5

—Os ruego que lo reconsideréis —dijo el Viejo Kawai.

Estaba de pie en el umbral de la casita de Madame Guderian, sujetando a un gato leonado entre sus brazos. Tres cachorrillos jugueteaban torpemente a sus pies. Ocasionalmente uno de ellos ensayaba un tentativo gruñido a los dos jinetes en sus chalikos entre la bruma del patio delantero.

—Tú eres quien debe reconsiderarlo, Tadanori-san —dijo el Jefe Burke—. Cualquier día a partir de ahora los Firvulag pueden atacar Manantiales Ocultos… no importa lo que diga Fitharn Patapalo. Es amigo, pero solamente es un individuo. Y Fuerte Herrumbre fue la paja que rompió el lomo al camello. Simplemente ya no podemos seguir confiando en la Pequeña Gente. Sharn y Ayfa han mentido demasiadas veces.

—Eran los Poblados del Hierro lo que el Rey y la Reina Firvulag deseaban destruir —dijo el anciano japonés—. Porque constituían una amenaza. Que ahora ha desaparecido.

—Ochenta y tres murieron en Herrumbre —dijo Denny Johnson—. Añádeles un centenar más masacrados poco a poco en encuentros y emboscadas durante los meses en que se han visto lentamente forzados a abandonar los otros asentamientos del hierro en el Mosela… y al menos la misma cantidad entre heridos y desaparecidos. Este cuello de bosque está demasiado cerca de las hostilidades, Viejo. El viejo Sharn lleva diciendo «Salta» mucho tiempo. De modo que finalmente hemos decidido saltar. Y tú también debes hacerlo, a menos que quieras morir. Nadie te está pidiendo que participes en la incursión a Roniah. Puedes unirte a la caravana que va a Nionel. Los Inferiores son bienvenidos allí, Dios bendiga los feos corazones de los Aulladores.

—No puedo ir —dijo Kawai, acariciando al gato—. Comprendo por qué el resto de vosotros deseáis abandonar este lugar, pero yo debo quedarme.

Burke se inclinó en su silla, tomando un aturdidor Husqvarna.

—Al menos toma esto para defenderte.

Kawai agitó la cabeza.

—Necesitaréis todas las armas posibles para la infiltración en Roniah. Además, si los Firvulag saben que estoy indefenso, ¿por qué deberán molestarme… un octogenario medio ciego con una casita llena de gatos? No, me quedaré y cuidaré de este hermoso hogar nuestro que nos brindó refugio durante tantos años. Podaré los jardines, y mantendré los caminos libres de hierbas, y haré que siga funcionando el molino de agua, y me aseguraré de que los edificios estén libres de bichos. Parte del ganado que fue soltado se ha quedado también… cabras y unos cuantos pollos, y el gran Ganso que Peppino no consintió que fuera a parar a la cazuela. Les daré de comer. ¿Y quién sabe? Quizá algún día, cuando los problemas se hayan resuelto por sí mismos, los Humanos tal vez deseen regresar a Manantiales Ocultos.

—Dios sabe que yo me quedaría, si creyera que iban a dejarnos en paz —dijo Denny Johnson—. Pero ya sabes lo que dijo Fitharn.

Kawai frunció el ceño.

—¿Crees esa historia de la llegada de la Guerra del Crepúsculo?

—Viejo, ya no sé qué creer. Pero hay una cosa que sí es malditamente segura: tampoco lo sabía cuando estaba en el centro mismo del Medio, cantando para ganarme la vida en el Covent Garden. Si me dejan cruzar de vuelta esa puerta del tiempo, no me importará si tengo que interpretar a Yago con la cara pintada de blanco.

Kawai ahogó una risa en el pelaje del gato.

—Bien… umaku iku yo ni, querido amigo. ¡Buena suerte!

Johnson devolvió el deseo, luego le dijo a Burke:

—Será mejor que nos vayamos ya, Pielroja, antes de que esa caravana se nos adelante demasiado en el camino.

—Ve tú delante, Ojos Amarillos, mientras yo le doy unos últimos consejos legales a este terco viejo criticón.

Mientras el otro jinete se fundía en la bruma, el Jefe Burke bajó de la alta silla y se detuvo de pie con los puños en las caderas ante el diminuto japonés. Su curtido rostro lleno de cicatrices era impasible, pero su voz se quebró cuando dijo:

—No lo hagas. Por favor.

El viejo suspiró.

—Su espíritu está aquí, y estaré seguro.

—¡Ella sería la primera en decirte lo idiota que eres!

El gato saltó de los brazos de Kawai y se apresuró a rescatar a uno de los cachorrillos, que se había alejado a investigar un sapo merodeador.

