El hermano Anatoli estaba desgranando los últimos guisantes mangetout del jardín del Risco Negro mientras Elizabeth, sentada en un banco debajo de un retorcido pino, cosía un agujero en el hábito de lana marrón del fraile. Aguardaban a Marc, que por razones no especificadas había pedido encontrarse con ellos al aire libre, y discutían acerca de la escandalosa absolución del fraile al archi-Rebelde.
—Tan sólo un inocente sentimental pensaría que Marc Remillard se arrepiente de la Rebelión Metapsíquica —dijo Elizabeth—. Haría lo mismo una y otra vez sin pensárselo ni medio segundo.
—Sigo olvidando lo gran lectora de mentes que eres —dijo Anatoli.
—¡Y absolverlo cuando ni siquiera se confesó…!
—¿Por qué crees que me hizo permanecer ahí y escuchar lo que le dijo a sus chicos? ¿Esperas que un hombre como él se arrodille y diga: «Bendíceme, padre»? De modo que lo que hizo fue lo que su orgullo le permitía hacer, el pobre khuy, y si tú fueras algo psicóloga sabrías que durante veintisiete años ha estado lamentándolo sin saberlo.
—¡Palabrería! —Apuñaló la tela con la gran aguja, y estuvo a punto de atravesarse un dedo—. Lo mismo podrías hablar de perdonar a Adolf Hitler o algún otro monstruo infame.
—¡Mira quién hace ascos a la calidad del perdón… la Señorita Escrúpulos, que colmó los oídos y la paciencia de Amerie, la que tiene miedo de confiar en nadie excepto en sí misma! —Anatoli metió un puñado de guisantes crudos en su boca y los masticó furiosamente.
—No estamos discutiendo sobre mí —restalló la mujer—, estamos hablando de un hombre que fue responsable de la muerte de cuatro mil millones de personas y casi destruyó el Medio debido a su retorcida ambición. ¿Cómo puedes ni siquiera pensar en ofrecerle el perdón…?
—¡Nu, el Hijo Pródigo va a recibir un helado recibimiento en tu casa!
—No seas ridículo.
—Lo que es ridículo es una encumbrada pizda intentando poner límites a la piedad de Dios.
—Si crees —dijo fríamente Elizabeth— que puedes eludir la falta de caridad llamándome nombres vulgares en ruso, déjame recordarte que cualquier metapsíquico puede…
Las palabras murieron en su garganta. Anatoli se volvió en redondo para ver formarse una aparición en el extremo más alejado del jardín, donde había un patio de grava. Solamente se materializaron dos negras armaduras cerametálicas, cuyas enormes masas presionaron la grava con un ominoso chirriar. Tras ellas se divisaba una gran consola de ordenador y una colección de armarios de instrumentos que ocuparon casi todo el patio.
—¡Bozhye moi! —susurró el sacerdote.
La armadura de la derecha pareció volverse momentáneamente transparente. Luego Marc estaba de pie fuera de ella, y el cerametal volvió a ser tan sustancial como antes.
—Buenos días, Elizabeth. Hermano.
El fraile ofreció una débil sonrisa y un gesto de su mano. Elizabeth simplemente inclinó la cabeza.
Marc señaló los dos aparatos CE gemelos y los mecanismos auxiliares.
—El otro traje está vacío. Es a título de demostración, para mostrarte mis progresos en teleportación. Todavía no puedo trasladar los módulos de energía.
—¿Es esta… demostración la única razón por la que me pediste que nos viéramos? —preguntó Elizabeth.
—Por supuesto que no. —Marc exhibió su sonrisa—. Te he traído la adaptación del programa de Brendan.
Ella lanzó un grito de alegría, dejó caer el hábito y los útiles de costura, y corrió hacia la figura enfundada en negro. Luego se detuvo de pronto en seco y dejó caer los brazos a sus costados. La sonrisa de Marc se borró.
Anatoli tomó el cesto de guisantes, recogió al pasar el hábito caído, lanzó un disgustado «¡V’yperdka!» a Elizabeth, y se dirigió a la cocina.
Elizabeth enrojeció. Dijo a Marc:
—Lamento haber parecido ingrata.
—Está bien. Comprendo. Y Anatoli es un viejo y grosero campesino, ¿no? Si te sirve de algún consuelo, me ha llamado cosas mucho peores. Parece ser su técnica habitual de consuelo espiritual: la dura corteza sobre el cremoso pastel de jamón… Se preocupa por ti, Elizabeth.
Los dos se sentaron en el banco bajo el árbol, y Marc se quitó los guantes. El traje de presión estaba completamente seco, y no había ninguna señal de las habituales heridas en la frente. Su mente revelaba la huella de una profunda excitación.
