13

Eran pasadas las cuatro de la madrugada. Solamente la facultad redactora de Cloud sostenía ahora a Tony Wayland mientras éste efectuaba constantes ajustes manuales al defectuoso dispositivo de revestimiento que enrollaba el hilo de niobio-disprosio, fino como una telaraña.

—Lo estás haciendo bien, Tony —dijo Cloud—. Sólo quedan otros quinientos metros. Puedes hacerlo…

La alarma del detector de variaciones del dispositivo de revestimiento sonó. Lanzó un gruñido que era casi un croar.

—Dios… ¡otra vez no!

Desenrolla. Corta el hilo en el punto defectuoso y limpia la abertura. Haz microscópicos ajustes en la estropeada cámara de vaporización. Pon un poco de pasta sellante en la casi invisible punta de la unión.

—¡Trabaja, maldita sea, trabaja! —gritó. Los observadores, de pie en todo el desordenado cubículo en las entrañas del Castillo del Portal, mostraban los rostros pálidos y las mentes barricadas. Cloud. El ceñudo piel roja, el Jefe Burke. Kuhal el Sacudidor de Tierras. El incompetente ingeniero aficionado, Chee-Wu Chan, cuya torpeza había producido todo aquel hilo defectuoso—. ¡Trabaja!

Pulsa de nuevo la puesta en marcha. Observa la tolerancia: ±0,005µ. Correcto. ¡Adelante!

—Ahora sigue funcionando bien, jodido mamón —gimió. Cloud acarició sus sentidos envenenados por la fatiga. Una visión de la dulce Rowane pareció flotar justo más allá de la máquina que estaba manejando, con sus suaves brazos recubiertos de escamas tendidos hacia él, su único ojo derramando dulces lágrimas.

Chee-Wu tomó una nueva bobina cuando la máquina escupió en vacío, y corrió hacia el equipo que enrollaba el núcleo. Hagen Remillard asomó la cabeza en el cubículo y dijo a su hermana:

—La visión profunda de Aiken ha detectado una anomalía justo fuera del castillo, de pie en el emplazamiento de la antigua puerta del tiempo. Impermeable, doscientos treinta centímetros de altura, masa congruente con el dispositivo CE de papá.

—No podemos apresurar esto —dijo Cloud—. Ve a pinchar a los otros trabajadores.

—Vamos a reunir todos los sigmas pequeños que el Rey trajo con él en torno al patio interior —dijo Hagen—, y pondremos a todo el mundo bajo el paraguas cerca del dispositivo de Guderian y los bancos de montaje. Los activaremos tan pronto como terminéis con el último bobinado. Con suerte, dispondremos del tiempo suficiente para completar la reparación del último cable.

Tony dejó escapar una risita maníaca.

—¡Alguna esperanza! ¡Tienes al propio Jonás echando mal de ojo a tu escapatoria, chico! El desastre le sigue las huellas al viejo Tony Wayland como las hienas persiguiendo a un gamo herido. No vais a escaparos de vuestro padre. ¡Ninguno de vosotros tenéis la menor posibilidad! La negra Noche está cerrándose, y la horda de los demonios está a punto de golpear…

El mecanismo de revestimiento eyectó la última vuelta de cable.

—¡Agarra a Tony! —dijo Hagen a Kuhal el Sacudidor de Tierras—. ¡Todo el mundo fuera, al patio!

—Probaremos un escudo psicocreativo —dijo Aiken al silencioso grupo reunido en torno a la plataforma del mirador—. Puede que nos dé un último segundo de margen después de que fuerce el gran domo y la improvisada batería de sigmas. Pero no puedo ir hasta el límite de mis energías defendiendo la puerta del tiempo. La guerra que está a punto de empezar tiene que ser mi primera prioridad. Lo comprendéis, ¿verdad?

Hagen y Cloud asintieron mentalmente de forma simultánea. Permanecían de pie junto con Kuhal el Sacudidor de Tierras y Diane Manion dentro del mirador del dispositivo Guderian. Todo el mundo en la silenciosa reunión sabía que, una vez los hijos de Marc Remillard estuvieran fuera del alcance de su padre, la batalla habría terminado. Pero si Hagen y Cloud no conseguían escapar…

Elizabeth les dijo: ¿Habéis asimilado la defensa extrema?

Cloud dijo: Sí. Y la utilizaremos. Papá no nos cogerá vivos.

Hagen dijo: ¡Quisiera que hubiera alguna forma en que pudiéramos destruir nuestros cuerpos!

Aiken dijo: El será capaz de detener eso… si se llega a tal punto. Lo siento. La secuencia de Elizabeth es vuestro último bastión.

Kuhal y Diane dijeron: Y nosotros estamos en tándem.

Elizabeth dijo: Afortunados vosotros. En el Medio tal consuelo os sería negado en bien de la Unidad.

Anatoli dijo: ¡Y con razón! Pobres niños. Pero Dios comprende a los amantes y perdona. Aquellos que se niegan a amar son otro asunto.

Elizabeth exclamó: ¿Cómo puedes oírnos? ¿Cómo te atreves?

—Oye a través del oído de mi mente —respondió el Rey. Y le dijo a Elizabeth en modo íntimo: La muerte no es la última defensora de los chicos, Elizabeth. Tú lo eres.

