¡Bets! ¡Despierta muchacho! ¡Despierta es hora de irse!
Míster Betsy se agitó. Una manicurada mano reptó del interior de su saco de dormir de seda forrado de muletón y se posó en la abertura de su balaclava, que se había deslizado hasta las inmediaciones de la recesiva línea de su pelo natural. Un dedo tiró hacia abajo del punto rosa del casco hasta que un solo ojo verde miró desde la lanuda rendija y vio los iluminados dígitos del reloj de pulsera: las 2:16. El torque gris hormigueó, eliminando el sueño.
La voz telepática de Míster Betsy fue hosca: Buen Dios Ookpik no puede ser la hora de empezar ¡acabo de meterme en la cama!
Malas noticias. Elizabeth envió aviso a nuestro telépata Tanu de que los Firvulag están avanzando rápidamente sobre Bettaforca. Basil dice también en la montaña que el tiempo se está poniendo inseguro por momentos. No podemos esperar al amanecer para iniciar la ascensión. Diez minutos.
—Oh, mierda de mierdas —dijo Betsy en voz alta.
Ookpik dijo: Y no olvides tu arma.
Gruñendo débilmente, Bety se puso en pie y avanzó a saltos por la tienda como una oruga acrobática envuelta en su capullo. Encendió la linterna de la tienda y se arrodilló frente al horno de la unidad de cocina, donde sus botas y ropas exteriores habían pasado la breve noche tostándose a cincuenta grados. Comprobó la temperatura exterior y se sorprendió al descubrir que oscilaba un poco por encima de la de congelación. Correcto. No importaban los calzoncillos largos y la camiseta por ahora: adelante con las ropas acolchadas transpirables encima de las prendas interiores de lana, luego las botas, luego las polainas para la nieve y los arreos de escalada. Para extraer la transpiración de su saco de dormir, lo metió en el horno por unos breves momentos y dejó que las microondas hicieran su trabajo. Luego metió el saco y la ropa interior de dormir en su mochila. Se puso los guantes y agarró el hacha para el hielo y el desintegrador Weatherby Magnum.
Seis minutos. Míster Betsy se permitió una mueca satisfecha mientras salía a la noche alpina.
Soplaba un viento cálido del oeste, y la nieve recién caída de ayer se había vuelto fangosa. El campamento estaba completamente a oscuras por precaución, pero Betsy vio moviéndose entre las tiendas las negras formas de los soldados torques grises. Una brumosa media luna iluminaba el Monte Rosa con una radiación pálida, verdosa. El macizo estaba coronado por una poco habitual formación nubosa doble, como una lisa caperuza curvándose encima de la elevación mayor, rematada por un alargado penacho que se proyectaba hacia el este.
Tras una rápida visita a las letrinas, Betsy se dirigió a la tienda de reunión de los escaladores. Ookpik era el único que estaba allí, inclinado en un banco al lado de la mesa de la comida, bebiendo té y mordisqueando babosas a la Villeroy.
—Me alegra que alguien sea rápido —observó hoscamente el esquimal—. El resto del grupo aún están tropezando unos con otros buscando sus calcetines… y eso incluye a nuestro temible líder, el doctor Thongsa. Toma un poco de té, Bets. Esas asquerosidades fritas a la francesa no son del todo malas. ¿Has visto esa nube en la montaña?
—Sí —dijo Betsy secamente. Dejó caer su equipo y se sacó los guantes—. Lord Bleyn hizo todo lo posible por poner una buena cara a las cosas ayer. ¡Yo hubiera debido saber que no íbamos a salir tan fácilmente de aquí! Esos Firvulag tienen que ser capaces de ocultar de algún modo sus movimientos si han conseguido acercarse tanto sin que Elizabeth los haya captado. Se suponía que no iban a llegar hasta mañana. Una ascensión de noche por la embocadura del glaciar con un tiempo cálido como éste tiene que ser extremadamente peligrosa.
Ookpik escrutó un gasterópodo frito antes de metérselo en la boca.
—Ésa no es la única mala noticia, muchacho. He hablado personalmente vía telepática con Basil. No he podido dormir.
Betsy echó una gran cucharada de miel a su té.
—Pensé que no podías radiar a más de unos pocos centenares de metros.
