3

Basil abrió los ojos a una confusa oscuridad. Había por todas partes una rojiza iluminación y, sobreimpuesto a ella, como un sutil retorcimiento, un ramificado e intrincado esquema como venas. Oyó el suave y regular silbido de la resaca. Oyó un ahogado batir cardíaco: dum-dum (pausa) dum-dum (pausa) dum-dum (pausa). Su memoria le proporcionó un ritmo que encajaba: «Zwei Hertzen in Dreivierteltakt.» Pensó: No, solamente es un corazón al ritmo de tres por cuatro. El mío. En un seno artificial.

—Correcto, viejo amigo.

Un resplandor pálido flotó por encima del nivel de sus ojos. La nebulosidad se vio bruscamente aclarada cuando algo crujiente y transparente, parecido a una membrana de plast, fue arrancado de encima de su rostro. Vio a un ángel de El Greco llevando un torque de oro.

—Hola, Creyn —le dijo al ángel—. ¿He estado en la Piel?

—Durante dos días.

—Me siento muy cómodo —dijo Basil. La luz se hizo un poco más brillante y alcanzó un espectro más normal. Fue consciente de la presencia de otros Tanu en lugares un poco más oscuros de la estancia. La madera tallada, las paredes de estuco y los barrocos postigos de las ventanas eran ciertamente los del refugio del Risco Negro—. Así que me trajo aquí. ¡Espléndido, perfecto! Pero seguramente mis huesos aún no se han soldado de nuevo.

—Ahora lo veremos. —Creyn siguió desenvolviéndolo, metiendo la membrana usada de la Piel en una bolsa escarlata. Dijo por encima de su hombro—: Lord Sanador, ¿tienes el microscan?

Un Tanu aún más alto, vestido como Creyn con ropas rojas y blancas, se acercó. Sus ojos con pupilas como puntas de aguja tenían un color azul pálido con asomos de otros colores, algunos opalinos. Excepto por las profundas arrugas en torno a su boca, su rostro era juvenil. Su pelo era como finísimos y enroscados hilos de platino.

—Notable —dijo finalmente Dionket—. El programa de reparación acelerada de los tejidos del Adversario ha restaurado completamente el tobillo. La tibia muestra aún una regeneración incompleta en la cavidad medular, pero parece completamente adecuada para su función normal de sustentación.

Cinco mentes Tanu entonaron: Gracias sean dadas a Tana.

Basil añadió fervientemente: ¡In saecula saeculorum!

Notó que una especie de armazón soporte era retirado de su cuerpo. Luego estuvo erguido sobre sus propios pies, y se dio cuenta de que estaba completamente desnudo. Descendió de una especie de pedestal.

Creyn le dirigió una sonrisa.

—¿Te sientes débil?

—Ni una pizca, viejo amigo. Sólo espantosamente hambriento.

Creyn lo ayudó a vestirse con una túnica de algodón blanco y unas zapatillas.

—Esos sanadores que te han ayudado son Dionket, antiguo Presidente de nuestra Liga de Redactores, Lord Peredeyr el Primer Llegado, Meyn el Insomne, y Lady Brintil.

—Gracias por vuestra… esto… ayuda profesional —dijo Basil—. Me sorprende que hayáis podido hacer el trabajo tan rápidamente. Creía que el tratamiento de la Piel para heridas como éstas era considerablemente más largo.

—Normalmente lo es —dijo Dionket— cuando se emplean las técnicas redactoras tradicionales. Pero contigo hemos empleado un método experimental… una operación concertada intensiva implicando a cinco sanadores en vez de uno.

—Hummm —dijo Basil—. Me alegra haber podido aprovecharme de ella.

Dionket y los otros tres tocaron un momento la mente de Basil a través de su torque gris, luego se fueron. El ex catedrático le dijo a Creyn:

—También debo agradecerle a mi rescatador el haberme sacado del Monte Rosa. Supongo que Remillard ya no debe estar aquí.

El rostro de Creyn no mostró ninguna expresión.