Fuera del castillo, la forma en la armadura permanecía preparada en la oscuridad sin estrellas. Su cuerpo fue dejado a un lado, suspendidos los procesos vitales, en refrigerada estasis. Su cerebro llameó cuando las agujas de los electrodos lo cargaron con energías demasiado grandes para que una carne y una sangre pudieran soportarlas sin ayuda. Estaba completamente energizado con la facultad psicocreativa agresiva. Muy lejos en Nionel, las obedientes células de la Mente Orgánica, con una fuerza de 80.000, aguardaban su orden.

Golpeó el domo de fuerza que cubría el Castillo del Portal. El gran campo sigma se descargó en el lecho de roca vía un centenar de canales metapsíquicos. Hubo un profundo ruido rugiente, y la tierra se estremeció. Mientras las nubes bajas reflejaban la corona blancoazulada del Adversario conquistador, el Castillo del Portal se estremeció, agitado por los temblores que sacudían la meseta, y se desmoronó lentamente en cascotes. En su núcleo había un hemisferio plateado más pequeño, incólume en medio de la destrucción.

El incandescente cerebro lanzó una carcajada mientras transponía sus energías a la función del salto-D y se teleportaba a las polvorientas ruinas. Entonces golpeó de nuevo, martilleando los apilados sigmas menores y el escudo metapsíquico interno generado por el Rey. La protección se atenuó como la escarcha fundiéndose en una ventana.

El cerebro percibió las dos mentes familiares, las atrapó mientras oscilaban en el borde, deteniendo su suicidio, reclamándolas.

¡Ahora!, exclamó. ¡Ahora!

La negra forma en la armadura dio paso al cuerpo de un hombre vivo. Despreciando tanto los auxiliares Firvulag como las artificiales energías del intensificador, permaneció de pie sobre la plataforma ante el dispositivo Guderian, contemplando a sus paralizados hijo e hija. Una comisura de su boca estaba alzada en una suave sonrisa. Luego se volvió a Elizabeth. Ésta se arrodilló sobre las cuarteadas piedras cerca de la consola de control, rodeada en tres de sus lados por los inmóviles trabajadores. Aiken yacía inconsciente frente a ella.

—Como has visto —dijo Marc—, he vencido. Tú sabías que lo haría.

Elizabeth alzó la cabeza del Rey y alisó su alborotado pelo.

—Otros diez o quince segundos y lo hubieran logrado. La máquina está lista. Si tan sólo Aiken me hubiera dejado operar los controles. —Estaba muy tranquila—. Yo hubiera razonado contigo, Marc.

—En vez de ello ábrete a mí.

Elizabeth desorbitó los ojos. El simplemente asintió con la cabeza. El corazón de Aiken empezó a latir de nuevo y las corrientes de su cerebro adquirieron el firme ciclo del sueño sin sueños. Ella besó su frente y lo depositó con suavidad sobre las piedras. Luego se puso en pie, enfrentándose a Marc.

—Muy bien.

Sus paredes mentales se disolvieron. No había miedo, ni sumisión, solamente un pasaje de libre entrada y el caer de una ardiente máscara.

—Ah —dijo simplemente Marc. Avanzó hacia la consola de control por encima del cuerpo de Aiken, activó el generador tau, y envió a las cuatro personas del interior del mirador a través del limbo gris, al jardín de rosas de Madame Guderian en las colinas encima de Lyon, en la Francia del Medio Galáctico.

El amanecer llegó al Campo de Oro, y el pelotón de jueces Aulladores se tambaleó mientras alzaban la enorme pelota de cuero rellena con arena. Era blanca con marcas negras, y en el nublado y lívido amanecer parecía como un deformado cráneo todo él manchado de sangre.

El Árbitro de los Deportes entonó:

—¡Participantes en el Gran Torneo! Este acontecimiento, llamado según por quién hockey o shinty, marca la culminación de los juegos de este primer año. Como sabéis, el vencedor de esta confrontación será proclamado también vencedor del Torneo en su conjunto, y será recompensado con la Piedra Cantante. El juego se celebrará en un solo partido de diez horas, empezando cuando el sol se alce por encima del horizonte y terminando cuando se ponga. El campo de juego es todo el Campo de Oro, dieciséis kilómetros cuadrados. A los Firvulag les corresponden las porterías del norte y a los Tanu las del sur. Pueden emplearse proezas tanto físicas como metapsíquicas, pero no armas. El equipo con el mayor número de goles vence. No hay otras reglas ni restricciones… Ahora dejad que los capitanes de los equipos saluden a sus nobles oponentes.

Una mezcolanza de vítores saludó a Sharn y Ayfa, que avanzaban a la cabeza de su falange de los más poderosos guerreros. Luego salieron al terreno de juego los Grandes de los Tanu… sin líder.

Heymdol el Masetero proclamó:

—Puesto que al Rey Aiken-Lugonn le resulta imposible por el momento acudir al campo, el equipo Tanu será capitaneado por Bleyn el Campeón.