—Escúchame, Peopeo Moxmox. Me siento orgulloso de la vida que he vivido aquí en el plioceno. Una vida cerca de la naturaleza, llena de peligros pero rica en satisfacciones sencillas. Nunca ansié ser un bushi como tú, simplemente convertirme en un competente artesano como mis antepasados. Aquí en este poblado fabriqué telares y trituradoras y papel y objetos de cerámica y zapatos. Enseñé mis simples habilidades a otros. En tiempos de necesidad, incluso ayudé a conducir a nuestro pueblo Inferior. Todo fue muy hermoso. Incluso la pérdida de madame y de Amerie-chan y los demás resultó soportable, tomada en el contexto de la rueda de interminable cambio y eterna similitud. Pero ahora me siento muy cansado, Peo. Aunque tú y yo no nos llevamos mucho en años, me he vuelto realmente viejo, mientras que tú sigues reteniendo tu vigor. De modo que voy a quedarme aquí, como tengo derecho a hacer. Rezaré para que tú y los otros tengáis éxito en vuestra requisa de armas en Roniah, puesto que habéis decidido que son necesarias si tenéis que negociar con el Rey. Tengo la impresión de que podríais utilizar medios más diplomáticos para aseguraros el paso seguro a través de la puerta del tiempo… pero puedo comprender que desees una base fuerte para negociar. Pero esto no es para mí. Ya no. Mi propia rueda está a punto de acabar de dar un círculo completo, y debes perdonarme si soy lo suficientemente estúpido como para querer permanecer aquí, en el lugar del que me siento tan orgulloso.

—No eres estúpido, Viejo. —Burke hizo una inclinación, doblándose por la cintura—. Adiós.

—No te diré sayonara, Peo, sino más bien itte irasshai, que quiere decir solamente «adiós por ahora». Por favor, dile a la gente que va a ir a Nionel que me recuerde y me visite aquí cuando le sea posible. Si cambias de opinión acerca de la puerta del tiempo, tu wigwam estará aguardándote. Pondré un techo nuevo antes de que lleguen las lluvias, y repararé los puntales.

—Gracias —dijo Burke.

El viejo hizo una profunda reverencia, y cuando volvió a enderezarse Burke estaba ya en la silla. El Jefe alzó una mano, luego espoleó al chaliko y galopó sendero abajo.

Kawai frunció los labios y lanzó el ondulante silbido que llamaba a Dejah y a los gatitos para su colación de la mañana de pescado y leche de cabra. Él también tomó un frugal desayuno y luego pasó algún tiempo ordenado la casita.

Cuando la niebla desapareció y las lanzas de luz solar se clavaron en la tierra por entre los pinos, salió fuera para arreglar el jardín de rosas. La maleza había florecido y los arbustos abonados con estiércol de mastodonte necesitaban una poda. Muchos de ellos estaban iniciando ya su floración otoñal, llenando el jardín con su perfume. Tras trabajar durante casi tres horas, descansó en un rústico banco y contempló al gato enseñar a sus gatitos a cazar saltamontes. Luego, ¿qué hacer?

—¡Le llevaré flores! —decidió impulsivamente. Seleccionó un jarrón de uno de los estantes del cobertizo de herramientas del jardín y lo llenó en el estanque de la fuente. Luego cortó un ramillete de los apenas abiertos capullos de la Precious Platinum, de fuerte aroma y profundo color rojo—. Rojo para los mártires —le dijo al gato—. Y también eran las preferidas de Madame.

A fin de mostrar el respeto requerido, fue a cambiarse de ropas, encerrando a los animales dentro de la casita antes de marcharse para que no le distrajeran. Caminó lentamente por el desierto conjunto de moradas, cruzó el riachuelo central que recibía las aguas de los manantiales frío y caliente que habían dado su nombre al poblado, y prosiguió corriente abajo durante medio kilómetro siguiendo el camino principal hasta llegar al cementerio. Un siseo de pena escapó de su pecho cuando observó cómo, allí también, tan sólo tres semanas de abandono habían permitido que la jungla iniciara su invasión. Todo el mundo había estado demasiado ocupado con los preparativos de la partida para dedicar algún pensamiento a los muertos.

—¡Arreglar esto va a ser lo primero que haga! —prometió.

Casi al instante se detuvo en seco, escuchando.

Por encima del canto de los pájaros y el charloteo de una familia de enormes ardillas le llegó otro sonido, profundo y rítmico, que parecía proceder del suelo bajo sus pies como el latir del corazón de la propia tierra. A ello se le unió un ondulante murmullo que se intensificó y se relevó como un sonoro canto en contrabajo, cantado por voces inhumanas. Kawai lo había oído con anterioridad. Era la canción de marcha de los Firvulag.

