Mary-Dedra secó la inflamada piel de su pequeño hijo, luego lo espolvoreó con aterciopeladas esporas que alzaron una pequeña nube de finísimo polvo sobre su cuerpecito. El bebé emergió por un momento del terrible estupor y su mente sonrió. Gusta, dijo.
La madre le canturreó a través de su torque de oro: Pronto te sentirás mejor mucho mejor hijo mío Brendan. En voz alta le dijo a Elizabeth:
—El hermano Anatoli sugirió este sustituto como polvos balsámicos. Dijo que era un antiguo remedio siberiano. Los hongos parecen calmar las ampollas mejor que los ungüentos.
Los ojos del bebé, con sus dilatadas pupilas, se clavaron en Elizabeth. El débil resplandor del placer fue ahogado por la aprensión.
¿Daño a mí? ¿Daño otra vez?
Elizabeth dijo: Sí Brendan. Daño para hacer que todo el daño desaparezca. (Y debes tenerme miedo, pobre bebé, no debes amar al que te hace tanto daño, a menos que los circuitos mentales se enmarañen en tu cabecita y confundas el dolor con la alegría.)
Dedra derramó su propio flujo de tranquilizadora telepatía mientras envolvía al niño con una ligera sábana. Pero cuando se lo tendió a Elizabeth el bebé prorrumpió en desgarradores sollozos, y Dedra gritó también, abrumada por la culpabilidad y el reproche.
—Estamos tan cerca —dijo Elizabeth a la madre—. Puede que sea esta noche.
—Pero no parece estar mejor… Dices que el tratamiento está yendo bien, pero no he visto ninguna mejoría. Excepto en su comunicación conmigo, diciéndome cómo le duele.
—Lo sé. Lo siento, pero es inevitable. Si lo mantenemos por debajo del umbral del dolor durante la redacción, él no podrá ayudarnos. Pero está mejor, Dedra. Créeme. Desgraciadamente, las modificaciones en el cerebro aún no se han manifestado en el resto de su cuerpo. Cuando lo hagan, la mejoría será espectacular y brusca. Estamos ya en el núcleo talámico multimodal… una zona integrativa primaria. El trabajo está casi terminado.
—¿Trabajarás de nuevo toda la noche?
—Sí. —Elizabeth apoyó al sollozante bebé contra su hombro, luego desencadenó una masiva liberación de endorfinas para que Dedra pudiera verlo al fin sonreír antes de marcharse… en caso de que aquella visión del niño fuera la única que pudiera seguir viviendo en su memoria—. Dedra, sigue habiendo peligro. Como siempre.
La madre besó al niño en la cabeza, febril bajo sus rizos finos como tela de araña. Amor Brendan amor.
Brendan ama mamá.
—Sé lo duro que has trabajado —dijo Dedra a Elizabeth—. Tú… y ese hombre. Me siento agradecida, pase lo que pase. Créeme.
Elizabeth depositó al tranquilizado niño en su cuna.
—Puedes hacer entrar a Marc ahora. Dile al hermano Anatoli que aguarde fuera contigo esta noche. Puede que lo llamemos si lo necesitamos. —Para la Última Bendición.
—Muy bien.
Dedra salió de la nursería, y Elizabeth se apartó de la cuna y se dirigió a la ventana para tomar algunas bocanadas de aire fresco. Una luna otoñal se asomaba por encima de las plateadas ondulaciones de la Montagne Noire. El éter estaba aparentemente tranquilo sobre toda Europa.
Parece, pensó, que los únicos temores e intranquilidades del mundo se hallan aquí en este rincón triste, y me siento muy temerosa. No de un fracaso personal. Ni siquiera de tener que enfrentarme al dolor de Dedra. Siento temor de él, y de las energías que canalizará a través de mí a la mente de este agonizante niño. Ha acudido fielmente aquí durante los últimos diez días. Ha sido un ayudante superlativo, sin hacer nunca el menor intento de apoderarse del control o siquiera de cuestionar mis directrices. Incluso a un nivel social ha sido de lo más formal. Y sin embargo me siento amenazada…
—Buenas noches, Elizabeth.
