Era casi el amanecer. El Primer Día del Gran Torneo estaba a punto de empezar.
—¡No puedo hacerlo! —protestó la joven al Maestro Genético—. No soy merecedora de tal honor.
—Pero no seas idiota, muchacha —respondió él—. Eres mi invitada… ¡y mi triunfo!… y cabalgarás a mi lado, y te encantará.
Y lo hizo. Y allí estaban, cruzando la puerta occidental de Nionel bajo el nublado cielo ritual del perlino amanecer, todos formando una gran procesión, encaminándose al Puente Arcoíris.
Sugoll, como anfitrión de los juegos, abría camino cabalgando un chaliko blanco y llevando una armadura color leche con incrustaciones de plata. Tras él iba Katlinel con su traje albar; y cabalgando a su derecha estaban Sharn y Ayfa con su enjoyada armadura de obsidiana, y a su izquierda Aiken-Lugonn el Brillante con Elizabeth, que llevaba el atuendo negro y escarlata de Brede y una resplandeciente máscara. Tras la realeza, flanqueados por desfilantes Aulladores con sus más atractivos cuerpos ilusorios y llevando guirnaldas de flores, cabalgaban los miembros de la Alta Mesa y el Consejo Gnómico en dobles filas alternativas. Iban seguidos por los Grandes de los Aulladores (¡y ella y Greg-Donnet en medio de ellos!) y la alta nobleza de la raza dimórfica alineados en cuatro de fondo, caballeros y no combatientes en colorista mezcla. El resto de los Aulladores avanzaba solemnemente al final, llevando ramas verdes y manojos de flores atados a palos rematados con cintas. No se veían estandartes con efigies y ristras de dorados cráneos, ni banderas de batalla, ni armas desenfundadas.
El aire vivía un profundo zumbar, con los espectadores Firvulag en las atestadas tribunas al otro lado del río voceando su tradicional introducción a la Abertura del Cielo. En años anteriores, en las salinas llanuras del Gran Combate dominado por los Tanu, el sonido había sido amargo y reluctante. Pero aquí no había una extensión estéril de fondo marino sino una pradera verde, y miles de pájaros cantaban sus coros al amanecer en un alegre contrapunto al portentoso zumbar. Incluso los nobles Firvulag sonreían mientras cruzaban el Nonol y entraban en el Campo de Oro, ese escenario de pasadas glorias, y observaban que la Pequeña Gente atestaba las tribunas y rebosaba por los lados, mientras que la otra estructura que acomodaba a los Tanu y Humanos estaba llena solamente en sus tres cuartas partes.
—¡Qué sorprendentemente brillante parece todo! —exclamó ella a Greg-Donnet—. ¡Y tan nítido! ¡Parece que puedo ver cada pequeña flor en las guirnaldas que lleva nuestra gente, y cada gema adornando la armadura de los Grandes, y cada decoración o cada estandarte que remata las dos tribunas!
—Visión binocular, querida. Dos ojos son mucho mejores que uno. Y, por supuesto, eres feliz.
Los Reales estaban ascendiendo al dosel central frente a las tribunas gemelas, ocupando sus posiciones mirando a la cordillera oriental de colinas detrás de Nionel.
—Soy feliz… y me siento agradecida a ti, Greggy —dijo ella. Y miró de soslayo desde debajo del tocado de novia incrustado con rubíes—. ¿Y soy realmente hermosa ahora?
Greg-Donnet besó la punta de sus dedos con un gesto extravagante.
—Más que eso. Eres espléndida.
La mente de ella aún seguía albergando una sombra de duda.
—Oh, Greggy, si mi Tonii estuviera aquí tan sólo para ver. ¿Cómo puedo soportar la espera?
—Sólo serán unos pocos días —la tranquilizó él—. El Rey me ha dicho que el trabajo de Tony estará terminado muy pronto. Podrá reunirse contigo antes del final del Torneo… Ahora observa a los Reyes abriendo juntos el cielo. Esto es algo nuevo, para simbolizar el falso Armisticio. —Dejó escapar una triste risita—. Un sentimiento encomiable, de todos modos.
La pequeña figura en la armadura dorada y la gigantesca en la armadura negra duramente facetada alzaron Lanza y Espada. Las armas fotónicas enviaron sus rayos esmeralda oblicuamente hacia el cielo, y las nubes se abrieron como habían hecho durante incontables milenios en el perdido Duat y desde hacía un millar de años en la Tierra del plioceno. Mientras toda la asamblea ejercía su creatividad, la niebla se alejó y un rayo de luz solar brilló sobre los dos monarcas. Tanu y Firvulag y Aulladores y voces Humanas se combinaron en la canción.
