Otra tormenta golpeó el Monte Rosa en el tercer día del asalto principal. Afortunadamente, los escaladores habían sido advertidos con la suficiente antelación por Elizabeth, que los seguía casi constantemente con su visión a distancia. Guiados por Basil, los siete hombres del grupo partieron del campamento 2 antes del amanecer y avanzaron hacia la cresta de la Púa Central en medio de un tiempo engañosamente perfecto. Aparte el mareo de la altura que había empezado a afectar a los dos Tanu, el avance transcurrió sin incidentes. Los montañeros cruzaron la parte superior del Glaciar Bettaforca mientras unos ominosos cumulonimbos pasaban por encima del alabastrino Breithorn hacia el oeste. El aire estaba cargado de electricidad estática, haciendo que el pelo se erizara y los torques vibraran extrañamente, zumbando melodías como un contrapunto al titánico resonar de la cada vez más próxima tormenta.
Tan pronto se habían acomodado en las dos tiendas de decamolec del campamento 3 cuando un titánico rayo, rosado en la creciente lobreguez, estalló sobre la cima del Monte Rosa. La estructura policelular del decamolec era un excelente aislante… un hecho por el que dieron las gracias durante la siguiente hora o así, cuando un despliegue pirotécnico de sorprendente violencia pareció sacudir el macizo hasta sus mismas raíces. Luego el granizo repiqueteó sobre las tiendas, seguido por una intensa nevada, y el viento sopló con la fuerza de un huracán.
Pero el campamento 3 estaba bien protegido al socaire de una prominencia rocosa a 7.039 metros, y las siete personas en su interior estaban a salvo y calientes. La comunicación telepática de Ochal el Arpista en el campamento les tranquilizó diciéndoles que Taffy Evans y Magnus habían traído finalmente a Stan y Phronsie sanos y salvos. La reducción de la altitud había aliviado el edema de Stan, y Magnus parecía confiar en que el antiguo oficial de la flota estelar se recuperaría a tiempo para pilotar un volador de vuelta a Goriah. Los congelados pies de Phronsie estaban respondiendo al tratamiento. El cuerpo del doctor Thongsa había sido recuperado y enterrado bajo un montón de piedras. El grupo de asalto fue animado a proseguir con toda celeridad, puesto que incluso las babosas en conserva estaban empezando a agotarse en el Campamento Bettaforca.
Más tarde aquella misma noche, cuando la tormenta estaba ya dando sus últimos estertores, Elizabeth se comunicó con Bleyn el Campeón en el campamento 3.
ELIZABETH: ¿Me escuchas, Bleyn?
BLEYN: Sí, Elizabeth. No estaba dormido, y Aronn tampoco. Pero los Humanos llenan la segunda tienda con sus ronquidos hasta el punto de ahogar incluso el rugir de la tormenta.
ELIZABETH: [Sonrisa mental.] ¿Están bien, entonces?
BLEYN: Basil es un prodigio de fortaleza. Ookpik, Bengt y Nazir están debilitados pero aguantan. El llamado Míster Betsy se queja vociferando como un loco a cada oportunidad, pero parece como si quisiera alcanzar a Basil en aguante.
ELIZABETH: ¿Y vosotros los Tanu?
BLEYN: [Desazón] Tanto Aronn como yo sufrimos terribles dolores de cabeza, falta de aliento y debilidad muscular. Basil cree que nuestros enormes cuerpos exóticos no se aclimatan a las grandes alturas tan fácilmente como los de los Humanos. Estamos intentando consumir fluidos adicionales y redactarnos el uno al otro por la noche.
ELIZABETH: [Preocupación.] ¿No sería el sueño una terapéutica mejor?
BLEYN: Sabes que nosotros los Tanu requerimos por nuestra naturaleza menos sueño que vuestra raza. Nos sentimos mucho mas cómodos despiertos, cuando podemos mantener nuestra respiración a un mayor ritmo y aliviar los efectos de la anoxia.
ELIZABETH: Bien… id con cuidado. Tengo entendido que el mal de las montañas puede afectar tanto a los fuertes como a los menos resistentes entre los Humanos. Eso es indudablemente cierto también con los Tanu.