Se volvió de la ventana y allí estaba él, de pie junto a la cuna del niño, llevando como siempre la bata de baño carmesí que el hermano Anatoli le había traspasado de buena gana.
—Esta noche intentaremos la finalización —dijo ella—. Puesto que va a ser duro para los tres, lo haremos en breves sesiones, dándole al niño tiempo para la recuperación sináptica mientras imponemos los nuevos circuitos. ¿Estás preparado?
—Dentro de un momento. —Tendió un puño cerrado hacia ella, lo giró, y dejó que los dedos se abrieran. En la palma de su mano había una pequeña estrella blanca—. Hoy estuve explorando, y te traje un recuerdo.
Pese a sí misma, ella tendió su mano. Era una flor con un núcleo central de botones dorados, rodeados por carnudas brácteas envueltas en una fina lana blanca. La estudió con cierta perplejidad.
—Una edelweiss —dijo—. ¿Empezamos?
Alto. ¡Rápido detén esa ola de impulsos!
Hecho.
Sí ohbien mira la holorred reacciona arde FUERTE sí bastante. Ahora el tallocerebral. (DuermeBrendanduermebebéduermeahora.) Retirarse… sal Marc y descansa.
Estaban sentados en sendas sillas a ambos lados de la cuna, con las cabezas inclinadas mientras recuperaban el aliento. Como siempre, él se recuperó primero y se dirigió a la cercana banqueta en busca de la jarra de zumo de frutas y vasos. Tras servir la bebida, se inclinó y recogió algo del suelo.
—Perdiste tu flor —dijo, sonriendo.
Ella la tomó y se la colocó cuidadosamente en el bolsillo del pecho de su mono, de tal modo que el lanudo asterismo formó como una condecoración.
—Mi recompensa al valor —observó—. Si tenemos éxito esta noche, la conservaré siempre.
Él le tendió el vaso, y bebieron.
—En el Medio —dijo ella al cabo de un rato—, las edelweiss crecían de modo silvestre solamente en las montañas altas. En los Alpes.
—Lo mismo que en el plioceno. —Él apuró su vaso y se llenó otro—. Y, como se demostró, en lugares y momentos más bien peligrosos. Afortunadamente para mí, la joven Jasmin Wylie es más bien torpe con una carabina Matsu.
—¡Encontraste la expedición al Monte Rosa!
—No fue difícil. Intenté ser circunspecto en mis observaciones, pero es obvio que era esperado… y no bienvenido. Confieso que me fui sin intentar sondear las motivaciones de su disparo. ¿Tal vez la orden de tirar a matar partió de Aiken Drum?
—Yo… me temo que fue una decisión de Hagen. El Rey estuvo de acuerdo, de todos modos. Está decidido a conseguir las aeronaves.
—Dejemos que las consiga entonces.
Ella se mostró sorprendida.
—¿No pretendes oponerte a la operación de rescate?
—¿Y por qué debería? Debes tranquilizar a Hagen y al Rey, diles que no tengo intención de visitar de nuevo el Monte Rosa en un próximo futuro. —Sus sombríos ojos mostraban un enigmático destello—. De todos modos, me alegra poder haberte traído la flor.
La realización heló la espina dorsal de Elizabeth.
—Trajiste contigo la flor en tu salto-D.
—Mi primer esfuerzo. Completamente protegida en mi enguantada mano, por supuesto, lo cual es casi hacer trampa. Pero con algo hay que empezar. Quizá valga la pena que pases esa información también a mi hijo.
Másduromásduromásduro MÁS fuerza MÁS energía ¡Ohmalditasea! MALDITA…
Elizabethlazocreativo/coercitivoaferenteRÁPIDO
YaveosíAHORA… biengraciasaDios casiloperdimos… Probemos de nuevo con el tallo cerebral. Todo va bien por ahora con el desvío. (Duermebebéduerme.) JesúsDios salgamos…
Miraron al pequeño cuerpo, pálido ahora contra la blanca sábana, el pecho subiendo y bajando casi imperceptiblemente.
—Ya no hay más dolor —susurró Elizabeth—. Pero casi se nos escapó, Marc. Fuimos demasiado lejos, lo empujamos demasiado.
—Pero funcionó.
