11

Poco después del amanecer del Tercer Día, con el Rey y toda su Alta Mesa y Elizabeth como observadores, los ojerosos trabajadores del Proyecto Guderian se reunieron en el patio interior del Castillo del Portal para la puesta en marcha inicial del generador tau. Incluso los cinco niños pequeños de los norteamericanos estaban presentes, medio dormidos y con rostro solemne, pero más interesados en los espectacularmente vestidos Exaltados Tanu que en el dispositivo que podía transportarles al Medio Galáctico.

El aparato era algo más grande que la máquina original construida por Théo Guderian. Seguía teniendo la innegable apariencia de una pérgola de celosía o un mirador envuelto por enredaderas. A fin de compensar la elevación del terreno que se produciría en el lapso de seis millones de años, el dispositivo se hallaba instalado sobre una tarima de algo más de dos metros de altura. Su estructura era de transparente material cristalino; en cada juntura había un componente nodular negro, con oscuros reflejos apenas visibles en su interior. Las «enredaderas», en realidad gruesos cables de multicoloreadas aleaciones, emergían del suelo desnudo bajo la plataforma y trepaban hacia arriba por el entramado. En un punto a quince centímetros por encima del techo del mirador los cables parecían desvanecerse, luego reaparecían de una forma misteriosa para descender de nuevo al otro lado del entramado de sostén.

—¿Qué es lo que vais a enviar primero? —preguntó Aiken a Hagen.

El joven tendió una pequeña caja labrada en cristal de roca, alzando la tapa para mostrar una delgada placa de metal de un color negro azulado.

—Potasio. Después que efectúe el viaje de ida y vuelta, lo pasaremos por un datador para asegurarnos de que ha recorrido doce millones de años. Según la teoría, el foco de la puerta del tiempo es fijo. Si la máquina funciona, debe llevar su contenido a los terrenos del Albergue del Portal en el Medio a la fecha sincrónica del 2 de noviembre de 2111, luego volver a traerlo hasta aquí con el reciclado del campo tau.

—Correcto —dijo el Rey—. Adelante con ello. —Tendió una mano y tomó la de Elizabeth, que estaba de pie a su lado, el rostro inexpresivo y la mente inaccesible.

Hagen subió los peldaños de la tarima. Uno de sus asociados le tendió un taburete normal de cuatro patas, que colocó en posición en el centro exacto del mirador. Puso la caja de cristal en el taburete, y luego se retiró a la línea frontal de espectadores, para permanecer de pie junto a Diane Manion, Cloud y Kuhal el Sacudidor de Tierras. Dijo a una mujer joven sentada en la consola de control:

—Adelante, Matiwilda.

—En marcha —respondió ella.

No hubo ningún sonido cuando el dispositivo de Guderian fue activado. El drenaje de energía era tan mínimo que los focos colocados en torno al patio del castillo ni siquiera variaron en intensidad. El mirador pareció rielar; luego su interior quedó oculto, como si a todo su alrededor hubieran sido instalados bruscamente unos paneles de espejo.

—Sé que se supone que la traslación es instantánea —dijo Aiken—, pero espera un minuto.

Las doscientas personas que aguardaban contuvieron el aliento.

—Adelante —dijo finalmente el Rey.

Matiwilda accionó el conmutador, y el efecto de espejo parpadeó y desapareció. En un salto cometario, Aiken estaba en la plataforma arrodillado delante de la entrada de la cabina. Dentro había dos piezas rotas del taburete de madera caídas a cada lado de una caja de cristal recubierta de cenizas.

—¡Cristo sufriente! —dijo el Rey—. ¡El campo tau solamente formó un haz de espesor mínimo! ¿Has visto eso, Hagen?

Maldiciendo, el joven Remillard se precipitó a la plataforma. Los otros espectadores zumbaron y gruñeron y lanzaron un batiburrillo de execraciones telepáticas.

—¡Anastos, ven aquí arriba! —aulló Hagen.

Un hombre moreno de aire autoritario se destacó de entre la gente. Tras inspeccionar el mirador, fue a conferenciar con una mujer en la consola de control. En algún lugar, una voz infantil gimió:

—¿Significa eso que no vamos a ir, papá?

