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Las ocho unidades de los valientes nuevos vehículos TT reales, recién pintados de morado y oro, cargaron desde las olas contra la arenosa playa de la isla Bretona. En la agitante antena del vehículo de mando flameaba el estandarte del digitus impudicus del Rey Aiken-Lugonn, que estaba personalmente a los controles. Se sentía de muy buen humor porque, para variar, todas las noticias eran buenas. La Expedición Alpina se había abierto camino por la traicionera Cascada de Hielo Gresson y había establecido el primer campamento de provisiones. Las fuerzas de Famorel que avanzaban hacia el Monte Rosa, por otra parte, habían sido golpeadas de lleno por un deslizamiento fortuito en el Tarentaise, perdiendo un día de marcha y más de treinta soldados. En Roniah, Kuhal el Sacudidor de Tierras informaba de que el almacenamiento de armas del Medio era más extenso de lo que se habían atrevido a esperar. Estaba empaquetando lo más importante para enviarlo a Goriah vía la indirecta pero más segura ruta del sur. No era aconsejable correr el riesgo de enviar las armas directamente por el Camino Occidental, ni siquiera durante la Tregua. Una fuerte guardia de robustos Tanu las llevaría Ródano abajo, por tierra hasta Sasaran, y luego por vía fluvial hasta el Garona, donde la Flota Real podría embarcarlas hasta Goriah.

Sintiéndose retozón, Aiken pulsó el claxon del TT y lanzó una fanfarria de uugahs que resonó en las herbosas dunas. Hubo un revolotear de aguzanieves y de agachadizas, y el Rey se echó a reír. Iba, con algunos de sus cortesanos y catorce de los jóvenes norteamericanos, de camino a la apertura oficial del Establecimiento Siderúrgico Real allá en las tierras altas bretonas, que finalmente estaba listo para entrar en plena producción. Los proveedores del castillo habían preparado una espléndida comida, los TT avanzaban sin problemas sobre un bien empedrado camino construido para soportar el tráfico pesado de las nuevas forjas, y el cielo color cobalto estaba sembrado de nubes en forma de coliflor.

—Un día demasiado espléndido para un golpe —observó Aiken a Dougal—. Probablemente lo imaginaste todo, ¿eh, hijo?

El espurio medievalista, que ocupaba el asiento del copiloto, lanzó un gran suspiro.

—Tantas cosas bienvenidas y no bienvenidas a la vez, ¡es algo duro de reconciliar! Es el día brillante el que hace procrear a la culebra; ésa desea ardientemente caminar… Y si el valiente no planea ningún mal, entonces ¿por qué cabalga con los Hijos de la Rebelión?

—Vilkas va donde va su jefe —dijo el Rey razonablemente—. Y Yosh está comprobando los automatismos de dirección del rumbo en el TT de Hagen. Parece que hay algún tipo de pequeño problema.

—No soy más que un pobre tonto sin luces —dijo Dougal—, pero te he dicho de veras que oí esta mañana cómo los cautivos norteamericanos se reunían en el patio exterior del castillo. (No me prestaron atención porque estoy loco.) El significado de sus designios era claro, Sire. Conocen tu impedimento mental a través de la información proporcionada por el malvado lituano, y planean algo para usar traidoramente contra ti en este día.

Los ojos del Rey eran negras rendijas brillantes bajo el ala de su sombrero dorado.

—Vilkas y Yosh y el otro chico estaban allá en Calamosk cuando monté mi truco. ¿Pero cuál puede ser el motivo para que Vilkas me traicione?

—Piensa demasiado. ¡Tales hombres son peligrosos! Y es de un temperamento hosco y lleno de inquina, y amargado porque no le fue concedido un torque de oro.

Alberonn el Devorador de Mentes, que estaba sentado con su esposa Eadnar en los asientos de navegación en la parte trasera de la cabina, se inclinó hacia delante irradiando ansiedad.

—Si la traición yace ante nosotros, Rey Soberano, debemos volver inmediatamente a Goriah. No dispones de las suficientes mentes hábiles acompañándote en esta excursión, ni vas vestido para llevar tus pantallas mecánicas.