Retrocedió hasta el camino principal y miró hacia el pie del cañón. Sus débiles ojos percibieron un relumbrar como de tinta, salpicado de bárbaros destellos de luz coloreada. Los tambores retumbaban, y el profundo canturreo musical empezó a reverberar en las paredes cada vez más estrechas de la garganta a medida que los invasores se aproximaban. Kawai vio estandartes rematados por efigies y de los que colgaban cosas doradas, rechonchos caminantes con armaduras de obsidiana, chalikos enjaezados de negro llevando a los ogrescos oficiales.

Sujetando aún el jarrón con las rosas, se plantó en medio del sendero y aguardó.

Con una vaga indiferencia, la goblinesca horda avanzaba. Los soldados a pie llevaban picas de aserrada hoja, nuevos arcos de forma peculiar, y lanzas rematadas con un metal que solamente podía ser hierro. Cuando la columna de cuatro en fondo llegó hasta él se partió, fluyendo a ambos lados como si él fuera una roca en medio de un oscuro torrente. El canto siguió resonando. Ni un solo Firvulag pareció reparar en él. Kawai permaneció como arraigado en el suelo, demasiado sorprendido para sentir miedo.

Cuando el cuerpo de oficiales montados y caballería llegó a su altura, tiraron de sus riendas. La infantería siguió avanzando inexorablemente hacia el poblado. Kawai miró a un gigantesco jinete aislado, vestido de la cabeza a los pies con resplandecientes placas de negro cristal que estaban ornamentadas con púas y protuberancias y excrecencias enjoyadas. El enorme casco llevaba una cresta de cristalinos cuernos de color lechoso. El guantelete izquierdo de la aparición era también de cristal blanco. Llevaba un enorme escudo incrustado con gemas, y a su lado colgaba una funda de la que asomaba la culata de alguna formidable arma del siglo XXII. Parados tras el ogro de cabeza había otros dos de menos espléndida apariencia, junto con un oficial enano que parecía casi ridículo perchado en la parte de atrás de un enorme caballo de batalla gris. La compañía de caballería Firvulag avanzó a los dos lados de Kawai y se detuvo en posición. A una muda orden extrajeron carabinas láser y desintegradores accionados por energía solar de las fundas de sus sillas y las apuntaron hacia el anciano.

Kawai hizo una grave inclinación de cabeza hacia los oficiales.

—Buenos días. Bienvenidos al cañón de Manantiales Ocultos. De acuerdo con los términos del Armisticio firmado por el Rey Sharn y la Reina Ayfa, sois mis honorables huéspedes.

Tendió el jarrón con las rosas.

El líder Firvulag alzó el visor de su casco, revelando un rostro grotescamente arrugado de ceñuda mirada.

—¡Soy Betularn el de la Mano Blanca, Campeón y Gran Capitán y Primer Llegado y Azote del Enemigo! —declamó en un raspante aullido—. ¡Reza a cualquier miserable dios que sea el tuyo, Inferior!

—Ya lo he hecho, gracias —dijo Kawai, acercándose al chaliko del monstruo—. Tus flores, Lord Betularn. —Alzó las rosas, sonriendo insistentemente.

Hubo un murmullo entre los demás oficiales. El oficial con una coraza rematada en cola de paloma se quitó el casco y reveló ser una mujer de rizado pelo que sonrió ampliamente a su superior.

—Bien, te ha dejado frío, Mano Blanca… aunque sólo Té sabe cómo ha conseguido unas flores tan hermosamente oscuras. Tómalas.

El guantelete blanco reclamó las flores. Milagrosamente, las armas fueron bajadas. Los otros dos oficiales abrieron sus visores y miraron divertidos a Kawai. Uno de ellos hizo un gesto a las tropas montadas, que prosiguieron su camino hacia el poblado.

—Así que el obsequio de unas flores tiene el mismo significado entre tu pueblo que entre el nuestro —observó suavemente el anciano.

Betularn ignoró aquella observación. Inclinó la cabeza como si escuchara, luego lanzó un gruñido de sorpresa.

—¿Marchado? —exclamó—. ¿Qué quieres decir con marchado? —Miró a Kawai—. ¿Dónde están el resto de los Inferiores?

El anciano compuso sus rasgos en una expresión de formal pesar.

Gomen nasai, Lord Betularn. Se han ido todos. Ya sabes, hemos sufrido tantos infortunios durante los últimos meses. Fuerzas merodeadoras actuando en contra de los deseos de vuestros Monarcas han atacado nuestros pacíficos asentamientos, matando a mucha gente. Se decidió que estas tierras eran demasiado peligrosas para la ocupación Humana. Todos los demás Inferiores excepto yo han partido hacia Nionel, aceptando la hospitalidad tan generosamente brindada por Lord Sugoll y su consorte, Katlinel la Ojos Oscuros.