Hay una tierra que brilla a través de vida y tiempo,
Una hermosa tierra a través de la edad del mundo,
Y flores multicolores caen sobre ella,
Desde los viejos árboles donde cantan los pájaros.
Todos los colores resplandecen aquí, el deleite es común,
La música abunda en el Campo de Oro,
Sobre el perfumado Campo de la Tierra Multicolor,
Sobre el Campo de Oro al norte.
No hay llantos, no hay traiciones, no hay dolor,
No hay enfermedad ni debilidad ni muerte.
Hay riquezas, tesoros de muchos colores,
Dulce música para oír, el mejor vino para beber.
Carros de oro contienden en la Llanura de los Deportes,
Multicolores corceles corren en los días siempre benignos.
La Casa se alinea en el Campo de los Deportes,
Sus juegos son hermosos y en absoluto débiles.
Aparecerá al amanecer una estrella de la mañana,
Iluminando la tierra, cabalgando sobre la ondulante llanura,
Agitando el mar hasta que se convierta en sangre,
Alzando los ejércitos ante la Piedra Cantante.
La Piedra canta una canción a la Casa;
La música crece y todos cantan juntos.
Ni la muerte ni el reflujo de la marea
Alcanzarán a aquellos de la Tierra Multicolor.
Elizabeth dijo a Aiken:
—Las palabras eran diferentes.
—Morna-Ia la Hacedora de Reyes dijo que éstas eran las que había que cantar este año —respondió el Rey. Esbozó su enigmática sonrisa—. Mira… ahí vienen los artesanos Firvulag con el nuevo trofeo, la Piedra Cantante. Tallada de una única y enorme aguamarina. Se dice por aquí que ha sido programada ya al aura de Sharn y Ayfa. ¿No lo consideras un atrevimiento?
Estaban sentados en el palco real Tanu contemplando los acontecimientos preliminares. Se había preparado un espléndido buffet para el desayuno, y la mayoría de los miembros de la Alta Mesa y sus anfitriones estaban compartiéndolo amistosamente. El Rey picó solamente un croissant sin mantequilla. Elizabeth, que llevaba la parte inferior de su rostro aún cubierta por el respirador de Brede, profusamente incrustado en joyas, no comió nada.
—El verso de la canción relativo a una «estrella de la mañana» me produce un estremecimiento en la médula espinal demasiado intenso para mi gusto —dijo la mujer.
Aiken se alzó de hombros.
—Seguro que Marc está en estos mismos momentos entre la multitud riéndose para su capote mientras contempla a esos tontos Firvulag bailar su danza ritual en torno a la Silla Cantante. Florida nunca fue así.
—Supongo que no ha intentado contactar contigo.
—¿Respecto a hacer un trato? —Aiken agitó la cabeza—. He de admitir su mérito: tiene clase. Ni un piído. Ni un ultimátum acerca de que yo abriera el sigma del Castillo del Portal a cambio de que él cancelara su Götterdämmerung.
—Sabe que no traicionarás a los chicos una vez los has acogido bajo tu protección. Parece que tiene su propia noción del honor.
—De todos modos, eso tampoco hubiera sido una solución sencilla a ese maldito embrollo —dijo Aiken brutalmente. Mordió un trozo de una pasta, y lo masticó en silencio durante un minuto—. Todo lo que puedo hacer es esperar que Hagen y los suyos terminen el dispositivo de Guderian antes de que Marc hable con los Firvulag aquí. Una vez los chicos estén en el Medio, nuestro Lucifer casero está atrapado. Correré el riesgo de luchar el Crepúsculo con los Firvulag siempre y cuando Marc no esté a la cabeza de su metaconcierto.
—Ocurra lo que ocurra… quiero ayudarte —dijo Elizabeth—. Sabes que tengo un bloqueo contra la acción agresiva, pero queda todavía mi función telepática, y puedo curar…
Se interrumpió, y las lágrimas brotaron de sus ojos. El hombrecillo con la lustrosa armadura la tomó por ambas manos.
—¿Por qué no vas a ir en la Kyllikki?
Ella desvió la mirada, agitando la cabeza, intentando liberar sus manos. El Rey se limitó a apretarlas más fuerte.