—Las encuentro sofocantes —dijo Aiken. Aceleró la turbina cuando el sendero se extendió recto ante él. Pronto su TT se destacó de los demás vehículos del grupo, rasgando el abierto paisaje a casi 90 kilómetros por hora. Los ionizadores del parabrisas se habían estropeado de nuevo, y el Rey fruncía los ojos intentando ver entre los insectos aplastados contra el cristal, profundamente sumido en sus pensamientos. Cuando llegaron al nuevo puente suspendido sobre el proto-Oust, redujo la velocidad hasta cruzarlo casi a paso de tortuga. Ninguno de los otros vehículos estaba a la vista.

Aiken detuvo finalmente el TT y aguardaron. El display de rastreo del terreno mostraba los edificios de la fundición a menos de tres kilómetros al frente. Dijo:

—¿Y estás seguro de que están preparando algo para hoy, Dougie? ¿De que no están simplemente maquinando alguna estúpida lèse-majesté?

—La estupidez, Sire, no gira en su órbita como el Sol; ¡brilla siempre en todas partes! —El loco efectuó otro de sus instantáneos cambios de personalidad y añadió persuasivamente—: Catorce de esos jóvenes Rebeldes participan en esta salida. Solamente la señorita Cloud y los tres magos científicos se quedaron en casa. Hay bastante poder mental aquí para un pequeño metaconcierto coercitivo. Y oí al de la cara de zorro, Nial Keogh, decir que una fundición de hierro ofrecía oportunidades únicas.

Alberonn y Eadnar lanzaron pensamientos simultáneos: ¡Metal-sangre en grandes cantidades! ¡Tus principales defensores son en su mayor parte Tanu&vulnerables!

Los otros siete vehículos se estaban acercando al puente, encabezados por el que llevaba a Hagen y sus confederados. Aiken lo estudió con sus metasentidos y no percibió en su interior más que una inocente alegría. El trabajo de reparación en el autopiloto había sido evidentemente completado, y ahora los norteamericanos estaban trabajándose a Yosh, Vilkas y Jim con jarras del tosco pero abundante vino moscatel con que la comunidad de Goriah les había provisto.

Aiken zumbó con una cortante pregunta a Yosh: Importante. ¡Piensa! ¿Puede haber sido el fallo en los automatismos una excusa deliberadamente fabricada para teneros a ti & a tus ayudantes en el TT de Hagen en vez de en otro?

Bueno demonios Jefe… es posible. ¿Por qué lo preguntas?

Noimporta Yoshmuchacho simplemente mantente alerta contra cualquier trastada.

—Hay una tal divinidad velando por el rey —tranquilizó Dougal a Aiken— que la traición no puede hacer más que anhelar.

—Eso es lo que tú piensas. —Aiken dirigió una sombría sonrisa al gran hombre con la barba color jengibre que se había convertido en el bufón de la corte a través de una sorprendente serie de insinuaciones—. ¡Será mejor que tu divinidad se muestre escurridiza si tengo que luchar con Hagen y su pandilla además de con Marc Remillard! Pensaba que tenía a los jóvenes Rebeldes de mi lado… y ahora parece que simplemente están ganando tiempo, esperando la oportunidad de lanzar un golpe real. Probablemente han decidido que soy un caso de cerebro quemado después de lo que Vilkas les contó del truco de Calamosk.

—¡Deberían saberlo mejor —exclamó Alberonn—, después de haberte visto dirigir las maniobras de nuestras fuerzas en metaconcierto!

—Oh, pero el director no tiene por qué ser un cerebro poderoso —observó Aiken—. Mientras tenga el programa correcto metido en su sesera, la fuerza mental no es tan importante como la astucia y la habilidad para canalizar las energías. Creo que es posible que Hagen tenga miedo de que yo sea incapaz de manejar a Marc en una confrontación cara a cara, sin un concierto que me respalde. Es un joven super-precavido, ¿sabes? No se preocupa demasiado de mi forma liberal de actuar… yendo tranquilamente de un lado para otro sin tres campos sigmas y una armadura completa cerametálica para proteger mi real culo de un ataque a traición. El chico debe estar preocupado más bien por la posibilidad de que su viejo pueda simplemente agarrarme. Y usarme.

Los otros TT empezaron a cruzar el puente, uno a uno. El aleteante pensamiento de Hagen se dirigió a Aiken en modo íntimo: Sir nos dejaste a todos tirados en el polvo. ¡Eres un conductor mejor que cualquiera de nosotros! ¿Te parece que formemos para una entrada de desfile en el Establecimiento? Podría incluso hacer sonar una buena música marcial de gaitas por los altavoces…

El pensamiento de Aiken fue seco: Simplemente sígueme.