—Está aquí. Fue su modificación del programa de la Piel la que utilizamos para curarte.

—¡Por Judas! Entonces tengo que darle doblemente las gracias, ¿no es así? —Salieron de la enfermería y subieron unas amplias escaleras que conducían al primer piso del refugio—. No me importa decirte que para mí fue un auténtico shock, el verle allí arriba en la cima de la montaña, todo acorazado como algún arquetípico dios de la máquina. En realidad no vi nada del hombre en sí. La perspectiva de verlo cara a cara resulta un tanto inquietante… el desafiador de la galaxia, el modelo metapsíquico que se convirtió en el más odiado villano que nuestra raza conociera nunca…

—Come tortilla de champiñones y maíz tostado con el hermano Anatoli —dijo Creyn—. Y pone los pies en el guardafuego de la chimenea para calentárselos en las noches tormentosas como ésta. Y olvida bajar la tapa de la taza cada vez que acude al water.

Basil se echó a reír.

—Comprendido. Al fin y al cabo, uno de nosotros, ¿eh?

—No —dijo Creyn—. Pero creo que le gustaría serlo.

Basil hizo una pausa arriba en las escaleras. Sus ojos se cruzaron con los del Tanu que se había convertido en su amigo en el largo éxodo desde la inundada Muriah.

—Bleyn el Campeón pareció dar a entender, mientras efectuábamos nuestra expedición, que Remillard había estado trabajando mente con mente con Elizabeth. ¿Es eso cierto?

—Juntos curaron al bebé del ama de llaves del refugio del síndrome del torque negro. Más que eso… elevaron al pequeño a la completa operatividad. A la metafunción sin torque.

—Buen Dios. Y cuando Remillard me trajo aquí…

—El Adversario se mostró intrigado cuando propusimos ponerte en nuestra Piel. Nunca había visto la sustancia psicoactiva en función. Cuando Dionket el Lord Sanador le demostró nuestro habitual programa redactor, el Adversario concibió esta nueva técnica, que describió como una derivación del más elaborado proceso utilizado con el niño. Elizabeth nos aconsejó que siguiéramos sus instrucciones, diciendo que él había sido un importante diseñador de programas de metaconcierto en vuestro Medio Galáctico. El resultado fue tu curación acelerada.

Llegaron a un pequeño saloncito donde había un fuego encendido. Basil dijo:

—El nombre que aplicas a Remillard: el Adversario. ¿Te importaría explicar su significado? —Tocó el metal gris en su garganta—. Capto extraños armónicos procedentes de ti, viejo amigo. ¿Hasta qué punto se ha visto implicada Elizabeth con este bastardo?

—Te diré todo lo que sé, así como las conclusiones que he extraído y no he confiado a nadie… Basil, tú y yo la hemos amado sin esperanzas. Hemos visto sus dudas sobre sí misma y sus accesos de desesperación, de no saber cuál era su destino. Ahora teme a este Adversario, al mismo tiempo que se siente atraída inextricablemente hacia su órbita. Quizá podamos ayudarla.

—Por el amor de Dios, ¿cómo?

Creyn lo ayudó a sentarse en una silla, le acercó un escabel.

—Descansa aquí unos momentos. Volveré inmediatamente con un poco de comida para ti… y un torque de oro.

Una densa lluvia golpeaba contra las puertas vidrieras del gran salón del refugio. Los troncos de roble que se quemaban lentamente en la gran chimenea hacían muy poco por disipar el helor.

—Han llegado —dijo Marc al hermano Anatoli.

El larguirucho y viejo fraile se levantó de uno de los sofás y sacudió los restos de maíz tetraploide de su hábito.

—Entonces me voy a la cama. Supongo que no querrás que me inmiscuya en una reunión de familia. No creo que pueda desearte buena suerte.