—No te quiero aquí, Elizabeth. Te quiero segura. La Kyllikki sale de Goriah mañana por la noche. Voy a llevarte volando hasta allí y ponerte a bordo con los demás.
—¡No! Quiero quedarme aquí y ayudarte… y si hay una posibilidad de abrir la puerta del tiempo…
—¿Así que quieres volver al Medio si es posible?
—¿No quieres tú? —preguntó acalorada ella, clavando ansiosamente sus ojos en él por encima de la máscara diamantina.
Él la soltó con brusquedad y Elizabeth cayó hacia atrás en su asiento. Hubo un rugir de la multitud y una tormenta de risas y aplausos. Con las pomposas formalidades concluidas, una troupe de comediantes Firvulag estaban representando un número, haciendo una peligrosa burla de la Piedra Cantante y la inminente rivalidad por ella. Casi todo el mundo en el palco real Tanu estaba contemplando la diversión. Nadie prestaba la menor atención a Aiken y Elizabeth.
Aiken respondió a la pregunta:
—Soy el Rey y ésta es mi tierra, y debo permanecer en ella hasta mi muerte.
—Déjame ayudarte —suplicó ella—. Lo deseo mucho, Aiken.
—De acuerdo. —Su aceptación fue brusca—. Si te quitas la máscara.
—No —dijo ella testarudamente—. Esta gente quiere que simbolice a Brede, de modo que tengo que hacerlo con toda la aparatosidad requerida. Con dos caras, exactamente igual que ella.
—Quítatela. —Sus negros ojos eran irresistibles fuentes de coerción—. ¿Crees que no sé lo que tienes en mente? ¡No deseas ser Brede, quieres ser San Illusio el Mártir! Y yo soy un poco lento en comprender, así que apenas he empezado a imaginarme el porqué. Pero no vas a seguir adelante con esto, muchacha. No me va a servir de nada tenerte a mi lado jugando a extraños juegos de escondite metapsíquicos. Si te quedas conmigo, tiene que ser bajo mis condiciones. ¿Comprendes?
—Sí. —Ella alzó las manos y soltó las cintas del enjoyado respirador, lo bajó, y le sonrió con evidente alivio—. Estaba empezando a resultar caluroso —admitió—. No sé lo que me poseyó. Simplemente, parecía ser un gesto apropiado. Confortador. Supongo que subconscientemente estaba ocultándome.
—Eso está mejor. —Aiken escanció vino helado en una copa de cristal y se la tendió—. Y cuando descubras de qué te estás ocultando, estarás completamente libre. Ahora bebe esto y relájate. Te veré más tarde. Es hora de que me vaya y arregle las cosas para nuestra participación en las diversiones preliminares y los juegos.
Había 900 caballeros en el equipo de maniobras montadas de precisión, y avanzaron orgullosamente por el campo en formaciones de Ligas, conducidos por el Rey en su armadura dorada a lomos de su corcel negro único. Los chalikos de la compañía llevaban sus pelajes teñidos con los colores heráldicos e iban enjaezados con adornos incrustados en joyas. Espiras de unicornio adornaban las testeras de las monturas, y sus gualdrapas oro o plata hacían conjunto con las flotantes capas y las lanzas rematadas con estandartes llevadas por los jinetes. Siguiendo a Aiken-Lugonn en el lugar de honor estaban los caballeros violeta y oro de la Liga de Telépatas; aunque pocos en número, habían sido los primeros en aceptar al Rey. Luego venían los redactores combatientes, rubí y plata; y los más numerosos psicocinéticos luciendo rosa y oro; y la llamativa caballería zafiro de la Liga de Coercedores; y finalmente los creadores con lustrosos y cambiantes colores mar… azul y berilo y olivino y armaduras de cristal de profundo ultramarino. El Brillante Muchacho ocupó una posición en mitad del terreno de desfile, y los jinetes maniobraron en torno a él a la música de retorcidos cuernos de cristal y resonantes timbales. Los orgullosos corceles ungulados desfilaron y contradesfilaron y giraron y corvetearon. Efectuaron ágiles saltos y caracoleos, danzando en esquemas cambiantes de color en torno al inmóvil Rey. Se abrieron flores, estellas arcoíris estallaron y se metamorfosearon en abstractos dibujos girantes, y los espectadores Tanu y Humanos vitorearon y se asombraron ante cada nueva exhibición de virtuosismo ecuestre.
