[16]. Excepto que los papeles esta vez estaban cambiados y Dick Whittington se había convertido en Bob y yo, en su compañero. No me pareció mala comparación. Me gustaba pensar en él de esa forma. Bob es mi mejor compañero y el que me ha guiado hacia un modo de vida diferente y mejor. Un compañero que no exige a cambio nada complicado ni imposible. Solo quiere que me ocupe de él. Y eso es lo que hago.
Sabía que el camino por delante no sería fácil. Sin duda tendríamos que enfrentarnos a problemas de cuando en cuando —después de todo, aún estaba trabajando en las calles de Londres—. Nunca iba a ser fácil. Pero mientras estuviéramos juntos, tenía el presentimiento de que todo iría bien.
Todo el mundo necesita un respiro, todo el mundo merece esa segunda oportunidad. Bob y yo habíamos aprovechado la nuestra…