BLEYN: Mañana alcanzaremos el punto más alto de nuestro trayecto. Lo soportaremos… ¿Has seleccionado el camino para nosotros? Tengo preparado el mapa para señalarlo.
ELIZABETH: [Imagen.] Parece que la cresta nevada encima del campamento 3 sigue proporcionando vuestro mejor acceso al Puerto. Después de la tormenta la nieve será más profunda y cabe esperar una marcha más lenta. Dile a Basil que hay cornisas peligrosas que se han formado dentro de la silla del Puerto, de modo que ya no puede contar con utilizar esa ruta. Tendréis que atravesar el campo de nieve helada de la Cara Oeste del Rosa. Me temo que eso significa una ascensión adicional, pero solamente otros 400 metros.
BLEYN: ¡Hasta los 8.210! La Diosa nos sostenga. El aire arde en mis pulmones sólo de pensarlo.
ELIZABETH: Pero desde entonces todo es cuesta abajo… y con buen tiempo. Tendréis cielos claros al menos durante tres días.
BLEYN: Con la ayuda de Tana, hay muchas posibilidades de que podamos alcanzar mañana las aeronaves. ¿Están enterradas por las tormentas?
ELIZABETH: Todavía son completamente visibles. Sólo han quedado parcialmente cubiertas por la nieve arrastrada por el viento.
BLEYN: Hay algo oculto. Ve y encuéntralo. Algo oculto detrás de las Montañas… [risa.]
ELIZABETH: [Ansiedad.]
BLEYN: No… solamente es un estúpido poema que nos citó Basil, una glorificación Humana de aventuras como ésta. Encontré el poema, y la actitud que exalta, incomprensibles. Sin embargo, de los cinco Humanos que componen nuestro grupo, solamente Míster Betsy tiene el buen sentido de despreciar y abominar nuestro viaje a través de este terrible lugar. ¡Los otros se sienten electrizados por la perspectiva de la conquista de la montaña!… Dime, Elizabeth. ¿Es cierto que en vuestro mundo futuro los Hombres trepan a los picos como éste simplemente por puro deporte?
ELIZABETH: Completamente cierto.
BLEYN: ¿Cómo vamos a comprender jamás a vuestra raza?
ELIZABETH: Si te lo dijera, jamás lo creerías.
Por la mañana, Bleyn a Aronn se sentían mejor. Basil decidió volver a su configuración original de escalar en dos grupos. Él, Betsy y Bleyn abrían camino, con Ookpik, Bengt, Nazir y Aronn siguiéndoles a unos quince minutos de distancia. Se hundían hasta la rodilla en la nieve del risco, muy blanda después de que el sol de primera hora de la mañana la hubiera trabajado. El equipo de Basil abrió penosamente camino durante tres tediosas horas; luego fue el turno de Ookpik y su grupo. En algunos lugares, los Humanos se hundían casi hasta la cintura, pero eran los Tanu con sus largas piernas los que parecían más agotados por el esfuerzo. Aronn, especialmente, tenía el rostro ceniciento y torpe. Parecía confundido por las más simples órdenes de Ookpik, y hallaba difícil mantener el modesto ritmo impuesto por los Humanos del equipo.
Al mediodía los alpinistas habían alcanzado casi la elevación del Puerto Occidental. Basil decidió hacer un alto para comer algo en una protegida concavidad nevada.
—¿Veis aquel resplandor brumoso allá delante? —Señaló ladera arriba—. Es el viento soplando por el Puerto, y significa el final de esta maldita nieve blanda. De todos modos, me temo que vamos a tener que… esto… sufrir un poco cruzando el campo de nieve de la parte superior de la ladera. La travesía será corta, pero posiblemente difícil, hasta que alcancemos el flanco norte y estemos fuera del efecto de venturi del viento. Lo que necesitamos ahora es una buena comida caliente y mucha bebida. Sopa y té dulce. La deshidratación es ahora uno de nuestros peores enemigos. Agrava el cansancio y la hipotermia y el mal de la montaña y otras fatigas de nuestros cuerpos.
—Mis peores fatigas son cuando me miro en un espejo —se quejó Míster Betsy—. ¡Mi pobre nariz y mejillas están hechas jirones de las quemaduras del sol!
Ookpik le tendió un hornillo portátil y un pote grande de decamolec.