—Me gustaría que te quedaras. Puede que llegaras a apreciar mi punto de vista. —Marc se arrodilló al lado de la leñera, seleccionó algunos troncos de madera de pino—. Espero que mis hijos también lo hagan. Ninguno de vosotros poseéis todos los datos. Cuando los tengáis, quizá comprendáis finalmente. Cloud y Hagen no se dan cuenta de que son absolutamente vitales para el concepto del Hombre Mental. Como tampoco lo hacen la mayoría de mis antiguos asociados que me acompañaron al plioceno. Si los chicos no hubieran nacido, me hubiera sentido contento muriendo en mi fracasada Rebelión, y eso hubiera sido el fin de todo. Pero nacieron. Llámalo providencia o sincronicidad o lo que quieras. Ahora no tienen otra elección más que cumplir con su destino.

—¿Ninguna otra elección? —llameó Anatoli—. ¡Ne kruti mne yaitsa, khui morzhovivi! ¡Una elección es precisamente lo que tienen!

Marc alimentó el fuego, sonriendo.

—Dios, tienes una boca terrible, cura.

—Lo sé. Me trajo muchos problemas allá en Yakutsk. Falta de caridad, el más terrible pecado de mi vida… ¡También puede ser el tuyo, Supremo Gran Maestro, resonante címbalo, si persistes en tratar a tus hijos como especímenes en algún experimento de cría!

—No tienes ninguna noción de la importancia del concepto del Hombre Mental.

—Quizá no. Pero comprendo la dignidad humana… y tus hijos tienen derecho a una elección libre.

—¡El nacimiento de la Humanidad Trascendente es más importante que los derechos de dos individuos, no importa lo que sean! No puede permitirse que Hagen y Cloud se echen atrás. No ahora, cuando finalmente tengo los medios de llevar el proyecto a su realización.

—Entonces haz que crean en ti —dijo Anatoli—. Convénceles. ¡Convéncete a ti mismo! Prueba que el veredicto del Medio sobre ti fue un error.

Las llamas estaban creciendo a medida que prendía la resinosa madera. Marc dijo:

—La raza Humana debe realizar su gran potencial. ¡Eso no puede ser malo!

—¡Bien! —exclamó el fraile con una voz ominosamente tranquila—. ¡En vez de reformar yo tu errónea conciencia, eres tú quien quieres reformar la mía! Si un pobre viejo zalupa konskaya te dice que no fue un pecado después de todo, ¿eso arreglará las cosas? No es ante mí ante quien tienes que justificarte, Marc… es ante Hagen y Cloud.

La luz de la chimenea ponía sombras en los ojos de Abaddón.

—Será mejor que reces para que pueda conseguirlo, Anatoli. Porque todo lo que realmente necesito es su plasma germinal.

Hubo una llamada en la puerta.

La mente de Elizabeth dijo: Venimos.

Marc se alzó de un salto y permaneció de pie con la espalda vuelta al fuego, una silueta con un suéter negro de cuello cerrado y unos pantalones negros de pana. Las dobles puertas del salón se abrieron. Había cuatro personas al otro lado, llevando todas ellas impermeables Tanu con las capuchas echadas hacia atrás. Elizabeth dio un paso a un lado. Cloud y Hagen, ambos vestidos de blanco, permanecían juntos. Tras ellos estaba el Rey.

—¡Papá! —dijo Cloud. Marc abrió los brazos y ella corrió hacia él. Sus mentes se fundieron en un abrazo y ella le besó, y él mantuvo la cabeza de brillante pelo apretada contra su pecho hasta que ella dejó de llorar. Entonces Cloud alzó la vista con una clara súplica en sus ojos, se apartó, y aguardó a Hagen.

El joven se detuvo a unos buenos cuatro metros de distancia, al lado de Aiken Drum. Sus manos seguían aún enguantadas, rígidas a sus lados. Ignoró la invitación de su hermana y de Marc, y mantuvo su mente firmemente barricada. Dijo:

—Oiremos lo que tengas que decir, papá. Eso es todo. —Gruesas gotas de agua golpeaban contra las puertas vidrieras.

—¿Queréis sentaros? —La voz de Marc era suave—. No tomará mucho tiempo. —Se volvió deliberadamente de espaldas a ellos para agitar el disminuyente fuego.