—Cuando no supimos nada de ti tras una semana de habernos puesto en contacto, supuse que la solución al problema redactor se te había escapado —dijo Elizabeth.
—Siento que me tomara tanto tiempo. Estaba distraído por otros asuntos, y la adaptación demostró ser un auténtico desafío. Deseaba acortar el tiempo de la operación a la vez que ampliaba las posibilidades para la elección de los miembros de un metaconcierto manejable. Esto es lo que hice. —Y desplegó la construcción.
—¡Pero si es tan simple! —exclamó ella—. La forma en que has sorteado las tediosas maniobras de rastreo y apuntalamiento… e incorporado la operatividad resultante a la siguiente fase redactora. ¿Cómo no pensé yo en ello? Por supuesto, todas las grandes soluciones parecen simples en retrospectiva, ¿verdad? Marc… gracias. Es magnífico.
El elegante edificio mental pareció flotar entre ellos. Elizabeth lo englobó en su memoria con meticuloso cuidado, y entonces Marc se levantó.
—Habrás observado sin duda —dijo— que el metaconcierto no te incluye a ti.
Ella miró hacia otro lado.
—Mejor así.
—¿Estás muy ansiosa por regresar al Medio?
Su voz y su mente arrastraban un aroma de advertencia, y Elizabeth sintió un repentino frío en el corazón.
—¡Vas a oponerte a nosotros después de todo! ¡Has encontrado alguna forma de impedir la apertura de la puerta!
La coerción del hombre la obligó a volverse hacia él.
—Debo hacerlo.
La voz mental de Elizabeth gritó: Anatoli te dijo que…
Él la había cogido de la mano y antes de que ella se diera cuenta de lo que ocurría habían caminado juntos hasta el otro extremo del jardín. El sol del mediodía era fuerte y las dos armaduras, envueltas en el rielar del calor, gravitaban sin rostro sobre ella.
Le oyó decir:
—Podría mostrarte otro mundo donde serías realmente necesitada. Un trabajo educativo que nunca te cansaría. Un desafío sin final.
—No, Marc. —Su voz era firme. Retiró su mano de un tirón.
—Venceré, un día u otro —dijo él—. Debes decirle a Anatoli que la tentación era demasiado grande.
—Sí, lo sé —dijo ella.
Él retrocedió un paso hacia la oscuridad, y al cabo de un momento el patio estaba vacío.
Jordan Kramer entró al puente de la Kyllikki con obvia reluctancia, cerró la puerta tras él, luego lanzó una seca exclamación de sorpresa cuando descubrió a Alex Manion de pie detrás de la mesa de mapas, fuera de la vista casual de nadie del alcázar.
—Maldita sea, Walter… ¿qué está haciendo él aquí?
—Los dos queremos hablarte, Jordy —dijo Saastamoinen.
—Debo volver con Gerry a la cala de popa. Marc volverá pronto del Risco Negro…
—Es por eso por lo que queremos hablar contigo. El tiempo se está acabando. —Pulsó varios botones de la unidad de los automanubrios—. Medio mes, como máximo. Se acerca viento de cara y tenemos todas las velas desplegadas. Suficiente como para arrancar el ancla. Una desventaja de funcionar con velas solares.
Manion, con el docilizador firmemente en su lugar, clavó unos intensos ojos en Kramer y dijo:
—Marc… ordenó… baterías… recargadas… máx. Está… preparado… para… volar.
—¡Jesús, puede pasar por encima del docilizador! —exclamó Kramer.
—Pero es duro para él —dijo Walter—. Sácaselo, Jordy. Tú tienes la secuencia clave.
—¿Te has vuelto loco? —preguntó el impresionado físico.
Manion dijo:
—Tú… te has vuelto… si piensas… que Marc… planea… dejar… vivos… a los chicos. —Lanzó un tembloroso jadeo. El sudor brotó de su frente y manchó su camisa de punto—. ¿Amas… a Marge… Becky… más… que Marc… o no?
—¿Qué tienen que ver mis hijos con esto? —Kramer se había puesto blanco—. Walter… ¿qué infiernos estáis tramando vosotros dos?
—No solamente nosotros, Jordy —dijo el capitán—. Todo el maldito grupo del castillo de proa. Y ahora os queremos a ti y a Gerry. Van Wyk no tiene hijos, pero tú puedes presionarle para que coopere. Con amenazas, si no hay otra cosa. Libera a Alex. No va a intentar coerción. Una mente sometida a coerción no sirve para un metaconcierto.
—Esto es un maldito motín, ¿no? —dijo Kramer.