—Lo hará —dijo suavemente Dougal, mientras Aiken volvía a poner en marcha el vehículo—. Te seguirá por pura conveniencia, teniendo en cuenta que en una ocasión le demostraste de una vez por todas quién es el vasallo y quién es el rey. —Y palmeó la cabeza de león bordada en oro en su atuendo de caballero.

Aiken lanzó una sorprendida mirada de reojo al medievalista, que no llevaba torque y sin embargo parecía conocer muy a menudo sus pensamientos. Observó por primera vez que el emblema leonino llevaba ahora una corona, y eso desencadenó un medio olvidado recuerdo de su malgastada juventud en el planeta Dalriada. Pero el pensamiento se alejó ante la presión de los asuntos inmediatos, y dijo:

—Primero debemos asegurarnos absolutamente de que están planeando un golpe. Nunca ha sido una buena idea malgastar los tiros. Especialmente cuando no quedan demasiadas balas en la caja.

El Maestro Fundidor del nuevo Establecimiento Siderúrgico Real era un robusto y viejo cuellodesnudo llamado Axel, un antiguo desertor de los Poblados del Hierro Inferiores en los Vosgos. Con la carta blanca del Rey acerca de materiales y personal, el técnico había organizado una sofisticada instalación en la isla Bretona… una instalación, además, a prueba de virtualmente cualquier tipo de ataque excepto un bombardeo aéreo. Las minas, que proporcionaban principalmente siderita, estaban enteramente bajo tierra. Las menas eran extraídas con un mínimo de trabajo humano por cuatro compactas máquinas mineras liberadas del escondite del contrabando de Goriah. La fundición inicial era efectuada en un alto horno adyacente equipado con un par de enormes fuelles accionados por agua.

Tras un breve recorrido de la mina y un vistazo al rugiente horno, Aiken y su grupo fueron llevados a una estrecha pasarela a unos quince metros por encima del suelo de la enorme estructura de la fundición. Desde allá observaron cómo el hierro en bruto fundido fluía espectacularmente del crisol a un gran caldero de colada en forma de cubo. Aquel contenedor tenía tres veces la altura de los ajetreados trabajadores, que lo accionaban vestidos con trajes reflectores plateados que los protegían del calor y de las chispas volantes. Cuando estaba lleno, el caldero avanzaba sobre vías hasta un contenedor aún más grande en forma de huevo, abierto por la parte superior e inclinado sobre un lado, listo para recibir el hierro líquido sin refinar.

—Utilizamos el metal directamente del crisol para las puntas de flecha y lanza y otras aplicaciones simples —explicó Axel al Rey—. O lo llevamos en los calderos de colada para convertirlo en hierro forjado en el martillo pilón de la siguiente puerta. Pero ese proceso es tan ruidoso como las campanas del infierno y no demasiado interesante. Imagino que vosotros los Exaltados preferiréis observar algo más emocionante… ¡así que vamos a poner en marcha el nuevo convertidor Béssemer para vosotros!

—Eso tiene que ser divertido —dijo el Rey.

—Yo quería construir uno allá arriba en Haut Fourneauxville, pero nuestro supervisor, Tony Wayland, no dio el visto bueno. —Axel hizo una mueca—. Deseaba algo sofisticado… ¡como si necesitáramos aleaciones finas o hierro casi puro para clavárselo a los Firvulag! Wayland nunca hizo que este horno eléctrico entrara en funcionamiento. No conseguimos que nos fuera proporcionada la cantidad suficiente de energía desde Finiah.

El Rey estaba escuchando atentamente.

—En tu opinión, ese Wayland… ¿era el mejor metalúrgico disponible?

El Maestro Fundidor frunció los labios e inclinó la cabeza señalando a Dougal.

—Mejor pregúntaselo a él. Era el hombre de confianza de Wayland. Todo lo que sé es que podemos procesar cien veces más acero en mi convertidor Béssemer del que podíamos en el horno eléctrico de Wayland. ¡Ya lo verás!

