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Durante el segundo día, la rivalidad entre Tanu y Firvulag se agudizó, y los corredores de apuestas tuvieron un gran día entre los fanáticos Humanos a los deportes, que arrojaban su dinero como si no hubiera un mañana. Desapercibido entre la multitud, el alto hombre con los pantalones blancos de dril y la camiseta negra pasó la mañana contemplando las carreras de botes en el río (ganadas fácilmente por los Firvulag), las luchas de cometas (todo un espectáculo), y el primer round de las carreras de carros (casi todos los puntos para el equipo de Kuhal el Sacudidor de Tierras). El hombre sonrió cuando vio a Cloud en el palco real, disfrazada como una Doncella Guerrera con atuendo de coercedor, vitoreando al héroe durante todo el acontecimiento.

Por la tarde hubo lanzamiento de martillo y cortado de troncos, dominadas ambas cosas por la más correosa Pequeña Gente; y una estilizada lucha libre a pie entre las ogresas y las caballeras Tanu, que vio las primeras bajas del Gran Torneo.

Tras vagar por el pabellón de los refrescos, el hombre regresó a la orilla del río para contemplar más deportes acuáticos. Las carreras de windsurf, aunque consideradas como uno de los acontecimientos menores en la gradación de las apuestas, atrajeron una gran cantidad de vitoreantes damas Tanu, que aplaudieron locamente cuando el Árbitro de los Juegos introdujo a un participante con torque de plata llamado Niccolò MacGregor. Este personaje, con toda la apariencia de un gallo de pelea, desmoronó la oposición enanesca y terminó la carrera con varias planchas de ventaja sobre su más directo contrincante, mientras las damas arrojaban capullos de rosas amarillas a su paso.

—Es el Rey, por supuesto —dijo una voz al lado del alto hombre. Se volvió ligeramente y vio a un flaco y viejo fraile con un hábito de lana marrón sentado a su lado en el banco, mordisqueando un tournedó Rossini.

—Eso tiene buena pinta —dijo Marc.

—El vendedor está justo en la parte de atrás de la tribuna. Me encantará invitarte a uno. —Anatoli hizo sonar una sobada bolsa que llevaba colgada al cinturón—. Soy rico. Acerté un lleno en la carrera de carros.

—Muchas gracias… pero no.

El sacerdote hizo chasquear los labios.

—Lleva auténticas trufas, y foie gras. ¡Es fantástico! ¿Seguro que no quieres uno?

—Completamente seguro. —Marc permanecía sentado cómodamente, observando al pseudo-Niccolò ser llevado en triunfo por un pelotón de estatuarias bellezas vestidas en colores pastel—. ¿Así que el Rey participa también en los juegos?

—No oficialmente… y no utilizando sus poderes metapsíquicos, por supuesto. Se supone que nadie usará sus poderes mentales hasta la gran competencia del Cuarto Día y el juego del hockey que constituyen el clímax del torneo.

—¿Ni siquiera en las justas?

—Especialmente no en las justas.

—¿Participará también mañana el Rey?

—Se rumorea que entrará en las pruebas de pogo saltarín. Para ayudar a promocionar los usos pacíficos del hierro, ya sabes.

—¿Y se inscribirá anónimamente en las competiciones?

Anatoli parpadeó.

—Supongo que lo único que tenemos que hacer es venir aquí mañana y verlo. ¿Piensas acudir al desfile de linternas japonesas y al Gran Baile esta noche?

—A menos que otros asuntos exijan mi atención.

Anatoli terminó su último mordisco y se chupó los dedos. En el río, los participantes en la carrera estaban formando un gran anillo de blancos flotadores. El Árbitro anunció la siguiente confrontación, algo llamado la carrera de las ninfas. El sacerdote dijo:

—Así que el rey Firvulag ha rechazado tu oferta, ¿eh?

Marc le dirigió una aguda mirada. La punta de una sonda redactora-coercitiva golpeó el cerebro de Anatoli, haciendo que sus mejillas se hincharan y el sudor empezara a correr por su nuca.

—¿Te ha enviado Elizabeth para espiar? —inquirió suavemente Abaddón.

—¡Ella ni siquiera sabe que estoy en los juegos, maldita sea! No me exprimas… solamente soy el hombre de avanzada. Con el que tienes que hablar es con Creyn, que te espera en las gradas con Basil. Agradecerá que vuelvas su mente del revés. Tiene importante información para ti.

La sonda se retrajo mínimamente. La presa coercitiva se tensó. Un rugido brotó de la multitud mientras un equipo de grotescos Aulladores se preparaba para enfrentarse a un pelotón Humano de Élites del Rey en una alocada variante del waterpolo. Marc estaba de pie, conduciendo a Anatoli hacia la salida.