—Una deducción muy astuta. Precipitado por la orden de Marc de cargar a toda prisa las baterías antes que diera su salto esta mañana. Se le ha metido en la cabeza ir detrás de los chicos y obligarles a someterse… matar a Hagen y Cloud si es necesario, y a los otros que se le pongan en el camino. Tomará los genes para el Hombre Mental de los cadáveres de sus propios hijos y ejercerá coerción sobre todos los supervivientes para llevárselos consigo al mundo Objetivo. Solamente necesita a siete u ocho vivos para un programa de procreación adecuado.
—¡Tú no puedes saber cuáles son sus planes!
—La gran necesidad de energía solamente puede ser con una finalidad, Jordy. Marc está preparado para teleportar todo el complejo CE fuera de la Kyllikki, a algún escondite seguro desde donde pueda efectuar sus movimientos sin tener que preocuparse por nuestra insegura lealtad. ¿Crees que ha estado ciego al estado de ánimo general a bordo durante las últimas dos semanas? Los únicos que aún siguen fieles a Marc y al Hombre Mental son Castellane, Warshaw y Steinbrenner.
—No vas a convertirme en un traidor —estalló Kramer. Entonces su expresión cambió—. ¿Quieres decirme que Ragnar Gathen está también en esta conspiración?
Manion dijo:
—Elaby… estaba… entre… los primeros… que… aceptaron… mis… discernimientos.
—Y Ragnar está con nosotros por la memoria de su hijo… y por Cloud —dijo Walter—, del mismo modo que tú debes unírtenos en bien de Becky y Marge. Marc ha elaborado un nuevo esquema, te lo aseguro. Boom-Boom Laroche lo encontró en la biblioteca estudiando las especificaciones del dispositivo Guderian. E hizo una observación casual a Ragnar hace dos noches acerca de haber estado espiando mentalmente a los Firvulag en su reunión para el torneo río arriba. Algo relativo a los gnomos haciendo torpes e ineficientes esfuerzos por conseguir un metaconcierto. ¿Te das cuenta de las implicaciones que puede tener esto?
Manion dijo:
—Ochenta… mil… Firvulag.
Los ojos de Kramer pasaron de un hombre al otro.
—Todo esto es pura especulación…
Walter se acercó a él, la furia reflejada en su rostro curtido por la intemperie.
—¡Escúchame, Jordy! Una vez Marc teleporte su equipo CE fuera del barco, seremos impotentes para detenerlo. Tenemos que actuar ahora… efectuar una unión mental lo suficientemente fuerte como para superar a Castellane y a los otros dos, y luego sabotear los módulos energéticos.
—Atrapar… a Marc… en el… limbo… gris.
Los dos hombres retrocedieron, aguardando. Kramer tenía la mano apoyada en la manija de la puerta. Sus dientes mordieron su labio inferior mientras un torbellino de pensamientos conflictivos rezumaban de sus minadas defensas mentales.
—Dejadme pensar… ¡Dios, no podéis esperar que tome una decisión como ésta así de pronto! —Tiró de la puerta. Permaneció firmemente cerrada.
Alex Manion canturreó:
Deseemos que la noche no se retarde,
¡Llevamos años y años de perpetua tarde!
—Te necesitamos, Jordy —dijo Walter—. Eres un magnate, la última unidad que necesitamos en la combinación ofensiva. No podemos atacar sin ti, y eso es algo que hay que hacer inmediatamente.
Un pensamiento telepático llegó hasta las tres mentes, una llamada de Gerry Van Wyk desde la cala de popa, radiada con la torpeza habitual en modo declamatorio en vez de íntimo:
Jordy ven aquí ya hombre. Marc está en la superficie.
—¿Y bien? —preguntó Walter a Kramer—. Estamos listos para actuar la próxima vez que efectúe un salto-D. Si estás con nosotros.
Kramer inspiró profundamente. Se apartó de la puerta y se detuvo frente a Alexis Manion. Con una compleja señal, decodificó el docilizador, luego sostuvo la mente que emergía a la superficie hasta que recuperó el completo control de sus facultades.
La puerta del puente se abrió por sí misma. Walter dijo:
—Gracias, Jordy.
—Prepáralo todo —dijo Kramer, y salió apresuradamente.
Manion se masajeó las sienes y parpadeó. No intentó quitarse el dispositivo de su cabeza, y sus ojos eran tan vagos y desenfocados como siempre.
—Cuando sea seguro —le dijo a Walter—, descubre por Jordy adónde planea Marc su próxima excursión. Veré que los otros estén preparados.
