Durante aquella Tregua antes del Crepúsculo, parecía como si casi todo el mundo en la Tierra Multicolor estuviera en movimiento.
Los Tanu siempre habían asistido a los juegos; pero aquel otoño, el Rey dictó una extraordinaria proclama, ordenando que todos los Humanos —incluso aquellos que habitualmente se quedaban cuidando de las ciudades y plantaciones y otros establecimientos— asistieran al Gran Torneo. Así que partieron todos para gozar de las vacaciones, gente torcada con oro y plata y gris, y los siervos cuellodesnudos también. Las ciudades, con excepción de la capital y Roniah, que albergaba a los viajeros, quedaron casi completamente desiertas excepto por los fieles ramas. La invitación del Rey se hizo extensiva incluso a los Humanos fuera de la ley, y éstos llegaron de las selvas españolas, de las altas Helvétides y del Jura. La orden real llegó hasta los pantanos de Burdeos y la cuenca de París y los fantasmales bosques de la melancólica Albión. Atraídos tanto por la perspectiva de la diversión y la comida y bebida gratis como por la curiosidad sobre la importancia del decreto del Rey, más de 45.000 Humanos partieron hacia Nionel y el Campo de Oro… virtualmente todos los que residían en la Europa del plioceno. De ellos, quizá 1.500 eran oros operantes, y dos veces ese número estaban torcados con el precioso metal pero carecían de poderes mentales significativos. Había 4.200 platas, unos 8.500 grises, y por debajo de los 20.000 cuellodesnudos que habían aceptado voluntariamente la servidumbre Tanu. Los Inferiores libres sumaban unos 8.000, pero más de la mitad de esos eran ya residentes en Nionel.
Tadanori Kawai estaba entre los pocos que supieron de la proclama del rey y la rechazaron educadamente. Deseaba cuidar su delicada salud, y había mucho trabajo que hacer preparando Manantiales Ocultos para la estación de las lluvias.
Stein Oleson oyó la proclama y la ignoró. Su intuición de vikingo le dijo lo que el Fimbulvetr presagiaba, y supo que el Campo de Oro no era lugar ni para él ni para su familia.
Huldah Henning, allá en la isla de Kersic, nunca supo del anuncio real, ni hubiera aceptado su invitación. Estaba en su octavo mes, y el trihíbrido hijo de Nodonn el Maestro de Batalla se agitaba turbulentamente en su seno.
A sus súbditos metapsíquicamente operativos el Rey Aiken-Lugonn envió un mensaje más sombrío: asistid al Torneo preparados para cooperar en metaconcierto, o corred el riesgo de que el Enemigo conquiste nuestras tierras.
La respuesta fue de abrumadora fidelidad. Todo portador del oro en el reino que no se hallaba en el umbral de la paz de Tana o en la Piel partió obedientemente hacia Nionel: unos 2.400 Tanu purasangres y algo menos de 5.000 híbridos. Junto con los oros y platas Humanos operativos, las mentes puestas al servicio del Rey en previsión del Crepúsculo totalizaban unas 13.000.
Sin contar los Aulladores, había más de 80.000 Firvulag.
Un día a mediados de octubre, cuando la Feria de Roniah estaba en todo su apogeo y el aire se estremecía a una temperatura de treinta y cinco grados y los cúmulos se arracimaban en torno a los flancos del humeante volcán del Mont-Dore, ¡el terrible prodigio apareció!
Los viajeros del Gran Camino del Sur inclinaron sus cuellos y se inmovilizaron, observando el resplandeciente cielo del atardecer. Sus mentes y voces lanzaron gritos de desconcierto, sorprendido reconocimiento, o casi pánico… según que el observador fuera Tanu, Humano o Firvulag. Los chalikos, hellads y la variada colección de hippariones y semidomesticados antílopes que la Pequeña Gente cabalgaba o conducía se asustaron apenas lo vieron. El camino, los terrenos de la feria en Roniah, y los campamentos adyacentes se vieron sumidos en un rugiente estruendo de animales asustados, carcajeantes Humanos, divertidos Tanu y ultrajados Firvulag.