De los espectadores Humanos y Aulladores brotaron gruñidos, seguidos por alegres rechiflas de la Pequeña Gente, que ahora se esparcía por la arenosa extensión frente a los graderíos como un enjambre de relucientes escarabajos negros. De pronto hubo un destello de luz ámbar y un retumbar sónico que hendió los oídos y que hizo temblar el suelo. Un volador blasonado con una mano abierta flotó encima del Puente Arcoíris. De la abierta escotilla de su vientre brotó un siseante cometa dorado.

Bleyn dijo:

—¡Cedo alegremente la capitanía del equipo Tanu al Rey Aiken-Lugonn! —Y los gritos mentales de los Humanos y los mutantes ahogaron los furiosos abucheos de los Firvulag.

Aterrizando, Aiken se plantó en mitad del terreno de juego y alzó el visor de su casco dorado.

—Buenos días, Ayfa. Buenos días, Sharn. ¿Listos para vuestra pequeña tentativa?

—¡Deberías estar muerto! —exclamaron.

El Brillante Muchacho alzó sus enjoyadas hombreras en un gesto desconsolado.

—El Adversario tenía otros juegos que jugar. ¿Estáis dispuestos a empezar con éste?

La ogresca pareja sonrió, mostrando unos blancos y puntiagudos colmillos. Sharn observó:

—Así que Remillard se ha ido, ¿eh? Bien, nos dejó un hermoso recuerdo que tendremos un gran placer en mostrarte.

—Puedes llamarlo un plan para ganar el juego —añadió Ayfa—. ¡Y vas a sentirte completamente impresionado también con las festividades posteriores a los juegos!

Aiken extendió un enfundado dedo.

—Dejadme hacer solamente un pequeño anuncio. —Y su voz mental resonó con mil ecos por todo el Campo de Oro, silenciando a los tumultuosos espectadores y a los impacientes equipos.

Hablo a los Humanos, dijo Aiken, y a todas aquellas otras personas de buena voluntad que buscan vivir en un mundo de paz. La puerta del tiempo que conduce el Medio Galáctico se halla abierta.

¡Sensación! Sharn y Ayfa se miraron con la boca abierta, absolutamente asombrados.

Durante todo este Quinto Día del Gran Torneo mi nave aérea efectuará viajes arriba y abajo entre este lugar y el emplazamiento de la puerta del tiempo. Transportará a todo el mundo que quiera ir. Podéis llevaros con vosotros solamente lo que pueda ser transportado en brazos y nada que me pertenezca a Mí. Mi intención es quedarme y gobernar esta Tierra Multicolor como su Rey Soberano tras sentarme triunfante sobre la Piedra Cantante al terminar el juego de este día. Invito a aquellos que amen este lugar a quedarse también.

—¡Inferior! —bramó Sharn.

—¡Mamón advenedizo! —chirrió Ayfa.

La titánica pelota se elevó en el aire, impulsada por la psicocinesis de Sugoll, Katlinel y los Aulladores. Cuando alcanzó una altura de unos cuarenta metros, el Árbitro de los Deportes ordenó:

—¡Que empiece el juego!

¡Crash! El pesado esferoide cayó al suelo. Los equipos oponentes se lanzaron hacia delante, el público chilló, y la confrontación final del Gran Torneo empezó.

Diez personas por viaje, veinte viajes por hora.

Después de que los jóvenes norteamericanos hubieran sido trasladados, y todos aquellos del Proyecto Guderian que deseaban regresar al Medio, el éxodo por la puerta del tiempo se convirtió en una operación completamente de rutina, organizada y supervisada por el Jefe Burke, Basil, y aquellos Bribones que no estaban realizando tareas de transbordo. El comandante de la guarnición de Roniah, un pequeño y alegre PC valón llamado LeCocq, ayudaba a mantener el orden con una pequeña fuerza de grises leales.

Tony Wayland fue atrapado intentando escabullirse a Nionel en una de las naves que volvían allí. Burke lo arrastró de vuelta al mirador y lo puso bajo custodia de una guardia armada, con órdenes de que Tony debía permanecer con el equipo de mantenimiento del mirador que había aceptado permanecer allí por si acaso el aparato se estropeaba de nuevo.

—¡Pero el Rey prometió que podría volver con mi esposa! —protestó Tony.

Burke lo agarró por el cogote y lo alzó en vilo hasta que sus narices se tocaron.

—¡Aún recuerdo el Valle de las Hienas, Ojos Blancos, y por cuatro perras estoy dispuesto a darte un viaje de ida y vuelta en esa máquina del tiempo y utilizar tus cenizas para pulir mi tomahawk! ¡Ahora siéntate aquí con los demás y aguarda, maldita sea!

Tony aguardó.

Aquella primera mañana, la aeronave procedente de Nionel partió solamente medio llena, llevando tan sólo a los más nostálgicos de los exiliados del plioceno, aquellos que llevaban años anhelando regresar a la Vieja Tierra. Puesto que el Rey Aiken-Lugonn y los Tanu estaban ofreciendo un buen espectáculo, parecía no haber ninguna necesidad de apresurarse en tomar la gran decisión.

Luego, en algún momento a primera hora de la tarde, Sharn y Ayfa consiguieron finalmente pulir los puntos más delicados del programa de metaconcierto de Marc Remillard y empezaron a utilizarlo eficientemente. No sólo se recuperaron de su desventaja de puntos, sino que empezaron a infligir serias bajas de algunos miembros del equipo Tanu, derribando a expertos como Celadeyr de Afaliah, Lomnovel el Quemador de Cerebros y Parthol el Pie Rápido, que eran expertos en aquel juego. Los tres fueron salvajemente atacados y tuvieron que retirarse a la Piel.