Puesto que los gases de escape de la unidad electrolizadora quedaban fuera de los cinco metros de diámetro del pequeño campo sigma, Tony Wayland y sus compañeros cautivos, Kalipin el Aullador y Alice Greatorex, una ingeniero química de mediana edad, pudieron pasar el tiempo transformando el cloruro de disprosio en el elemento puro. Fuera del campo de fuerza, la multitud de ogros Yotunag rechinaban impotentemente sus ensangrentados colmillos y aullaban inaudibles epítetos.
—Finalmente se cansarán y se marcharán —predijo Kalipin. Pero llevaba ya tres horas diciendo lo mismo.
—Cuando no enviemos el informe de las dieciocho, el Rey enviará ayuda —dijo Alice.
Tony lanzó una hueca risotada.
—¡Si la batería de este asqueroso sigma no se agota antes! Y con mi suerte…
El controlador de tiempo del electrolizador lanzó un pitido. Tony abrió su pequeña compuerta y sacó el cilindro de metal del tamaño de un lápiz con unos fórceps. Alice sostuvo una botella abierta. Deslizó el lingote dentro, luego metió un paquetito de deox, y cerró de un golpe la tapa.
Alice numeró la botella y la colocó junto a las otras cuatro.
—¿Os dais cuenta, muchachos, de que éste es nuestro lingote doscientos cincuenta y ocho de disp? Sólo cincuenta y cinco más de esas jodidas cosas y podremos hacer las maletas y largarnos de esta maravillosa Fennoscandia y sus amables nativos.
Fuera, el devastado campo minero era apenas visible como a través de un espejo de un solo sentido. Un nuevo, grupo de deformados monstruos llegó a medio galope desde la dirección de las excavaciones y se reunió con sus compañeros en el golpeteo de la resbaladiza superficie del campo de fuerza con sus martillos-hachas de granito.
—Persistentes —comentó Tony—. ¿Creéis que habrán acabado finalmente con Amathon y los otros Tanu atrapados en el túnel?
Kalipin frunció su rostro ilusorio en una expresión de resignación.
—Mis salvajes parientes suelen persistir en su trabajo hasta que lo terminan. —Vació la escoria del electrolizador, y empezó a cargarlo para la siguiente cochura. Un débil olor a cloro flotaba en el hemisferio que los aprisionaba antes de difuminarse lentamente a través del semipermeable campo—. Esas plumas parecen las que llevaba Lord Amathon en la cresta de su casco. Azul coercedor. Y puesto que él era la mente más poderosa entre los atrapados en el pozo, me temo lo peor. Observaréis también las manchas frescas en los martillos de los Yotunag recién llegados.
—De hecho, prefiero no observarlas —dijo Tony. Conectó el pequeño horno eléctrico y se sentó en su silla. Fuera, las llamas lamían una de las esquinas del destrozado cobertizo del laboratorio. Al cabo de unos pocos minutos el display del electrolizador se apagó—. ¡Mierda! Ahí va la línea de energía.
—Ahora puedes alegrarte de que el sigma funcione a baterías —dijo confortablemente Alice.
Kalipin observó con aprensión el fuego que se iba extendiendo.
—¿Seguiremos a salvo dentro de este refugio?
—A salvo como en el regazo de mamá, amiguito. Cuando el suelo del laboratorio arda y se consuma bajaremos un poco de nivel, eso es todo.
El resplandor estaba haciéndose mucho más brillante. Algunos de los Yotunag arrojaron tizones encendidos contra la frustrante burbuja sigma, sin ningún resultado.
—Malditos sean —murmuró Tony—. No pueden vernos. ¿Por qué demonios mantienen el sitio? Por todo lo que pueden saber, nos hemos largado por debajo.
—Captan telepáticamente nuestra presencia —suspiró Kalipin—. El campo de fuerza es, como has observado, más bien… ¿asqueroso, has dicho?
Alice pasó los dedos por su torque de oro con fatalista buen humor.
—Pero lo bastante fuerte como para impedirnos gritar telepáticamente pidiendo socorro. —Comprobó el pequeño generador sigma depositado en medio del atestado banco del laboratorio—. ¿Os interesa saber cuánta energía nos queda?
—No —gruñó Tony.
—Creo que el fuego está acelerando el consumo. Uno de esos días va a agotarse, me temo… Y yo que daba ya por sentado regresar al Medio y volver a meter mi nariz en las cosas que pasan por allí. ¿Y tú, Wayland?
Tony estaba descargando el electrolizador, volviendo a colocar las sales de disprosio en el depósito. Dijo hoscamente:
—Esperaba vivir aquí en paz con mi esposa. Está en Nionel.
—Lástima —dijo Alice—. Hey… el suelo se está acabando. Agarrad el equipo.
