El Rey Firvulag y su vasallo nominal Sugoll cabalgaban sin escolta hacia el Campo de Oro para aguardar la llegada de Betularn con el tesoro. El día era gloriosamente soleado y cálido.
Lado a lado, los dos chalikos blancos trotaban por el nuevo Puente Arcoíris sobre el río Nonol. La anterior y desvencijada estructura suspendida había sido reemplazada por un espléndido arco voladizo diseñado por los Inferiores adoptados por Nionel. El puente estaba coloreado de acuerdo con su nombre, rematado con adornadas barandillas de bronce y lámparas, y lo bastante ancho como para acomodar a veinte chalikos puestos en línea.
—Una magnífica estructura —comentó Sharn de corazón. El Lord de los Aulladores aceptó la alabanza con su habitual ecuanimidad, inclinando su apuesta y tonsurada cabeza. Sugoll llevaba un flotante caftán de tela plateada sobre un cuerpo ilusorio que podía ser o no ser humanoide. Sharn iba vestido con unos pantalones de montar de cabritilla color verde lincoln, botas altas con enjoyadas espuelas, y una camisa de manga ancha de diáfano crespón de seda color gamuza, abierta hasta el ombligo para exhibir el real vello pectoral y ventilar los reales sobacos.
Cuando los dos gobernantes alcanzaron el centro del puente, hicieron una pausa para pagar tributo a la vista. Tras ellos estaba Nionel, una visión de El Dorado en el rielante calor. Abajo discurría el amplio río, con su orilla derecha bordeada por enormes fresnos y especiados arbustos de canela, naranja amarga y sauces. Frente a ellos se extendía la florida estepa donde iba a celebrarse el Gran Torneo, con sus tribunas y sus edificios auxiliares y las demás estructuras casi completamente reconstruidas por los industriosos emigrantes goblinescos. El Campo en sí era de un verde brillante, salpicado con ranúnculos.
—Me sorprende ver el lugar tan verdeante —dijo Sharn—, puesto que esta región ha escapado de las tormentas que han afligido a las regiones más al sur.
—De hecho los bosques están secos —dijo Sugoll—. Pero nos hemos preocupado de conjurar un buen riego cada tres noches a fin de que los terrenos del Torneo se hallen en buenas condiciones para las festividades. Cuando llegue el momento de los juegos toda la llanura estará sembrada de margaritas, y las doradas jaras adornarán los márgenes y los terrenos allá entre los altos árboles.
—¿Conjurar un riego…? —Sharn estaba claramente desconcertado—. ¿Quieres decir, hacer llover?
El mutante asintió inocentemente.
—Es muy sencillo reunir unas cuantas nubes adecuadas si todo el mundo pone sus mentes en ello bajo una buena dirección. ¿O todavía no lo habéis descubierto vosotros?
—Uh —dijo Sharn.
—Hubiéramos sido unos malos huéspedes si todo lo que pudiéramos ofrecer para el Gran Torneo fuera un Campo lleno de parches.
Sharn estaba intentando reprimir su desconcierto.
—Primo, entonces ¿tu gente tiene la costumbre de mezclar con frecuencia sus mentes? ¿Para actuar en lo que los Inferiores llaman metaconcierto?
Sugoll se lo pensó un poco.
—No supongo que lo hagamos más frecuentemente que otros tipos. Después de todo, necesita organización. Hacemos modificaciones en el tiempo cuando es necesario, y algunos grandes proyectos de construcción como el puente y el pulido de los domos de la ciudad cuando llegamos aquí… y allá en la Montaña del Prado lo utilizábamos a veces para trabajos de demolición. Pero eso no implicaba nunca a más de cincuenta o así de nosotros, y ni siquiera requerían mi dirección.
—Cuando tú diriges sus mentes… ¿aceptan tu liderazgo sin cuestionarlo?
Ahora fue Sugoll el desconcertado.
—Por supuesto. ¿Tu gente no lo hace?
Sharn suspiró explosivamente.
—Primo, tenemos que hablar de eso más tarde, con cierto detenimiento. En vuestro largo aislamiento de la rama principal de nuestra raza Firvulag, habéis sufrido algunas privaciones. ¡Pero la compasiva Diosa os ha bendecido también con algunas extraordinarias recompensas!
—Bien —dijo Sugoll modestamente—, nos hizo ricos.
Sharn rechinó los dientes.
—Eso también. Pero de lo que estaba hablando realmente es de vuestra facilidad de trabajar mentalmente en equipo. Debo confesar que mis súbditos no mutantes no han empezado hasta muy recientemente a olvidar su maldita independencia mental en favor de un esfuerzo cooperativo.