—Ve a fundir un poco de nieve y ahórranos todas estas monsergas, y te daré un poco de mi manteca de rinoceronte. Sólo está un poco rancia.
—¡Ugh! —exclamó Betsy, y partió a toda prisa.
Basil tomó a Bleyn del brazo y lo condujo aparte de los demás.
—Estoy muy preocupado por Aronn. Su condición parece estar deteriorándose.
—Ya lo he observado. —Los ojos del Campeón se volvieron hacia su Hermano de Liga, que permanecía apáticamente sentado frente a una unidad calefactora a infrarrojos, sujetando una barrita de chocolate sin empezar en una enguantada mano.
—Tendremos que ir en cordada por la ladera —dijo Basil—. Puede que haya algunas inclinaciones de hielo pronunciadas, y el viento será fuerte. Me temo que queda completamente descartado que Aronn continúe como hombre de cola en el grupo de Ookpik. Si cae, su enorme peso puede arrastrar a los otros tres. Se deslizarían cayendo hasta la falda del Puerto, quizá más de mil metros.
—Es muy probable —dijo el Tanu.
—He visto a otros alpinistas con los síntomas de Aronn —prosiguió Basil—. Debo decirte que hay posibilidades de que tu amigo se vuelva irracional. Puede verse presa del pánico, incluso volverse locamente eufórico y decidir arrojar su hacha para el hielo, o ponerse a bailar en plena ladera. ¿Eres capaz de controlarlo a través de tu torque de oro?
—Puedo ejercer coerción sobre él, ciertamente. Pero Aronn es un potente psicocinético, y si se vuelve loco puede pasar por encima de mi compulsión. Cuando las personas de mi raza sufren desórdenes mentales, es redacción y no coerción lo que requieren… y mi cerebro, impelido por la autoconservación, concentra sus facultades, lo quiera yo o no, en mi propio beneficio. Hay otro problema. Aunque normalmente soy superior, coercitivamente hablando, a Aronn, sus poderes pueden a veces exceder a los míos cuando es estimulado por impulsos mentales aberrantes.
—No podemos dejar a Aronn aquí ni podemos volver atrás —dijo Basil—. Una vez hayamos cruzado el Puerto, podemos ponerlo en un trineo de decamolec para el descenso. Pero de algún modo va a tener que cruzar este campo de nieve. Propongo que transfiramos a Betsy a la cuerda de Ookpik. Tú y yo seremos los compañeros de cordada de Aronn. Abriremos camino, y yo procuraré… esto… que haya asideros a prueba de bomba durante todo el camino.
—Aronn pesa casi ciento ochenta de vuestros kilos. ¿No representa eso un peligro considerable? Yo mismo me siento enormemente debilitado. No creo que pueda sostener a Aronn con mi psicocinesis. Habría que hacerlo físicamente.
—Podemos ponerlo entre los dos…
—Y si caemos los tres —dijo Bleyn secamente—, ¿quién conducirá a los demás hasta las aeronaves? Debo recordarte que Ookpik no tiene ni con mucho la experiencia alpinista que tenía el difunto Thongsa. Las órdenes que tengo del Rey son de conseguir las aeronaves a cualquier precio.
—No abandonaremos a Aronn. —Basil se mostró firme.
—No —admitió suavemente Blein—. Pero tú guiarás a los demás en un grupo de cinco hombres, y yo y mi Hermano de Liga os seguiremos en otra cordada. Confiamos que Tana nos sostenga. Si caemos, habrá sido su voluntad.
—¡Si caéis, nosotros los Humanos llegaremos a las aeronaves sin ningún señor Tanu que nos fuerce! ¿Cómo sabes que no vamos a tomar una nave y volar hacia la libertad? Ni tú ni el Rey podéis ejercer coerción sobre nosotros a larga distancia.
—No hay ninguna necesidad de ejercer coerción sobre vosotros. He dicho que los Humanos son imposibles de comprender… pero estaba equivocado. Te comprendo bastante bien, Basil, como para saber que harás lo que has prometido, sobrevivamos o no Aronn y yo.
El ex catedrático asintió dubitativamente.
—Entonces de acuerdo. ¿Seguimos adelante?