—Muy vistoso —se burló el Rey Sharn—, aunque no particularmente impresionante desde el punto de vista de las artes marciales. —Tragó la cerveza del cráneo que constituía su copa con un poderoso sorbo e hizo un gesto al servidor enano para que volviera a llenársela—. ¿Te llena también la tuya. Primo?
—No, gracias, Asombroso Rey —dijo Sugoll.
—Teñir los chalikos con estos espectaculares tintes es una innovación muy reciente que puede que no hayas visto hasta ahora, Primo. Los oros Inferiores la introdujeron en los juegos en Muriah hará unos treinta años, cuando ayudaron al Enemigo a cimentar su dominación del Gran Combate. Pero a vosotros nunca os preocuparon demasiado las luchas rituales, ¿verdad?
—Ésa fue la razón de que nos separáramos originalmente del cuerpo principal de los Firvulag en días de mi abuelo y nos retiráramos al interior. La carnicería anual del Combate había empezado a parecemos algo sin sentido.
En voz muy baja. Sharn dijo:
—No menciones esto a los carcas de mi Concilio Gnómico… pero Ayfa y yo sentimos lo mismo. La guerra es buena solamente para una cosa: ¡ponerlo a uno por delante de los demás!
—A decir verdad —murmuró Sugoll—, solamente asistí a los juegos en Muriah una vez: el año pasado, y de incógnito. Se me había dicho que algunos científicos Humanos bajo el yugo Tanu podían disponer de la tecnología necesaria para aliviar las deformidades de mi pueblo. Gracias sean dadas a Teah la Misericordiosa, resultó que era cierto.
Sharn le guiñó un ojo al mutante.
—¡Si la pequeña Rowane es un trabajo típico de remodelación, vais a tener que quitaros de encima a bastonazos a los pretendientes Firvulag de vuestras chicas en el Gran Amor del próximo año! Supongo que tú mismo te apuntarás candidato para el tanque-Piel, ¿no?
—Seré el último, como corresponde.
Sharn estudió la espuma de su jarra.
—Oh. Sí, por supuesto. Pero, ¿sabes?, una vez ganemos la Guerra del Crepúsculo, tendremos montones de Piel que podrás usar. Y salvaremos a los redactores no combatientes para que ayuden en vuestra curación si prometen comportarse como corresponde.
Lo ojos ilusorios de Sugoll miraron calmadamente al Rey.
—Como Thea quiera.
—Te necesitamos de nuestro lado en el Crepúsculo, Primo. ¿Estás con nosotros?
—Debo hacer lo que me indique la Diosa.
Sharn se inclinó hacia delante. Su rostro se había vuelto ominoso en el adornado casco de cristal negro.
—Ella quiere que conquistemos, Primo… ¡y será mejor que te lo pienses atentamente si opinas de otra forma! Oh, ya sé lo que ha estado haciendo tu Lady. Trabajándose a Ayfa, hablando mal de las perspectivas Firvulag en la guerra, diciendo que vamos a ser incapaces de no cagarnos encima cuando el Dorado Futteburg venga contra nosotros en metaconcierto… Bueno, soy de buen corazón, y le permitiré a Katy algunos excesos. Después de todo es una híbrida Tanu-Humana, y probablemente un miembro secreto de la Facción de Paz también. Pero tú tienes un alma Firvulag, Primo, no importa cuál se la forma de tu cuerpo. ¡Tú perteneces a los nuestros!
—Todos somos hijos de la Diosa —dijo Sugoll—, todos una sola sangre en el gran misterio, gente de Duat y gente de la Tierra destinados a compartir el destino los unos de los otros.
—¡Tonterías! —exclamó Sharn—. ¡Misticismos caducos! Mientras vosotros estabais fuera en vuestras selvas pensando en vuestros nobles pensamientos, los Tanu aplastaron nuestro espíritu con ayuda de sus esbirros Humanos. ¡Ahora es nuestro turno! ¡Hemos conseguido la ventaja, y vamos a ganar!
—Mira —dijo el Lord Aullador, señalando al campo del torneo—. Aiken-Lugonn dirige el final de su demostración.
—Una Caza Aérea —gruñó Sharn—. No podía ser menos.
El monarca Firvulag y el mutante permanecieron uno al lado del otro, observando. Allá en la arena dorada, la pequeña figura del chaliko negro era el centro de un vórtice de iridiscencia. Los caballeros de coloreadas joyas con sus fantásticos corceles estaban ascendiendo en una gran espiral por encima suyo, subiendo arriba y más arriba en el claro cielo azul mientras los ensordecedores cuernos y los tambores iniciaban un crescendo.