Al principio pareció como un oscuro y flotante pez. Tenía gruesas aletas y una nariz en forma de aguja, y parecía estar nadando en el denso y caluroso aire con siniestra deliberación, haciéndose más y más enorme a medida que se acercaba al suelo. Franjas de fuego púrpura, como una red débilmente reluciente, lo envolvían. (Y revelaron a los antiguos ciudadanos del Medio que no podía ser otra cosa más que una nave rho, pese a su muy poco ortodoxa configuración.) Un aterrado Humano lanzó un golpe de psicoenergía mientras la cosa flotaba sobre su cabeza, y sus conciudadanos gimieron en voz alta, temerosos de un contraataque.
Todo lo que ocurrió fue que se abrió como una compuerta en el vientre de la cosa. Pareció dejar escapar miles y miles de flotantes huevos amarillos, que cayeron en cascada sobre la multitud como freza de salmón. La aeronave fue de un lado para otro, descargando sus entrañas; y un tipo distinto de exclamación brotó de la multitud cuando resultó claro que el gran despliegue de huevas de pescado no era otra cosa más que globos. Cada uno de ellos, cuando estalló, derramó su contenido de caramelos o frutas escarchadas o pastelitos o bombones de licor. (Y algunos de los Tanu susurraron: «¡Mercy-Rosmar!», recordando su gentil manifestación de poder en el último Gran Combate.)
El blanco de todas las miradas se alzó entonces hasta el cénit y flotó allá completamente inmóvil en medio del aire, a no más de 150 metros por encima del atestado recinto de la feria. Parecía gigantesco, como una gran flecha empenachada, negro bajo el parpadeo violeta. De la abierta escotilla de su vientre surgió ahora un flujo de globos como lustrosas uvas. Parecían estar animados por un movimiento propio, y danzaron y giraron y flotaron y cabriolearon en el cielo como frenéticos protozoos.
La aeronave procedió a derribarlos. Un rayo blancoazulado brotó de su morro, mientras otros rayos verdes, rojos y amarillos surgían en una docena de ángulos distintos de los bordes de las aletas. Hubo secas detonaciones. La gente gritó. Nubecillas de humo multicolor se disolvieron en bocanadas de perfume y en una lluvia de resplandeciente confetti.
La enhiesta cosa negra empezó a cambiar. Sus rechonchas aletas se expandieron hasta convertirse en alas y se agitaron, de modo que todos los observadores pudieron ver un reluciente emblema dorado en su parte inferior, la clásica mano del Rey Aiken-Lugonn. Luego también el emblema cambió. El dedo impúdico dejó paso a una mano completamente abierta, la palma por delante, con los dedos juntos, en el digno gesto que la mayoría de Humanos reconocieron como el saludo entre los ciudadanos operativos del Medio. Entonces la aeronave empezó a elevarse rápidamente, y hubo aplausos por parte de los súbditos del Rey y dispersos gritos de «¡Slonshal!». Pero luego todos guardaron silencio, porque la nave blasonada con la dorada mano ocupó su lugar en la punta de una formación en V de otras naves idénticas a ella que aparecieron deslizándose desde el sur a una altitud de varios miles de metros. En total eran veintisiete voladores, nítidamente recortados contra el cielo, como una bandada de patos salvajes. Permanecieron a la vista de la multitud de Roniah durante cinco minutos antes de partir con una celeridad que sólo la carencia de inercia podía conseguir y desaparecer en un retumbante estruendo sónico.
Dougal, sentado en el asiento del copiloto, lanzó un pensativo suspiro.
—Nunca hubiera podido creerlo sin el sensible y cierto testimonio de mis propios ojos… ¿Cómo demonios conseguiste esas cabriolas, mi señor?
Aiken se echó a reír.
—Creatividad, chico. Trucos de la mente. Una ilusión aquí, una genuina manifestación allí, una máquina cerametálica completamente negra que es absolutamente real, y un toque de personalidad real para acabar de impresionarles y cerrar al final sus bocas.