—He estado practicando. Te sorprenderías de ver cómo el pánico aguijonea las funciones de un viejo cerebro… Sea como sea, Stan está peor.
—Oh, Dios mío.
—Es una vieja morsa coriácea, pero el edema pulmonar no es algo con lo que pueda jugarse. Llevarlo de vuelta abajo al campamento 2 le alivió algo, pero sigue estando hecho polvo. Basil y Taffy tendrán que cargarlo todo el resto del camino en el trineo de decamolec.
—¿Cómo está la pobre querida Phronsie?
—Sus pies están respondiendo a la circulación forzada inducida por el torque. Puede caminar, pero no muy aprisa. Quiere que Baz y Taffy la dejen en el campamento 2 y desde allí bajar con Stan. Dice que cree que puede bajar hasta aquí por sí misma, si se le conceden un par de días de descanso. O podemos enviar un grupo de rescate.
—Si los Firvulag no nos echan de Bettaforca primero —murmuró Betsy—. ¿Un grupo de rescate…? Los únicos montañeros que quedan aquí después de iniciar la operación son Cliff y Cisco Briscoe, y ninguno de los dos es muy fuerte. —Puso cara de duda, y depositó una babosa medio comida en la bandeja—. El agotamiento está disminuyendo rápidamente las filas de los Bribones de Basil. Realmente no necesitamos un ataque Firvulag prematuro y una tormenta encima de todo lo demás.
La puerta de la tienda se abrió, dejando paso a tres exóticos y a Kang Lee, el oficial de guardia con torque de oro. Los montañeros Tanu, Bleyn el Campeón y Aronn, parecían casi Humanos muy desarrollados con sus ropas alpinas; pero Ochal el Arpista era una visión fantasmagórica, con su blanco anorak y sus pantalones puestos encima de su resplandeciente armadura amatista.
—Los otros vienen inmediatamente —dijo el telépata—. Utilizaremos este mapa para orientarnos en vez de intentar una fusión mental. —Desplegó una amplia hoja de durofilm sobre la mesa del centro de la tienda. Empezó a entrar más gente… Bengt Sandvik y Nazir del segundo grupo de asalto, y el médico no montañero, Magnus Bell. Finalmente, sonriente e imperturbable frente a la frialdad de los otros, entró el pequeño líder auxiliar del grupo de ataque, el doctor Thongsa.
—Bien, empecemos la reunión —ordenó. Alguien lanzó una risita.
El dedo recubierto de malla de Ochal trazó un camino sobre el mapa, dejando una efímera marca brillante en el plast.
—Parece que el Enemigo ha hecho lo inesperado. Con sus fuerzas disminuidas por el deslizamiento allá en el Tarentaise, nadie sospechaba que se atrevieran a dividir lo que quedaba. Sin embargo, eso es exactamente lo que han hecho. Tras cruzar el paso del Pequeño San Bernardo y avanzar hacia el valle del proto-Augusta, han llegado aquí. —Señaló un punto en el río, a unos 40 kilómetros al este del paso—. Aproximadamente un centenar de Firvulag han seguido avanzando hacia el este a lo largo del Augusta, en línea recta, hasta el Val d’Ayas, que es su pasadizo de acceso más lógico al Campamento Bettaforca. Ésta fue la fuerza que Elizabeth rastreó.
—¿Y el resto? —preguntó Ookpik.
—La fuerza que ella no percibió —siguió indicando Ochal— consistía en unos veinte de los más poderosos miembros de las fuerzas Enemigas, aquellos capaces de ejercer fuertes funciones de enmascaramiento. Después de que esas tropas se separaran de sus compañeros, avanzaron a través de las quebradas garganta del Valpelline, donde incluso un Gran Maestro tendría enormes dificultades en captarlos. Viajaron hacia el nordeste y luego hacia el este a través de un terreno muy escabroso, después regresaron hacia el sur. Caerán sobre nosotros desde la cima del Ayas en vez de desde el pie, atacándonos probablemente desde ese risco al noroeste.
—La tormenta viene de esa dirección —observó con aire optimista Ookpik—. Es probable que retrase a esos bastardos.
—¡Debemos partir inmediatamente! —exclamó Thongsa, agitando el aire con su hacha para el hielo—. Una vez alcancemos el glaciar, los Firvulag no se atreverán a seguirnos… ¡y al menos nosotros estaremos a salvo!
