Tony Wayland hizo avanzar su esquife a golpes de pértiga a través del enorme pantano debajo del Lac de Bresse, intentando mantener un rumbo rectilíneo que lo llevara hacia el norte, hasta aguas abiertas. Estaba atravesando unos momentos difíciles. La empapante bruma matutina permitía una visibilidad de apenas unos metros, y el pantano estaba infestado de sanguijuelas dispuestas a chupar su sangre si tan sólo rozaba sus escondites entre las densas y chorreantes cañas.
Había estado avanzando hacia el norte durante más de tres semanas desde que había escapado de Bardelask, la mayor parte del tiempo viajando a pie a lo largo del Gran Camino del Sur que avanzaba paralelo al Ródano. No había encontrado a ningún Firvulag en toda la región de la orilla occidental, donde la Pequeña Gente, ampliamente repartida, solía ocultarse y se sentía inclinada a dejar una amplia zona despejada en torno al río infestado por el Enemigo. Los principales peligros que había corrido Tony procedían de las víboras en los lugares de acampada y los jabalíes salvajes en las tierras bajas… y peligros inesperados por parte de miembros de su propia especie predadora. Se había visto en auténticos apuros cuando una pandilla de cuellodesnudos fuera de la ley le habían tendido una emboscada en un camino secundario mientras daba un rodeo para eludir un gran fuerte. Había tenido que cargarse a dos de ellos antes de que se dieran cuenta de que era un hueso duro de roer.
Al acercarse a la metrópolis de Roniah, Tony había tenido que enfrentarse a un tipo de amenaza completamente distinto: el Servicio de Leva Real. El Rey Aiken-Lugonn estaba peinando caminos y espesuras en busca de personal de todo tipo, intensificando sus anteriores esfuerzos a medida que la guerra con los Firvulag parecía más y más inevitable. Eran ofrecidas tentadoras recompensas a aquellos voluntarios que aceptaran torques grises, y corrían rumores de que se había iniciado un reclutamiento indiscriminado entre todas las personas desplazadas. Tony, por supuesto, llevaba el oro. Pero el contraste entre su Exaltado collar y su andrajoso atuendo era en sí mismo causa de sospechas oficiales. Había tenido mucho cuidado en ocultar su torque con un pañuelo al cuello en las escasas ocasiones en las que se había visto obligado a comprar pertrechos o mezclarse con otros viajeros en el camino.
El Servicio de Leva había diseminado diestramente sus tentáculos por la sabana completamente desprovista de árboles por donde ascendía el Gran Camino del Sur para rodear una escarpada garganta del Ródano. Allá arriba, en las alturas barridas por el viento, uno podía ver a lo largo de decenas de kilómetros en casi cualquier dirección; todo viajero que intentara abandonar el sendero principal era descubierto inmediatamente. El primer indicio que tuvo Tony del inminente peligro fue un optimista letrero:
¡BIENVENIDOS VIAJEROS!
¿SED? ¿HAMBRE?
¡COMIDA & BEBIDA GRATIS UN POCO MÁS ADELANTE!
EN EL S.L.R. DE LA CASA DE LA COLINA
A 6 KILÓMETROS
La tarde en que Tony había iniciado el camino por aquel trecho había sido calurosa y polvorienta, y contempló el letrero con alegría. Pero entonces una caravana de hellads arrastrando carros llenos de forraje para chalikos en dirección a Roniah pasó por su lado, y uno de los conductores le llevó un trecho. Su nombre era Wiggy, y se apresuró a explicarle la naturaleza del establecimiento al que se estaban acercando.
—¡Es un maldito nido de reclutadores, eso es lo que es! Vigila tu culo ahí, peregrino, o antes de que te des cuenta te habrán puesto el gris y enviado a Goriah como recluta para la Brigada Pateamierda del Rey.