—Extremadamente llamativo —dijo Míster Betsy, haciendo una mueca remilgada. Permanecía en el puesto de navegante en la cabina de mandos, vestido para la ocasión con un mono de vuelo malva todo lleno de cremalleras doradas, una esponjosa peluca roja, y una pequeña y discreta diadema de amatistas cabujón—. Un gran bluff, eso es lo que fue.
—Prefiero pensar en ello como en una demostración de fuerza —dijo el Rey. Sonrió por encima de su hombro al Instructor de Vuelo Real.
—Los dieciocho reclutas pilotos están jugándose la vida simplemente para mantener su vuelo recto y nivelado, y tú lo sabes. Vamos a tener que sudar mucho para que sean mínimamente competentes en vuelo cuando llegue el Torneo… y olvidémonos de enseñarles las técnicas de combate aéreo.
—Tengo toda mi confianza en ti —dijo el Rey—. ¡Mira lo bien que me enseñaste a Mí! —Tomó el comunicador radio y dijo a su escuadrón—: Muchas gracias a todos, damas y caballeros. Nuestra demostración aérea ha sido un gran éxito. Esperemos que haya alzado los corazones de nuestros amigos y desanimado al Enemigo. Ahora podéis volver a la base de Goriah y tomaros libre el resto del día.
Míster Betsy ajustó el exótico scanner rastreador del cielo para observar la partida. Suspiró.
—Torpes como ellas solas. Son esas condenadas alas. Sólo una tecnología muy decadente le pondría alas a una nave rho.
—Pero —dijo Dougal—, equipadas así, son terriblemente impresionantes al ojo incrédulo… y las alas son también un lugar malditamente bueno para montar la batería auxiliar de desintegradores.
Míster Betsy lanzó un mordaz bufido.
—Las armas, querido señor bromista, solamente son útiles cuando dispones de artilleros competentes. Debo recordarte que Stan y Taffy Evans son las únicas personas con el entrenamiento adecuado, mientras que los otros seis pilotos Bribones y yo somos tan nulos en el combate como los reclutas. Dudo que ninguno de nosotros pudiera acertarle al Mont-Dore a quemarropa… y la señorita Wang se pone histérica ante el solo pensamiento de tener que disparar.
—Si los Firvulag se interponen entre ella y la puerta del tiempo —observó secamente Aiken—, puede que se le pasen todos los histerismos. —Accionó los controles, y el cielo fuera del volador se convirtió de cobalto en negro salpicado de estrellas—. Hay esperanzas para vosotros los incompetentes, de todos modos. Yosh Watanabe está preparando unos rastreadores de blancos robot para el armamento. Mientras los fantasmones no monten una Caza Aérea, esos buscadores de blancos se encargarán de casi todo en las operaciones aire-a-tierra.
—Entonces solamente faltará una cosa —dijo Betsy—. ¡Campos de fuerza para las naves que no tengan que ser neutralizados a cada ráfaga!
—Lo siento —dijo el Rey, incómodo—. Todo lo que tenemos son sigmas pequeños. Y el armamento que hay a nuestra disposición simplemente no es compatible. Habrá que desconectar el campo antes de disparar. Estoy intentando elaborar un método de escudo metapsíquico… asignando a varios buenos creativos a cada nave. Pero me temo que si la guerra debe comenzar, voy a necesitar de todas las mentes fuertes de que pueda disponer para mi propio metaconcierto. En todo ataque importante, el Cuerpo Aéreo tendrá que hacer lo mejor que pueda con armas y pantallas convencionales.
—¡Sopla, viento! ¡Ven, naufragio! —declamó Dougal—. ¡Al menos moriremos con los correajes puestos!
—¿Por qué no te callas, tonto anacrónico? —silbó Betsy. Entonces pareció darse cuenta por primera vez de que se hallaban muy arriba en la ionosfera. La extensión de la Penillanura Septentrional se extendía debajo de ellos como un mapa de relieves marrón y ocre, cruzado por verdosos cursos de agua.
—¿Dónde nos estás llevando? —preguntó impertinentemente al Rey—. No estoy de humor para paseos.