—Sí —dijo ella con voz opaca. Permanecieron descansando durante largo rato, sin hablar. Finalmente, él dijo:
—Está todavía la desconexión del circuito del torque… el momento de la verdad. Y luego el empuje a la operatividad.
Ella se cubrió el rostro con las manos, sumergiéndose en autorredacción. Cuando alzó la cabeza las líneas de tensión en torno a su boca y frente habían desaparecido, pero sus ojos reflejaban desolación. Su voz era calmada.
—Marc, puedo manejar la abscisión… pero no el empuje. Tus energías exceden a mi capacidad en esa confrontación. Estoy muy sintonizada al modo redactor, y Brendan necesita un impulso violento para verse libre de la latencia.
—Déjame tomar el ejecutivo, y podremos hacerlo.
Un profundo terror se mezcló con la rabia que brotó de su mente.
—¡Lo sabía! Esto es lo que estabas esperando todo el tiempo, ¿eh? ¡La posibilidad de tomar el control sobre mí! —NoloharásnopuedeshacerlomalditaseanuncaconseguiráselcontrolunGranMaestro estáprogramadoparaimpedirlaúltimaydefinitivaviolación…
—No, Elizabeth. No tengo intención de tomar ninguna ventaja sobre ti. Por favor, créeme.
Ella recuperó la serenidad.
—No puedo correr el riesgo. Brendan será una persona normal sin el torque, aunque permanezca latente. Debemos pararnos ahí.
Marc se inclinó sobre la cuna. Los largos y perfectos dedos de su mano derecha acariciaron la parte superior del cráneo del bebé, palpando la fontanela, allá donde el cerebro estaba protegido solamente por frágil piel, con los huesos del cráneo aún no unidos completamente.
—Sería mucho más si tan sólo te atrevieras a confiar en mí.
—Aiken confió en ti —dijo ella—. Le diste un programa de metaconcierto para utilizarlo contra Felice, con la intención de que los matara a los dos.
—Tonterías.
—¿Sabes lo que frustró tus planes? ¡Déjame mostrártelo! —Proyectó los acontecimientos que constituyeron el clímax de la lucha en el río Genil—. Fue la propia Felice la que salvó a Aiken, pese a lo que tuvo que pagar por ello, a fin de que su bienamado Culluket no resultara aniquilado junto con el Rey. Cuando todo terminó y Aiken se hubo recuperado, analizó tu programa del metaconcierto y extrajo la trampa. Ahora puede utilizarlo contra ti sin peligro para él… y lo hará, si intentas detener la reapertura de la puerta del tiempo.
—Mis hijos no deben pasar al Medio. No se dan cuenta de lo que están haciendo.
—Si estás preocupado por tu seguridad personal y la de todos los demás ex Rebeldes, podemos darte todas las seguridades de que si te comportas pacíficamente…
—No puede haber ninguna seguridad si mi hijo se marcha de aquí… pero eso no tiene nada que ver con el asunto.
—¡Nada tiene que ver con el asunto! —exclamó Elizabeth—. Lo único que importa ahora y aquí es este niño. ¿Trabajarás conmigo en la conformación de coercedor inferior para completar la redacción, o no?
Él inclinó lentamente la cabeza. Una de las comisuras de su boca se alzó en aquella sonrisa dulce tan peculiar suya. Impulsando a la confianza, ofreciendo iluminar y dirigir.
—Sígueme —dijo ella, y empezaron de nuevo.
VenpequeñovenBrendan. Déjate conducir. Por este lado no ven por este otro.
MIEDO.
Tranquilo pequeño. Prueba el nuevo camino es más duro pero mejor conduce a cosas buenas pronto te sentirás bien muy bien.
NO. MIEDO.
(Ahora Marc empuja.)
NO [angustia] ¡NO!
(Más fuerte Marc másfuerte haz arder tras él de modo que tenga que utilizar el NuevoCamino.) Mirapequeñomira sí oh sí sigue adelante Brendan. (Casi a punto…) Simplemente inténtalo pequeño inténtalo una sola vez (¡CORTA!) sí.
[M A R A V I L L A.]
Te dije que sería bueno.
[MARAVILLA.]
Sí pequeño sí.
[Alegría. Alivio. Crecimiento.]
