Durante los primeros cuatro años del exilio de los Rebeldes, cuando la resolución aún era fuerte y el optimismo era tan alto que algunos de los colonos de Ocala se atrevieron a tener hijos, la tecnología adecuada estaba a la orden del día. Realmente no era necesario prescindir de ella, puesto que los antiguos científicos, especialistas militares y administradores planetarios se habían traído consigo una enorme colección de equipo del Medio. Sin embargo, otros logros de inferior categoría técnica empezaron a florecer a medida que los exiliados convertían la isla en su hogar. Una vez se hubieron recuperado de sus heridas mentales y físicas, la mayor parte de los Rebeldes se dedicaron a desarrollar alguna habilidad marginal.
Para Walter Saastamoinen, que había sido Delegado en Jefe de Operaciones (Estratégicas) de la Flota Estelar bajo el mando de Ragnar Gathen, la elección vocacional fue inevitable. Adoptó el oficio de sus antepasados… construir barcos. Con la ayuda de su anterior segundo, Roy Marchand, y una docena de otros (más los datos elegantemente completos proporcionados por la biblioteca del ordenador), Walter construyó un barco a vela, una goleta de setenta metros y cuatro palos que iba a convertirse en el principal carguero de la colonia, transportando de todo, desde minerales a caballos megahippus, desde las Antillas y el continente nord o sudamericano hasta el primer asentamiento de Ocala en la punta de la bahía Manchineel.
Fue bautizada Kyllikki, en honor de una encantadora de los relatos épicos finlandeses, y sus líneas seguían las de los viejos barcos madereros del Pacífico, capaces pero estilizados. Tenía una proa de clipper con un mascarón con la figura de una bruja rubia, un largo bauprés con plataforma, una amplia arrufadura, y una elegante arca de popa. Sus mástiles, troncos de los grandes pinos de los bosques vírgenes de Georgia, se alzaban veinticinco metros por encima de la cubierta de caoba negra y tenían una ligera inclinación deportiva.
Cuando llegó el momento de aparejarla, los compañeros de Walter, llenos de románticas ensoñaciones sobre legendarios barcos de vela, pensaron en equiparla con todo un conjunto de velas cuadradas. El maestro constructor señaló que las velas cuadradas requerían tripulaciones numerosas, ágiles y sin miedo para trepar a los obenques y arrastrarse por las jarcias con cualquier clase de tiempo… sin excluir las violentas ráfagas de viento y los muy frecuentes huracanes que asolaban las aguas de Florida. Un aparejo de velas de cuchillo, aunque no tan rápido ni espectacular, podía ser manejado desde la cubierta, incluso por un grupo de aprendices. Además, permitía la instalación de manubrios eléctricos para desplegarlas e izarlas y dispositivos automáticos de recogida. Las razones prácticas y la superior facultad coercitiva de Walter ganaron, y la Kyllikki se convirtió en una goleta de cuatro palos y velas cangrejas que podía ser manejada por una tripulación de seis.
Cuando los encantos de la tecnología simple empezaron a palidecer y Ocala gozó de un breve rebrotar de la fabricación de artículos altamente sofisticados, la Kyllikki adquirió un motor auxiliar movido por energía solar que impulsaba a un par de hélices cicloidales retráctiles similares a las de los vehículos todo terreno que los Rebeldes habían traído originalmente consigo del Medio. La goleta viajó ampliamente para satisfacer la necesidad de exóticas materias primas; incluso sirvió durante un tiempo como plataforma flotante de perforación y como estación de bombeo para el gran concentrador marino de iones. Pero luego las ambiciones de los proscritos declinaron a medida que los años se convertían en décadas y la búsqueda estelar de Marc era considerada como infructuosa por un número cada vez mayor de los antiguos Rebeldes. La Kyllikki compartió la creciente desazón, convirtiéndose en un barco de placer para aburridos degenerados. Persiguió ballenas por la ensenada del Mississippi, trasladó a nostálgicos buscadores de diversiones a la Nueva Inglaterra del plioceno, emprendió expediciones de buceo por el Mar Caribe, transportó cargas de feroz fauna a la reserva de caza de la Isla Zoo en las Bermoothes, y tomó parte en la desastrosa Operación Volcanes en Costa Rica. Finalmente, y lo más memorable, la gran goleta llevó a un numeroso grupo de Rebeldes y a sus hijos adolescentes a una épica excursión a las islas del Antártico. La esposa de Walter, Solange Forester, fue una de las veintitantas personas que eligieron acabar con sus vidas en el «límpido silencio blanco» de los glaciares del sur.