Aiken tendió la caja de cristal a Bert el Hombre de los Dulces, que estaba de pie a su lado con el analizador de radiodatación. El químico abrió torpemente el contenedor, dejando al descubierto un círculo de sucio polvo blanco. Ofreció al Rey una retorcida sonrisa.

—Bueno, ha estado en algún sitio, Majestad.

Más técnicos subieron a la plataforma para examinar el fracaso, luego se pusieron a hablar ansiosamente con Hagen, el Rey o el ingeniero de dinámica de campos Dimitri Anastos. Cloud Remillard y Kuhal el Sacudidor de Tierras observaban al Hombre de los Dulces efectuar su análisis. El Rey pidió la presencia inmediata de Tony Wayland vía una llamada en modo telepático declamatorio capaz de hacer tambalear las mentes. El metalúrgico, con una alucinada mirada, fue traído a consulta.

Tras quizá un cuarto de hora de agitarse llegaron a una brusca resolución. Todo el personal técnico se retiró de la plataforma, dejando solamente al Rey de pie al lado del mirador. Mantenía los dos trozos del taburete en una mano y la vacía caja de cristal en la otra. Su mente ordenó:

Silencio.

Un niño se echó a llorar. Alguien tosió y alguien reprimió un sollozo.

—Se trata tan sólo de un contratiempo temporal —les informó Aiken—. Ésta es la buena noticia: Bert dice que la placa de potasio que ha viajado en esta pequeña caja indica una edad aproximada de once coma siete ocho más menos cero coma dos millones de años. Esto es condenadamente cerca de lo que pretendíamos. Tenemos una puerta al Medio.

Todo el mundo jadeó, luego hubo débiles vítores.

El Rey agitó los restos del doblemente guillotinado taburete.

—Pero es una puerta muy pequeña… por ahora. En vez de llenar todo el mirador, el campo tau es generado en una estrecha franja de un poco más del ancho de una mano. Es un fallo, pero creemos que sabemos qué es lo que lo causa. Probablemente se trate de un solo cable con un núcleo defectuoso, y será retirado y puesto inmediatamente en el banco de pruebas.

Gruñidos resignados. Un niño preguntó:

—¿Podremos ir mañana, Rey? —Tensas risas.

—Espero que sí, Riki —dijo Aiken. Miró por un momento por encima de su hombro al resplandeciente entramado de la máquina antes de arrojar a un lado los trozos de madera y guardarse la vacía caja de cristal en el bolsillo de la cadera de su traje dorado. Caminó hasta el borde de la plataforma. El índice real señaló inflexible a Tony Wayland, que permanecía rígido al pie de los escalones. El metalúrgico jadeó horrorizado mientras el Rey le transmitía una imagen mental en modo íntimo. Aiken dijo suavemente:

—Ochenta mil Firvulag, Tony… más el Ángel del Abismo. Harás todo lo posible con ese núcleo, ¿verdad?

Aferrando con manos temblorosas su torque, Tony Wayland consiguió asentir con la cabeza.

Efectuó el salto-D directamente a los sombríos compartimientos interiores del casi desierto palco real Firvulag. El único que lo vio materializarse fue el joven Sharn-Ador, despedido a una obligatoria siesta en medio de la cálida tarde.

—¡Padre! ¡Madre! ¡El Enemigo! —gritó el niño, saltando de su cama de campaña y tropezando con las piezas de su armadura juvenil tiradas por el suelo mientras buscaba su espada ceremonial.

Sharn y Ayfa acudieron a la carga, con sus mentes exudando fuego y azufre. Pero se echaron a reír a la vez cuando identificaron al intruso.

La Reina tendió los brazos para cobijar a su hijo.

—Sólo es nuestro Inf… nuestro amigo Humano, Tiznador. No es el Enemigo. No es un peligro para nosotros. Vuelve a la cama.

Con los ojos muy abiertos, el niño rezumó profunda sospecha mental.

—¡Pero ha aparecido del aire! No de ser invisible… ¡realmente ha venido!

Marc Remillard se echó a reír.

—Es una de las cosas que puede hacer —dijo secamente el Rey Sharn—. Ahora obedece a tu madre, o no asistirás a los Encuentros Sancionadores.