Sí. (Cubre la corteza premotora Marc mientras yo sujeto. Ah. Ya está hecho Dios hecho. Es latente pero está a salvo. Quita el torque… quéestásHACIENDOMarcquéestás… ¡¡NO!! ALTO ALTO ABADDÓN ALTO DEMONIOBASTARDO ALTOALTOALTO…)
Déjame conducirte. No necesitas morir. Y así…
[É X T A S I S.]
… ya está hecho. Y tan fácil.
Tú… ¿nos has soltado?
Pobre Elizabeth. Por supuesto que sí.
Más tarde, Marc dijo:
—Lamento profundamente haber tenido que utilizar la fuerza. Pero en ninguna otra circunstancia hubiera sido tan fácil para él como lo fue en ese momento. Estaba abierto, a punto; y creí que el fin justificaba los medios. Sabía que tú no ibas a cometer suicidio. Tu inconsciente se daba cuenta de que no había ninguna amenaza, aunque tu consciente lleno de pánico intentara decirte lo contrario.
—Maldito demonio —dijo ella, casi paralizada por la revulsión.
—Solamente soy un hombre, del mismo modo que tú solamente eres una mujer. —Su tono era llano, casi reprensivo—. Y una mujer, en el fondo, que se siente más cómoda en modo subordinado, como tu difunto esposo Lawrence se debió dar indudablemente cuenta. Puedes mantener esto en mente cuando ponderes tu predicamento personal.
—¡No es extraño que tus hijos te odien! Y el Medio…
Débilmente, él se apartó, dirigiéndose hacia la ventana.
—Ni tú ni el bebé habéis resultado dañados. Y él es operante.
Una sonda sintáctica le dio a Elizabeth la confirmación del diagnóstico. El niño permanecía dormido, con su mente girando en una resplandeciente ausencia de sueños. Su piel tenía un color normal rosa marfileño; las únicas huellas de las terribles ampollas eran diminutos puntos formados por costritas secas en torno a la pequeña garganta desprovista ahora de torque.
Elizabeth se hundió en su silla y cerró los ojos, agotada hasta las últimas profundidades de su alma. Oyó a Marc decir:
—Niños… Tú y Lawrence pensasteis que vuestro trabajo era lo más importante, y aprendisteis vuestro error demasiado tarde. Yo nunca pretendí tener hijos naturales tampoco. No después que la bioingeniería del cerebro humano normalmente establecido se reveló impracticable. ¡No con mi herencia! Las vicisitudes superadas por el santificado Jack debieron ocupar su lugar en los textos de historia en tu Medio post-Rebelión. Pero dudo que conozcas la verdad acerca de mí y de los demás… de Luc y Marie y la pobre y condenada Madeleine, y de los nacidos muertos y de los abortos teratoides, y de Matthieu, que me hubiera matado antes de nacer si yo no me hubiera anticipado y hubiera golpeado primero. Oh, los Remillard éramos un poco menos que ángeles, si hay que decir la verdad. ¡Uno santo y una miríada de pecadores! Y todos excepto el afortunado encadenados a nuestra débil carne, distraídos por sus necesidades, afligidos por las reacciones químicas a las que llamamos emociones. Y condenados como todo el resto de la Humanidad a evolucionar tan sólo a través de interminables, lentas generaciones llenas de dolor… hasta que creí que había encontrado el camino para forzar la mano de la evolución. Vi por anticipado mil millones de mentes humanas liberadas, libres e inmortales: todas ellas hijos míos. Engendrar al Hombre Mental hubiera sido una paternidad suficiente para mí…
Hubo un silencio. Lo vio de pie frente a ella, vestido de nuevo con el familiar atuendo negro, pero con un aro dorado cerrado sobre una de sus muñecas. La bata de brocado del hermano Anatoli estaba tirada como un grumo de sangre en el suelo a sus pies.
—Pero eres el padre de Hagen y Cloud —dijo.
—Cyndia deseaba hijos, y yo la quería.
—¿Pero no podías quererlos a ellos?