Un embarazado silencio recibió aquellas palabras.
—Creemos que el Enemigo tiene intención de atacar el Campamento Bettaforca, y nuestra gente se halla armada y lista —dijo suavemente Ochal—. Pero tienes que comprender que existe otra posibilidad. La nación Firvulag es originaria de las altas y nevadas montañas de Duat, nuestro mundo nativo. Ni siquiera un millar de años en la Tierra Multicolor habrán disminuido sus habilidades en un terreno como éste… y la Pequeña Gente de Famorel está más acostumbrada aún a las montañas que sus parientes del reino del norte. Son hábiles telépatas. Indudablemente conocen las localizaciones de nuestros campamentos de avanzada en el Monte Rosa.
—¡Esperemos que no! —gimió el físico tibetano.
—El objetivo Firvulag —le recordó Bleyn el Campeón— es impedirnos que consigamos las aeronaves. Atacar Bettaforca con sus fuertes defensas no es tan tentador como ir detrás de nosotros. Además… la segunda fuerza de la Pequeña Gente se hallará en mejor posición para atacar la base.
Los negros ojos de Thongsa se clavaron con aterrada fijeza en su impasible rostro broncíneo.
—¡Entonces debemos posponer el asalto hasta que el enemigo haya sido derrotado!
Bleyn se mostró implacable.
—El Enemigo puede vencer. El Rey ordena que iniciemos la ascensión inmediatamente.
—¡Pero puede que tengamos que abrirnos camino luchando por toda la Cara Sur! —exclamó Thongsa.
—Tú lo has dicho, encanto —dijo Míster Betsy alegremente. Alzó su mochila, aseguró los enganches, y ajustó la capucha de su anorak sobre las borlas rosa de su balaclava—. ¿Nos vamos?
—¡Espera! —exclamó alocadamente el tibetano. Su voz fue ahogada por los murmullos de asentimiento de los demás, que empezaron a recoger sus cosas.
—¿Te apetece actuar un poco como instructor de reclutas, Bets? —preguntó Magnus Bell—. Voy a dar un paseo con vosotros… parte del camino al menos… para hacerme cargo de los enfermos y ayudarlos a bajar de vuelta hasta aquí. En asuntos de escalada soy torpe pero voluntarioso, así que espero ser remolcado en los lugares difíciles.
Thongsa estaba casi espumeando de rabia.
—¡Esto es una locura! ¡Cuando acepté conducir el segundo grupo de asalto, nunca anticipé que implicaría el tener que luchar! ¡Renuncio desde este mismo momento!
—Pasa delante —dijo Aronn hoscamente. Era un Tanu con cara equina y un aire de perenne desánimo, que no se preocupaba de utilizar su PC para disimularlo. Sus músculos eran como los de un toro gigantopithecus—. Puedes renunciar a tu puesto de jefe si quieres, Inferior, pero tu experiencia alpina y tu habilidad como piloto son irreemplazables. Vas a venir con nosotros aunque tenga que arrastrarte cogido por el cogote.
—Esto es insoportable —gimoteó Thongsa.
—Lo es, ¿verdad? —admitió Betsy. Su rostro de delicada perilla se aproximó mucho al del rebelde piloto-físico. Mientras otras manos alzaban la mochila de Thongsa hasta sus hombros, Betsy la aseguró—. Piensa en las aeronaves, querido. ¡Piensa en la puerta del tiempo que las aeronaves nos ayudarán a construir! Piensa en ti mismo cruzando esa puerta del tiempo. ¿No deseas volver al Medio?
Las lágrimas asomaron a los ojos de Thongsa.
—No había pensado en eso antes. Pero ahora… sí. ¡Sí! ¡SÍ!
Se arrastraron cruzando el deteriorado hielo del glaciar Gresson, divididos en grupos de cuatro hombres y firmemente atados entre sí pese al hecho de que el camino estaba marcado con banderolas. A todo su alrededor se oía el sonido del agua corriendo y los chirridos y crujidos del hielo asentándose. A largos intervalos oían estruendosos estrépitos a medida que los seracs se separaban de las cuatro grandes cascadas de hielo. La luna tenía como un halo a su alrededor, y la cima del Monte Rosa mostraba una orla espectral.