El viento aullaba. Su factor de temperatura, estimó Basil, era probablemente menos de sesenta grados bajo cero. Tenía la sensación de que su rostro se congelaba debajo de la capucha forrada interiormente de piel de su anorak. Sus dedos estaban cada vez más y más entumecidos a cada nuevo peldaño que picaba en el duro y blanco hielo. Martilleó una nueva clavija, la aseguró, y dijo: ¡Lista la sujeción! Arriba.
Ookpik dijo: Subiendo. Avanzó rápidamente por los recién cortados asideros para los pies, luego se ancló. Mientras tanto Basil seguía picando, picando y martilleando, mientras Ookpik aguardaba tenso y preparado contra una posible caída del líder. A medida que la línea iba extendiéndose cruzando la empinada ladera, Bengt avanzaba a una cierta distancia unido a la cuerda de los dos hombres en cabeza, seguido por Nazir y luego Betsy; y a unos diez metros o así de distancia, y quedándose más y más atrás, avanzaban los dos Tanu.
Basil manejaba su hacha al ritmo de su acelerado corazón. Sus pulmones trabajaban febrilmente para extraer oxígeno del tenue y frío aire, y el dolor le impulsaba a un mayor esfuerzo. Más rápido. Trabajó hasta llegar al final de la cuerda que Ookpik había asegurado, picando el hielo con toda la velocidad que se atrevía; porque la velocidad era lo único que los sacaría del aullante viento que estaba congelándolos lentamente hacia la muerte. Basil lo sabía y Bleyn el Campeón lo sabía. Los otros se sentían demasiado débiles y miserables como para darse cuenta.
Basil dijo: ¿Cómo está Aronn Bleyn?
Bleyn dijo: Débil muy débil medio atontado pero no maníaco graciaseandadasaTana responde a mi coerción.
Basil dijo: Ahora vamos a trazar un ángulo hacia abajo. Es un trozo pronunciado muy pronunciado pero el final está quizá a 200 metros un reborde seguro. ¿Habéis oído todos? ¡No estamos lejos del final!
Unas cuantas mentes respondieron con vacilantes transmisiones.
El viento aullaba.
Basil siguió cortando peldaños.
La hilera de cinco diminutas figuras y otras dos algo mayores empezó a descender ahora por la resplandeciente ladera blanca encima del Puerto. El aire era brillante y claro. Ninguna nube empañaba el azul cielo. Muy arriba encima de ellos, el Monte Rosa formaba un monolito de una pureza que constreñía el corazón. Casi toda su cara occidental había sido pintada con nieve fresca depositada por la última tormenta, y brillaba inmaculadamente blanca.
¡Una montaña virgen!, pensó Basil. La reina virgen de las montañas, quizá la más alta que jamás hubiera dado la Tierra. Serás mía. Lo serás.
Siguió cortando peldaños.
De pronto entraron de nuevo en una región de torbellineante nieve suelta, acercándose a una pared rocosa rematada por una rizada cornisa de nieve. El aullar del viento disminuyó a un grito, luego a un gemido, luego a un sollozo. Basil dio un último paso fuera de la peligrosa pendiente de cuarenta y cinco grados hacia una crujiente extensión de nivelado hielo, apenas cubierta de nieve. La cornisa se proyectaba ante él y parecía tan sólida como plascemento. Grises rocas revestidas de hielo transparente emergían de su base. Avanzando un par de metros más, Basil fue capaz de ver por encima del hombro de la cornisa a la Cara Norte de la montaña.
Las Helvétides interiores, los Alpes del plioceno, se extendían en aserradas olas hasta el horizonte. Desde allí, todo el camino era en descenso.
Dijo: ¡Adelante! ¡Venid! ¡Lo hemos conseguido muchachos!
Resonaron débiles gritos de júbilo de las mentes de los Humanos. Ookpik surgió de la débil neblina de la superficie, y luego Bengt, sonriendo ampliamente. Nazir avanzó con agonizante cuidado hasta la seguridad, jadeando una plegaria de agradecimiento a Alá. Luego allí estaba Betsy, golpeando el último escalón con su hacha para mejorar la sujeción de su pie.
Basil llamó: ¿Bleyn?
Estoy aquí.
Basil dijo: Ven. No te pueden quedar más de 10 metros.
Bleyn dijo: Lo lamento profundamente.