Cuando Walter regresó a Florida, hizo donación a su hijo Veikko de la Kyllikki y se retiró al alcohol. Pero el joven hizo escaso uso del enorme juguete, y cuando los Hijos de la Rebelión decidieron finalmente huir de Ocala, Veikko se sintió secretamente aliviado cuando Hagen ordenó que la goleta fuera hundida. Veikko la llevó al Agujero del Cayo del Sol, con la intención de hundirla hasta las ochenta brazas. Luego pensó en la carga de recuerdos que transportaba, los amorosos cuidados que aún le dedicaba Walter en sus escasas horas de sobriedad, y sus sensibleras protestas de borracho de que algún día su hijo enderezaría el rumbo y los llevaría a todos a navegar de nuevo. Veikko llevó el barco de vuelta a Ocala y abrió sus llaves de purga en el lado oriental de la bahía Manchineel, de modo que se hundió suavemente sobre arenas de coral a poca profundidad, con sus altos mástiles visibles en las horas de marea baja.
Fue de esta inadecuada tumba de donde la hizo rescatar Marc Remillard, tras lo cual fue reacondicionada y preparada para el viaje punitivo a Europa. De toda la variada pléyade de barcos de vela, hundidos o aún a flote, que constituían la pequeña flota de Ocala, solamente la Kyllikki tenía el calado suficiente como para admitir la instalación del intensificador cerebroenergético de Marc. El barco se convirtió pues en un factor clave en sus planos, del mismo modo que su constructor.
Walter, rehabilitado con cruel eficiencia por Jeff Steinbrenner, lloró mientras pilotaba la goleta fuera de la bahía Manchineel por última vez, poniendo rumbo a la Corriente del Golfo y al prohibido Paso Oriental. Sus compañeros Rebeldes se sintieron impresionados por lo que creyeron que era un despliegue de sentimentalismo. Nadie soñó en penetrar en su mente en aquel momento. Si lo hubieran hecho, hubieran oído a su corazón gritándole a la joven generación fugitiva al otro lado del Atlántico. Los poderes telepáticos de Walter eran demasiado débiles para alcanzarles, pero pese a todo tenía que intentar una advertencia a Veikko y a los demás, unida a un amargo reproche:
¡Si hubieras tenido el valor de matar el barco! ¡Si hubieras hecho lo que yo no tuve redaños de hacer! Entonces vuestro sueño hubiera podido tener alguna posibilidad de éxito… Pero ahora venimos tras vosotros en la Kyllikki. Os impediremos que abráis la puerta. Marc dice que podéis ser refrenados pacíficamente, pero la mayoría de nosotros tenemos lo peor. ¡Escapa, Veikko! Llévate a Irena contigo y a cualquier otro que quiera escucharte. ¡Escóndete! ¡Ve con cuidado! Porque la Kyllikki viene tras vosotros, y trae consigo la muerte.
La angustia mental del constructor del barco pasó desapercibida para las otras cuarenta y dos personas a bordo. Para la mayoría de ellas, la primera semana del viaje fue un tiempo de respiro y tranquilidad, una posibilidad de recuperarse de las frenéticas semanas de preparación y el desarraigamiento final. Fue un tiempo de negar el miedo y reprimir renovadas dudas. La tripulación de Walter se mantenía ocupada con sus rutinas habituales mientras los pasajeros dormitaban en las cubiertas inundadas por el sol, holgazaneaban en la proa observando a los peces voladores deslizarse con rápidos saltos en la espumosa estela, o perchados en una de las cofas bajo un cielo cobalto mientras los rabihorcados trazaban círculos sobre sus cabezas y la vela del panel solar, totalmente desplegada, vibraba y rasgueaba a la fuerte brisa. Durante esos breves e idílicos días, los viejos y cansados Rebeldes intentaron purgar sus mentes de todo pensamiento, dejando eso para Marc y los diez magnates supervivientes que eran sus íntimos, y fundirse con la entidad que parecía más viva que cualquiera de ellos: la majestuosa nave que avanzaba firmemente en medio de un resplandeciente océano.
El 7 de setiembre, cuando estaban a algo más de 400 kilómetros al sudoeste de las Bermudas, el viento refrescó y el cielo adquirió una tonalidad gris plomiza. La Kyllikki avanzaba con las velas casi recogidas a través de crecientes olas y los pasajeros permanecían abajo, prestando poca atención a las seguridades de Walter de que no se esperaba un empeoramiento del tiempo, que sólo se trataba de un encadenamiento de pequeñas alteraciones tropicales. Prevalecía un aire de abatimiento mientras la goleta resistía intervalos de fuerte marejada, saltando y bamboleándose. Luego vino una borrasca de truenos… y al cabo de poco una mejoría. Cuando el sol condescendió a brillar, el mar se alzaba con grandes y peligrosas olas mientras el cambiante viento provocaba sacudidas. El prólogo al genuino desastre fue una casi galerna acompañada de rápidos jirones de neblina, los restos de un moribundo huracán, ante los cuales la Kyllikki saltó y se bamboleó más y más rápido de lo que nunca antes lo había hecho.