Los dos Tanu se mantenían en comunicación telepática constante con el campamento base al mismo tiempo que sus metasentidos exploraban la extensión de hielo en busca de signos del Enemigo que avanzaba. Pero no ocurría nada. Durante más de dos horas, hasta que la gris luz del amanecer empezó a teñir el cielo por detrás del flanco derecho del Rosa, siguieron avanzando a través del glaciar. Thongsa iba el primero, tanteando con su hacha de mango largo, conduciendo a Nazir, Bengt y Aronn. Luego seguía Ookpik, conduciendo a Betsy, Magnus y Bleyn el Campeón. Nadie cayó en ninguna grieta. Nadie perdió siquiera pie. Los torques les ayudaban a ver en la oscuridad. La conducción de Thongsa era un modelo de conservador avance por el hielo: concienzuda, segura y muy, muy lenta.
Vieron la tormenta avanzar hacia ellos a medida que se acercaban al depósito de suministros al pie de la Cascada de Hielo Gresson. Al mismo tiempo Bleyn anunció:
Elizabeth lamenta que una combinación de interferencias meteorológicas formaciones rocosas resistentes a los pensamientos y pantallas protectoras de los Firvulag le hagan absolutamente imposible señalar la localización de la fuerza septentrional del Enemigo. La fuerza meridional es captada sin ningún problema a 8 kilómetros al sur del Bettaforca en el valle Ayas al parecer vivaqueando…
El aguanieve les azotó. El éter vibró con epítetos mientras se detenían para cerrar bien las fundas de sus armas y echarse las capuchas. Luego siguieron avanzando penosamente en un repentino crepúsculo, con la visión a distancia de Aronn ayudando a Thongsa a localizar las señales de localización a medida que la tormenta se intensificaba. A veces se veían hundidos hasta los tobillos en deslizante agua, y sus calcetines estuvieron pronto empapados. Pero los dos señores Tanu podían fácilmente intensificar la circulación sanguínea de aquellos que llevaban torques grises, de modo que sus pies envueltos en lana permanecieron calientes, aunque estuvieran encharcados.
Magnus dijo: De todos modos van a salimos ampollas a menos que podamos secarnos pronto.
Bleyn dijo: Veo las tiendas del depósito de suministros a menos de media legua al frente.
Ookpik preguntó: ¿Cuánto es eso en honestos metros?
Aronn dijo: No lo sé pero vosotros piernas torpes vais a necesitar al menos otra hora para llegar allí a menos que os apresuréis.
Nazir dijo: ¡Subhan’llah creo que me estoy hundiendo muchachos! ¡…me estoy hundiendo!
Thongsa dijo: Tensa Bengt yo tiro del otro lado.
Bengt dijo: Lo tengo.
Nazir dijo: Por todos los infiernos estoy metido hasta la cintura…
Thongsa dijo: ¿Puedes alzarlo Lord Aronn?
Aronn dijo: Arriba arriba hombrecito.
Como si estuviera montado en un ascensor, el técnico árabe levitó fuera de la grieta llena de nieve blanda que amenazaba con tragarlo. La psicocinesis conjunta de Aronn y Bleyn lo mantuvieron en el aire, luego lo agitaron cuidadosamente para sacudir el agua de diversas partes de sus ropas.
Bleyn dijo: La tormenta es demasiado fuerte para secarte como corresponde Nazir. Puedo eliminar la incomodidad hasta que alcancemos el depósito. ¿Satisfactorio?
Nazir dijo: Adelante.
La tormenta de aguanieve disminuyó un poco con la llegada del amanecer. Los campos de nieve del Monte Rosa adquirieron lentamente una tonalidad sanguínea y el cielo se volvió purpúreo, estriado con pequeñas nubes blancas que se movían rápidamente.
—Sé que si el cielo está rojo por la mañana, los marineros lo toman como una advertencia —citó Magnus—. ¿Será cierto también para el clima en las montañas?
—Probablemente —dijo Betsy, con alegre pesimismo—. ¡Mirad ahí! El viento se está llevando la niebla al frente. Puedo ver la cascada de hielo… y las tiendas.
Todos los humanos lanzaron exclamaciones de alegría. Los refugios de plateado decamolec eran virtualmente invisibles contra el hielo, pero tenían banderolas de flameante seda naranja, y no parecían estar a más de 150 metros.