A través de sus torques los Humanos vieron una imagen: un gran cuerpo medio arrodillado en una inclinada y resplandeciente blancura. Los pies inseguramente aferrados en dos pequeños hendiduras. Los brazos tendidos encima de su cabeza, aferrando los mangos de una hacha para el hielo profundamente enterrada y un piolet clavado en la nieve. Del cinturón de su arnés, una tensa cuerda. A su otro extremo, cinco metros más abajo, otra forma tendida boca abajo en el resbaladizo hielo, deslizándose lentamente hacia abajo, centímetro a centímetro, mientras las manos sustentadoras del hombre de arriba resbalaban de los mangos de sus herramientas.
Basil gritó: ¡Todaslasmentesjuntas! VENIMOS BLEYN. RESISTE.
Todos se aunaron, irradiaron: VENIMOS BLEYN. RESISTE.
Las flexionadas rodillas de Bleyn se pusieron rígidas contra la gravedad, contra el tirón del peso muerto de Aronn. Sus insensibles manos aferraron con más fuerza los mangos de las herramientas. Se forzó hacia arriba.
VENIMOS BLEYN. RESISTE. RESISTE.
Lentamente, un brazo se curvó, liberando la pobremente anclada hacha. ¡Chink! Bleyn volvió a clavarla, hundiéndola tan profundamente como pudo. Quedó bien sujeta.
Basil dijo: Rodea la cuerda en una roca aguanta firme Ookpik. RESISTE BLEYN YA VENGO.
Los otros dijeron: RESISTE BLEYN RESISTE.
Ookpik dijo: Cuerda bien sujeta. Adelanteadelanteadelante.
Bleyn dijo: Lo lamento profundamente. No puedo resistir.
Ookpik dijo: ¿Lostienes Basil lostienes? ¿Fuerte? RESISTERESISTERESISTE…
Bleyn cayó.
Basil gritó: ¡Resisteresisteresiste!
Cayó.
Los tres cuerpos chocaron contra el hielo, ganaron impulso, luego se detuvieron con un resonante chasquido cuando llegaron al extremo de la firmemente asegurada cuerda de Basil. El ex catedrático alzó una despellejada mano y sonrió a Ookpik.
—Los dos parecen estar inconscientes —dijo—, pero los tengo bien seguros.
—Y yo tengo atada tu cuerda al cable del manubrio —dijo triunfalmente Míster Betsy—. Listo para tirar de ti cuando tú digas, querido.
Basil dijo: Oh Dios mío ¡Ahora jodido idiota!
—Oh, vamos, vamos —se burló Betsy, poniendo en marcha el mecanismo.
Después de descansar y recuperarse un poco, iniciaron el descenso. Al principio fue cauteloso, con los dos Tanu atados a sendos trineos. Pero luego descubrieron el largo tobogán de una avalancha que ya se había asentado, y Basil dijo:
—¡Todos a bordo para el atajo!
Mostró a los demás lo que tenían que hacer, cada uno según su habilidad, y los envió patinando y deslizándose tobogán abajo a lo largo de más de mil metros de ladera, lanzando gritos y vivas. Y cuando todos estuvieron a salvo allá abajo se lanzó él a tumba abierta, radiando un gran rugido mental de alegría al éter que alcanzó no sólo a Elizabeth y a sus colegas en el otro lado de la montaña sino incluso al Rey en la lejana Goriah.
Y Aiken dijo: Bien hecho.
Tras un largo intervalo, Basil dijo (esta vez vía el relé de Elizabeth): Gracias, Señor.
Aiken dijo: Tengo entendido que Bleyn y Aronn han tenido que ser bajados.
Basil dijo: Están recuperándose dentro de una de las aeronaves reactivadas, Rey Soberano. Sus sistemas de medio ambiente les están proporcionando la concentración de oxígeno del nivel del mar. Estarán completamente recuperados dentro de uno o dos días.
Aiken dijo: Bien bien. ¿Así que pudisteis poner en condiciones un volador sin demasiados problemas?
Basil dijo: Algunos de ellos son fácilmente accesibles. Sus unidades de energía deben ser recargadas con agua destilada por supuesto y habrá que trabajar bastante en liberar algunos de la nieve acumulada. Pero no se preven serios problemas.