Los conductores, bien conocidos por el equipo de leva y fuera de su alcance debido a su trabajo esencial, acostumbraban a detenerse allá para reaprovisionarse cada vez que pasaban. No había nada que Tony pudiera hacer excepto enfrentarse al peligro con buen ánimo. Entró con los demás, y pronto estaban sentados ante largas mesas bebiendo cerveza fría y sangría y comiendo algo. Era obvio que los miembros de la caravana eran viejos conocidos del capitán al mando y el pelotón de soldados que controlaban el lugar. Tony sintió retortijones en sus entrañas cuando el oficial se refirió burlonamente a él como a un «vivo» y prometió que Wiggy recibiría una buena bonificación si Tony firmaba.
—Muchas gracias, pero he estado enfermo —dijo el metalúrgico—. No soy en absoluto el tipo que estáis buscando. Vosotros queréis gente valiente para el ejército del Rey. —(El rifle para elefantes de Karbree, oculto en una funda de piel vieja, había sido dejado fuera en el carro, con las otras pertenencias de Tony.)
El capitán de los reclutadores parpadeó.
—¡Hay otros grandes alicientes a tu disposición en el servicio real! Puedo decir que eres un hombre instruido… no un recogedor de forraje como el resto de esta pandilla de zánganos. —Los conductores, que comían y bebían alegremente mientras se desarrollaba la conversación, rieron y se dieron codazos—. Si posees alguna habilidad técnica, puedes firmar para el nuevo Cuerpo Científico que está instituyendo la Liga de Creadores. Está mandado por el buen viejo Lord Celadeyr, un auténtico gentilhombre Tanu, si es que alguna vez hubo alguno. Le encantan los seres humanos como si fuera un auténtico mensch, y concede los torques de plata como si fueran dulces en una feria a todos los tipos científicos que cooperen sin problemas.
—Bueno… esto… yo me dedico más bien a las humanidades —murmuró Tony.
—El cerebro es el cerebro —dijo alegremente el capitán—. Te encantará Goriah. Todas las mujeres que quieras, buena comida y licor, vida nocturna… cielos, yo mismo iría si pudiera.
Extrajo un rollo de pergamino lleno de fina escritura impresa, un bolígrafo, y una hermosa bolsa de terciopelo azul que contenía algo circular, con protuberancias, y de aproximadamente dieciséis centímetros de diámetro.
—Simplemente firma aquí, muchacho, y nunca lo lamentarás. Podemos enviarte a Goriah por caravana exprés mañana… ¡tras una noche de diversión y juego en Roniah que nunca olvidarás! ¿Qué dices?
Los carreros sentados en torno a la mesa con Tony y el capitán rieron como lunáticos, y todos excepto Wiggy le animaron a firmar. Como cebo final, el capitán abrió la bolsa y extrajo dramáticamente un reluciente torque gris. Las risas y bromas se cortaron con brusquedad. Los cuellos de todos los conductores estaban desnudos.
El capitán empujó el torque sobre la mesa hacia Tony. Su cierre estaba abierto. El retorcido metal lleno de protuberancias era hueco, con pequeñas incisiones para ventilar los componentes psicoelectrónicos de su interior.
—Quítate el pañuelo —sugirió el capitán a Tony—. Simplemente pruébalo. —Tocó su propio collar gris—. Estas cosas son maravillosas. Hacen cosas por ti, ¿sabes? No más dolores de cabeza o pies cansados o sentirte sin ánimos o agotado o asustado. Y eso no es ni la mitad de lo que hace. Si tu jefe es un oro o un plata, puede programar placer para ti a través del torque. Te proporciona una satisfacción como nunca habías conocido del sexo o el alcohol o incluso tus propios pensamientos. Te hace olvidar todos los problemas en un abrir y cerrar de ojos. Es un collar mágico. Firma.
Cuatro robustos soldados se materializaron tras la silla de Tony. Se levantó a medias, luego volvió a dejarse caer en el asiento, con el sudor chorreando de su cabeza y empapando su pañuelo.
—Yo… preferiría no hacerlo ahora.
Los carreros vaciaron los restos de sus jarras, agarraron su último pastelito o puñado de frutos secos, y se encaminaron hacia la salida. Wiggy parecía avergonzado.
—Firma —urgió el capitán, con sus ojos clavados en los llenos de pánico del metalúrgico.