El caldero de colada derramó metal fundido al rojo blanco en la enorme boca del convertidor. Alberonn observó:

—Cómo se estremecería el Enemigo Firvulag si pudiera ver esta abundancia de metal-sangre siendo refinado para su destrucción…

—Lo verán —declaró Aiken—, porque voy a mostrar algunos útiles artilugios de acero en el Gran Torneo, simplemente para que Sharn y Ayfa sepan que no va a servirles de nada el seguir atacando los Poblados del Hierro Inferiores. Entonces sabremos si la Pequeña Gente se halla aún ansiosa por empezar la Guerra del Crepúsculo.

Axel bajó la vista hacia los trabajadores. Una forma vestida de plata dio una palmada con sus enguantadas manos por encima de su encapuchada cabeza en una señal de que todo estaba listo. El caldero de colada se apartó, y el gran huevo cargado con el hierro fundido empezó a enderezarse sobre sus soportes. Por un momento la boca miró directamente al grupo de observadores, y éstos retrocedieron involuntariamente ante la impresionante visión del blanco y resplandeciente interior. Luego el convertidor estuvo en posición vertical, y finalmente se inmovilizó ligeramente decantado hacia atrás, de modo que la boca pudiera resoplar contra un curvado escudo que protegía la pared de madera del edificio.

—¡Acercaos todos! —exclamó Axel, fervorosamente radiante—. Os explicaré lo que va a suceder.

Aiken permanecía rodeado de cerca por los miembros Tanu de su séquito, y los norteamericanos y la mayor parte de los servidores Humanos permanecían dispersos a lo largo de la barandilla. El Rey les dijo de pronto a los exóticos:

—¡Oh, vamos, Exaltados Hermanos y Hermanas! ¿Dónde está vuestro sentido de la hospitalidad? Haced sitio para nuestros invitados norteamericanos aquí a Mi lado para que puedan oír lo que tiene que decirnos Axel. ¡Y tú también, Yosh! Acércate y trae a tus ayudantes. Esta fundición es sólo parcialmente automática, y tal vez puedas dar algunas ideas acerca de cómo mejorar la producción.

El samurái con el torque de oro inclinó la cabeza.

—Como ordenes, Aiken-sama. —Sunny Jim se abrió paso ansiosamente a empujones hasta ocupar una posición delantera, pero Vilkas se quedó reluctantemente atrás, con aire desconfiado.

—Acércate, hombre —le animó Aiken—. Estamos a punto para el gran espectáculo. ¿No deseas un asiento de primera fila? Tienes mucho sitio al lado de Hagen y Nial.

El joven Remillard y sus trece asociados permanecían de pie en un disperso grupo a la izquierda del Rey. Axel los miró, radiante. El Maestro Fundidor, un Humano chauvinista en el fondo, estaba secretamente orgulloso de que aquellos importantes jóvenes fueran cuellodesnudos como él. Habían estado escuchando con halagadora atención todas sus explicaciones durante el recorrido, y algunos se mostraban particularmente impresionados por sus subrepticias explicaciones acerca de cómo el metal-sangre era el arma definitiva contra las dos razas exóticas.

Ahora Axel se dirigió a los reunidos con creciente excitación.

—El convertidor Béssemer es tan simple como espectacular. Observaréis que no hay forma de calentar externamente la cámara… ¡y sin embargo, dentro de unos pocos minutos, la temperatura ascenderá, convirtiendo algunas impurezas en resplandecientes gases y otras en escoria! Conseguimos esto forzando una poderosa corriente de aire a través de una serie de boquillas en el fondo del convertidor. ¡No procede de un simple fuelle sino de un compresor accionado por energía solar! El oxígeno inyectado hace que el carbono aún retenido en el hierro entre en ignición. ¡El contenido del convertidor hierve como un volcán! ¡Los elementos indeseables son vomitados en un espectáculo de fuegos artificiales que es tan hermoso como eficiente! —Extrajo un gran pañuelo de colores y se secó el sudoroso rostro—. ¿Alguna pregunta antes de que empecemos?

—¿No hay ningún peligro en la cocción de este diabólico huevo? —preguntó firmemente Dougal—. Después de todo… has dicho que ésta iba a ser su primera conversión.

—Ningún peligro, ninguno en absoluto —insistió Axel—. ¡Lores, estamos a cincuenta metros de distancia, y el convertidor apunta hacia otro lado!