Había tres amplios sofás agrupados alrededor de una mesita baja. El hermano Anatoli dijo:

—Acércate, hijo. Estarás seguro. ¿Quién piensa en quemar cerebros en una noche como ésta, con maíz tostado y vino caliente con miel y azúcar? Tomad un poco. Yo ya me iba. —Tocando la mano de Elizabeth al pasar, se dirigió hacia la puerta.

—Quédate —ordenó Marc.

El fraile se detuvo en seco, luego se dirigió a una silla en un rincón en penumbra y se sentó.

En la mesa junto al fuego, la jarra de especiado vino humeaba. Los copos de maíz también estaban calientes y brillaban con la mantequilla. Aiken, resplandeciente en su piel dorada, se sirvió y dijo:

—No me importa compartir un pequeño refrigerio contigo, Remillard. Traje mi cuchara grande. —Se dejó caer en el sofá más alejado del fuego. Tras una ligera duda, Hagen se sentó a su lado. Cloud ocupó el asiento al lado de su padre. Elizabeth se sentó sola en el sofá de la izquierda.

—Dije que quería hablar con vosotros, hijos, acerca de vuestra herencia —dijo Marc sin ningún preámbulo—. Sabéis que mi propio cuerpo se autorrejuvenece. Excepto mi recalcitrante pelo, mi apariencia no ha cambiado mucho en treinta años. Soy un mutante, como todos los hijos de Paul Remillard y Teresa Kendall. El carácter rejuvenecedor es genéticamente dominante, como lo son la mayor parte de las mutaciones. Vosotros dos, Cloud y tú, Hagen, sois también virtualmente inmortales.

—¡Lo sabía! —Hagen saltó en pie—. Pero no nos dijiste nunca la verdad, ¿no es así, papá? No… que tú habías visto debilitado tu poder sobre nosotros y tu estatura había disminuido a los ojos de los demás. ¡Tenías que seguir siendo único! Así que nos engañaste, advirtiéndonos que no tuviéramos hijos por nosotros mismos, puesto que había la posibilidad de que lleváramos genes horribles como los del tío Jack…

—Lo que se os dijo y lo que no se os dijo —interrumpió Marc— fue por vuestra propia seguridad y paz mental. Poseéis alelos supravitales para el autorrejuvenecimiento y las altas metafunciones… y tenéis otros también. La infame herencia entremezclada de los Remillard. Finalmente hubierais descubierto también lo de la inmortalidad, por supuesto.

—¿Qué hay acerca del resto? —preguntó Cloud, perpleja—. ¿Tenías miedo de que no fuéramos capaces de soportar el saber la verdad?

—Hubierais podido soportarla —le dijo Marc. Estaba mirando aún al fuego. Nadie habló durante varios minutos. Hagen se reclinó en el sofá.

Finalmente, Elizabeth dijo:

Marc, debes decirles por qué fueron traídos al plioceno.

—Porque sois los padres del Hombre Mental —dijo Marc.

Hagen y Cloud parecieron convertirse en piedra. Luego Hagen dijo:

—Censuraste datos de la biblioteca allá en Ocala, borraste todos los detalles de los auténticos motivos tras tu Rebelión. Todo lo que tuvimos fueron indicios, y el hecho de que mamá intentó matarte para impedir que el plan tuviera éxito. Por el amor de Dios, papá… ¿qué era el proyecto del Hombre Mental? ¿Qué es todavía?

Su mente se lo mostró.

Abrumados por la incredulidad, permanecieron sentados allí, con las barreras mentales caídas.

Elizabeth dijo a Aiken: Mantén tu guardia arriba, ahora más que nunca.

Aiken dijo: Mujer no está coercionando ¿acaso no lo ves?