Las llamas crecieron altas y las destrozadas paredes del edificio se derrumbaron a todo su alrededor. A medida que iban disminuyendo de nuevo pudieron tener una visión más clara del campamento. La aeronave de enlace que había aterrizado poco antes del salvaje ataque de los Yotunag era una fundente ruina. Había unos cuantos cuerpos de mutantes tendidos a su alrededor pero, ominosamente, ninguna señal de restos Tanu o Humanos.
Alice sujetó solícitamente el pequeño generador sigma mientras Tony abrazaba el horno eléctrico y Kalipin cuidaba de la seguridad del disprosio embotellado. El banco del laboratorio se ladeó cuando cedió el suelo. Pequeñas herramientas y el depósito del cloruro cayeron. Las sillas y un taburete se volcaron. Los monstruos del exterior, captando la alteración dentro del campo, chillaron y aullaron y golpearon las desmoronantes planchas con sus martillos para acelerar el proceso de desintegración; pero el campo sigma se mantuvo, y finalmente sus ocupantes estuvieron apoyados sobre los estabilizados restos de madera, rodeados de humeantes tizones.
—El fuego parece no preocupar mucho a esos devoradores de cadáveres —observó Alice a Kalipin.
El Aullador se alzó de hombros.
—Sus pies son más resistentes que el cuerno, y se dice que comúnmente utilizan el fuego, incendiando las praderas y los bosques, para acorralar la caza. Los Yotunag son los más terribles de nuestros hermanos mutantes. Ni siquiera los Aulladores de las montañas bohemias son tan crueles e intratables. Esas criaturas se rieron burlonamente ante la invitación de mi Amo Sugoll de que fueran a reunirse con nosotros en Nionel, e incluso se atreven a devorar a algunos viajeros que se atreven a intentar cruzar su territorio para dirigirse al sur desde los Lagos de Ámbar. Oh… los Yotunag están completamente podridos y podridos. No hay la menor duda. Y son tan hábiles como feroces, como prueba la forma furtiva en que han atacado hoy. No les resulta fácil a los Aulladores volverse invisibles, ¿sabéis?
—¿Por qué infiernos no nos dejan solos? —gimió Tony—. No les hacemos ningún daño.
Kalipin alzó un puñado de frascos de cristal con el disprosio.
—Estamos tomando algo de la tierra. Un producto inútil para ellos, es cierto, pero que no por eso deja de ser propiedad suya. Ilmary y Koblerin el Sacudidor y yo intentamos explicarle a ese hombre Trevarthen que deberíamos pagar por los minerales que nos llevábamos con gemas valiosas para los Yotunag. Pero se negó a escuchar, ni siquiera cuando John-Henry y Stosh fueron emboscados y muertos. Su respuesta, y la del Rey Aiken-Lugonn, fue montar más guardias grises con armas del Medio en torno al campamento. Bien… ya vimos lo que ha ocurrido como resultado del mal juicio de Trevarthen.
—Ahora ya está más allá de toda preocupación sobre su buen o mal juicio —dijo Tony—, junto con todo el resto de los que fueron sorprendidos fuera del sigma.
Alice estudió el display del generador del campo de fuerza.
—Y nosotros también vamos a estarlo… dentro de unos diez minutos, calculados grosso modo.
Los monstruos rabiaban, dando vueltas al sigma en medio del humo. Eran unos cuarenta o cincuenta, agitando lanzas con hojas de bronce y hachas-martillo con cabezas de piedra del tamaño de almohadas. Hubo un gran y alegre alboroto cuando un pelotón de brutos cargados con sacos de piel llegaron procedentes de las excavaciones. Los sacos, vaciados sobre el suelo, mostraron estar llenos de provisiones: los restos bien asados de la compañía de batalla. Los Yotunag se lanzaron sobre ellos con gritos de alegría, lanzando de tanto en tanto huesos y otros horribles restos contra la burbuja del sigma. Tony y Alice se pusieron verdes, y Kalipin empezó a encomendar su alma a la piedad de Teah.
Entonces Alice exclamó:
—¡Hey… mirad ahí!
Vieron una serie de relámpagos blancoazulados más allá del cascarón de la refinería primaria. Dos enormes trolls aparecieron corriendo alocadamente por entre las ruinas, tan sólo para ser abatidos por siseantes rayos que los convirtieron en incinerados esqueletos.
—Dulce mierda —dijo Tony—. ¡Hay alguien ahí con un Bosch 414 o algún otro desintegrador pesado! No me digáis que han desembarcado los Marines…
Los monstruos asediadores se lanzaron a la carga en dirección a las renovadas hostilidades. Un cierto número de ellos se volvieron invisibles. Fueron recibidos con una descarga que casi cegó a los cautivos en el sigma pese al efecto de pantalla del campo dinámico.