—Sigamos adelante —dijo Hagen—. Nosotros no tenemos miedo. Tiene que ser algo muy interesante. —Volvió unos fríos ojos azules hacia Aiken—. ¿Qué dices tú, Vuestra Majestad?

—Adelante —dijo el Rey.

Axel se inclinó sobre la barandilla y agitó fuertemente el pañuelo. Una de las figuras plateadas agitó una mano en respuesta y se apresuró hacia una gran válvula giratoria en los tubos que penetraban por la parte derecha del soporte. Mientras la abría brotó un silbante aullido, y una monstruosa lengua de llamas se asomó por la boca del convertidor. Las chispas formaron una resplandeciente lluvia, rebotando contra el escudo protector de acero cerámico de la pared posterior. Una oleada de calor barrió a los espectadores. Todo el edificio se estremeció hasta los cimientos. Un humo multicolor ascendió hacia las vigas del techo para escapar por las rendijas de ventilación.

—¡Esperad! —exclamó Axel—. ¡Ahora viene lo mejor!

El operador de la válvula estaba dejando pasar más aire comprimido. El rugir aumentó de tono hasta que el convertidor pareció aullar triunfante. El humo resplandecía con un peculiar color escarlata amarronado, y de él brotaban alargadas lanzas de gases incandescentes, vacilando púrpuras y rosas y naranjas. Gotas de escoria fundida trazaban arcos por el aire como meteoritos. Los trabajadores vestidos de plata abajo en el suelo se agitaban extáticamente arriba y abajo, mientras que en la pasarela el grupo reunido en torno al Rey aumentaba a medida que progresaba el espectáculo.

Lentamente, las llamas adquirieron un tono amarillo brillante. El humo se hizo más claro a medida que proseguía la purificación del hierro y el silicio era quemado. Discretamente, Hagen y los suyos se habían ido retirando hacia la izquierda, arrastrando a Vilkas tras ellos. El lituano, con su ashigaru, permanecía con la boca abierta; sus ojos iban alternativamente del Rey al huevo que escupía fuego al otro lado del edificio. Los norteamericanos permanecían hombro contra hombro en un compacto grupo a diez metros de distancia. Sus ojos, sorprendentemente, estaban cerrados.

Las llamas del convertidor cambiaron del naranja al más puro blanco, arrojando destellos diamantinos y contorsionándose como emanaciones estelares. Ahora era el carbono el que estaba ardiendo; los gases incandescentes habían alcanzado su más alta temperatura, golpeando contra el escudo de tal modo que el revestimiento de ladrillos refractarios parecía la brillante lente de una linterna.

El convertidor empezó a girar sobre sus soportes.

Axel exclamó:

—¡No!

El impresionante chorro se apartó del escudo mientras el contenedor giraba, y prendió los troncos de la pared en una fracción de segundo. Allá abajo, los trabajadores salieron huyendo. Por unos momentos pudo verse a una heroica figura luchando impotentemente con la válvula del aire. Como una antorcha colosal, las llamas que brotaban rugientes del huevo barrieron un abrasador sendero de tres metros de ancho a lo largo de todo el techo y descendiendo por la pared inmediatamente detrás del Rey y su sorprendido séquito.

Luego la abierta boca llameó directamente hacia ellos, y se vieron envueltos por un calor blanco.

Vilkas dejó escapar un gemido de terror. La pasarela estaba en llamas, y todo el edificio lleno de un denso humo. Echó a correr y alcanzó la escalera de madera, solamente para tropezar y estar a punto de caer de cabeza cuando una vaharada de humo lo sofocó y casi lo cegó. Sollozó aferrado a la barandilla y gritó:

—¡Que alguien me ayude, por el amor de Dios!

Oyó cómo el rugir del convertidor se cortaba bruscamente. Luego el restallar de la madera ardiendo se extinguió en la nada. Sopló un gran viento que se llevó el humo hacia arriba, saliendo por las rendijas de ventilación, y por un breve momento las ascuas de la madera quemada resplandecieron brillantes antes de apagarse en negro carbón.

Vilkas se irguió, aferrado aún a la barandilla, sintiendo que las lágrimas afluían a sus irritados ojos. El gran convertidor con forma de huevo estaba inmóvil, inclinado en un ángulo de aproximadamente cuarenta y cinco grados, con la boca apuntando hacia el lugar donde se hallaban de pie Aiken y su grupo. Estaban a salvo en el interior de un brillante globo de fuerza psicocreativa que había generado la mente del Rey, reunidos de pie sobre un tramo de pasarela no incendiado que aparentemente colgaba del aire sin ningún soporte.