—Pareces estar diciendo la verdad, hermano. Creo que escucharé lo que tu amigo Creyn tiene que decir. Y por el camino, quizá hagamos negocio con el vendedor de esos tournedos después de todo.

La nave insignia real, con Aiken a los controles, aterrizó cera del perímetro del hemisferio plateado y pareció contemplar su distorsionado reflejo a la resplandeciente luz del atardecer. Bleyn y Alberonn, armados con grandes desintegradores, permanecieron firmes mientras los veintidós Rebeldes metapsíquicos que se habían amotinado contra su líder descendían por la escalerilla del aparato, seguidos por el Rey. Aiken transmitió una orden mental indescifrable y una compuerta se abrió en la superficie del campo de fuerza. Observó a los otros pasar a través de ella, luego les siguió y volvió a sellar la barrera a sus espaldas.

Los hijos de la Rebelión aguardaban en la barbacana del Castillo del Portal, preparados para dar la bienvenida a sus padres por última vez.

WALTER: ¡Veikko! Hijo… tienes buen aspecto, e Irena también. Dios, esto es maravilloso. No puedo creer que esté ocurriendo.

VEIKKO: Cojeas.

WALTER: No es nada. Los redactores Tanu dicen que podrán ponerme de nuevo bien. ¡Pero tú…! ¿Lo habéis conseguido realmente? ¿Habéis construido el dispositivo Guderian?

IRENA: Aún no está completamente terminado, Walter. Quizá mañana.

VEIKKO: Los cables necesitan que sus microentrañas sean sincronizadas a un determinado nivel, eso es todo. Hay problemas con el ánima del cableado, eso es lo que nos ha dado más dolores de cabeza desde un principio. Pero una vez los técnicos lo hayan dejado todo ajustado conectaremos la energía, efectuaremos una prueba rápida, y luego, simplemente… adelante.

IRENA: Hagen y Cloud serán los primeros, por supuesto, a causa de Marc. Una vez hayan pasado por la puerta, el resto de nosotros estaremos a salvo.

VEIKKO: Cloud nos ha hecho una hoy. Su amor Tanu, quiero decir. Le dijo al Rey que no pensaba hacer esa cosa en la carrera de carros a menos que Cloudie estuviera allí viéndole. ¡Muchacho, hubieras visto a Aiken Drum! Pero finalmente tuvo que claudicar y se la llevó con él al palco real y la guardó allí como un halcón.

IRENA: Y Kuhal venció la carrera.

WALTER: Imagino que sabéis lo de esa Facción de Paz que va a reinstalarse en Ocala. Y por qué están abandonando Europa…

VEIKKO: Puede que la Guerra del Crepúsculo no se produzca nunca, papá. Cloud obtuvo las últimas noticia de Kuhal. El Rey y la Reina de los Firvulag no confían en Marc para que les dirija en el metaconcierto. Piensan que pueden acabar con Aiken y su ejército Tanu por sí mismos. Y quizá estén en lo cierto.

IRENA: También nos alegramos tanto de que vosotros estéis a salvo. Ocurra lo que nos ocurra a nosotros.

WALTER: ¡Os saldréis de esto! ¡Sé que lo haréis! ¡Estáis tan cerca!

VEIKKO: Seguro que lo haremos. Los buenos chicos siempre ganan. Y sospecho que somos buenos chicos… [Duda.]

IRENA: Si llegamos al Medio, nos las apañaremos de alguna forma. Algunos de nosotros hemos estado pensando al respecto. Planeando…

WALTER: Espero que podáis. Dios, espero que sí.

VEIKKO: Estamos asustados.

WALTER: Yo también. Pero ahora es diferente, ¿no?

VEIKKO: Le plantamos cara… nosotros los chicos, y tú también. Haremos que se sepa en el Medio, Walter. Especialmente lo tuyo y lo de Alexis Manion…

AIKEN: Venid.

WALTER: Ya es la hora. La Kyllikki zarpa con la marea de la tarde. Buena suerte, a los dos.

VEIKKO: Buen viaje, Walter. Dondequiera que sea.

Elizabeth bailaba con el Rey, sin saber ni preocuparse de la música que sonaba, contenta de dejar que él la llevara, descansando en su fuerza.

Las enormes neputas de papel estaban alineadas en un círculo en torno a la pista de baile, brillando suavemente. Sus lados mostraban todo tipo de escenas, todo tipo de criaturas y seres característicos de la Tierra Multicolor, ejecutados irónicamente en clásico estilo japonés en translúcidos colores. Tras las grandes linternas estaban los antiguos árboles del bosque al fondo del prado, donde una miríada de luciérnagas amarillas, verdes y rosas habían sido convocadas por algún arte Aullador para evocar el tema de la Estrella Caída en el Suelo. Sobre sus cabezas, las auténticas estrellas del noviembre del plioceno llameaban más pálidas a medida que ascendía la tardía luna. La constelación de la Trompeta, ocultando la Galaxia Duat tras la estrella que formaba su boquilla, se hallaba en el cénit.