—Vosotros sois luchadores —dijo llanamente Sugoll—. Nosotros no. Nosotros tuvimos que cooperar para sobrevivir.
—¡Y ahora yo os invito a cooperar con el resto de nosotros —dijo Sharn ansiosamente— en la más noble empresa en la historia de la Tierra Multicolor! Este viaje de inspección mío ha sido solamente una excusa para venir a hablarte de ello, para alistarte a ti y a tu gente en la gran aventura. —Con un repentino gesto dramático, señaló río arriba—. ¡Mira allí! Ahí viene Betularn, tal como prometí, y nunca en un millón de años sospecharás lo que trae… ¡cortesía del Brillante Mequetrefe de Goriah!
El lord Aullador sonrió evasivamente.
—Mientras aguardamos la llegada del héroe, quizá quieras echarle una mirada más de cerca a algunas de nuestras innovaciones.
Cabalgaron juntos hasta el otro lado del puente y siguiendo un amplio sendero de arena amarilla hasta las enormes tribunas gemelas de piedra caliza tallada. Casi se habían caído en ruinas durante los cuarenta años de falta de uso. Ahora había trabajadores mutantes por todas partes, apuntalando y pintando y redecorando. Las estructuras estaban engalanadas en varios tonos de verde, con pilares y balaustradas color miel. Más tarde se le unirían almohadones rellenos de paja para los espectadores, y toldos a rayas verdes y amarillas cubriendo las gradas. Los palcos reales en el centro exhibían serpentinas columnas verdes, escaleras pintadas vívidamente a la gutagamba que descendían por ambos lados, y techos cónicos de tejas doradas y espiras rematadas con efigies. La cresta que adornaba el palco Firvulag combinaba el cristalino escorpión del Rey Sharn con la luna en forma de cuerno de la Reina Ayfa. La espira Tanu mostraba una representación dorada del impúdico dedo de Aiken.
Los recuerdos ablandaron al monarca Firvulag.
—Había olvidado lo hermosas y robustas que eran las estructuras en nuestro Campo de Oro. Mucho más impresionantes que los endebles pabellones que los Tanu acostumbraban a erigir en la Llanura de Plata Blanca… y mucho más frescas también. Has hecho un sorprendente trabajo de renovación, Primo. ¿Qué son esas cosas como barricadas en torno a los estrados de presentación de los premios?
Sugoll explicó algunos de los nuevos juegos que iban a realizarse en el Torneo, y las precauciones de seguridad que el nuevo espíritu de camaradería reclamaba.
Sharn sonrió, mostrando unos lustrosos y puntiagudos dientes.
—Sea como sea vamos a infringir unas cuantas bajas al Enemigo de todos modos. Las justas y las carreras de obstáculos presentan grandes posibilidades de acción. Y el hockey, por supuesto. ¡Imagina al enemigo resucitando ese viejo juego! Mi padre me dijo que el hockey se jugaba ya en Duat, con las cabezas de los enemigos.
—Los Tanu lo llaman shinty —dijo Sugoll—. Utilizaremos una bola blanca grande con puntos negros como sustituto del cráneo. —Miró hacia el río—. El gran héroe Betularn está a punto de llegar. ¿Vamos a su encuentro?
Cabalgaron hasta el borde del agua, donde las gradas para las carreras de botes estaban aún en plena construcción. En los muelles había dieciocho grandes embarcaciones hinchables, cargadas hasta la borda con regulares armados y grandes cajas. Mano Blanca, ataviado con su armadura completa de obsidiana y cargando con una caja de cuero púrpura casi tan larga como su altura, saltó del bote de cabeza y avanzó a grandes zancadas hacia Sharn. Cayó sobre una rodilla delante del montado Rey Firvulag, tendiendo la gran caja. Su visor estaba abierto, y las lágrimas fluían de sus ojos llenos de bolsas.
—¡Vuestra Asombrosa Majestad! —croó Betularn—. Lord Soberano de las Alturas y las Profundidades, Monarca del Infinito Infernal, Padre de todos los Firvulag, e Indudado Comonarca del Mundo Conocido… en tus manos encomiendo nuestra Espada.
Sharn saltó de la silla, cogió el contenedor púrpura, y alzó la tapa. La gran arma con su resplandor diamantino llameó esplendorosa a la luz del sol. Su empuñadura estaba incrustada con gemas de diversos colores. Su cable estaba limpiamente enrollado, y la unidad de energía indicaba plena carga.