La pareja real condujo a Marc a las sillas en la parte frontal de los aposentos. Sugoll estaba allí, y la reverenciada pareja de artesanos enanescos Finoderee y Mabino Provocasueños, que eran miembros no combatientes del Consejo Gnómico; pero todo el resto de la nobleza Firvulag estaba en las pruebas, o preparándose para entrar en las Altas Confrontaciones o bien dando su apoyo y sus ánimos a aquellos que se preparaban.

—Lástima que no vinieras antes, Remillard —dijo Sharn, de corazón. Dirigió a su huésped hasta su asiento e indicó a Hofgarn que trajera más comida y bebida—. Te perdiste algunas justas preciosas.

—Diecisiete Enemigos mutilados y una docena zurrados concienzudamente —cloqueó la vieja Mabino—. Al fin estamos tomando la nuestra.

Ayfa sirvió sangría para Marc y se la ofreció con una graciosa sonrisa. Fuera en el Campo de Oro resonó un floreo de trompetas. La estentórea voz mental de Heymdol el Masetero, Árbitro de los Deportes, anunció la próxima confrontación y las reglas de la puntuación correspondiente.

—Puede ser divertido —dijo la Reina—. Los participantes deben rebanar las crestas de los cascos de sus oponentes para acumular puntos. No me sorprendería que hubiera algunos golpes bajos.

Lady Mabino rió entre dientes.

Sugoll, llevando su ilusión de una agraciado humanoide calvo, dijo:

—Quizá nuestro huésped, como tantos humanos, encuentre la mutilación repugnante.

—He sido responsable de mi propia parte de ella —hizo notar Marc, bebiendo el especiado vino—. Incluso en el Medio Galáctico, nosotros los Humanos éramos una pandilla de pendencieros… con gran escándalo de las razas más civilizadas. De hecho, esta mañana he estado fuera visitando un mundo muy civilizado, probando un obsequio que alguien me hizo ayer.

Sharn y Ayfa ocultaron su estupefacción, pero los dos nobles enanos jadearon sin vergüenza alguna. Finoderee chirrió:

—Por los dientes de Té… ¿quieres decir que volaste a otro planeta, Inferior?

Marc ofreció una breve explicación mental de la metafacultad del salto-D.

—Y puesto que recientemente me fue entregado un programa mitigador, una técnica que elimina la mayor parte del dolor que normalmente acompaña el cruce al hiperespacio, me sentí ansioso por probar un salto a larga distancia. Fui a un mundo que yo llamo Objetivo, a catorce mil años luz de distancia.

—Diosa —susurró la Reina.

—El mitigador funcionó perfectamente —dijo Marc—. Me fue entregado por un Tanu. Un intento de soborno. Dijo que formaba parte también de la herencia mental Firvulag, un legado de Brede la Esposa de la Nave que os trajo a todos a la Tierra hace un millar de años.

—Eso fue antes de nuestra época —dijo Sharn.

El acartonado Finoderee agitó la cabeza, perdido en su introspección.

Nosotros recordamos, sin embargo… ¿no es así, mamá? —Los labios de Mabino temblaron.

Marc dijo:

—El mundo Objetivo es el lugar donde espero llevar a mis hijos… después de que vosotros me ayudéis a dominar a nuestro mutuo Enemigo, que los mantiene cautivos en el Castillo del Portal.

Sharn enarcó las cejas, frunció los labios, y formó una pirámide con sus enormes y espatulados dedos. Su mirada no se cruzó con los hipnóticos ojos grises del Adversario.

—Sigo teniendo el asunto sometido a consejo, Remillard. Ya sabes que nos hemos sentido muy impresionados por ti. Quizá un poco demasiado impresionados… ¡ja, ja! Nosotros la Pequeña Gente somos una nación bárbara y simple, y toda esta alta tecnología vuestra es una píldora demasiado radical para engullirla.

—Nuestra idea de una gran innovación —dijo Ayfa— es utilizar animales domésticos para el transporte.

—Y capturar armas del Medio para… autodefensa —añadió suavemente Sugoll.

Marc permaneció impasible.

—Nuestra alianza puede ser muy provechosa para vosotros. A cambio de un simple acto de cooperación, os haré el regalo de un programa de metaconcierto ofensivo altamente sofisticado cinco veces más eficiente que cualquiera que podáis montar por vosotros mismos. Vuestro potencial creativo se hallará por encima del orden de los miles de magnitud, con la dirección adecuada.

El viejo Finoderee dejó escapar un ladrido de confiada risa.