Aiken dijo: ¡Caleidoscópico! Entonces todo está bien…
Basil dijo: Sí.
Aiken dijo: Pide tu recompensa.
Basil dijo: Un día de descanso. Luego mientras los demás se ocupan del transbordo y la reactivación quiero escalar la cima del Monte Rosa. Solo. Si no he vuelto al cabo de tres días suponed que he perecido en el intento. Nadie debe arriesgar su vida o esos aparatos en fútiles maniobras de rescate. Ésta es la única petición personal que te hago.
Aiken dijo: Concedida.
Phronsie Gillis dejó a un lado su libro-placa de la serie de Los hombres de las lentes de «Doc» Smith y miró por la portilla de la cubierta de vuelo del Viejo Número Uno a la cada vez más densa ventisca.
—Dulce Jesús, simplemente mirad esa nieve. Si está cayendo así en la cima de la montaña, el pobre Basil debe estar ya congelado a estas alturas. No le han dado ni la oportunidad del chino.
La señorita Wang alzó la vista de su bordado fêng-huang y dijo quejosamente:
—Me gustaría que usaras metáforas menos ofensivas.
—Querida —respondió Phronsie—, tengo insultos para todas las razas, grupos étnicos, fes religiosas y orientaciones sexuales. No es nada personal.
La señorita Wang inclinó la cabeza y suspiró.
—Basil era un buen jefe. Voy a echarlo en falta.
—Todos lo vamos a echar en falta —dijo Stan Dziekonski. Dejó sus cartas con un golpe seco sobre el tanque de navegación—. ¿Ginebra?
Los otros tres jugadores agitaron lúgubremente las manos.
—¿No puedes captar nada con tu visión a distancia? —preguntó Ookpik a Bleyn.
El Campeón negó con su enorme cabeza rubia.
—Es la tormenta. Si Elizabeth ha visto frustrados sus intentos de localizar a Basil, ¿cómo puedo yo esperar tener éxito? Y no hay ninguna respuesta a nuestras llamadas telepáticas.
—Ya hemos aguardado más tiempo del prefijado —les dijo Ochal el Arpista—. Tendremos que irnos.
—¡Maldito sea el tiempo prefijado! —gritó Phronsie, golpeando la consola del Viejo Número Uno con su libro—. Vete tú con Stan y Ooky en el Número Dos, Lord Arpista, y déjanos a nosotros otro día más aquí. A Bleyn no le importará… ¿verdad, Camp?
—Las dos naves tienen que irse, Phronsie —dijo Bleyn. Somos las últimas, y fue el propio Basil quien puso las condiciones.
—Lo hizo —dijo la señora Wang, con una voz pequeña y miserable. Se secó la nariz con una manga, ocupó el asiento del piloto, y empezó muy lentamente los preparativos—. Phronsie, por favor, toma las lecturas de potencia.
Hubo un suspiro colectivo de los demás. Stan dijo:
—Bien, sospecho que será mejor que Ooky y el Lord Arpista y yo volvamos al Dos.
—Sí —dijo Bleyn—. Nos veremos en Goriah.
El trío que se marchaba alzó sus capuchas, cerró sus anoraks y enfundó sus manos en los guantes. Se dirigieron con paso cansino hacia la escotilla inferior. Cuando la señorita Wang la abrió, la ventisca entonó un canto fúnebre.
—Los generadores del campo rho parecen bien —dijo Phronsie—. El control de ambiente funciona. La escotilla está asegurada.
La señorita Wang reprimió un sollozo.
—Energía R a la red externa. Alas completamente atrás. Listos para el despegue.
Phronsie habló por el comunicador radio.
—Hey, los chicos del Dos, ¿habéis vuelto?
—Afirmativo —dijo Ookpik—. Y el Arpista efectuó otra exploración mientras estábamos fuera. Nada. Basil está donde quería estar.
—Maldito condenado si lo planeó de este modo —gruñó Phronsie—. Pero no me sorprendería en lo más mínimo… ¡Oh, por el amor de Dios, sácanos de aquí, Wang!