Con la marea de la fortuna vuelta hacia la Pequeña Gente, el humor de los espectadores Humanos se ensombreció. Recordaron los rumores de la inminente guerra… no meras escaramuzas como las que se habían producido en Bursak y Bardelask, sino un conflicto que podía implicar a todo el continente. Ponderando sus sombrías opciones, los Inferiores observaron las alborotadas oleadas de Tanu y Firvulag lanzarse al devastado césped del campo del Torneo como un maelstrom viviente. Había ilusiones pesadillescas por todas partes. El éter vibraba con un estrépito infernal. Rayos mentales, nauseabundos eructos psíquicos y misiles casi materiales llovían en todas direcciones. Los frenéticos ogros buscaban despedazar a sus oponentes Tanu, a los que superaban en número. Hordas de enanos en estampida pisoteaban a los caídos Humanos torcados contra el ensangrentado polvo. Los redactores Tanu y las presurosas enfermeras Firvulag apenas podían retirar a los heridos sin verse ellos mismos en peligro mortal.

El conteo de los goles Firvulag ascendía más y más rápidamente. A las 14:00 la Pequeña Gente vencía por 50-33. Una hora más tarde su ventaja se había incrementado a 87-36. El cielo se iba volviendo cada vez más bajo y opresivo, cargado con nocivos iones positivos, ozono, y un claro olor a sulfuro, además del preludio de una tormenta.

Nuevos rumores corrieron entre la decreciente multitud de espectadores: ¡El Mont-Dore había entrado en erupción! (Pero sólo de una forma moderada.) ¡Los rayos habían iniciado incendios en las resecas praderas al oeste! (Pero el más cercano estaba a veinte kilómetros de distancia.) ¡El bucle temporal estaba agotando su energía! (Tonterías. El dispositivo extraía la mayor parte de su energía de las corrientes telúricas de la propia corteza planetaria.) ¡El Rey Aiken-Lugonn estaba dispuesto a tirar la toalla! (¿Oh, sí? Bien, quedaban aún cuarenta y cinco minutos de juego… ¡y podía ocurrir cualquier cosa cuando el Brillante Muchacho formaba parte de la función!)

AIKEN: Elizabeth.

ELIZABETH: Sí, querido.

AIKEN: ¡Oh! Me sorprende encontrarte todavía aquí, muchacha… ¿Decidiste no marcharte después de todo?

ELIZABETH: Marc y yo estamos discutiendo cosas.

AIKEN: Tenía la sibilina sospecha de que podías… Querida, ese programa de metaconcierto que él les dio a los Firvulag nos está matando. Vamos a perder este juego de pelota… y la Pequeña Gente ni siquiera han empezado a enfocar todo su potencia mental sobre nosotros. Creo que se están reservando el golpe final para cuando acabe el partido… la señal para el Crepúsculo.

ELIZABETH: Oh, Aiken. Pero si resulta claro que el asalto tiene intenciones letales, entonces eres libre de utilizar tus armas y tus aeronaves…

AIKEN: Por aquel entonces puede que seamos ya los perdedores. O puedo serlo yo… con grandes cantidades de lo mismo. Si yo fuera Sharn y Ayfa, canalizaría toda la carga psicocreativa contra Mí justo antes de que el viejo Heymdol hiciera sonar la Última Trompeta.

ELIZABETH: Marc… ¿puedes hacer algo?

MARC: Prometí a los Firvulag que nunca utilizaría mi potencial destructivo contra ellos.

ELIZABETH: ¡El metaconcierto entonces…!

MARC: No puedo rescindirlo, ni es susceptible de sabotaje. Jugué limpio con la Pequeña Gente, del mismo modo que lo hice con vosotros dos.

AIKEN: Me temía que fuera así. Bien… sospecho que eso es todo. Gracias a los dos por vuestros recuerdos. Pensad en Mí cuando hagáis vuestras pequeñas penitencias en los futuros seis millones de años.

MARC: Espera un momento. ¿Hay alguna restricción respecto a vuestro atuendo para el juego?

AIKEN: ¿? Llevamos nuestros pertrechos habituales para el Gran Combate, pero supongo que cualquier cosa sirve. ¿Qué tiene esto que ver con la defensa contra el Ragnarok?

MARC: Te lo mostraré.

Oculto entre la humosa bruma, el sol descendía hacia el boscoso horizonte occidental. Pero el juego estaba proyectándose locamente en dirección opuesta, hacia el Puente Arcoíris y Nionel. Aiken Drum y su desanimado grupo de defensores, englobados en un escudo mental, estaban corriendo con el balón.

Los ultrajados gnomos y ogros pasaban arrasándolo todo por entre los tenderetes, derribaban a manotazos los endebles graderíos junto al río, se derramaban como un demoníaco torrente a través de las vacías zonas de picnic y los paseos, y cargaban contra los fornidos Tanu bloqueando su aproximación al puente. El espectro de colores del gran arco tenía un brillante resplandor preternatural. Un solo rayo de luz, muy inclinado, rompía el techo de nubes e iluminaba los domos dorados de Nionel.