—¡Firma! —hizo coro el cuarteto de soldados, sonriendo como lobos.
Tony intentó echar hacia atrás su silla. No se movió. El capitán se había levantado y tomado el torque. Dio la vuelta a la mesa hasta situarse al lado de Tony, tirando del collar para abrirlo más sobre su bisagra y colocándolo encima de la cabeza de Tony.
—¡Maldita sea, no!
La mente de Tony desencadenó el circuito de inducción al placer del equipo reclutador a través de su propio torque de oro, golpeando sus cerebros con el máximo de carga orgásmica. Los cinco soldados se derrumbaron al suelo como si hubieran sido golpeados con un hacha.
—Mierda santa —jadeó el amigo de Tony. Varios otros conductores miraron por encima de sus hombros y lanzaron exclamaciones.
Echando hacia atrás la mesa, Tony pasó por encima de los cuerpos, se enfrentó a los carreros, y se quitó el pañuelo del cuello. Hubo una exclamación múltiple.
—¡Ya basta! Ahora salgamos de aquí. Estos tipos no recordarán nada cuando despierten… no creo. Pero en caso que lo hagan, yo ya estaré lo suficientemente lejos. —Tony apeló a su más imperiosa mirada—. ¿Me llevaréis a Roniah o no?
Wiggy se llevó una mano a la frente, sonriendo de un modo afectado.
—Tu carruaje espera, Exaltado Lord.
Tony agarró el torque gris y avanzó con él en la mano hacia el hombre.
—Creo que será una buena idea ponerte este collar, para estar completamente seguro de que mantendrás tu palabra.
—¡No! —chilló el carrero—. ¡No!
Tony dejó escapar una risita sardónica.
—¡Así sabrás qué hermosos placeres Tanu puede proporcionarle a un tipo! Muy bien. Creo que ahora nos entendemos el uno al otro. Vámonos.
Estaba a punto de arrojar el torque cuando se lo pensó mejor, volvió a meterlo en la bolsa de terciopelo, y se lo llevó consigo.
Aquella noche en Roniah, vendió el torque en el mercado negro por el dinero suficiente para comprar un chaliko completamente equipado, ropas nuevas, un bote y una tienda de campaña de decamolec, y un sospechoso pero llamativo aderezo de rubíes que constituía una atractiva oferta de paz para Rowane. Le quedó dinero suficiente para asegurarle el efectuar el resto del viaje hasta Nionel en gran estilo, y a la mañana siguiente emprendía el camino.
Una vez más, los reveses de la fortuna clavaron sus ojos en él. El chaliko resultó ser un penco que se negó a seguir adelante a 40 kilómetros al norte de Roniah. Si regresaba a la ciudad para quejarse o procurarse una nueva montura corría el riesgo de ser detenido por ejercer daño mental a los Reclutadores Reales. Se hallaba en medio de una región que hormigueaba con Firvulag hostiles, muchos de ellos ansiosos sin duda de dar un último golpe antes de la Tregua, que empezaba dentro de cinco días. El tráfico en dirección al norte se había reducido a convoyes militares y pobres refugiados rezagados, atraídos como él hacia la Tierra Prometida de Nionel. Parecía haber pocas posibilidades para Tony de conseguir una montura, pero seguir a pie con sus nuevas y elegantes ropas lo convertían en una atractiva presa para los merodeadores Humanos y exóticos.
Quedaba la opción de seguir el viaje por agua. En aquel punto el Saona era ancho e indolente, fácilmente navegable con un esquife a vela; o podía simplemente seguir el camino enlazando una tras otra las plácidas lagunas. Probó esto último, y funcionó. El avance no era ni con mucho rápido, pero una vez llegara al Lac de Bresse podría navegar tranquilamente a vela hasta el Camino Occidental… y de allí a Nionel.