—Bien, un altercado menos para distraer a nuestros chicos y chicas —dijo el oficial femenino—. ¡Todos hacia el gran acontecimiento!

—Cállate, Fouletot —gruñó el Gran Capitán. Preguntó a Kawai—: ¿Cuándo se fueron tus compañeros?

—Oh, hace ya mucho. A estas alturas deben hallarse ya en las fuentes del Pliktol.

Betularn se mordisqueó el grisáceo bigote y tironeó de su barba.

—Maldita sea… tendremos que desviarnos para comprobarlo.

—¡Sólo queda una semana para la Tregua! —chilló el oficial enano.

—¡Cállate, Pingol! —rugió Betularn.

—Recuerda nuestras órdenes —dijo el segundo ogro masculino.

—¡Tú cállate también, Monolokee! Que Té me reduzca a cenizas… dejadme pensar un momento.

—Solamente puedo ofreceros una parca hospitalidad, buenos vecinos —dijo suavemente Kawai—. Sin embargo, la casa del manantial contiene cerveza fría, que puede resultar refrescante tras una larga cabalgada, y tengo una tinaja más bien grande de mermelada de fresa.

Betularn miró con fijeza al sonriente hombrecillo.

—Si eso es una trampa…

Kawai abrió las manos en servil protesta.

—Estoy completamente solo. Seguramente tus fuerzas ya te lo habrán confirmado. Por favor… seguidme. Sois bienvenidos, os lo aseguro. —Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia el poblado. Querida Amerie-chan, rezó, tus rosas consiguieron casi un milagro. No querrás estropearlo ahora, ¿verdad, hija?

Tras él oyó una monstruosa risa, el crujir de los arneses, el lento plop-plop de las unguladas patas sobre el suelo.

—Espero que esa maldita cerveza esté bien fría —murmuró Betularn.

—¡Oh, sí! —Kawai sonrió por encima de su hombro—. Simplemente sígueme. No es muy lejos.

—¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto? —inquirió Greg-Donnet.

El único ojo azul en el centro de la frente de la mujer Aulladora no parpadeó.

—Si mi aspecto hubiera sido el de un Humano, él me hubiera amado. Mis ilusiones no eran lo bastante buenas. Habiendo llevado en su tiempo un torque de plata, tenía intuiciones superiores a los de los demás esposos Inferiores.

Se quitó sus últimas ropas, las tendió a la ayudante del laboratorio, y se quedó allí de pie, temblando ligeramente junto a la enorme hilera de tanques y su consola de control. Su cuerpo mutante era esbelto, escamoso, con un ligero pelaje como el de un zorro azul creciendo en sus hombros y descendiendo por la línea media de su torso.

—Estoy preparada. ¿Qué tengo que hacer ahora, Melina?

—Métete en el tanque —dijo la técnica—, y nosotros te envolveremos en la Piel. Luego el doctor Prentice Brown y yo aplicaremos los monitores y se conectaremos a tu equipo de apoyo vital. Sentirás como si te durmieras. No te darás cuenta de cuándo se llena el tanque.

—¿Soñaré? —La pregunta estaba teñida de miedo.

—Buenos sueños —la tranquilizó Greggy—. Quizá en él.

La pequeña criatura sonrió.

—Sé que hay la posibilidad de que muera, o emerja del tanque más deformada que nunca. Pero hago esto de buen grado. Si él vuelve antes de que despierte, se lo diréis, ¿verdad?

—Naturalmente —dijo Greggy—. Ahora entra… ¡y ten pensamientos positivos! Es muy importante iniciar tus impulsos autorredactores de forma voluntaria.

Él y su ayudante se pusieron a trabajar, envolviendo rápidamente a la mujer mutante en una membrana transparente y conectando el equipo auxiliar. Cerraron el tanque, efectuaron una última comprobación de sus funciones, y dejaron que el gran contenedor de cristal se llenara. El cuerpo flotó libre y asumió una posición horizontal, unido al casco de Medusa que muy pronto empezaría a alimentar órdenes regeneradoras al dormido cerebro.

Greg Donnet tocó su torque de oro mientras observaba las cambiantes lecturas de la consola.

—¿Estás dormida, corderita? ¿Puedes oírme?

Las ondas cerebrales ondulaban lentamente en la pantalla monitora. Una sola palabra cruzó el umbral de consciencia antes de que la mente mutante se sumergiera en el tanque-Piel y su olvido curativo:

Tonii.