—¡Ved como nuestro rescatador dispara incluso contra el Enemigo invisible! —exclamó Kalipin—. ¡Gracias sean dadas a la Diosa!
Era cierto. Una vez los ogros visibles fueron desintegrados, el oculto francotirador se dedicó a alcanzar a los blancos invisibles. Al cabo de cinco minutos la extensión de terreno entre el destrozado laboratorio y el cobertizo de refinado estaba lleno de huesos exóticos y ennegrecidos pertrechos metálicos.
El fuego cesó.
El campo sigma chisporroteó y murió al agotarse la batería.
Un alto Humano apareció caminando a grandes zancadas, con el arma negligentemente apoyada contra su hombro y haciendo señas con aire animoso. Tony y Alice y Kalipin salieron de su isla de madera y corrieron al encuentro de su rescatador, lanzando gritos telepáticos de alivio y agradecimiento.
—No os preocupéis —dijo el hombre. Alzó el visor protector que ocultaba sus profundos ojos y lo colocó sobre su rizado pelo gris. Llevaba un ajustado mono negro incrustado con receptáculos metálicos—. Se me anticiparon. Hubiera debido mantener una vigilancia más de cerca a las cosas aquí arriba.
—¡Santo cielo! —dijo Alice en voz baja—. ¡Es Remillard en persona!
Ella y Tony hicieron intentos simultáneos de lanzar un grito telepático. Cuando eso falló, probaron vanamente a echar a correr. Solo el pequeño Kalipin se enfrentó resueltamente al desafiador de la galaxia.
—Bien. ¿Así que nos has salvado del Enemigo solamente para destruir nuestras mentes, Humano?
Marc se echó a reír. Luego su tono se volvió inquebrantable.
—No tengo tiempo que perder. Vuestro Rey efectuará su habitual llamada vespertina dentro de poco. ¿Dónde está el disprosio?
Tony era impotente bajo coerción.
—Cinco varillas, todo lo que hemos conseguido refinar hoy, en la bolsa de Kalipin.
El Aullador tendió las botellas sin una palabra.
—¿Y el concentrado? —preguntó Marc—. ¿Y el extractor iónico?
—Hay una lata de CyCl3 allá donde nos escondimos bajo el sigma. El resto está en ese edificio no dañado entre los árboles. El extractor también está allí.
—Id a buscar la máquina y las sales y traedlo todo aquí —dijo Marc a Alice y Kalipin. Privados de volición, se apresuraron a cumplir lo ordenado. Entonces Marc preguntó a Tony—: ¿Hay algún otro dispositivo de extracción de alta tecnología al alcance de los trabajadores del Proyecto Guderian?
—No que yo sepa —dijo apáticamente el metalúrgico—. Si te largas con éste, el proyecto está acabado. Pero no me importa ni un pimiento.
Marc alzó una sorprendida ceja.
Tony se humedeció los labios, miró a su alrededor para asegurarse de que los otros no podían oírle, y entonces dijo:
—¡Escucha! Yo no soy aliado del Rey ni de su pandilla de fanáticos norteamericanos. Fui obligado a trabajar en el proyecto. ¡Comprueba en mi mente y verás que estoy diciendo la verdad! Todo lo que deseo es volver junto con mi esposa en Nionel. Yo… supongo que no entrará en tus planes el dejarme con vida.
—Parece lo más prudente privar a Aiken de tus talentos únicos —dijo Marc—. Hay otras formas de procesar lantanos.
Los ojos de Tony se nublaron.
—P…pero tomará meses extraer el disp mediante técnicas químicas ordinarias, y el Rey no me necesitará a mí para eso. Todo lo que tienes que hacer es destruir el extractor a iones y el concentrado acumulado, y el proyecto se verá irremediablemente anclado…
—Prefiero dejar abiertas mis opciones sobre el asunto. —Marc sonrió satisfecho cuando vio a Alice y Kalipin salir del edificio allá entre los árboles. El Aullador tiraba de una carretilla cargada, y la mujer llevaba los brazos llenos de pequeñas latas—. De todos modos, no tienes que preocuparte por la posibilidad de que te mate. El disprosio y su equipo de elaboración van a venir conmigo de vuelta a mi barco vía salto-D, y tú con ellos.