Marc seguía sin darles la cara. Mantenía sus palmas apoyadas en la repisa de la chimenea y la cabeza inclinada. Las llamas lo silueteaban con una ardiente corona. Dijo:

—Hasta que concebí este proyecto, mucho antes de conocer a vuestra madre, contemplaba mi inmortalidad simplemente como la amarga broma de una caprichosa evolución. ¿Habéis pensado nunca en lo que realmente puede significar la inmortalidad física? ¡Una mente operante encadenada a un cuerpo humano débil, sacudido por las emociones! Era más una maldición que una bendición en un mundo poblado por semejantes temerosos y de cortas vidas y orgullosos exóticos suspicaces ya del potencial genético Humano. Toda nuestra familia tenía el rasgo… más o menos. Nos hizo mucho bien… y entonces nació Jack. El resto de nosotros contemplamos su combinación muy especial de subletalidades seguir su curso. Era algo terrible y grande y era una respuesta. Personificaba la tendencia última de la evolución Humana: el cerebro incorpóreo capaz de rodearse de cualquier forma material que eligiera. O de ninguna. Pero descubrimos que el buen Dios había jugado a otro de sus chistes cósmicos. El pobre Jack no era inmortal. El maravilloso cerebro estaba condenado a deteriorarse lentamente. Moriría en menos de ochenta años… Entonces tuve la revelación, la idea para engendrar artificialmente al Hombre Mental. Algunos miembros de mi familia y algunos magnates del Concilio que apreciaron el sueño me ayudaron con las primeras experiencias. Utilizamos mi semen, puesto que yo representaba la culminación de la tendencia a la inmortalidad, y gametos femeninos de las mujeres más favorecidas genéticamente implicadas en el proyecto. Todo ello fue hecho artificialmente y en secreto debido a la controversia que había provocado la idea. Pareció que teníamos éxito. Y luego empezaron las dificultades: hubo sabotajes, deslealtades. El debate relativo a la moralidad del concepto del Hombre Mental en sí se convirtió en un campo de batalla ideológico entre los temerosos y aquellos que veían muy a lo lejos. ¿Era beneficioso para la Mente Galáctica permitir la aceleración de la evolución por medios tan radicales? Los pensadores humanos estaban divididos. Los exóticos nos condenaron universalmente.

—Y mamá —dijo Cloud.

—Y Cyndia —admitió Marc—. El matrimonio y los hijos naturales nunca habían formado parte de mi esquema vital. Todo lo que deseaba era ser el padre del Hombre Mental in vitro e in cerebro. Pero estaba Cyndia. Durante un tiempo pareció incluso estar a favor del proyecto. Entendedlo, ella pensaba que a los no nacidos que estaban desarrollándose se les permitiría conservar sus cuerpos… Insistió en que tuviéramos hijos de la forma natural, pese a que yo le hablé de los problemas familiares. Finalmente, no pude negárselo. Nacisteis vosotros dos, ostensiblemente perfectos. Pero yo sabía que nunca seríais capaces de alcanzar todo vuestro potencial, como tampoco yo podía, a menos que…

—A menos que nos incluyeras también a nosotros en el proyecto del Hombre Mental —dijo Cloud.

—¡Y por eso ella intentó matarte! —gritó Hagen, levantándose. Los dedos de Aiken se cerraron en torno a su muñeca como unas esposas de acero y lo hicieron volver a sentarse con un gruñido—. Y cuando mamá falló, tú la mataste a ella.

Marc se volvió finalmente hacia ellos, tranquilo e implacable.

—La primera intención de Cyndia no fue arrebatarme la vida. Después de que nuestros laboratorios secretos se vieran golpeados por el desastre en los primeros días de la Rebelión, pensó que esterilizarme sería suficiente para poner fin al Hombre Mental y a la guerra. Tenía un pequeño disruptor sónico, un dispositivo muy sofisticado. Hizo lo que había decidido hacer, y con ello estuvo a punto de matarme. Mi mente la golpeó en defensa propia.

—Jesús —dijo Aiken—. Entonces todo lo que te quedó fueron los chicos.

—Oh, papá —dijo Cloud con voz muerta—. Por eso dijiste que era necesario traernos al plioceno cuando tu Rebelión fracasó. Por eso querías que nos quedáramos contigo ahora.