—No se trata de ningún paseo —murmuró el Rey—. Ahora que puedo pilotar uno de esos pájaros con mediana incompetencia, pensé que valía la pena echar una cautelosa mirada al río Sena. Han pasado cuatro días desde que Marc recibió las malas noticias por medio de Elizabeth, y sigo sin tener ni un atisbo de él. Así que es buen momento para efectuar una exploración aérea.
—¡Por los clavos de Cristo! —exclamó la encarnación de la Buena Reina Isabel—. ¿Y qué ocurrirá si el bruto intenta lanzarnos una andanada?
Estamos fuera de alcance de los desintegradores 414. Hagen dice que no hay nada más pesado en la Kyllikki, ahora que los láseres X están inutilizados.
—¡Remillard puede efectuar un salto-D a bordo!
—No sabe que estamos aquí. Estamos demasiado altos para que pueda vernos, y no tiene ninguna razón para estar rastreando los cielos en este preciso momento. Ahora deja de incordiar, hombre, y conecta ese rastreador de superficie. Sigue la curva del río empezando por el estuario.
Rezongando, Betsy hizo lo ordenado.
El Rey se relajó en su asiento, mirando pensativamente a las estrellas diurnas. Al cabo de un momento le dijo a Dougal:
—Odio admitirlo, pero he tenido que renunciar a intentar imaginarme lo que hará Marc Remillard a continuación. Sospecho que realmente no esperaba que respondiera a mi invitación al Gran Torneo. Es muy difícil que abandone sus planes después de tantos años, simplemente porque sus chicos se han marchado de su lado. Elizabeth dijo que fue un gran golpe, sin embargo, y que puede que le haga reconsiderar las cosas. Y yo vi por mí mismo que realmente ama a sus chicos.
—El amor no es el amor —murmuró Dougal— cuando se mezcla con otras consideraciones que se le ponen por delante. Como tú deberías saber.
—Me gustan los enemigos a los que puedo ponerles una etiqueta —se quejó Aiken—. ¡Sharn y Ayfa! ¡Nodonn! Incluso Gomnol, malditos sean sus muertos ojos. Pero Marc es de una raza distinta. Tan malditamente encantador…
—Uno puede sonreír y sonreír y ser un villano.
El Rey parecía estar hablando consigo mismo.
—No puedo dejar que Remillard me atormente. Debo seguir adelante con mis deberes reales, aunque eso signifique que él pueda echarme la zarpa encima cuando menos me lo espere. Pero si pudiera descubrir dónde se oculta… ¿Alguna señal? —preguntó a Betsy.
—Negativo —gruñó la isabelina de guardarropía.
—La voluntad del rey —dijo Dougal— no es la suya propia. Como ocurre con todas las personas valiosas, no puede decidir para sí mismo, puesto que de su elección depende la salud y la seguridad de todo el estado. ¡Así pues, mi señor, sé decidido, valiente y resuelto! Ten la fortaleza del león, sé orgulloso, y no te preocupes de quién se irrita, quién teme, o quién conspira contra ti… ¡porque si es cierto que el día de la condenación está cerca, entonces moriremos todos, así que muere alegremente!
Apoyó ambas manos en el blasón del león coronado de sus ropas de caballero.
Aiken contempló el dorado emblema.
—Quizá debiera haber tomado el león como enseña en vez de la mano. —Frunció el ceño—. Dougie, lo he visto antes. Allá en Dalriada, cuando era tan sólo un delincuente juvenil disturbando la paz de los demás. ¿Qué significa el emblema del león?
—Es Aslan, por supuesto —dijo el loco—, y una antigua divisa entre nuestra gente escocesa también, con su leyenda ’S Rioghal Mo Dhream… Real es Mi Raza. Es el timbre del Clan Gregor.
Aiken dejó escapar un profundo suspiro.
—¿Y ese es el nombre de tu familia?
—No. Yo nací Fletcher… una tribu del clan. Pero aquél al que busco desde hace tanto tiempo es un MacGregor desconocido. Es padre, y sin embargo no es padre. —El caballero loco dirigió una sonrisa al Rey.