El mundo en torno a Tony remolineó. Una enorme masa de color oscuro que recordaba vagamente un equipo de buzo para grandes profundidades estaba materializándose detrás del líder rebelde. Como en un sueño, Tony oyó a Marc ordenar a Kalipin y Alice que apilaran los materiales cerca de la armadura. Luego una voz dijo en su propio cerebro:
Quédate muy quieto. Será mejor que contengas el aliento y cierres los ojos, aunque nuestra traslación a través del limbo gris ocupará solamente una fracción de segundo.
Tony gritó: ¡No! ¡No me lleves! ¡No quiero morir en el hiperespacio! JesúsayúdameohDiosRowane…
Zang.
Tony sintió el abrumador dolor característico de la penetración de la superficie, al que estaba familiarizado por varios viajes superlumínicos entre mundos del Medio. Por un brevísimo instante se sintió helar, sofocar, al borde de que cada una de las células de su cuerpo estallara.
Zung.
Cayó sobre manos y rodillas, abrió los ojos, y vio a Alice y Kalipin mirándole con ojos desorbitados. Un humeante paisaje de Fennoscandia. Huesos esparcidos. Ruinas carbonizadas. Una impresionante armadura negra con un desintegrador Bosch apoyado contra ella. El equipo requisado y las latas y Tony y todo… ¡de vuelva directamente allá donde habían empezado!
Zang.
DiosDiosDiosnooo¡AAAAGH! Ooh.
Zung.
Polvorientos rastrojos cubiertos de ceniza y hollín. Un dedo meñique Humano cortado (no suyo), con dos moscas merodeando a su alrededor. Balbuceos de las mentes del Aullador y de Alice intentando desesperadamente alcanzar al Rey en modo de larga distancia. Mucho más cerca, un sepulcral rugido metálico:
¿A quel putain de gâchis están jugando ahí atrás?… Efecto de banda elástica… Intentémoslo esta vez sin la carga externa…
La forma en la armadura desapareció, dejando a Tony y la carga detrás.
Temblando y sollozando, con los ojos fuertemente cerrados, aguardó a ser arrastrado al limbo gris y al dolor. Pero no ocurrió nada. Alzó la cabeza y vio a la dulce vieja Alice, arrodillada a su lado y radiando una mezcolanza de horror y tentativo alivio. La mujer dijo:
—Creo que se ha ido, muchacho. Pero si vuelve a salir del hiper, voy a cocerle con su propio espetón. —Tenía el Bosch bien sujeto en su mano—. Me he comunicado telepáticamente con el Rey. Envía un volador con ayuda.
Lentamente, Tomy bajó su rostro hasta el suelo y empezó a respirar profundamente.
Dentro de la matriz de negación gris, la mente se aferró a la fundamental pseudolocalización y se concentró en el otro extremo de la catenaria. Encajaba correctamente. No había calculado mal la curva ni el coeficiente de penetración. Completó el salto, alcanzó la superficie, y elaboró la generación del campo upsilon que formaría una abertura al universo normal.
Nada. No se abría. No había ningún campo.
¡De nuevo el efecto de banda elástica! ¡Alcanza el antitérmino forma el campo-u el campo-u el campo-u!
Nada. Había una insuficiencia de energía. El cerebro incandescente se sintió enfriar; los módulos de emergencia de apoyo vital, operando independientemente del circuito intensificador y su energía transdimensional, seguían funcionando, manteniéndolo vivo. No se congelaría, ahogaría, asfixiaría o descompresionaría al menos hasta dentro de cinco días, hasta que los recursos internos de la armadura se agotaran.
A cerebro desnudo, se deslizó a lo lago de la catenaria hasta el extremo de la Kyllikki. El sendero parecía relucir débilmente en el penetrante gris. Hizo presión y empujó contra la testaruda interface, pero no cedió.
Estaba atrapado en el limbo.
La luna llena que ascendía sobre el mar de seca hierba era casi como otro sol… hinchada, ligeramente aplastada por arriba y por abajo, y de un horrible color rojizo en la densa neblina.
El Jefe Burke utilizó su remo como timón mientras la canoa se deslizaba por una amplia curva del Sena, cambiando el rumbo hacia el norte en vez de hacia el este. Los árboles eran escasos allí y casi sin hojas debido a la sequía. No había animales terrestres excepto los ubicuos cocodrilos, y muy pocos pájaros. Sabía que pronto tendría que buscar algún lugar seguro para acampar; pero algo lo animaba a continuar adelante un poco más, a terminar la curva a fin de tener una visión más clara de las aguas que iba a encontrar a la mañana siguiente…
Entonces la vio allí delante, inmóvil sobre la rojiza agua: un enorme bajel con las doradas velas completamente desplegadas, anclada a proa y popa en medio de la corriente.