Allá en medio del puente se hallaba la burbuja protectora del Rey… y rematando su flexible superficie se mantenía en equilibrio la enorme pelota, insolentemente inaccesible pese al poder mental combinado de los Firvulag que intentaban vanamente arrancársela.

—¡Hazla bajar! —exigió Ayfa a su esposo—. ¿Qué es lo que nos ocurre? ¿Cómo puede ese pequeño bergante estar contrarrestando de este modo nuestro esfuerzo concentrado?

—¡Está recibiendo ayuda! —jadeó Sharn—. Desde algún lugar al otro lado del río. Por las amígdalas de Té… ¡son los Aulladores los que le están facilitando sus mentes!

—¡Pérfidos renegados! —rabió la Reina—. Hay que hacer algo. Debemos golpearle con todo lo que podamos reunir. Ahora mismo. Antes de la Última Trompeta.

—Haremos estallar la pelota… ¡perderemos el juego por descalificación!

—¡Y ganaremos la Guerra del Crepúsculo, gran cabeza cuadrada! —gritó ella—. Ordena el metaconcierto ofensivo en su configuración definitiva tal como nos lo enseñó el Adversario. ¡Ahora!

—Esposa, esposa, nuestra Sagrada Costumbre prohíbe…

¿Quieres perder? ¡Si no lo atrapamos por sorpresa antes de que termine el juego, las aeronaves con sus armas del Medio caerán sobre nosotros desde todas direcciones! ¿Tendremos la posibilidad de defendernos de ellas… y encargarnos de Aiken Drum al mismo tiempo? ¡Llama a la ofensiva!

Sharn hizo lo que ella le decía.

En mitad del Puente Arcoíris, Aiken sintió empezar a acumularse la tensión psíquica, percibió la terrible coherencia de la mente Enemiga reuniéndose allá en el Campo de Oro.

Dijo a su gente: ¡Slonshal a todos Nosotros! Fue un gran juego después de todo.

Entonces vio las dos formas de las armaduras negras materializarse dentro de su burbuja mental, lado a lado en la superficie del puente. Del dispositivo CE de la derecha surgió Marc Remillard, rielando a través del impermeable cerametal como si fuera la proyección insustancial de una tridi. La otra armadura se abrió bruscamente por la mitad, y el casco ciego se alzó para mostrar que estaba vacía.

—¡Apresúrate! —le dijo Marc—. Métete dentro. No es necesario el mono, y tu propia armadura encajará dentro del cascarón. No me opondré directamente a ellos, pero estoy dispuesto a demostrarte a ti cómo utilizar tú mismo el intensificador cerebroenergético. Habrá dolor. No le prestes atención. ¡Ahora apresúrate!

Sin pensárselo, Aiken se zambulló en el equipo abierto de la izquierda. El simulacro de Marc se había desvanecido de vuelta dentro del otro. Mientras las dos mitades corporales se cerraban sobre él, Aiken levitó para mantener su cabeza por encima del sello de la garganta. Algo, muy adentro en la armadura, lo apuñaló en ambas ingles. Sintió que sus piernas se volvían frías, todo su cuerpo se entumecía, desaparecía…

Solamente es la derivación circulatoria femoral y el inicio de la refrigeración. ¿Sigues manteniendo tu burbuja protectora?

Sí. ¡Haagh! ¡Me ha pinchado la yugular!

Las arterias carótidas. La derivación primaria. Ahí viene el casco. No te asustes. Mantén sujeta a tu gente lo mejor que puedas. Vas a estar fuera de todo durante los siguientes segundos.

La oscuridad descendió. ¡Clang! El líquido ascendiendo, llenando su boca, su nariz. ¡Me estoy ahogando! No quiero… Tengo frío, no puedo respirar. Dios… no… láseres taladrando mi cráneo… mi mente capta la corona de agujas hundiéndose en el impotente cerebro, brotan filamentos, me duele mientras se derraman dentro las energías… Marc haz que pareOhquepareOhDioshazquepare no no… ¿¿¿??? Jesús.

¿Puedes ver ahora? ¿Ejercer la telepatía?

Sí. Oh sí. ¡SÍ!

Encuentra al ejecutivo enemigo. Tu telepatía estará en modo periférico. Como debe ser. Estás conectado solamente para la metafunción psicocreativa. Ahora rápido… ésta es la forma de aumentar la facultad con el intensificador. Déjame monitorizarte… merde alors eres un auténtico pequeño bribón ¿eh? ¡Cristo están preparándose para golpear! ¿Estás enfocado ya en Sharn y Ayfa? Apresúrate por el amor de Dios Aiken golpéales golpéales ahora olvidaelmetaconciertoMuchachogolpéalestúmismo tupropiaenergíagolpeagolpea…

Lo hizo.