Aiken se reclinó en el asiento del piloto y se echó a reír a carcajadas.
—¡Primero nace y luego arraiga! ¡Inapreciable! —Abrió un bolsillo de su pierna, sacó un pañuelo blanco y se secó las lágrimas del rostro—. Gracias, Dougie, necesitaba eso.
El medievalista dijo suavemente:
—Mi señor, recibe toda la alegría que puedas. Larga es la noche que nunca encuentra el día.
—Si puedes controlarte —interrumpió acerbamente Betsy—, puede que te interese echarle un vistazo a esto. Vuestra Majestad. He registrado todo el río desde el golfo de Armórica hasta su confluencia con el Nonol justo debajo de Nionel. El único objeto remotamente anómalo que puedo localizar a través de este bárbaro rastreascopio esta aquí… un poco más de un centenar de kilómetros tierra adentro.
El Rey frunció el ceño al display.
—Aumenta al máximo. No, eso lo hace aún más impreciso. Y mira como salta la maldita cosa de un lado para otro, yendo arriba y abajo por el río como un fuego fatuo.
—Te dije que era anómalo —indicó Betsy—. Puede que sea algún oscuro efecto gravomagnético, o un fallo en el circuito de imagen. Después de todo, el pobre rastreascopio tiene al menos mil años de antigüedad. Por otra parte…
—¿No has descubierto a ese duendecillo travieso en ninguna otra parte del río?
—No. Podemos descender a menor altura, por supuesto, o sondear con un haz detector o con tus metasentidos.
—No creo que debamos arriesgarnos a eso —dijo el Rey—. Si es la Kyllikki, deben tener el baile de san Vito.
—La mejor parte del valor es la discreción —citó Dougal.
—Y yo tengo una reunión de la Alta Mesa en el Castillo del Portal dentro de una hora —añadió Aiken—. Si Marc tiene ganas de jugar un poco, dejemos que lo haga. Por ahora.
Había otros viajeros recorriendo la Tierra Multicolor además de aquellos que se encaminaban al Campo de Oro, y Mary-Dedra, el ama de llaves del refugio del Risco Negro, acudió a hablarle a Elizabeth de los últimos llegados.
—Seis más inmediatamente después de comer. A pie, sin provisiones, y habiendo enviado de vuelta a sus escoltas antes de iniciar el último tramo de la subida hoy. Eso hace veintidós en total. Nueve Humanas, el resto Tanu.
—Pero no hay nada que nosotros podamos hacer —exclamó Elizabeth—. ¿No les has dicho eso?
—No aceptan un no por respuesta.
—Oh, querida. Supongo que tendré que tratar yo misma con ellas. —Elizabeth apretó los dedos contra sus doloridas sienes, intentando apelar a un impulso autorredactor. Pero había estado demasiado tiempo en modo telepático, buscando a Marc y la goleta, y el cansancio y algún perverso bloqueo mental frustraban la curación. Envió una súplica a Creyn en modo íntimo, luego dijo a Dedra—: Será mejor que las hagas subir a todas aquí… sin los niños… y yo intentaré explicarles las cosas tan suavemente como me sea posible.
La telépata Humana asintió con la cabeza y abandonó la habitación. Elizabeth se sentó en una silla junto a uno de los grandes ventanales, que permanecían abiertos a la brisa que venía del norte. El calor había iniciado su segunda erupción, iluminando la polvorienta ladera verde con manchas de carmín y delicado rosa. El hermano Anatoli trasteaba en el jardín de la cocina allá abajo, y cerúleas tórtolas se arrullaban en los maderos sustentadores de las enredaderas del refugio.
Creyn cerró suavemente la puerta tras él. Elizabeth le envió una muda súplica mientras el Tanu avanzaba a largas zancadas hasta su silla y extendía sus manos encima de la cabeza de la mujer. La dolorosa pulsación cesó.
—Gracias. —Dejó que sus ojos se cerraran. Las manos descendieron hasta descansar suavemente sobre su pelo mientras el Tanu permanecía tras ella.