—Con ochenta mil de nosotros unidos para el golpe, Aiken Drum sabrá que ha sido golpeado con algo más que con higadillos picados.

—Apreciamos tu oferta —dijo Sharn. profundamente ansioso—. Y estamos estudiándola muy cuidadosamente.

La sonrisa de Marc se hizo tensa.

—Puede que no quede mucho tiempo. Si los científicos de Aiken en el Castillo del Portal reabren la puerta del tiempo, seguramente se producirá un nuevo fluir de viajeros temporales Humanos del Medio Galáctico. Pueden traerle armamento adicional a Aiken. Pueden incluso venir metapsíquicos operativos que se opondrían mentalmente a vosotros.

—Es un asunto serio —admitió Sharn—. Y no quiero dudar de tu palabra. Pero han corrido rumores de que este dispositivo de la puerta del tiempo va a ser utilizado como una escotilla de escape para la Hormiga Dorada. Si retirara su dorado culo de este lugar, eso nos iría espléndidamente.

—Si la puerta del tiempo se abre —dijo Abaddón—, acabará con vosotros.

—Y contigo —añadió Sugoll. Se inclinó sobre la barandilla del palco, observando la mêlée que estaba teniendo lugar en la amarilla arena.

—Parece que los Tanu llevan ventaja. Esa última carga à travers de los luchadores Humanos bajo el Caballero Botella ha sembrado el suelo de enanos de Pingol.

Marc curvó la boca en un gesto divertido.

—¿El Caballero Botella?

Sugoll señaló a un extraño combatiente que cabalgaba un hipparion gris listado como una cebra. En vez de la habitual armadura resplandeciente de cristal iba armado con una especie de cota de malla formada por escamas que parecían ser el fondo de botellas de variados colores. Sus miembros estaban encajados en toscas secciones cilíndricas también de cristal, burdamente unidas entre sí con cables. Su casco tenía el aspecto de un garrafón partido por la mitad y sin la parte inferior, con un puñado de paja seca metido en el cuello como cresta y un picudo visor hecho a partir de un botellón de vino remachado a la región facial. El Caballero Botella llevaba una lanza de cristal muy larga de original diseño y una adarga con un agujero en ella para acomodar la lanza durante la embestida. Este Caballero Botella, informó Sugoll a Marc, aunque torcado con simple plata y de estatura no demasiado impresionante, había abierto brecha en las cuatro justas anteriores. Según las reglas, desafiaba solamente a los Firvulag enanescos o de tamaño Humano. Y siempre ganaba.

—Creemos que es el Rey —afirmó Ayfa—. Mira lo escaso de estatura que es. ¿Y quién otro tendría la osadía de salir al campo vestido de esta estrafalaria manera?

—¡Aargh! —gruñó Finoderee—. ¡Ha derribado a nuestro Shopiltee Sorbesangre!

—No lucha lealmente —gimió Lady Mabino—. ¡Debería rebanar las crestas con una espada… no desensillar a nuestros muchachos y muchachas y arrancarles las crestas de raíz!

—No hay nada en las reglas contra ello —gruñó Sharn entre dientes rechinantes.

—Mira ese tablero de tantos —se lamentó Ayfa—. Vamos en cabeza en la categoría de pesos pesados, pero ese pequeño bribón nos está matando todas las posibilidades en la división inferior. Y puesto que tenemos dos veces más gnomos que ogros…

—¡Yaaak! —lloriqueó Finoderee—. Ha derribado a Mimee de Famorel.

—Dulce Té con tostadas —exclamó el disgustado Sharn. Las trompetas de cristal lanzaron una nota musical, terminando el combate. El palco Tanu estalló cuando los totales de la semifinal fueron exhibidos en el enorme marcador electrónico de Yosh Watanabe.

—Cerca —murmuró la Reina Ayfa—. Demasiado malditamente cerca. El Enemigo nos lleva un pelo de ventaja, pero están seguros de quedarse con los juegos en los Encuentros Sancionadores.

—¿Qué son esos encuentros? —inquirió Marc.

—Demostraciones de valor hechas por los campeones de los anteriores encuentros —dijo Sugoll—. Pueden ser desafiados individualmente por cualquier luchador de la categoría adecuada.