—El Medio no os permitirá reproducir nuestra raza. Poseéis las peligrosas fuerzas y las debilidades de vuestros padres. En mis días, los eugenistas del Gobierno Humano eran más liberales en esos asuntos. Era muy fácil para los poderosos eludir las restricciones. Incluso Jack nació ilícitamente, como sabéis. Hubiera debido ser abortado, con su abrumador cociente de los llamados genes letales.

—Y si hubiera ocurrido así —dijo Elizabeth—, tú habrías vencido.

Marc se limitó a producir su famosa sonrisa.

Los pensamientos de Hagen eran caóticos, imperfectamente protegidos.

—Pero tú hubieras podido ser restaurado en el tanque regenerador, allá en el Medio o incluso aquí. Dios… ¡fuiste restaurado aquí, después de que Felice te alcanzara! Y tu facultad autorregeneradora… ¡no me digas que falló en rehabilitar tus dañadas gónadas!

—El cuerpo no falló —dijo Marc—. Sólo la mente.

Tomado por sorpresa, Hagen sólo pudo repetir:

—¿La mente?

La firme mirada de Marc se volvió a Elizabeth.

—Pregúntale a la Gran Maestra por qué recedió a la latencia metapsíquica después de su accidente, pese a que su cerebro fue perfectamente restaurado.

—Somos nosotros quienes nos restauramos a nosotros mismos —dijo Elizabeth a Hagen—. En cualquier proceso de curación, ya sea ordinario o extraordinario, el tanque o la Piel Tanu o la autorregeneración especializada, las células restauradas del cuerpo deben ser reintegradas al conjunto. Aceptadas y dirigidas a funcionar a través del sutil proceso redactor de la mente.

—¿Y… tú no puedes? —preguntó Cloud a su padre.

—No —dijo Marc.

—Pero ¿por qué?

—Quizá el hermano Anatoli lo sepa —dijo Marc alegremente—. Hemos estado considerando con cierta profundidad la solapada subordinación del corazón al intelecto. ¡Lo que debería hacer, no lo sé! Je suis le veuf, sin ninguna estrella en mi laúd. Para mí sólo hay el abismo… Vosotros los chicos debéis tomar la antorcha y engendrar al Hombre Mental en un lugar a salvo de la interferencia de celosos exóticos y Humanos de mentes mezquinas. Pero ya no hay ninguna necesidad de más búsqueda estelar. No tenemos que aguardar a ser rescatados. Dentro de poco dispondré de la habilidad de efectuar el salto-D a cualquier rincón de la galaxia llevándoos a todos. Hay al menos tres mundos que conozco con civilizaciones altamente tecnificadas que pueden alentar nuestro proyecto. Ninguna posee metafunciones auténticamente operativas todavía, ni tampoco transporte superlumínico, pero podemos tratar fácilmente con ellas una vez hayamos tomado el control de un planeta. —Marc desplegó una imagen mental.

—Nosotros. —Hagen contempló a su padre con recelo—. ¿Entonces los otros chicos también tienen que ser incluidos de alguna forma en el proyecto, tal como nos dijiste en Ocala?

—Todos aquellos que acepten la ideología del Hombre Mental pueden unirse a nosotros. Un acervo genético adecuado de Humanos operativos es esencial para eliminar los alelos subletales de los Remillard. Mis antiguos colegas han sabido esto desde un principio. Lo que no han sabido es que vosotros dos sois las únicas fuentes que quedan de la raza inmortal. Supusieron, como yo mismo, que iba a ser capaz de restaurar finalmente mi fertilidad. La mayoría de ellos aún creen que lo he hecho. Fue principalmente por prudencia que no quise desilusionarlos durante los primeros años de nuestro exilio. Los tiempos eran inciertos. Yo era capaz de cuidarme de mí mismo, pero vosotros, los chicos, erais vulnerables.

—Me sorprende —dijo Hagen cáusticamente— que no salvaguardaras especímenes de nuestro plasma germinal.