—¿Has encontrado algo? —preguntó.
—Ni rastro. Marc debe estar utilizando algún tipo de pantalla artificial. No un sigma, eso irradiaría como un faro baliza, sino algo absorbente que se traga mi haz mental en vez de reflejarlo. Nunca tuve mucho que ver con tales mecanismos allá en el Medio, así que no tengo contraprograma para ellos. La mayor parte de mi telepatía está orientada a la comunicación, a hablar a distancia con otros maestros e intercambiar información entre los mundos del Gobierno Humano. Los telépatas rastreadores operan en una esfera completamente distinta. —Dándose cuenta de que estaba balbuceando, calló. Al cabo de unos momentos dijo—: Quizá Marc haya hecho lo inesperado después de todo. Irse a otro planeta y llevarse a los otros con él.
—Lo dudo. Se ha visto privado del objetivo de su vida… o se verá si acepta el rechazo de sus hijos. No se sentirá satisfecho hasta que descubra el nuevo trabajo que ha de tomar el lugar de su fracasado sueño. Yo hubiera podido decírselo… incluso haberle proporcionado el programa del mitigador que hubiera hecho su trabajo posible. Pero fui un estúpido e intenté hacer un trato con él.
Distraída, Elizabeth no se dio cuenta exactamente de lo que él le estaba diciendo. A la cortés manera de los metapsíquicos, él abrió el más profundo nivel de su mente como explicación, recapturando el recuerdo de su último encuentro con Marc. La petición. El rechazo.
El desconcierto nubló la comprensión de Elizabeth.
—¿Un nuevo trabajo para Marc?
Creyn asintió.
—La Diosa consintió en proporcionarme la intuición. Pero cometí un error no transmitiéndosela libremente. Mi única disculpa es que era un hombre desesperado.
—¿Deseabas que Marc aplicara el programa redactor de Brendan a tu mente? —Elizabeth se mostró incrédula—. ¡Pero eso no hubiera funcionado nunca! Eres un adulto, lastrado con los habituales esquemas de pensamiento de años… ¡siglos! Oh, querido, lo siento. Pensaste… pero aunque una redacción así hubiera sido posible, nunca hubiera podido cambiar las cosas entre nosotros.
—Ahora lo sé. —Sonrió tranquilizadoramente—. Otra intuición concedida por Tana, aunque tardíamente. Y entonces no había visualizado aún tu propio papel en el trabajo, no había apreciado el significado de la inevitable dualidad. Mis emociones nublaron de nuevo mi pensamiento.
Ella frunció el ceño.
—Estás hablando en acertijos, Creyn. ¿Qué trabajo?
Él se lo mostró.
—¡Dios mío! —exclamó Elizabeth—. ¿Estás loco? —El horror y la revulsión fluyeron de su mente antes de que situara bruscamente sus pantallas en su lugar. Se reafirmó y dijo con voz calmada—: Tu profunda decepción ha afectado a tu juicio más seriamente aún de lo que te das cuenta. Creo que muy pronto lo comprenderás por ti mismo. Pero debo pedirte… quiero que me lo prometas… que nunca hablarás de esta idea a nadie. Sobre todo no a Marc. Por favor, Creyn. Si te importo algo, tienes que prometérmelo.
Las barreras del Tanu descendieron como una garantía de sinceridad.
—Lo prometo. Es bastante con que tú lo sepas.
—Todo el asunto es inútil. Además, los dos sabemos muy bien lo que Marc decidirá hacer. En cuanto al resto… —Agitó la cabeza—. Has sido infectado por la lunática presciencia de la Esposa de la Nave, no tocado por la sabiduría de Tana.
—Quizá. —Se dio la vuelta—. Perdóname si te he insultado. Pero como solución, desplegaba una elegante inevitabilidad…
—No lo menciones de nuevo. Dios sabe que ya tengo bastantes cosas de las que preocuparme.
Hubo una llamada en la puerta, y el pensamiento anticipado de Dedra. Elizabeth se levantó mientras la puerta se abría, y se endureció para prepararse a recibir a las madres de los bebés torques negros.