—Están llevándose a Mimee —gimió la Reina—. Ese podrido Inferior le ha roto al pobre de Famorel la clavícula izquierda como si fuera un palillo. Ninguno de nuestros otros gnomos se atreverá a enfrentarse al Caballero Botella.

—¿Solamente los Firvulag purasangre entran en las contiendas bajo vuestro estandarte?

El Rey y la Reina se lo quedaron mirando.

—Técnicamente, cualquier Humano súbdito de mi ciudad, Nionel, recibe la calificación de Pequeña Persona —dijo Sugoll—. Sin embargo, somos gente pacífica, tanto Aulladores como ciudadanos Humanos, y como anfitriones del Gran Torneo nos hemos contenido de participar en la mayor parte de las confrontaciones a fin de atender a nuestros deberes de hospitalidad.

Marc permanecía de pie con las manos en las caderas, mirando a la gente en la arena con una sonrisa lujuriosa.

—Supongo que no me nominarás ciudadano honorífico de Nionel, ¿verdad, Lord Sugoll?

—¡Maldita sea, por supuesto que lo hará! —exclamó Sharn. Luego su entusiasmo vaciló como un globo medio hinchado—. ¿Crees que podrías ganarle? No se permiten poderes metapsíquicos. Pero pareces bastante bien constituido…

—Me encanta pescar peces grandes. Y estas justas parecen más bien sencillas. Uno simplemente calcula los vectores apropiados y las reacciones cinéticas. Supongo que los contendientes pueden controlar mentalmente sus monturas.

—Oh, sí —dijo Sugoll—. Eso está permitido. —Señaló un montón de translúcido cristal a un lado, lustroso como una piedra lunar e incrustado con plata—. Si lo deseas, puedes utilizar mi armadura y mi corcel.

Aún sonriendo, Marc hizo una inclinación de cabeza.

—À la bonne heure.

—¡Y yo seré tu escudero! —se entusiasmó el Rey Firvulag—. ¡Vayamos a firmar tu inscripción! Necesitarás un nombre ficticio, por supuesto.

—Jack Diamond servirá —dijo el Adversario.

Marc desmontó de su resoplante y sudoroso chaliko, dejó caer su escudo y su lanza, y arrancó el enhiesto mechón de paja seca del ridículo casco del caído Caballero Botella. Los espectadores Firvulag llenaron el aire con jubilosas cacofonías.

Aiken se libró del casco, esbozó un sardónico saludo y dijo:

—Bien hecho, Caballero Blanco. ¡Dios, vaya golpe! Tuve la impresión de impactar de cabeza contra un asteroide a velocidad orbital.

Marc alzó su visor.

—Matemáticas aplicadas. —Tendió una mano enfundada en un guantelete y ayudó cortésmente a alzarse a su vencido oponente—. Me temo que la tentación fue irresistible.

—Esperaba que lo fuera —respondió el Rey.

La ceja derecha de Marc se alzó un milímetro.

—Tenía que luchar en las justas, ¿sabes? —dijo Aiken—. Cosa de moral. Sin embargo, nunca hubiera dejado ganarme físicamente por un Enemigo, ¿no? Pero un fornido Humano es otra cosa. —Los ojos del truhán resplandecían. Hizo un gesto hacia la horda en erupción de fanáticos gnómicos que vitoreaban a la victoriosa caballería Firvulag—. ¿Ves lo felices y confiados que les has hecho sentirse? Están en la cima del mundo. ¡Invencibles! Positivamente pueden empujarnos a nosotros los Tanu a la perfección sin intentarlo demasiado duramente. Y sin ninguna ayuda de los talentudos pero posiblemente pérfidos Inferiores.

Abaddón suspiró.

—Muy hábil. —Recuperó su equipo prestado y volvió a montar para unirse al desfile de los victoriosos—. Pero la puerta del tiempo sigue estando cerrada, ¿no?

—¡No te gustaría saberlo!

—¿Qué acontecimientos están previstos para mañana?

—El más importante es la competencia cumbre entre los dos bandos —dijo Aiken—. Con mentes. Ninguna posibilidad de trampa. Tendremos que jugar limpio. Al menos yo lo haré así.

—Entonces la ventaja está aún de parte de los tramposos —dijo Marc—. Hasta mañana, entonces. —Alzó su lanza, con la cresta del Caballero Botella ensartada en la punta, y se alejó.