Así fue como se encontró Tony empujando con su pértiga por entre brumosos cañaverales aquel 27 de setiembre, constantemente alerta a la caída de sanguijuelas. Su visión a distancia era inútil en el pantano carente de rasgos distintivos, y tenía que orientarse constantemente por medio de la unidad de navegación en su muñeca. Se maldijo por no haber gastado el resto de su dinero en un controlador de rumbo con avisador sónico, allá en el mercado negro de Roniah. ¿Pero quién hubiera pensado que iba a necesitarlo? Cuando finalmente alcanzó una zona llena de serpenteantes arroyos lanzó un suspiro de alivio. Aquello significaba al menos el final de las sanguijuelas. Luego salió el sol y, con él, los mosquitos y los jejenes. Se embadurnó con una crema repelente de insectos y aguantó con heroico estoicismo.
Ocasionalmente pasó junto a bajas islillas. A la hora de tomar un bocado acercó el esquife a una de ellas y preparó un poco de café bajo un taxodium lleno de colgante musgo. Llevaba consigo un combinado de mesa y banco, que hinchó en un instante, y una buena selección de pastas, que comió. Un par de anhingas blancos y rojos lo observaron desde un cercano árbol, inclinando sus serpenteantes cuellos. Un pequeño roedor acuático avanzó por la superficie de una charca cercana, dejando una lánguida estela. Había lirios de agua. El sol era cálido y los insectos habían desaparecido. Tony Wayland se sintió en paz.
Rowane…
Con los ojos soñadoramente cerrados, la llamó telepáticamente. Ella estaba a más de 300 kilómetros de distancia, pero quizá el anhelo diera fuerza a sus débiles metafacultades. Dijo:
Vuelvo a ti mi pequeña esposa. ¡Tu Tonii está de camino con un nuevo torque de oro para mantener alto su espíritu! De ahora en adelante nada nos detendrá. Espérame Rowane. Espera.
Se quedó adormilado… luego despertó al sonido de unos remos.
¿Quién está ahí?, llamó su mente de forma involuntaria. Se levantó de la mesa, derramando el café frío y asustando a un pequeño ratón de campo que había estado merodeando entre los restos de su comida.
Las cañas al otro lado de la charca se separaron, y una enorme canoa de decamolec pintada con colores de camuflaje apareció ante su vista. Llevaba a cinco Humanos, hombres y mujeres, todos ellos especímenes físicamente impresionantes, y todos ellos armados hasta los dientes. Otra canoa de guerra iba pegada proa contra popa a la primera, y llevaba a una segunda mujer y otros tres nombres junto con un cierto número de paquetes. El remero de proa de la embarcación de cabeza, un enorme nativo americano en traje propio para la jungla, alzó un desintegrador y apuntó a Tony justo en el momento en que éste decidía echar a correr hacia su esquife.
—Quieto ahí —dijo el Jefe Burke.
Tony se dejó caer de nuevo en su asiento con la mirada ceñuda, alzando las manos. Las canoas tomaron tierra y los malhechores desembarcaron. Una de las mujeres se dirigió hacia los pertrechos de Tony mientras los otros registraban por todos lados, desaparecían discretamente entre los arbustos o examinaban el aparato de hacer café de Tony. La mujer que rebuscaba en sus cosas, robusta y de tipo latino, con dos arcos de rimmel azul sobre sus grandes ojos, lanzó una exclamación excitada cuando descubrió la escopeta Rigby para elefantes.
—¡Madre![3] ¿Habéis visto esta cojonuda[3] pieza? Dos cañones… ¡y un tiro que a buen seguro parte limpiamente en dos a cualquiera de vosotros pobres cagarrutas[3]!
Burke, de pie inmóvil, sometió a su prisionero a un profundo escrutinio.
—¿No te conozco? ¿Cómo te llamas?
—Bill —dijo Tony, apartando ligeramente la mirada—. Bill… Johnson.
Un enorme negro de pie detrás del indio se echó a reír armoniosamente.
—¡Hey… podría ser mi hermano pequeño perdido hace tanto tiempo! ¿Cantas con voz de tenor?
—No se llama Bill —dijo la mujer latina. Agitó algo—. No a menos que haya conseguido en una rifa esos pantalones cortos y esa camiseta a juego con el nombre «Tony» bordado entre lazos de amor.