—Lo hice. Los Keogh, que eran nuestros jefes médicos y sabían la verdad, tomaron un ovario y un testículo de vosotros cuando erais aún muy pequeños. La única otra persona que lo sabía, mi mejor amigo y confidente, los destruyó casi al mismo tiempo que empezó a envenenar vuestras mentes contra mí.

—¡Manion! —exclamó Hagen, y empezó a reír a grandes carcajadas.

—¿Por qué quiere Alex que volvamos al Medio, papá? —preguntó Cloud. La risa de su hermano se atragantó.

—Él desea al Hombre Mental, y a vosotros, subordinados a la Unidad. Es un estúpido engañado.

Hagen desechó aquello con un gesto.

—Así que realmente nos deseas, después de todo. Somos la inapreciable materia prima de tu granja de cría del Hombre Mental… ¿no es eso?

Marc lo cortó en seco.

—Tú y Cloud seréis los administradores principales del proyecto. Será vuestro. Yo os entregaré a vosotros el planeta que ocupemos, os prestaré toda mi ayuda. Pero la responsabilidad será vuestra. Pensad muy atentamente en ello antes de rechazarlo. Nada comparable a eso os aguarda en el Medio Galáctico. Al contrario. —Y su mente desplegó un panorama de alarmantes escenarios que hizo que los dos jóvenes jadearan, luego se volvieran incrédulos a Elizabeth.

Ésta agitó la cabeza.

—No lo sé. Ciertamente no las hipótesis más drásticas. El Medio nunca sería tan injusto. En último término, vuestro destino dependería probablemente de vosotros. Vuestros esquemas mentales y vuestra respuesta a la Unidad…

—Quieres decir que deberemos tragar nuestra propia medicina —dijo Hagen— y jurar ser unas buenas neuronas en el Cerebro Galáctico.

—¡No es así! —protestó Elizabeth—. La Unidad es amor y realización y un final a la soledad. Manion tenía razón cuando os dijo que hallaríais la paz con los de vuestra propia especie.

Pero Marc dijo:

—No hay sitio en el Medio para personas cuyos sueños divergen de la norma… mucho menos para personas cuyo potencial mental excede del estrecho camino predeterminado para la humanidad por las razas exóticas. Vosotros sois Remillard. Constituís una amenaza. Y a menos que os sometáis a la dominación de la Unidad deberéis enfrentaros a ella… como lo hice yo.

—Y no me olvidéis a Mi —dijo Aiken.

—Nunca lo hice —respondió llanamente Marc—. Elizabeth me contó tu historia. Pese a tus enormes metahabilidades latentes, el Magistratum estaba dispuesto a eliminarte. Te he invitado aquí a esta reunión precisamente porque te vi como mi aliado, alguien que defendería mi causa ante Hagen y Cloud una vez comprendiera la verdad. No temo que los agentes del Medio puedan acudir tras de mí a través de la puerta del tiempo. ¿Por qué deberían molestarse? El pasado existe. Saben que nunca podré volver. Sigo estando condenado. Pero tú, Rey Soberano… ¿Qué clase de recepción tendrías si volvieras al Medio? ¿Estás dispuesto a subordinar tu mente a la voluntad de tus inferiores en la Unidad? Y si permaneces aquí, y se establece un bucle de dos direcciones, ¿estás dispuesto a dar la bienvenida a los entrometidos reformadores del futuro, enviados aquí por los encargados de hacer cumplir la ley del Magistratum? ¡Tu gobierno difícilmente es un modelo de democracia ilustrada! Y la tercera contingencia: el cierre de la puerta después que los desleales hayan huido del plioceno. Como mínimo, espera perder a muchos de tus más talentudos súbditos. Incluso hay peores posibilidades.

Aiken sonrió.

—Incluyendo la de que todo lo que estamos discutiendo ahora aquí se quede en nada, si los Firvulag tienen razón y el Götterdämmerung está al caer.

Repentinamente el hombrecillo dorado se puso en pie, sujetando la muñeca de Hagen con su mano izquierda y la de Cloud con su derecha. Los tres se hallaban dentro de una resplandeciente envoltura de fuerza psicocreativa.