Oh, era tan magnífico. Lo hizo, y el Enemigo ardió. La inminente noche fue echada atrás por la intensidad del fuego. ¿Había terminado ya el juego? ¿Había sonado el cuerno? ¿Se había ocultado el sol? No lo sabía. El Puente Arcoíris parecía estar desmoronándose bajo sus pies, y los domos con forma de cebollas doradas y las espiras como de encaje. Fue consciente de mentes huyendo y de mentes muriendo y de mentes girando como chispas en un huracán a todo alrededor del fuego central del Brillante Muchacho. ¡Dejad que mi Cerebro brille! ¡Ésta es la forma en que debe ser. Ésta es la forma, venzo, lo conquisto todo, lo engullo todo en mi horno y me alimento de ello!

Nunca dejes que se detenga.

Ahora se detiene. Y justo en este momento pienso que…

Aiken despertó. Estaba tendido sobre un humeante césped, llevando una manchada y empapada ropa interior de armadura. El gran Dougal permanecía sentado a su lado, alzando la cabeza y tendiéndole un vaso de agua tibia con sabor a lodo. Todo estaba profundamente oscuro excepto un desteñido resplandor rojizo a todo lo largo del horizonte septentrional.

—El incendio ha pasado, mi señor. ¿Cómo te sientes?

Aiken intentó erguirse. Una punzada de agonía atravesó su cabeza, y vio estrellas multicolores. Luego consiguió dominarse y lanzar un miserable rayo de visión a distancia. Él y Dougal parecían ser las únicas personas vivas en medio de una calcinada llanura recubierta de cuerpos.

—¡No! —susurró—. ¡No no no!

—Tranquilízate, Aslan. Muchos de los nuestros viven. Se hallan al otro lado del destruido puente, recibiendo ayuda de aquellos que consiguieron huir. Se dijo que pereciste en la terrible combustión pero yo sabía que no era así. Te busqué y te encontré, y ahora iremos a buscar un pequeño bote que tengo esperando, y de ahí a una aeronave que te llevará a casa.

—Sharn… Ayfa…

—Están muertos. Y más de la mitad de los suyos. El resto huyó ante el incendio que tu mente desencadenó, hacia el norte y hacia el oeste y hacia las junglas del sur. Pero ninguno se atrevió a cruzar el Nonol hasta nuestro santuario, y nadie se atrevió a discutirlo cuando el Adversario te nombró Rey Soberano antes de partir.

—Partir. Así, Marc se ha ido. —Repentinamente, Aiken se dio cuenta de que tenía que echarse a reír—. ¡Oh, eso fue una escapatoria por los pelos! No me sorprende que estas armaduras hayan sido declaradas fuera de la ley en el Medio Galáctico.

Dougal llevaba consigo una linterna de aceite que se había apagado hacía mucho rato. Con la débil creatividad renaciente, Aiken engendró una tenue luz espectral para depositarla en ella y lanzar una pobre radiación que iluminara su camino. Brazo sobre brazo, cojearon hacia el río. Su avance era muy lento. Gradualmente el cielo oriental empezó a adquirir un tentativo color gris ceniza, silueteando las rotas masas de las tribunas gemelas y los ennegrecidos muñones de los troncos de los árboles allá abajo junto a la orilla. Volutas de humo se alzaban y derivaban aquí y allá, dando algo de sustancia al paisaje cuando la luz de la linterna las reflejaba.

Entonces vieron algo más… un resplandor más duro y brillante en medido de un gran montón de cuerpos Firvulag. Se aceraron y descubrieron una cosa como un trono sin respaldo, exquisitamente tallada en una piedra verde translúcida y ornamentada con metal plateado. Su almohadón había ardido hasta convertirse en cenizas, pero aparte eso la Piedra Cantante no había sufrido ningún daño.

Dougal mantuvo la linterna en alto y se maravilló.

—¿No quieres sentarte en ella, Rey Soberano?

Aiken lanzó una seca y vacilante risa.

—Quizá en alguna otra ocasión. Se apartó del trofeo y dejó que su visión a distancia vagara por su alrededor, lamentando el perdido esplendor, las vidas malgastadas. ¡Y ahora empezarlo todo de nuevo por tercera vez! ¿Podría hacerlo? ¿Desearía intentarlo? ¿O simplemente se volvería de espaldas a todo aquello y seguiría a los que se habían rendido, regresando a la seguridad de la Vieja Tierra?

Había un definido asomo de amanecer al este.

—¿Quién sabe lo que voy a hacer? —dijo Aiken a Dougal—. Parece como si la Noche ya casi haya terminado. Vamos a buscar ese bote tuyo, y veremos lo que hay al otro lado del río.

Tony Wayland había conseguido escapar a la vigilancia del Jefe Burke cando las terribles noticias del Campo de Oro alcanzaron el emplazamiento de la puerta del tiempo. Loco de temor por Rowane, se ocultó en una de las naves rho que hacían de transbordador a Nionel. Pasó las restantes horas de la noche buscando inútilmente entre los apiñados mutantes que dormían en pequeños grupos en torno a los apagados fuegos de campaña en la llanura oriental. No fue hasta que el sol había salido ya por completo que encontró a Greggy junto a un pequeño riachuelo, reclinado contra el tronco de un sauce, con la cabeza de una mujer dormida apoyada en su regazo.

El Maestro Genético rió suavemente.

—¡Bien, bien! Al fin de vuelta, ¿eh? Te hemos echado en falta, ¿sabes? La pobre Rowane no ha dejado de nombrarte en su sueño.