Suavemente, la burbuja flotó hasta el suelo del edificio del horno. La sección de pasarela descansó en la tierra batida mientras la esfera se evaporaba.

Axel cayó de rodillas delante de Aiken y estalló en lágrimas. Vilkas pudo oír muy claramente la reacción del Rey a través de su torque gris.

—No te hagas mala sangre, muchacho. No fue culpa tuya, y nadie ha resultado herido. —El hombrecillo con el traje dorado volvió la cabeza para contemplar a los catorce jóvenes norteamericanos, ahora inmóviles cerca del extremo de la devastada pasarela—. Y parece que nuestros colegas del otro lado del mar también han sobrevivido al desastre. Caleidoscópico. ¡Hubiera sido difícil construir la puerta del tiempo y defender la Tierra Multicolor de vuestros queridos padres sin vuestra ayuda! Por supuesto, si algún terrible accidente nos privara de vuestra compañía, conseguiríamos salimos con bien de todos modos, de alguna manera. Pero trabajar juntos hará que alcancemos más cómodamente nuestras metas… ¿O no estás de acuerdo, Hagen Remillard?

—Estoy de acuerdo, Rey Soberano.

Sin mirar a la gente arriba en la pasarela, Aiken echó a andar hacia el enorme convertidor Béssemer y estudió el ligero chorrear de enfriadas escorias que colgaban del borde.

—Con un ligero ajuste… y la instalación de algunas nuevas medidas de seguridad… esto funcionará perfectamente. Las medidas de seguridad pueden ser instaladas también en la gente. Realmente odio tener que hacerlo, puesto que algunas personas reaccionan de una forma más bien adversa a los torques. No tengo ni la menor idea de si los platas pueden ser instalados en operativos no unidos sin que salten los circuitos de los collares… o los cerebros. No me siento ansioso por experimentar al respecto, a menos que no tenga otra alternativa. ¿Comprendes eso, Hagen Remillard?

—Comprendo, Rey Soberano.

El Rey echó a andar de nuevo, agitando una mano tranquilizadora a los trabajadores, que se habían sacado sus plateadas capuchas y permanecían formando un pequeño grupo aprensivo.

—Tranquilos. No penséis más en eso, muchachos y muchachas. Todo está bien y todo ha terminado bien… como diría mi camarada Dougal. —Dio media vuelta y se enfrentó a sus súbditos Tanu y Humanos—. Sin embargo, han estado corriendo rumores. Se ha dicho que mis poderes reales estaban debilitados, que ya no era digno de seguir siendo el Rey de la Tierra Multicolor. —Su poder coercitivo se asentó sobre ellos como una resplandeciente red—. ¿Qué decís vosotros a eso?

—¡Slonshal, Aiken-Lugonn! —exclamaron todos.

El Rey estaba canturreando una cancioncilla que muy bien podría haber sido «Salve al Jefe». Se dirigió hacia Vilkas, que permanecía inmóvil al pie de la escalerilla de la pasarela.

—Y he aquí a otro afortunado. ¿O no?

Vilkas emitió un estrangulado gemido. El edificio del horno pareció desaparecer de su vista, luego volvió para rodearlo con una anormal claridad. Su cráneo rezumó agonía.

Aiken sonrió con simpatía.

—Odio ser rudo en el escrutinio mental, pero es necesario asegurarse. Oh. Qué vergüenza. ¿Y todo fue porque pensabas que merecías el oro? Pobre simplón. Si lo hubieras obtenido, simplemente hubieras hallado otra cosa sobre la que hacerte mala sangre… y quizá otra razón lógica para traicionar a aquellos que confiaban en ti.

—Por favor, Rey Soberano… —empezó Vilkas. Y luego lanzó un solo grito desgarrador y aferró su torque con unos dedos que se crisparon y hedieron a carne chamuscada. El metal gris en torno al cuello de Vilkas brilló como el amarillento acero fundido que humeaba aún dentro del convertidor Béssemer. Cayó al suelo de tierra batida sin emitir ningún otro sonido.

—Querías el oro —dijo el Rey, y se dio la vuelta.