Marc se tensó. Avanzó un paso, los ojos brillantes de furia. Dijo: ¡No eres tú quien debe tomar la decisión!

—La he hecho mía. —Aiken ya no sonreía—. ¿Te importa que discutamos el asunto?

El aspecto de Abaddón desapareció tan rápidamente como había aparecido. Marc agitó la cabeza con aparente resignación.

Aiken condujo a Cloud y Hagen hasta las altas puertas vidrieras donde aún seguía repiqueteando la lluvia. Dijo a Marc:

—Pensaremos muy cuidadosamente acerca de lo que has dicho, y luego te comunicaremos nuestra decisión. Pero no ahora. Necesitamos tiempo.

—Podéis disponer de dos días —respondió fríamente Marc—. No más.

Las puertas vidrieras se abrieron de par en par, admitiendo una aullante racha de agua arrastrada por el viento. Aiken y los jóvenes Remillard se alzaron bruscamente, irreconocibles, listos para emprender el vuelo. El Rey preguntó:

—¿Aguardarás aquí en el Risco Negro la respuesta?

—Si no estoy aquí, Elizabeth sabrá dónde encontrarme —respondió Marc. Su mente se tendió hacia sus enmascarados hijo e hija. Sé que lo que os he dicho os ha impresionado. Incluso asustado. Pero todo encajará a su debido tiempo. Lo comprenderéis todo… a su debido tiempo. No dejéis que Aiken os convenza o coercione. Lleváis en vosotros un potencial precioso, una enorme responsabilidad. Dejadme ayudaros a llevarla a buen término. No os apartéis de mí. Perdonadme por mis errores, por haberos hecho daño. Lo hice por vuestro bien. Os amo a ambos. Creedme

La figura dorada y las dos figuras blancas se desvanecieron en la tormenta. Las puertas vidrieras se cerraron de golpe.

Marc y Elizabeth habían olvidado completamente al hermano Anatoli. Se alzó de su solitaria silla con un jadeante suspiro y avanzó arrastrando los pies por entre los charcos en el piso. Al llegar al lado de la mesa junto al fuego, sirvió tres copas del aún humeante vino aromatizado. Tendió una a Marc y una a Elizabeth, luego permaneció allí de pie ante la suya, murmurando algo para sí mismo durante un momento. Finalmente dijo:

—Vais a necesitar toda la ayuda que podáis conseguir. Bebed esto. Ya sabéis lo que es. Por vuestro bien, y el de todos.

Elizabeth abrió mucho los ojos, impresionada.

—¡No puedo! ¿Qué crees estar haciendo?

—Por supuesto que puedes —dijo Anatoli reconfortantemente—. Míralo a él. ¿Eres tú mucho peor?

Muy cuidadosamente, Elizabeth dejó la copa de vino sobre la mesa.

—Amerie debía estar loca cuando te envió —dijo, y salió corriendo de la habitación.

Marc alzó una divertida ceja sobre el borde de su copa.

Anatoli bebió la suya, luego tomó la de Elizabeth.

—Creo que está escandalizada. Siente terribles escrúpulos, ¿sabes? Y desesperación. Es difícil tratar con ella. A su manera, es aún más orgullosa que tú. Y desgraciadamente, la condenación siempre será un asunto de libre albedrío.

—Sigo sin admitir la culpabilidad.

—Eres un arrogante, un invenciblemente ignorante bastardo, y tu subconsciente lo admite, y ego te absolvo. —Terminó el vino de Elizabeth y dejó sobre la mesa la vacía copa—. Esta nueva cosa, por otra parte, es otra olla de borsch completamente distinta. Es un error y tú lo sabes. No hay ninguna estupidez psicológica implicada, Remillard. Fuerza a esos chicos o mutílalos de nuevo, y abrirás tu propio infierno. Para siempre esta vez.

—Lo sé —dijo Marc—. Estoy intentando decidir si vale la pena.