—¿Dónde está mi esposa? —preguntó Tony—. ¿Qué es lo que has hecho con ella?

—Oh, pero si está aquí —dijo Greggy socarronamente. Dejó que la yema de uno de sus dedos acariciara los párpados de la pequeña belleza que reposaba sobre sus piernas. Los ojos se abrieron. Vieron a Tony. Él permaneció allí de pie, tan rígido como un tronco, mientras ella se levantaba delante de él, los labios temblando, las manos fuertemente apretadas—. Es realmente ella —dijo Greggy—. Pasó por mi nuevo tanque-Piel. Fue el primer caso. Me siento tan orgulloso.

Ella dijo en voz muy baja:

—Espero gustarte. Espero que ahora te quedes.

—Te amaba tal como eras —dijo él con voz quebrada, y luego tocó su torque de oro—. Te quería mucho. Entonces no era lo bastante fuerte. Pero ahora tengo mi torque y todo irá bien, Rowane.

—¿Pero te gusto tal como soy ahora? —suplicó ella.

—Te quiero. Eres hermosa. La cosa más hermosa que haya visto nunca. Pero no hubiera importado aunque hubieras seguido siendo la misma, Rowane. Créeme.

—No todo ha cambiado en mí —susurró ella, y dejó escapar una pequeña risa picara. Tony tragó saliva, pero se limitó a apretarla fuertemente entre sus brazos. Ella dijo—: Me pregunto si el bebé será como tú… o como yo.

Mirando por encima del hombro de ella, sorprendido. Tony vio al Maestro Genético Greg-Donnet guiñarle un ojo.

—No te preocupes, hijo. No vuelvas a pensar en ello.

Muy en lo profundo de los pantanos de la cuenca de París, el muchacho despertó mientras los remos chapoteaban y el bote hinchable avanzaba por entre resonantes cañas hacia un estanque abierto. Vio el amable rostro de Lady Mabino Hiladora de Sueños bajar la vista hacia él. Cuando se puso en pie, tambaleante, captó un atisbo del viejo Finoderee roncando en la popa y dos hirsutos enanos vestidos con medias armaduras de obsidiana rascándose picaduras de mosquitos y dando largos tragos de un pellejo medio lleno.

—¿Mamá? ¿Papá? —llamó el muchacho. Y entonces regresaron los recuerdos, y jadeó con el renovado terror y exclamó—: ¿Dónde están? ¿Y mis hermanos y hermanas? ¿Qué ha ocurrido?

Mabino le lanzó una mirada reprobadora.

—Compórtate, Sharn-Ador. Ya no eres un niño sino un Joven Guerrero. Creemos que tus hermanos están a salvo con la esposa de Galbor, Habetrot. Pero puesto que ella no es muy adepta a la telepatía, nosotros…

—¿Dónde están mi madre y mi padre? —preguntó el muchacho con voz tensa.

—Están seguros en la paz de Té, tras viajar el Camino del Guerrero. Todos nos sentimos muy orgullosos de ellos. Ahora puedes llorar un poco, como corresponde.

Más tarde, alzó su enrojecido rostro y miró al otro lado del pantano iluminado por el sol. Había patos silvestres nadando en él, y otros ánades, y un enorme cisne que dominaba a todos los demás.

—Él es su rey —dijo el muchacho, secando sus lágrimas. Observó el ave blanca y negra surcar el agua, con su cuello orgullosamente curvado y las alas alzadas sobre su espalda—. ¡Yo también seré un rey, algún día! ¿Habéis salvado mi armadura y mi espada?

Los enanos dejaron escapar risitas y se inclinaron de nuevo sobre los remos. Mabino tensó su boca en pretendida desaprobación.

—Están en la parte de atrás del bote. Pero no te arrastres por encima de papá Finoderee y lo despiertes. Apenas acaba de conseguir dormirse tras una terrible, terrible noche.

—Sí, mi Lady —dijo Sharn-Ador. Se reclinó contra la borda neumática del bote y observó al cisne hasta que desapareció de su vista a popa.

El Herético pareció volar surgiendo del corazón mismo del naciente sol y siguiendo la estela de la gran goleta, para aterrizar en la cubierta de popa, donde Alexis Manion le dio la bienvenida sin expresar ninguna sorpresa.

Se presentaron mutuamente. Alex dijo:

—Llevo tres horas rastreándote. Bienvenido a la Kyllikki.

—¿Me captaste telepáticamente contra el sol? —Minanonn dejó que su sorpresa se reflejara en su rostro—. Eso es una auténtica hazaña. Debes tener un gran poder para conseguirlo.

Alexis dejó escapar una risita.

—Lo tenía, pero eso es historia antigua.

—Curioso: podría decir lo mismo respecto a mí.

El hombre que había sido el más íntimo confidente de Marc Remillard durante la Rebelión Metapsíquica alzó la vista hacia el antiguo Maestro de Batalla.

—¿Quieres un poco de café, bolsillos altos?

—No me importaría tomarlo, langostino. Vosotros los Inferiores sois una irresistible influencia corruptora.

—Me parece que he oído esa frase antes. —Alex giró la cabeza y señaló—. Directo por esta parte hasta la cocina. Disfruta de la paz y la quietud mientras puedas. Cuando se despiertan las mujeres y los niños, esta maldita nave se convierte en un circo flotante.