—Novecientos caballeros —dijo amargamente Sharn—, y los mantiene todos él, sin ningún tipo de metaconcierto.
—Se están acercando aeronaves —observó Sugoll.
Veintiséis oscuros voladores con el blasón dorado de la mano abierta se dispusieron formando un enorme diamante encima del cono invertido de levitantes caballeros. Las naves rho descendieron verticalmente hasta quedar flotando a unos escasos doscientos metros sobre las tribunas. La red púrpura de los campos de fuerza que negaban el empuje de la gravedad podía verse claramente envolviendo a los aparatos semejantes a pájaros.
De pronto, la música se detuvo.
El pequeño maniquí dorado desmontó de su chaliko y se irguió en pie, con los brazos muy alzados. Los espiraleantes caballeros se detuvieron como congelados en el brillante y transparente aire. Los espectadores emitieron un sonido bajo, luego guardaron completo silencio.
Los campos rho que envolvían la flota de aeronaves parpadearon y desaparecieron… y sin embargo los oscuros pájaros siguieron flotando en el cielo.
—Gran Diosa —susurró Sharn.
Suavemente, los cuernos tocaron la Canción de la Piedra. Cuando terminó, las naves se envolvieron de nuevo con su fuego violeta y partieron como hojas arrastradas por el viento. La Caza Aérea invirtió su espiral, regresó rápidamente al suelo, formó sus rangos, y se alejó al rápido batir de los tambores.
—¿Aún sigues confiando en la victoria, Asombroso Rey? —preguntó Sugoll con voz suave.
El ogro se apresuró a tomar un gran sorbo de cerveza. El enano con el barrilito avanzó trotando, con una expresión vacilante en su rostro de mejillas de melocotón.
—Majestad, no quería molestaros… pero se niega a marcharse.
—¿Quién? —rezongó el Rey—. ¿De qué demonios estás hablando, Hofgarn?
—Un Inferior pide audiencia, sire. Una especie de robusto vagabundo con unos modales muy insolentes que se hace llamar Estrella de la Mañana. Parece creer como si tú lo esperaras.
—Creo que sí lo espero —dijo Sharn muy lentamente. Se volvió a Sugoll—. Gracias por estar con nosotros, Primo. Espero que nos veamos después de la comida, en las carreras de animales, y en la celebración goblinesca de esta noche con tu graciosa Lady. Tienes mi permiso para retirarte.
El mutante se levantó, hizo una inclinación de cabeza, y se alejó para reunirse con los demás en la parte delantera del palco. Sharn pidió más cerveza con un gesto perentorio. Se sacó el pesado casco de cristal, se pasó los dedos a la manera de un peine por su sudoroso pelo, y dijo al enano:
—Tráeme ahora al Inferior, Hofgarn. Y haz que no seamos molestados.
A última hora de aquella tarde, después de que Minanonn hubiera hablado telepáticamente con la base en Goriah diciéndole al comandante Congreve que la curación de los niños torques negros había sido finalmente completada, una sola nave acudió a evacuar el Risco Negro. Se posó en el jardín, con sus largas patas destacando a la jibosa luna de Halloween, la cabina de mandos inclinada como la cabeza de una grulla pensativa, mientras las excitadas madres cargaban a sus hijos a bordo. Fueron seguidos por los pequeños grupos de redactores y coercedores de la Facción de Paz, agotados pero irradiando profunda satisfacción, y el personal del refugio, y los otros pocos residentes que se habían quedado después de que Elizabeth y su séquito partieran hacia Nionel. Basil supervisó la carga del equipaje mientras Minanonn comprobaba mediante una completa vuelta de inspección que el refugio hubiera quedado bien cerrado.
Cuando el Herético regresó al jardín encontró a Creyn y al hermano Anatoli aguardando con Basil al pie de la escalerilla de embarque. Míster Betsy asomó su cabeza, peluca incluida, por la escotilla inferior y dijo:
—¡Apresuraos! No puedo esperar toda la noche. Me he perdido la mitad de la barbacoa Firvulag en el Campo de Oro jugando con mis pulgares mientras vosotros terminabais de quitarles las telarañas a las cabezas de esos pequeñajos.
Creyn dijo a Minanonn:
Sabemos que tienes intención de volar tú solo al Gran Torneo, luego reunirte con la Kyllikki más tarde, cuando esté en alta mar. Anatoli y Basil y yo queremos acompañarte.