Aiken dijo a Elizabeth:

—Estás más contenta. Me alegro.

—Es bueno estar contigo de nuevo, querido.

—Curioso lo que siento yo al respecto —dijo él—. Nada de sexo, en absoluto. Nada de hermandad tampoco. No sé cómo llamarlo. Tú quieres que yo te controle y yo quiero hacerlo. Como un padre y una niñita muy pequeña.

—Hermes Psicopompos —dijo ella alegremente—. El guía del alma. Un arquetipo muy raro, de hecho. Supongo que mi subconsciente sabe lo que necesita.

—Sin embargo, yo no soy realmente el que necesitas, ¿verdad? Pero me gustaría… me gustaría que tú pudieras ser mi Reina. Podría amarte y no tener nunca miedo.

—La descubrirás algún día, Aiken. Eres muy joven.

—Pero estoy creciendo aprisa —dijo él, riendo.

Sus mentes se desasieron y, por un tiempo, simplemente se dejaron arrastrar por el baile. Era, se dio cuenta con sorpresa Elizabeth, casi como un anticipo de la Unidad… Y entonces él dijo:

—Quiero que confíes en mí. Déjame entrar en la parte oculta de ti sólo por un momento. Déjame mirar detrás de la máscara que siempre has llevado. ¿Quieres?

Ella se puso rígida en sus brazos, y hubo un temeroso estremecimiento.

—¿Por qué?

La mente habló, envolviéndola, enorme y familiar y fuerte: Confía en mí. Déjame mirar. Por tu bien y por el de todos nosotros. Por favor.

No puedo…

Por favor, tengo que saber la verdad.

Hay fuego…

Lo sé. Pobre Elizabeth. Eres tan orgullosa y tienes tanto miedo. Si solamente aprendieras a confiar.

El hermano Anatoli quiere que confíe en Dios…

Simplemente confía en mí. Déjame entrar. Aquí…

Estaba suspendida en silencio, completamente sola. La oscuridad a su alrededor no era mental. Lo sabía de algún modo. Era una parte remota del universo físico, el espacio intergaláctico, vacío de estrellas, sin ni siquiera un asomo de resplandeciente gas. Solamente había un único objeto al que su mente pudiera aferrarse, un respiro de la sempiterna Noche.

Una rueda giratoria de chisporroteante halo blancoazulado, pequeña y exquisita. Un torbellino de soles aislados de otros racimos de galaxias. Una espiral listada que podía alcanzar y tocar y mover.

Abrió los ojos.

Estaba bailando con Marc Remillard.

—Creyn rompió su promesa —dijo—. No debió decírtelo. La visión es suya, no mía. Imposible.

—Estoy de acuerdo. Y sin embargo… es sorprendente. Si tan sólo no estuviera atado por mi propio desafío, y tan cerca de conseguirlo de nuevo. Los años han sido amargos, Elizabeth. No puedo resistir el intentarlo.

—Lo comprendo. —No se atrevió a mirarle de nuevo. No iba vestido con exótica elegancia como el Rey, sino que llevaba unas arcaicas ropas de etiqueta tropicales, una chaqueta negra y una camisa rizada. Dejó que su cabeza se apoyara en el pecho del hombre, dejó que él la condujera, pero sin abandonarse como había hecho con el Rey.

—Tienes tres amigos muy valientes y persistentes, Elizabeth.

—Les dije que no vinieran aquí. No tienen derecho a interferir. ¡Y Creyn lo prometió!

—Me contó más que su visión de Duat —dijo Marc—. Creyn me dijo que tú me amaste, Elizabeth… y que Aiken también te ama. ¿Es cierto?

—Es imposible —dijo ella desde detrás de las llamas.

—Yo también lo creo, pero tus amigos son más testarudos. Basil ha trepado su montaña y Creyn ha ayudado a convertir a los niños torques negros en operantes completos y Anatoli… ha experimentado un triunfo personal a mis expensas. Como he dicho, son testarudos. Les gusta pensar que no hay nada imposible.

—Nosotros lo sabemos mejor, Marc.

—Sí —dijo él, y bailaron en una absoluta oscuridad. Luego fue de nuevo Aiken quien la sujetaba bajo los árboles constelados de luciérnagas, y la música disminuyó finalmente su ritmo y se detuvo.