—¡Deja esas cosas quietas, maldita sea! —aulló Tony. Dio gracias al cielo de que los rubíes estuvieran escondidos en un cinturón para el dinero.
La mujer se le rió en las narices con burlona condescendencia.
—¡Ay! Hoy tiene mala leche… ¿no?[4] —Tendió un fino libro-placa—. Esto es todo lo que necesitamos, Peo. Ya sabía que el tipo me era familiar. —Le tendió el libro a Denny Johnson, que examinó el display del título.
—Técnica de la metalurgia… presentado por un tal Anthony Bryce Wayland a la Sociedad Alquimista de la Universidad de Manchester. —Denny dio un ominoso paso adelante—. ¡Ajá! Nuestro fugado jefe de los Poblados del Hierro. ¡Todos vosotros recordáis a Tony Wayland, que traicionó a nuestra gente en el Valle de las Hienas! ¿Debemos colgarlo ahora mismo… o esperar a luego para que no estropee nuestra comida?
Tony se quitó el pañuelo que llevaba aún en la garganta. El oro lanzó un destello.
—¡No me toquéis! —exclamó, aferrando el collar con los dedos—. ¡Puedo quemar vuestras mentes o hacer que caigáis instantáneamente muertos en el momento que quiera! —Una gota muy pequeña de psicoenergía partió de los dedos extendidos de su otra mano y prendió fuego en el húmedo musgo delante de las botas del Jefe Burke—. ¡Eso es solamente un ejemplo, piel roja! Ahora deja caer esta arma… y que ninguno de los otros intente algún truco listo o…
Tony Tony Tony.
Un pequeño círculo de vivaces llamas danzó en torno a los pies de Tony. El Jefe Burke desabrochó el cuello de su camisa verde y dijo:
Como puedes ver yo también llevo un torque de oro. Y eso significa que puedo ver tu aura metapsíquica. Es muy pequeña. Casi me atrevería a llamarla una meadita de nada… más o menos igual a la mía en metafunciones agresivas. A menos que desees correr el riesgo de un asado rápido, has perdido tu farol.
—Oh, maldita sea —dijo Tony disgustado—. Colgadme y acabemos de una vez.
Burke agitó la cabeza.
—Eres más valioso para nosotros vivo. El éter ha estado zumbando por ti desde hace varias semanas. Parece que el Rey Aiken-Lugonn está muy ansioso por conocerte.
Tony pareció animarse ligeramente, luego captó una cierta mirada en los ojos de Burke y volvió a deshincharse.
—¿Qué demonios le he hecho, por el amor de Dios? A veces parece como si todo el mundo en la Tierra Multicolor estuviera dispuesto a clavarme contra la pared.
—Eres un bien con posibilidades de intercambio —dijo Burke sucintamente—. Eso es todo lo que necesitas saber. —Se volvió hacia Denny Johnson y le tendió el arma fotónica—. A partir de ahora es tu prisionero, ojos amarillos. Cuida malditamente bien de él si esperas ver alguna vez al Barón Scarpia en el Jardín.
—¿Llevarlo a la operación en Roniah? —exclamó Johnson—. ¿Se te han ido los sesos, Peo?
—No necesitamos invadir Roniah en busca de armas —dijo Burke—. Ya no es necesario utilizar la fuerza para asegurarnos un trato justo para los Inferiores, o nuestro paso por la puerta del tiempo. Iremos abiertamente a Roniah, y el representante del Rey en la Alta Mesa, Kuhal el Sacudidor de Tierras, nos dará la bienvenida y nos proporcionará todo lo que le pidamos.
—¿Por él? —exclamó un hombre.
El Jefe asintió.
—Wayland es un renegado y un informador y un maldito desgraciado. Pero también es nuestro billete de vuelta al Medio Galáctico.
El grupo de malhechores murmuró y siseó. La mujer de aspecto latino dijo:
—¡Pero Orion Blue y Karolina y los otros dos murieron a causa de este puto[5]! ¡Y la gente de Basil fue traicionada! ¡Digo que debemos colgarlo!