—Por supuesto que los quise. Y los quiero. Los traje a este lugar, sabiendo que iban a crecer impedidos, menos que yo, porque era imposible abandonar todo lo que yo había dejado de mi sueño. Mis hijos siguen poseyendo el potencial dentro de ellos… y no solamente Hagen y Cloud, sino también todos los demás. Si tan sólo me siguieran.
—¡No comprendes en absoluto por qué desean escapar de ti! —Su voz era tensa por el odio.
—Su visión es limitada, como sus mentes.
—Marc… ¡simplemente quieren ser libres!
—Cuando eran jóvenes, aceptaron voluntariamente su destino —dijo él pacientemente—. Pero había problemas en Ocala, roces entre aquellos de mis asociados con las mentes más débiles, y yo estaba lejos demasiado tiempo en mi búsqueda estelar. Los niños se sintieron seducidos fuera del ideal, principalmente por un hombre llamado Alexis Manion, que antes había sido mi más íntimo amigo.
—Él también está en los textos de historia. El que intentó refutar el concepto de Unidad.
Marc lanzó una breve risa.
—Te interesará saber que cambió de opinión.
—¡Que descubrió la verdad, querrás decir! La Unidad es el único camino a través del que puede la Humanidad seguir evolucionando naturalmente. Tú y tus seguidores estabais equivocados pensando que amenazaba la individualidad. La evolución hacia una Mente Galáctica es una consecuencia inevitable de la vida inteligente. ¡La Unión no traba nuestras mentes, las libera! Pertenece a nuestra propia naturaleza el necesitar a los demás, el movernos hacia un amor universal. Todas las razas de entidades pensantes se dan cuenta de eso, incluso aquéllas que son premetapsíquicas. Por eso tus hijos parecen haber percibido instintivamente la verdad de lo que les dijo Manion. Por eso rechazan tu plan que parece un atajo tan lógico a la perfección.
—Podría funcionar.
—Es demasiado draconiano, demasiado desprovisto de todo parecido al amor. Hubiera dado como resultado un aislamiento de la Humanidad del resto de la Mente Galáctica. Tu esquema posee una cierta grandeza objetiva, pero su artificiosidad es un callejón sin salida tan grande como los torques de oro de los Tanu.
—¡Podríamos trascender de la condición Humana —insistió él—, dándole a cada mente Humana lo que tenía Jack!
Lo que tenía Jack. Finalmente, Elizabeth comprendió.
Por primera vez, adelantó un brazo y tomó la enguantada mano de Marc.
—¿No te das cuenta? Con Jack era completamente el otro camino. Tu hermano nunca abrazó su inhumanidad. Pese a que su terrible mutación lo arrojó irrevocablemente aparte de los demás, insistió en pertenecer junto con todo el resto de nosotros. Tú viste al Hombre Mental como el ideal Humano… pero él era demasiado sabio para cometer ese error. Por eso tuvo que oponerse a ti, pese a que te amaba. Por eso él y su esposa ofrecieron sus vidas para terminar con tu Rebelión.
—Dejándome viudo, inmortal y condenado. —Habló jovialmente, y sus dedos transmitieron una débil presión para subrayar su ironía. Luego apartó sus manos. El bebé estaba despierto y arrullando—. Es hora de que me vaya, y hora de que lleves a Brendan a su madre.
Se adelantó para abrirle la puerta. Al ligero sonido, Dedra y el sacerdote, que habían estado dormitando apoyados el uno contra el otro en el banco, se levantaron de un salto. La madre estalló en lágrimas, y el hermano Anatoli lanzó una resonante bendición que puso en pie a toda la casa. Mientras el pasillo se llenaba y el jubiloso tumulto crecía, Marc se deslizó de vuelta a la nursería.
Una imponente figura embozada lo aguardaba allí.
—Mi nombre es Creyn. Soy el amigo y el guardián de Elizabeth. ¿Así que el trabajo con el niño ha sido completado?
—Tú lo viste —dijo Marc secamente—. Y Elizabeth no ha sufrido ningún daño. Apártate de esta ventana para que pueda salir.
—Has elevado a Brendan a la operatividad. Ahora haz lo mismo conmigo.