—Descansaremos un poco, nos secaremos, y prepararemos una sustanciosa comida —declaró Thongsa—. Es obvio que los Firvulag han sido más prudentes que nosotros, y sin duda habrán pasado la noche en algún cómodo refugio a prueba de tormentas. ¡Vamos, apresurémonos!
Echó a andar a buen paso, sujetando el hacha como si fuera el garboso mango de un piolet y haciendo resonar el acuoso hielo con sus tacos de cristal. El rayo fotónico que lo mató instantáneamente fue a todas luces un error. Algún impetuoso Firvulag se había puesto en pie y disparado demasiado pronto desde el montón de dentados bloques de blanco hielo a la izquierda de las tiendas. La irregular descarga que siguió fue lanzada a toda la potencia de las Matsu y resultó neutralizada por una repentina racha de aguanieve que barrió el glaciar.
—¡Al suelo! —gritó Bleyn—. ¡Detrás de esa cresta de hielo!
Se apartaron del sendero marcado justo a tiempo. La tormenta estaba dando sus últimos jadeos, y cuando el aire se aclaró, los rayos láser zumbaron con creciente eficiencia, arrancando grandes trozos de hielo de la cresta.
Se soltaron las cuerdas y se arrastraron hacia el este. El reborde de hielo, aunque no muy alto, ofrecía una adecuada cobertura, conduciéndoles hasta una prominencia de granito cubierta por una fina capa de hielo, donde se reagruparon y consideraron la situación.
Ahora el día había despuntado por completo. Estaban a más de 300 metros del emplazamiento de las tiendas y algo más lejos del escondite de los Firvulag. El Enemigo se había ocultado en un montón de seracs del tamaño de casas en el margen derecho de la cascada de hielo y ahora dominaba el único camino de ascenso a la montaña.
—Alguien de esa pandilla sabe usar la cabeza —observó Ookpik—. De todos modos, las cosas hubieran podido ser peores.
—Y lo hubieran sido —murmuró Betsy— si uno de los fantasmones no hubiera tenido el dedo demasiado inquieto.
—¿Es toda la pandilla? —preguntó Nazir—. ¿Los veintitantos mamones que estimó Ochal el Arpista?
—Estoy contándolos —dijo Bleyn hoscamente—. A tan poca distancia, puedo captarlos claramente pese a sus pantallas.
—Lástima que no lo hicieras antes —murmuró Betsy.
—Fui imperdonablemente descuidado —admitió el Campeón—. Ese tipo de escrutinio requiere intensa concentración, y mi atención estaba dividida. Incluso un miembro de la Alta Mesa puede fallar… ¡maldita sea la suerte!
—Las cosas hubieran podido ser peores —dijo nuevamente Ookpik. Pareció muy excitado mientras extraía con cierta dificultad un monocular de su mochila y miraba a su través.
—¿Y qué? preguntó Bengt.
—No le llaman por nada una cascada de hielo, muchacho —dijo el ingeniero esquimal.
—No se ha movido desde que llegamos a la montaña —dijo Aronn.
—Necesita un poco de lubricación —dijo Ookpik.
—Tendrás que lubricarlo en el punto exacto —dijo Nazir, dudoso—. Quiero decir, no podemos estarle dando a la cascada durante horas, o los fantasmones sospecharán algo.
—¿Cómo puedo estimar esos ángulos si no dejas de decir tonterías? —se quejó Ookpik. Todo el mundo se mantuvo inmóvil y silencioso durante varios minutos. Finalmente, el esquimal preguntó—: ¿Alguno de vosotros los Tanu puede volar?
—No —dijo Bleyn—. Yo tengo un bloqueo mental y Aronn nunca ha sido capaz de asimilar el programa.
—¿Pero podéis mover cosas a distancia?
—No soy Kuhal el Sacudidor de Tierras, pero puedo alzar ocho veces mi peso. Aronn puede con la mitad.
Ookpik hizo unos rápidos cálculos.
—Casi una tonelada. Estupendo. ¿Podéis mover algo encima de la cascada de hielo?
—Bueno… —Bleyn dudó—. Podemos intentarlo. Pero simplemente moverlo de un lado para otro. No sostenerlo alzado. Y necesitamos tener una línea de visión sobre ello.