—Le pedí a esa terca durachoka que me llevara con ella —murmuró el viejo franciscano—. Le dije que no iba a molestarla para nada. Pero ella se marchó y me dejó. —Sonrió taimadamente—. Lo cual demostró ser providencial.
—¿Pero vais a venir o no? —dijo Betsy irritadamente.
Minanonn alzó una gran mano.
—Podéis iros. Nosotros cuatro parece ser que tenemos que ocuparnos de otros asuntos.
Betsy lanzó un resoplido.
—Apartaos entonces. —La escalera fue retirada, y la compuerta se cerró. Los dos Tanu y los dos Humanos retrocedieron mientras la aeronave ponía sus motores en marcha y adquiría su fantasmagórico revestimiento de reticulada luz. Volutas de humo acre brotaron de las zonas calcinadas en torno a los soportes de sustentación. El pájaro pareció alzar la cabeza y mirar al cielo. Un momento más tarde se elevaba directamente hacia la oscuridad.
El jardín permanecía tranquilo excepto el chirriar de un grillo y el viento soplando entre los pinos. Minanonn dijo:
—Debo ir a los juegos porque soy un viejo adicto no regenerado. Sospecho que vosotros tres tenéis otros motivos muy distintos.
—Queremos a Elizabeth —dijo Creyn— y deseamos salvarla de sí misma. Y quizá detener la guerra que hay en perspectiva.
El aura de buen humor de Minanonn se esfumó.
—¡Hermano Redactor, no voy a permitir que sea importunada, no importa cuáles sean las nobles intenciones que puedan animaros!
—No vamos a hablar ni una palabra con ella —declaró Anatoli—. Es tras Remillard tras quien vamos. Deseamos seguirle el rastro… tiene que estar allí… y apelar una última vez a su buen juicio. —Los ojos del sacerdote se volvieron hacia Creyn—. Basándonos en nueva información recibida.
—¿Acaso estáis locos? —exclamó el antiguo Maestro de Batalla.
Creyn se mostró paciente.
—Nosotros tres conocemos probablemente a Remillard tan bien como cualquiera en el Risco Negro… excepto Elizabeth. No le tenemos miedo.
—Y lo que esperamos decirle —dijo Basil— es muy poco probable que provoque su… esto… ira contra nosotros. Al contrario. Puede que lo impulse a cambiar de actitud.
—Por el amor de Tana, ¿de qué se trata? —preguntó Minanonn.
Anatoli alzó los hombros en clara declinación eslava. Una vez más señaló a Creyn, cuya mente estaba fuertemente cerrada.
—No podemos decírtelo a menos que Elizabeth libere a ese pobre embrutecido lozhn’ii de la estúpida promesa que le hizo.
—Pero obviamente vosotros dos compartís el secreto —dijo Minanonn a Anatoli y Basil.
El sacerdote agitó un huesudo dedo.
—Creyn se lo dijo a Basil antes de que le hiciera la promesa a Elizabeth. En cuanto a mí…
—Busqué el consejo del hermano Anatoli para aliviar mi conciencia cuando pareció que otras consideraciones más importantes pasaban por encima de la promesa que Elizabeth me arrancó —dijo el redactor—. Su juicio, y los tres hemos estado rumiándolo largamente, es que tengo la obligación de proporcionarle esta información al Adversario.
—Todo es justo en el amor y en la guerra —murmuró el viejo franciscano—, ¡y estamos en los dos casos, dai Bog!
Minanonn miró del redactor al fraile y al alpinista con creciente exasperación.
—Si no fuera un hombre de paz, os coercionaría a los tres hasta reduciros a jalea para llegar al fondo de todo esto.
—Simplemente llévanos hasta el Gran Torneo —dijo Basil—. Encontraremos de algún modo a Remillard.
—Tanto Creyn como Basil conocen su firma mental —dijo Anatoli—, y yo utilizaré mi astucia siberiana. Ellos lo localizarán y yo efectuaré la apertura.
—¡Y él te matará tan fácilmente como quien aplasta una mosca! —dijo Minanonn.
—No es un demonio salido de vuestras leyendas Tanu —le dijo Anatoli—. Tan sólo es un hombre. Llevó mis ropas y trabajó conmigo en mi jardín. Hablamos… acerca de algunas de las cosas más condenadas. Os digo que hay una posibilidad de que podamos hacerle cambiar de opinión.
El Herético los contempló desolado.
—Sois un trío de lunáticos, pero os voy a conceder el beneficio de la duda. Volemos. Hay un largo camino hasta Nionel.