Basil Wimborne miró al Jefe Burke y el Jefe Burke miró al comandante LeCocq, que se alzó de hombros.

—¿Éste es el último? —dijo Burke, sin creerlo—. ¿Auténticamente el último?

—Así parece —dijo el oficial.

—¿Cuántos? —inquirió Basil—. Perdí la cuenta después del tercer día.

—Un total de once mil trescientos treinta y dos —respondió LeCocq—. Algo menos de lo que habíamos anticipado. Y solamente un puñado de Aulladores y Tanu. —Se concedió una sonrisa de superioridad—. La mayor parte de los Humanos que regresaron eran cuellodesnudos, por supuesto.

—Lo cual nos deja a nosotros cuatro —dijo Burke. Alzó la vista hacia el mirador, que permanecía protegido ahora por una tienda a rayas.

Junto a la consola de control, Phronsie Gillis bostezó.

—Ya nadie ha comprado un billete para el viaje, así que mejor cerramos la taquilla. Han sido unos largos, largos días, y estoy dispuesta a tomarme un poco de descanso y recuperación. Especialmente lo último.

Basil estudió el dispositivo Guderian, frunciendo el ceño pensativamente.

—Podría escribir el libro más sorprendente si volviera —dijo.

—Yo supongo que el joven Mermelstein me aceptaría en el viejo bufete de Salt Lake City —dijo Burke.

—Pero el comandante LeCocq afirma que hay algunos picos realmente notables en los Pirineos interiores —dijo Basil—. Uno o dos puede que excedan los ocho mil metros.

—¿Pero quién necesita al último de los wallawallas merodeando por la oficina, hastiando a todo el mundo con sus historias fantásticas que no pueden haber ocurrido nunca? —dijo Burke—. Y el muchacho ni siquiera debe saber hablar yiddish.

—Cállate, Phronsie —dijo Basil—. Parece que vamos a quedarnos después de todo.

—¿Vamos a ver si Míster Betsy está dispuesto a llevarnos a todos en su volador hasta Roniah para tomar el té en mi casa? —sugirió el comandante LeCocq.

Phronsie desconectó la energía del dispositivo Guderian, extrajo la llave de cristal codificada electromagnéticamente, y se la tendió al oficial.

—¡Infiernos, creo que el viejo Bets va a sentir un cosquilleo hasta en los sobacos ante la sugerencia! —Se lo pensó durante un minuto—. O tal vez hasta en otro sitio.

Él dijo: Nos acercamos a la superficie por última vez.

Ella dijo: Gracias a Dios. Siete de esos gigantescos saltos y cada uno de ellos peor que el precedente incluso con el mitigador… El cómo pudo la Nave de Brede realizar todo el viaje en un solo salto es algo que se halla más allá de mi comprensión.

Él dijo: No de la mía. La Nave de Brede estaba intentando evitar la captura. Bajo las circunstancias uno se siente inspirado.

Ella dijo: La Nave… lo supo desde siempre. Lo de la Tierra y su gente. Puede que fuera instintivo para ella buscar un mundo con un plasma germinal compatible y un esquema metapsíquico similar pero quizá realmente lo supiera.

Él dijo: Anatoli diría que fue conducida. Pero su filosofía es más bien simplista. Atractiva y definitivamente relajadora de la ansiedad.

Ella dijo: ¿Ansiedad? ¿Tú?

Él dijo: Incluso yo. Como observó tu amigo Creyn el desafío excede el de mi visión del Hombre Mental: reorientación de toda una Mente Galáctica condenada a un callejón sin salida de la evolución mental debido a los torques de oro. Esto deberá ocupar nuestra atención durante algún tiempo.

Ella dijo: ¿Lo tendremos? ¿Tiempo?

Él dijo: Confío que sí. Los dos.

Ella dijo: Estás inclinándote hacia lo simplista.

Él dijo: Eso es algo que Jack observó a menudo. Pero los esquemas mentales de la juventud de uno no son rechazados impunemente. Los dos hemos aprendido a confiar. ¿No es así Elizabeth?

Ella dijo: Sí. Sí Marc…

Él dijo: Vamos entonces. Te sostendré mientras efectuamos la penetración. Ten valor. Es el último paso.

Ella dijo: El primero creo.

Emergieron, la galaxia Duat giraba en torno a ellos… más pequeña que la Vía Láctea, pero pese a todo englobando a más de once mil mundos hijos de Duat en su largos brazos estrellados. Las dos armaduras negras flotaron en el espacio, y los cerebros que encerraban vieron una cercana extensión de nebulosidad que brillaba roja y azul real procedente de la doble estrella que estaba formándose en su corazón. Aquellas dos estrellas carecían aún de planetas, no tenían mente. Pero en cualquier dirección que miraran había soles con mundos poblados de vida, en un número demasiado grande como para poder contarlos.

—¡Escucha! —exclamó Elizabeth—. No es la auténtica Unidad, pero están cerca, Marc. Realmente muy cerca. Quizá no va a ser tan duro después de todo.

—Va a ser duro, pero lo conseguiremos.

Llamó.

El cielo salpicado de estrellas cobró repentinamente vida con enormes criaturas cristalinas, y el éter resonó con la Canción.