—¡Diosa! —exclamó Sharn—. ¡Al fin! —Alzó reverentemente el arma fotónica. Betularn y todos los otros Firvulag aún en los botes permanecían firmes, con los puños recubiertos de malla apretados contra sus corazones. Sugoll desmontó lentamente, reasumió su apariencia natural y se inmovilizó, una enigmática abominación, mientras los no mutantes entonaban la Canción Firvulag.
Cuando el eco de la última y profunda nota murió al otro lado del río, Sharn dijo:
—Cíñemela.
Betularn ató el enjoyado arnés y colgó la unidad de energía a la cintura del Rey. El rostro de Sharn mostraba una expresión exultante.
—Di a tus tropas que descansen, Mano Blanca, y ven a pasear conmigo y con nuestro primo mutante. —Metió la Espada en el lazo de su cinturón y echó a andar por el amarillo sendero que conducía a las tribunas. La tórrida brisa que soplaba en la gran extensión de hierba tenía un aroma a té de especias.
Betularn clavó una desaprobadora mirada en el Lord de los Aulladores.
—Tu larga ausencia de nuestra Corte Firvulag ha atrofiado tu fervor. Primo Sugoll. Cabe esperar que nuestra alianza no haya sufrido un declive similar.
—Sigo siendo el buen servidor de la Diosa —retumbó la Gran Abominación—, y un fiel vasallo del Rey Soberano.
—Vamos, Mano Blanca —dijo Sharn amistosamente—, no disputemos en esta ocasión histórica.
—¡Sólo soy celoso de la defensa de tu honor —gruñó el viejo guerrero—, y sabes que mi corazón es leal a ti hasta que la tierra y los cielos se vuelvan del revés, y el Crepúsculo arroje su llama limpiadora!
En algún lugar más allá del Campo de Oro trinó un triguero. El Rey Firvulag, el veterano general y el Príncipe de los Monstruos salieron del resplandeciente sendero arenoso y se metieron en el fresco verdor salpicado de ranúnculos.
—Así que es cierto —dijo Sugoll.
—Si —dijo Sharn. Unió las manos detrás de su espalda y contempló cómo sus botas aplastaban las pequeñas flores amarillas mientras caminaban.
—Pero no debes sentirte desanimado por la interpretación demasiado literal de Betularn del mito racial.
—No comprendo —dijo la Abominación.
—¡Tampoco yo! —la voz de Mano Blanca era áspera por la impresión—. ¿Tiene que ser la guerra que termine con el mundo, o no?
Sharn alzó una mano tranquilizadora, sonriendo mientras mantenía los ojos clavados en el suelo, luego dejó que sus dedos descansaran en los controles de la Espada.
—Dejadme explicároslo a los dos, tal como lo explicaré a toda la Pequeña Gente. Ayfa y yo hemos efectuado un cuidadoso estudio de las sagradas tradiciones desde que accedimos al Trono. Los signos y portentos y el asunto acerca del Adversario y todo lo demás. Nuestras investigaciones nos han convencido de que la Guerra del Crepúsculo no tiene que ser en absoluto un conflicto de aniquilación mutua. Puede darse una interpretación más positiva a las tradiciones, con el renacimiento de un mundo nuevo y más glorioso siguiendo a la destrucción del viejo orden… y una sola raza victoriosa sobre todas. La nuestra, por supuesto.
—¿Qué sabéis vosotros los jóvenes del antiguo Camino? —exclamó Betularn—. ¡Vuestra idea es una farsa! Vuestro Atroz Tatarabuelo que cayó inmortal en la Tumba de la Nave debe estar agitándose ante la Sede de la Diosa oyendo tamaña blasfemia. El Crepúsculo es el final, todo el mundo sabe eso. ¡El fin de todo!
—No lo es —insistió Sharn—, porque, hagamos lo que hagamos aquí, Duat sobrevive y todos sus mundos hijos… y sin embargo nosotros, Firvulag y Tanu, habremos luchado en el Crepúsculo al Borde del Vacío.
—¡Herejía! —espumeó Betularn—. ¡No, peor aún! ¡Casuística!
—¿Acaso mantienes, mi Real Primo —dijo Sugoll—, que el Crepúsculo que se produzca en la Tierra Multicolor iniciará el Nuevo Cielo y la Nueva Tierra de nuestras tradiciones aquí, en espacio y tiempo, antes que en el plano superior de la realidad?