—No, Marialena —dijo Burke—. Tony Wayland recibirá la sentencia que le corresponda, a su debido tiempo, en un juicio sumario de la Corte Suprema.
La mujer lanzó una mirada asesina al metalúrgico.
—Bien, no esperes que te devuelva los shorts —siseó. Luego se volvió a los demás y declaró—: Ahora vamos a comer.
MARC: Cloud. Hija.
CLOUD: ¡Papá! No debiste venir… hay peligro…
MARC: Sólo estoy presente en imagen. Como las transmisiones de tu amigo Kuhal. El jardín está retirado, pero Aiken Drum ha alimentado los scanners con mi firma mental. Tengo el suficiente buen juicio como para no efectuar un salto-D al Castillo de Cristal.
CLOUD: ¿Estabas observándome cuando he venido aquí?
MARC: Observándote, no escuchándote. Créeme.
CLOUD: … ¿Qué es lo que quieres?
MARC: Tu ayuda. Con Hagen.
CLOUD: Es demasiado tarde.
MARC: Merezco ser rechazado por los dos. Fui negligente, no me ocupé de lo que debería haberme ocupado. No mostré mis sentimientos hacia vosotros. Fui impaciente con esta debilidad. Duro. El incidente con el tarpón fue imperdonable. Pero deseo pedir que me lo perdone. No puede evitar ser lo que es, del mismo modo que yo no puedo tampoco. Pero tiene que comprender que no fui caprichosamente cruel. Fue una terapia mal dirigida.
CLOUD: Fue un acto de violencia calculado. Tú sabes que siempre te ha tenido miedo. Pensaste quebrar su voluntad, y en vez de ello consiguió la fuerza necesaria para escapar…
MARC: No debió hacerlo, Cloud. Necesito tener una posibilidad de explicarle… de explicaros a los dos… por qué no debisteis venir.
CLOUD: No dejaremos que las autoridades del Medio crucen la puerta…
MARC: Lo sé. Eso nunca representó ninguna preocupación seria. Hay otra razón mucho más importante por la que no debéis regresar al Medio.
CLOUD: ¿Cuál es, papá?
MARC: Dejadme reunirme con vosotros dos, en persona. Os lo explicaré todo.
CLOUD: Estoy dispuesta a confiar en ti, pero me temo que Hagen no lo haga nunca. Cuéntame lo que deseas decirle. Le transmitiré tu mensaje.
MARC: No funcionará de ese modo. Tengo que hablar con vosotros cara a cara…
CLOUD: ¿Para coercionarnos? Oh, papá.
MARC: Querida, lo que tengo que pediros no puede conseguirse nunca a través de la coerción. Duraría solamente lo que durara la coerción. Necesito vuestra cooperación libre, vuestra implicación…
CLOUD: ¡Papá, ya es demasiado tarde! ¡Es años demasiado tarde! Ya hemos hecho nuestra elección. Ser libres.
MARC: Pero si se trata de eso precisamente. No vais a ser libres en el Medio. No completamente, no más de lo que fui yo. Hay cosas que no comprendéis… que no pensaba deciros hasta que la búsqueda estelar hubiera tenido éxito. Por vuestra propia paz mental. Pero ahora me obligáis.
CLOUD: ¡Papá, por el amor de Dios! ¿Qué?
MARC: Debo decíroslo a ambos. Cara a cara. Todo lo que he hecho ha sido por vuestro bien. Tenéis que creerme.
CLOUD: Yo… todo lo que puedo hacer es comunicarle a Hagen lo que me has dicho. Pero tiene miedo, papá. Y ahora… yo también.
MARC: No necesitas tenerlo. No conmigo. Si tan sólo tuvierais valor, vuestro futuro podría ser maravilloso. Os lo diré todo si simplemente os reunís conmigo.
CLOUD: Le comunicaré a Hagen lo que me has dicho. Hablaremos acerca de ello.
MARC: Gracias, Cloud. Te quiero.
CLOUD: Yo también te quiero, papá, pero…
MARC: Por favor.
…
MARC: ¿Cloud?
…