En la cima del Monte Rosa, Basil permaneció tranquilamente sentado en su cueva de nieve hasta que el huracanado rugir del viento cesó. Entonces tomó su pala de vitredur e hizo un túnel hasta la salida. El cielo sobre su cabeza era negro como el terciopelo, salpicado de sutilmente coloreadas estrellas. Un enorme banco de nubes cubría el mundo con una sábana por debajo de los 8.000 metros. Allá al oeste, dos rastros púrpura como dos agonizantes meteoritos trazaron un arco hasta desaparecer de su vista detrás del proto-Matterhorn.
Basil se sentó en un compactado montón de nieve, estirando sus piernas con extrema precaución. Hubo sonidos crujientes en su tibia izquierda y en su tobillo derecho. Una serie de estrellas no pertenecientes al cosmos danzaron momentáneamente ante sus ojos, y jadeó en voz alta. Las desgarradas rodillas de sus pantalones acolchados y su ropa interior larga estaban negras de sangre coagulada. Había tenido que arrastrarse los últimos dos o trescientos metros después de la caída. En realidad, había sido bastante fácil; pero la granulosa nieve helada había desgarrado sus ropas como cristales rotos, y había tenido que cavar precipitadamente un refugio antes de que la ventisca le golpeara con toda su fuerza.
Giró lentamente sobre sí mismo, contemplando su mundo. Su respiración formaba heladas nebulosas que derivaban en el vacío, una bocanada siguiendo a la otra en intervalos cada vez más cortos. El aviso de la creciente constricción en su pecho era más intenso cada vez que llenaba sus pulmones. Se sentía muy feliz.
El frío abrumador se clavaba en sus no protegidos ojos, de modo que los cerró y sintió un inmediato calor. Dijo:
—Vulgo enim dicitur: iucundi acti labores.
Cicerón, ¿verdad?
—Correcto. «De Finibus»
Los buenos padres en New Hampshire tuvieron penas y trabajos en embutirnos el latín, pero creo que aún puedo arreglármelas: «Dice la gente: los trabajos cumplidos dan satisfacción.» Un sentimiento apropiado, pero con el que yo no comulgaría.
Basil abrió los ojos y vio una masa oscura, muy alta y con la forma aproximada de un hombre, de pie en la nieve frente a él.
—Hola, ahí —dijo el ex catedrático—. Supongo que eres tú. Es decir, como opuesto a una alucinación hipotérmica.
La cosa se acercó deslizándose, pareciendo exudar un helor aún más profundo que el de la alta noche alpina.
Debes disculparme si permanezco dentro de mi armadura.
—Perfectamente comprensible. Supongo que has estado observando nuestros esfuerzos.
Especialmente los tuyos.
—Oh. Bien, ahora ya han terminado.
¿Tienes intención de morir aquí?
—Parece que hay pocas alternativas.
Yo puedo ofrecer una.
—Muy curioso —murmuró Basil—. Hablame de ella.
He estado experimentando con mi facultad de efectuar saltos-D, aprendiendo a llevar cosas conmigo fuera de este mecanismo acorazado que envuelve mi cuerpo. Es un asunto de generar mentalmente un campo upsilon, ¿entiendes?
—¿Como una astronave superlumínica?
Exactamente. He elevado mi capacidad hasta aproximadamente 75 kilos de masa inerte. Ahora estoy preparado para intentar teleportar a alguien vivo. Puedo utilizar un animal, por supuesto.
Basil asintió juiciosamente.
—O puedes utilizarme a mí.
Hay un riesgo considerable. Aún no he tenido la oportunidad de trasladar ninguna cosa viva en el campo externo. Estarías cabalgando fuera de la astronave, por decirlo así. En teoría, tiene que funcionar.
—¿Qué debo hacer?
Si puedes conseguirlo mantente en pie, y acércate todo lo posible al aparato sin tocarlo.
Basil tanteó a su lado y encontró la pala.
—Tengo que mantenerme en equilibrio sobre mi tobillo roto. La pierna izquierda tiene una fractura compuesta. Tendrás que ir rápido, porque no podré mantenerme mucho tiempo.
Acércate.
Hundió la hoja de la pala en la nieve y empujó su cuerpo hacia arriba. El dolor llegó en nauseantes oleadas y lanzó un grito. Luego se dio cuenta de que estaba de pie, oscilando ligeramente delante de la profundamente negra monstruosidad.
—Estoy listo —dijo, y el limbo gris los reclamó a los dos.