—Exactamente —dijo Sharn—. ¡Y nosotros los Firvulag seremos los precursores de todo el glorioso asunto! El Enemigo se halla en una posición fatalmente débil, disminuido en número y fuerza. ¡Su gobernante es un usurpador alienígena que forma su miserable compañía de batalla con nostálgicos compañeros Inferiores que apenas pueden esperar a cruzar la puerta del tiempo de vuelta a su triste mundo futuro! Somos más fuertes de lo que nunca antes habíamos sido, con un gran stock de armas de alta tecnología además de nuestras nuevas tácticas metapsíquicas de lucha. Y ahora tenemos la Espada.
Hizo una pausa, extrajo la gran hoja de cristal de su cinturón, y la tendió hacia delante con ambas manos. Dijo suavemente:
—La Noche cae para el Enemigo, pero para nosotros será un nuevo amanecer.
Pulsó el mando inferior, que establecía la energía para el combate ritual, y desintegró el dorado emblema del digitus impudicus en la parte superior del recinto real Tanu, reduciéndolo a una nubecilla de resplandeciente plasma.
—¡Diosa! —exclamó Betularn. Su rostro reflejó el torbellino que giraba en su mente—. Estaba dispuesto a poner fin a todo esto, a barrer a un lado todos los presagios. Pero ahora… Sharn-Mes, muchacho, has enfrentado a este viejo soldado con la perfección. Y ahora simplemente no sé qué hacer con ello.
—Confía en mí —animó Sharn. Se volvió a Sugoll—. ¿Y respecto a ti, Primo Aullador? ¿También estás confuso?
—Creo que no.
Sharn guiñó un ojo.
—Entonces te reservas el juicio, ¿verdad?
La terrible cabeza crestada hizo un ligero gesto afirmativo.
Sharn abrió la caperuza protectora de los activadores superiores de la Espada.
—Debo recordaros a ambos que nuestra sagrada arma es algo multiesplendoroso. El Dorado Muchachito ha conseguido una flota de aeronaves, que cree que le da una ventaja en la carrera de armamentos. Pero nuestra Espada fue diseñada no sólo para rituales, sino también para defensa cuando nos vimos perseguidos de planeta en planeta allá en la vieja galaxia.
Una bandada de cisnes pintados alzó el vuelo al oeste del río, y Sharn, los labios apretados en los prolegómenos de una risa, tomó nueva puntería.
—¿Queréis ver el efecto que produce la potencia máxima? ¡Adelante!
Pulsó el mando superior.
No ocurrió nada.
Murmurando incrédulas blasfemias, el Rey probó los otros tres mandos superiores. Ninguno funcionaba.
—¡El bastardo traidor! ¡El pequeño truhán conspirador! —Sharn pulsó el mando inferior. Un destello verdoso aniquiló a un solo cisne. El resto de la bandada se dispersó, aterrada por la concusión.
—La Espada sigue siendo enteramente adecuada para su legítima finalidad —observó austeramente Betularn—, y su valor simbólico está intacto. El Enemigo ha sido extremadamente listo.
Sharn se atragantó con su rabia.
—Supongo que tienes razón. ¡Pero ser engañado de esta flagrante manera! Es… es…
—Típico de los tiempos —dijo el Lord de los Aulladores con una calmada y triste voz. Reasumió su forma humanoide—. El calor empieza a ser opresivo, mis queridos señores. ¿Volvemos a la paz de Nionel? —Sugoll inclinó ligeramente la cabeza señalando a Betularn—. Te ofrezco también a ti y a tus tropas nuestra hospitalidad, Mano Blanca.
—Muchas gracias —dijo el general—, pero quizá sea mejor que acampemos aquí en el Campo, en anticipación a los juegos. Acudiré a cenar después que haya dejado instalados a mis muchachos y muchachas.
Sugoll asintió.
—Todavía hay solamente unos cuantos huéspedes en los edificios de los alojamientos, pero todo está listo para su ocupación. ¿O has traído contigo tu propio equipo?
—Todo lo que podemos necesitar —respondió Betularn—, y algunas cosas más.
WALTER: ¿Me oyes, hijo?
VEIKKO: ¡Papá! Al fin. Jesús, suenas fuerte. Debes estar terriblemente cerca.
WALTER: A menos de 300 kilómetros al norte tuyo ahí en Goriah, en la parte superior del golfo de Armórica.
VEIKKO: ¡! ¿Cómo ha sido eso?
WALTER: Todas esas tormentas. Hemos corrido delante de ellas.