—Dios… ¡no puedes hablar en serio! —El hombre de negro levitó y flotó, silueteado contra el cielo del amanecer. Un nimbo de maquinaria espectral se formó en torno a su cuerpo. Su pelo se erizó como zarcillos agitados por el agua, y se sobresaltó ligeramente cuando una línea de finos puntos apareció cruzando su brillante frente.
—Si el pequeño pudo sobrevivir al proceso, yo también puedo —dijo Creyn—. Te lo suplico.
La inmóvil cabeza lo miró con ciegos ojos. Estúpido. ¿Sabes quién soy?
—Eres el Adversario, predestinado desde todos los tiempos a provocar a nuestro pueblo. Sé lo que hiciste en tu mundo futuro, y sé lo que has hecho ahora aquí por el niño. También sé lo que debes hacer durante los eones intermedios. Ayúdame, y yo te ayudaré.
No necesito ayuda.
—La necesitas. Sé dónde has de ir, y cuál es tu trabajo. Tú no. Y mi Liga es el custodio del mitigador, que ni siquiera la ciencia de tu Medio posee. Transforma mi mente. Elévame al nivel de ella y te lo entregaré, junto con la verdad.
El recién amanecido sol destelló en el pequeño torque de oro aferrado a la muñeca de Marc Remillard. Las moléculas de su cuerpo fueron atenuándose dentro del campo upsilon, y se volvió tan transparente como el agua. Pareció a punto de hablar, pero sólo transmitió un susurro de perplejidad, luego de incredulidad.
—No miento —dijo Creyn—. Quizá hablemos la próxima vez.
La sombra se alzó de hombros y desapareció.
Cuando su experiencia le advirtió que Elizabeth estaba al borde de alguna reacción explosiva, el hermano Anatoli la apartó de la celebración y la llevó hasta la cocina del refugio, en penumbras y cálida a causa del horneado nocturno y desierta.
—La curación del niño es una gran excusa para una fiesta —dijo el fraile—, pero lo que tú necesitas ahora es paz y quietud.
La hizo sentarse junto a la gran mesa de caballetes mientras le preparaba un desayuno rápido… huevos revueltos e higadillos de pato y mantequilla fresca con mermelada de fresas. Mientras Elizabeth comía, la animó a hablar de la proeza mental que ella y Marc habían realizado, pese a que su detallada explicación resultaba totalmente incomprensible para él. Sin embargo, Anatoli fue capaz de inferir que la cura de Brendan era a la vez satisfactoria y sin precedentes. También sospechó que la vida de Elizabeth había estado de algún modo en peligro durante el proceso, aunque ella se negó a confirmar ese extremo.
—Ese aspecto no importa, hermano —dijo Elizabeth—. Lo que importa es lo que se ha hecho… y que se ha hecho bien. ¡Dios! No puedo explicarte lo maravillosa que se siente una haciendo el trabajo para el que ha sido entrenada, la redacción preceptiva, en vez de andar a ciegas incompetentemente como lo he parecido estar haciendo desde que vine al plioceno.
El fraile estaba en el hornillo haciendo café.
—Yo no llamaría a la integración de la personalidad de Aiken Drum un esfuerzo de aficionado.
—La mayor parte de la curación la hizo él mismo. Todo lo que hice yo fue guiarle. Pero este niño era otra cosa completamente distinta. ¿Cómo puedo explicarlo? ¡Estaba enseñando antes que operando! El tipo de trabajo que hacía profesionalmente allá en el Medio. Aquello en lo que soy buena. Incluso Marc lo vio… —Dejó morir la frase, frunciéndole el ceño a su plato.
—¿Qué es lo que vio? —preguntó Anatoli.
Ella agitó su revoltillo, luego dejó a un lado el tenedor y empezó a untar mermelada en una rebanada de pan.
—Marc también fue bueno en la precepción —dijo, con un tono desconcertado—. ¿Quién lo hubiera pensado? Un hombre así. El casi destructor de un mundo.
—¿Es así como lo viste? —Anatoli encontró dos grandes jarras de cristal y las llenó con el humeante brebaje. Sacó un frasquito plateado de debajo de su escapulario y cortó el café de Elizabeth con su contenido.
—Martell, Réserve du Fondateur. Por el amor de Dios, no le digas a Mary-Dedra que te he estado pervirtiendo. —Le tendió la jarra—. ¡Bebe!