Maldiciendo, desvió la canoa hacia la orilla derecha, donde un parcialmente desarraigado árbol inclinaba sus ramas sobre el agua y le proporcionaba una ligera protección. Tenía que ser la Kyllikki. Sacó su monocular y la estudió. Estaba a menos de 200 metros de distancia, inmóvil en la calma del atardecer. No había el menor asomo de ninguna barrera mecánica o metapsíquica a su alrededor. Las cubiertas parecían desiertas.
Burke volvió a meter el pequeño instrumento óptico en su estuche, tomó su torque de oro y llamó:
Aiken. La he encontrado.
… Gracias Jefe voy de camino.
Dentro de la barricada cala de popa de la goleta, la voz de Patricia Castellane se alzó en un desesperado grito.
—¡Lo han desconectado! ¡Está atrapado! Ayudadme, Jeff… Cordelia… proporcionadme todo lo que tengáis. Todavía no lo han roto todo, solamente han abierto el CE principal y el terminal redundante en la sala de energía. ¡Puedo crear un puente! Simplemente alimentadme… ¡hacedlo hasta la sobrecarga, maldita sea!… todo lo que podáis darme. ¡Marc, atraviesa! ¡Marc!
La cala, que estaba completamente a oscuras con el fallo de la energía, resplandeció cuando tres cuerpos aparecieron repentinamente envueltos en torbellineantes descargas de relámpagos psíquicos. Un triple grito mental acuchilló el éter. Los reactivados paneles de los displays e indicadores señalaron que el equipo estaba de nuevo en línea. Un negro fantasma parpadeó y se solidificó en su habitual molde de madera.
En el altavoz del ordenador resonó una voz inhumana:
VOSOTROS LOS DE LA SALA DE ENERGÍA. RETIRAOS O MORIRÉIS. OS ORDENO QUE VOLVÁIS A CONECTAR LA ENERGÍA PRINCIPAL DEL CE AHORA.
Jess Steinbrenner y Cordelia Warshaw cayeron al suelo. Patricia se apoyó dificultosamente en la consola del ordenador y susurró:
—Todo está bien. La energía ha vuelto. Estás a salvo, Marc…
Una imagen de su rostro le sonrió desde el ciego casco negro.
Gracias, Pat. Querida Pat.
Una mano se tendió hacia él.
—Ve. Tendrás que teleportarlo todo fuera de aquí. Todos los demás… se han vuelto contra ti. Escapa, Marc. Luego ya te ocuparás de lo otro.
Por última vez, la mente resplandeció con la energía creativa-coercitiva de una dirigente; luego todo pensamiento se extingue, y su cuerpo cayó al lado de los otros dos sobre las ásperas planchas de roble.
La voz amplificada de Marc resonó a través de todo el casco de la nave:
ABANDONAD LA SALA DE ENERGÍA. TODOS.
Fuera de la Kyllikki hubo un tremendo retumbar sónico. La goleta se bamboleó.
Absorbió energía, ignorante del riesgo, absorbió una cantidad mayor de la que nunca había intentado allí en el plioceno. ¡Sí! Completamente cargado, hizo girar el campo upsilon y formó una enorme puerta hiperespacial. Su mente designó las piezas del equipo que debían ser trasladadas: todo el complejo CE, algunas armas, provisiones, en total más de once toneladas de masa. ¡Qué fácil eran de alzar! Con qué tranquilidad empujó su carga y a sí mismo a través de la abierta superficie… y la cerró en las narices del frustrado Adversario Dorado.
Zang.
… Un lugar perfecto para ocultarse, descubierto telepáticamente hacía semanas.
Zung.
La materialización en el lecho del profundo y seco curso de agua debió ser visible a ojo desnudo durante menos de un segundo. Luego el mecanismo absorbente del camuflaje que anteriormente había protegido a la Kyllikki cliqueteó a la existencia, retorciendo los rayos lunares para formar una ilusión que, vista desde arriba, cubría el barranco con un techo de aparentemente sólida tierra.
Tras varias horas el camuflaje fue desconectado, y el barranco pareció tan desprovisto de vida como antes. Pero la pequeña cueva donde se habían ocultado Madame Guderian y Claude Majewski había sido ahora enormemente ampliada para albergar a un nuevo inquilino. Salió brevemente después de la medianoche y se sentó bajo la vieja acacia que colgaba sobre el borde del cañón, contemplando el hemisferio del campo de fuerza que envolvía el Castillo del Portal allá al final de la ladera, al sur. Unas pocas liebres y algunos otros merodeadores nocturnos se aventuraron a trepar hasta allí e inspeccionarlo, pero huyeron rápidamente ante el frío, terrible contacto de su mente.