VEIKKO: ¿Habéis corrido… en la Kyllikki? Oh, Dios mío. ¡Debéis estar locos! O estáis haciendo todo lo posible para…
WALTER: ¿Qué crees tú?
VEIKKO: ¿Marc no se ha dado cuenta?
WALTER: No ha estado aquí tan a menudo como eso, y nunca había viajado a bordo de la Kyllikki antes. Recordad que allá en el Rye Harbor Yatch Club el barco más grande que tuvo nunca en sus manos fue un Nicholson de 20 metros. Un hermoso barco, pero que no tiene nada que ver con una goleta de cuatro palos. Además, jugué bien mis cartas, le engañé lo mejor que pude. Si nos hubiéramos hundido habría sido cosa del destino. En realidad, Marc se sintió casi agradecido del cambio de velocidad que conseguí. Y el mantenernos dentro del camino de la tormenta debió jugar un buen papel de camuflaje en los intentos de localizarnos telepáticamente.
VEIKKO: Nadie en Goriah tenía ni la más remota idea de dónde os hallabais. Hagen estaba fuera de sí. Me hizo intentar rastrearte telepáticamente. [Risita] No pude conseguir localizarte de ninguna forma… Luego quiso enviar un volador a localizaros y desintegraros, pero el Rey se negó a ello. Está ocurriendo algo curioso, Walter. Esta mañana Cloud, Hagen y el Rey se marcharon con Elizabeth y algunos Tanu importantes de su entorno. Volando por sí mismos, por el amor de Dios, cuando tenemos estas perfectamente maravillosas aeronaves. Nadie aquí sabe…
WALTER: Se trata de Marc.
VEIKKO: ¿?
WALTER: Su última apelación a vosotros, chicos.
VEIKKO: ¿Quieres decir que si Hagen no acepta parar los trabajos en la puerta del tiempo, ya no habrá ninguna barrera que lo retenga de actuar contra nosotros?
WALTER: Más o menos. Supongo que te darás cuenta que Marc ha sido la voz de la razón durante todo este tiempo, negándose a haceros daño si había alguna alternativa posible. Castellane y Warshaw y la mayor parte de los otros magnates estaban a favor de golpearos con toda su potencia a la primera oportunidad.
VEIKKO: Tú equilibraste las posibilidades para nosotros, Walter. Tú y Manion. Le dije a Diane lo que hizo su padre. No se mostró sorprendida. Hagen sí.
WALTER: Es lógico, pobre diablo.
VEIKKO: … ¿Qué debo hacer ahora? No puedo darle vuestra localización al Rey, papá. No puedo.
WALTER: Ahora que estamos cerca de tierra firme, va a resultarle difícil a cualquiera rastrearnos con sus metasentidos. Ragnar Gathen y Arne-Rolf Lillestrom montaron un repulsor psicoelectrónico durante el viaje. Tosco, pero probablemente lo bastante efectivo como para anular los intentos de localización de largo alcance. ¿Tiene el Rey algunos scanners mecánicos?
VEIKKO: Un IR con un radio de acción de unos 70 kilómetros, y las aeronaves tienen alguna especie de rastreadores del terreno. ¿No podéis anular eso?
WALTER: No te preocupes por ello.
VEIKKO: Pero lo hago… tú sabes que lo hago.
WALTER: Si Marc tiene intención de decirle a Hagen y Cloud lo que creo, puede que os encontréis con que todos vuestros problemas quedan resueltos.
VEIKKO: ¿? ¡¡!! …No importa lo que Marc prometa, vamos a construir el dispositivo de Guderian.
WALTER: Posiblemente.
VEIKKO: Todos estamos de acuerdo en ello, papá. Bueno… la mayoría. Y el Rey está de nuestro lado.
WALTER: De todos modos, no te precipites: espera hasta oír la proposición.
VEIKKO: Walter, oh Dios mío, ¿no estarás decantándote de su lado?
WALTER: Estoy de vuestro lado, Veik. Siempre. Ahora escucha. No intentes contactar de nuevo conmigo a menos que aceptéis la proposición de Marc. Sería demasiado peligroso para ambos. Ahora estás casi dentro de alcance del rastreo de Castellane, y si ella le dice a Marc lo que estamos haciendo… Bueno, puede seguir siéndote útil el que yo permanezca con vida. Muerto solamente seré útil si me llevo a la Kyllikki conmigo.
VEIKKO: ¿Pero qué…?
WALTER: Espera un poco. No puede ser muy largo. Adiós, Veikko.
VEIKKO: Adiós, papá.