Elizabeth no pudo impedir el echarse a reír.
—Eres casi tan imposible como Marc. —Los vapores del coñac hicieron asomar lágrimas a sus ojos mientras bebía—. ¿De qué otro modo puedo mirarlo, excepto como un fanático que hubiera destruido la Unidad? Y toda esa gente que murió por culpa de su obsesión…
—Debes recordar que yo vine al plioceno antes de la Rebelión Metapsíquica —dijo Anatoli—. Nunca lo conocí personalmente, por supuesto, pero fue una figura pública durante muchos años, un líder magnético cuyos ideales no eran en sí mismos claramente malos. Fue un gran hombre, ampliamente admirado. La debacle vino solamente cuando se sintió obligado a usar la fuerza. Y mucha gente de buena voluntad se alineó con su rebelión… no simplemente los chauvinistas Humanos.
Elizabeth vació su jarra y se reclinó fláccidamente en su asiento, con los ojos cerrados.
—Debo admitir que ha sido diferente… de lo que esperaba. Después de trabajar juntos, he encontrado difícil reconciliar mis impresiones de él con mis nociones preconcebidas.
El sacerdote se echó a reír.
—¿Qué edad tenías en la época de la Rebelión?
—Diecisiete años.
—No es extraño que pensaras en él como en Satán encarnado.
Elizabeth abrió los ojos. Su tono era amargo cuando dijo:
—Sigue mostrándose orgulloso de ser el diablo… y decidido a serlo a su propia manera. —Le contó cómo Marc se había hecho cargo de los estadios finales de la redacción, forzándola a ella al modo subordinado de la unión mental—. Me tuvo completamente bajo su poder. Hubiera podido matarme, hubiera podido dominarme. Pero no lo hizo. ¡Eso es más extraño aún que su deseo original de ayudarme con la curación del bebé! Hermano… ¿qué es lo que desea?
—Sólo Dios lo sabe —dijo Anatoli. Vació el resto del coñac en la jarra de Elizabeth—. Bebe.
Ella lo hizo, saboreando la fragancia que brotaba de la aún caliente jarra.
—Marc ha estado buscando entre las estrellas durante veintisiete años, intentando hallar un solo planeta con mentes a nivel unido. Pero cuando le pregunté qué pretendía hacer cuando encontrara un mundo así… se limitó a echarse a reír.
El fraile agitó la cabeza.
—Solamente soy un pobre cura siberiano sin una sola metafunción en mi cerebro. ¿Cómo puedo saber qué motiva las acciones de Marc Remillard… o las tuyas?
Elizabeth le miró en silencio por unos instantes. Estaba sonriendo modestamente a su medio vacía jarra de café.
—Es una lástima —dijo finalmente ella— que nunca llegaras a conocer a un viejo amigo mío llamado Claude Majewski. Os hubierais llevado estupendamente bien. Era otro viejo excéntrico y taimado, con un amplio repertorio de rastreras argucias.
—Curioso, la hermana Roccaro también lo mencionó. —Agitó fútilmente el frasquito de coñac, luego lo tapó y volvió a guardarlo en el bolsillo de su hábito—. Espero que haya más de ese Martell escondido en las bodegas del Risco Negro. Supera con creces al agua de Lourdes. ¿Deseas confesarte?
Elizabeth se sobresaltó.
—¡No!
El fraile alzó las manos, las palmas hacia arriba, con su pequeña sonrisa de nuevo en su lugar.
—Tranquila. Solamente preguntaba. —Se encaminó a la puerta de la cocina—. Cuando quieras, entonces.
—¿Por qué no se lo preguntas a él? —restalló ella.
—Oh, lo hice. Hace tres o cuatro días, después de robarle su mono, pensando que así podría impedirle abandonar el refugio vía su máquina infernal.
—¿Que tú qué?
Anatoli hizo una pausa, con la mano en el pomo.
—Un gesto inútil, como se demostró. No necesita el mono para efectuar el salto-D. Es solamente una ayuda de monitorización. De modo que se lo devolví.
—¿Y tu oferta de asistencia espiritual?
El fraile lanzó una risita, cruzó la puerta, y la cerró tras él.