Los ojos del esquimal brillaban.
—Dadme solamente unos minutos más.
Se relajaron detrás de las rocas cubiertas de hielo. El poder creativo de Aronn secó los empapados pies de todos. Betsy ayudó a Nazir a cambiarse de ropas. Magnus preparó chocolate caliente. De tanto en tanto los Firvulag abrían fuego contra su posición, pero el único resultado fue la desaparición de la mayor parte del borde helado de la parte norte de la cresta, sin casi el menor daño para el granito.
—Cuento sesenta y ocho Enemigos —anunció Bleyn—. Toda el ala norte debe hallarse apiñada tras esos enormes bloques de hielo.
—Parecen estar equipados principalmente con carabinas Matsu —dijo Betsy—. He observado solamente dos o tres rayos de diferente color. Posiblemente Mausers accionados por energía solar. Nada que pueda compararse a nuestras Weatherbies y Bosches.
—He encontrado el lugar —dijo finalmente Ookpik—. Perfecto. Un poco más alto de lo que me hubiera gustado, pero qué demonios, el impulso es el impulso. ¿Qué importa si tenemos que buscar un nuevo camino cascada arriba? Podemos descansar primero en el depósito, tal vez darle a Basil la posibilidad de bajar con el pobre Stan.
—No sabemos si eso funcionará —dijo lúgubremente Betsy—. No planees tan por anticipado, querido.
Ookpik tenía el monocular pegado a su ojo.
—Sintonizaos todos con mi óptica. ¿Veis ese serac con la forma de una botella de coca cola vuelta de lado?
—¿Qué es una botella de coca cola? —preguntó Aronn.
—Eso —aclaró Ookpik. Cuando todos hubieron identificado el bloque clave, el ingeniero explicó lo que había que hacer. Todos tomaron sus armas y apuntaron cuidadosamente al punto designado—. Vosotros dos, Exaltados, recordad —dijo Ookpik a los Tanu—: Cuando le hayamos dado, alzadlo. Tenemos que enviarlo rodando hacia abajo, y entonces con un poco de suerte toda esa parte de la cascada se derrumbará. ¿Listos?…
Fuego.
Tres rayos verdes y cuatro blancoazulados convergieron en el mismo punto. Hubo un estallido de vapor y hielo pulverizados. Los dos psicocinéticos ejercieron su poder mental. El serac se estremeció pero permaneció firme en su sitio.
—¡Hacedlo bascular! —aulló Ookpik—. ¡Fuego otra vez!
Las armas fotónicas cantaron. Bleyn y Aronn permanecían hombro contra hombro, sus agraciados rostros distorsionados por el esfuerzo. La nube a media altura de la cascada de hielo se expandió. Un sonido raspante hirió sus oídos. Aronn exclamó:
—¡Está cayendo!
Y entonces los gigantescos bloques de hielo parecieron resplandecer a la intensificada luz. Los metasentidos de los Tanu se centraron en la visión y la radiaron a los torques grises de los Humanos. Vieron la cara de la cascada de hielo vacilar y desmoronarse. Masas azules y blancas volaron hacia arriba y hacia adelante como en movimiento retardado, luego rodaron sobre sí mismas con sus facetas brillando y proyectando destellos como cristal opaco. Un estruendoso rugir llenó el aire. La nieve suelta, golpeada por los rodantes bloques, estallaba en grandes surtidores, y torbellinos de cristal destellaban en el límite de la monstruosa avalancha.
En el éter resonaron gritos inhumanos.
Cuando todo hubo terminado, la cascada de hielo Gresson parecía muy poco cambiada, puesto que un trozo de hielo no es muy distinto de otro. Pero la parte delantera de la cascada, que había estado formada por hielo sucio, era ahora prístina… y se extendía casi hasta la mitad del camino al lugar donde había buscado refugio el grupo de montañeros. El reducto de los Firvulag estaba enterrado al menos bajo dieciséis metros de trozos de hielo. Las tiendas del depósito de suministros estaban enterradas tan sólo bajo diez metros.
Ookpik miró a los demás con expresión resignada.
—Ganas algo, pierdes algo. Creo que será mejor que iniciemos la ascensión. Hay un largo camino hasta el campamento 1.