Aquellos pasajeros que no se habían rendido al mareo estaban letárgicos e irritables ante el continuado y angosto confinamiento, el incesante movimiento y, por encima de todo, el ruido. Las maderas crujían y gemían, los motores de los manubrios chirriaban en su ajuste constante de las velas, las olas golpeaban constantemente contra el casco, el viento aullaba, el motor auxiliar que accionaba las hélices se paraba intermitentemente mientras Ragnar y los ingenieros intentaban localizar alguna oscura avería, y los grandes mástiles, vergas y velas del barco vibraban en un centenar de desarmónicas notas. Parecía como si el navío mágico que había sido en los días anteriores se hubiera convertido por obra y gracia del mar en una cámara de torturas. Mientras el mal tiempo se prolongaba por cuarta noche consecutiva, el barómetro de la moral a bordo de la Kyllikki alcanzó su nadir.
Patricia Castellane se encontraba a solas en el gran salón, de donde habían huido todos menos ella. La cena, si la deseaba, iba a ser un asunto difícil, puesto que tanto Alonzo Jarrow como Charisse Buckmaster estaban postrados con el mal de mer, y nadie se había presentado voluntario para hacerse cargo de sus tareas culinarias. Patricia decidió que no tenía hambre. Intentó ver un tridi de «El Holandés Errante» de Wagner, pero sus tormentosas cadencias no consiguieron más que hacer que se sintiera peor. Así que bajó las luces al mínimo y se acomodó en un girosillón a leer un thriller clásico de Desmond Bagley, bebiendo ron caliente con mantequilla. El barco estaba profundamente escorado a estribor, de tal modo que las portillas de aquel lado del salón estaban completamente bajo el agua. Podía ver el fosforescente plancton espumeando y girando al otro lado del grueso cristal. Aquella visión, junto con la mezcla de sonidos, era tan hipnótica que finalmente se adormeció… sólo para despertar sobresaltada cuando alguien aferró su hombro y una urgente voz telepática dijo:
¡Pat! Despierta… ¡necesitamos tu ayuda!
Era Cordelia Warshaw, con el aspecto de un niño viejo empapado y sucio con un impermeable tres tamaños mayor que él. Con ella estaba Steve Vanier, un antiguo analista táctico que era el segundo contramaestre de Walter Saastamoinen. Su mente estaba tan cerrada como una ostra y su rostro exhibía una mueca de dolor y furia combinados. Mantenía sujeta su muñeca derecha contra su pecho con su mano izquierda. Un hilillo de sangre resbalaba de la parte frontal de su chaquetón acolchado y goteaba al reciente charco de agua en la alfombra del salón.
—Es Helayne Strangford —dijo Cordelia, tendiéndole un chaquetón impermeable y un sueste a Patricia—. Tenía un cuchillo, y subió al puente y atacó a Steve al timón.
—Seguro que se había dado un jeringazo, la muy perra loca —dijo Steve—. Walter luchó con ella. Estaba delirando acerca de salvar a los chicos. Deseaba hundir el barco.
—Oh, Dios —dijo Patricia.
—Ahora ha trepado a la cofa del palo de mesana y dice que saltará. Ya sabes lo fuerte que es como coercedora. No creo que seamos capaces de detenerla. Intenté llamar a los otros magnates para que ayudaran, pero solamente respondió Steinbrenner.
—Para lo que va a servir de bueno ese gordo —murmuró Steve. Había estado rebuscando detrás del bar, y ahora dio un largo trago de vodka directamente de la botella—. Oh, Jesús… eso ayuda.
—¡Llama a Marc! —dijo Patricia.
Cordelia dejó escapar una vibrante risa.
—Como siempre, no está. Antes de que aprendiera el salto-D era sólo su mente la que vagaba. ¡Ahora nos abandona en cuerpo y alma!
—Walter intentó recurrir a Marc tan pronto como la Strangford empezó a armar follón —dijo Steve—. Kramer dice que lleva más de dos horas en el salto.
—Veré lo que puedo hacer —dijo Patricia.
—Y tú ve a la enfermería —dijo Cordelia a Steve—. Despierta a esos malditos Keogh de cualquiera que sea el séptimo cielo en el que estén flotando. Diles lo que te dijo Steinbrenner acerca de posibles tendones cortados en tu muñeca.
Sujetando aún la botella, el contramaestre se dirigió tambaleándose hacia el pasillo delantero mientras las dos mujeres se encaminaban a popa. Todas las puertas de las cabinas estaban cerradas, y aquella parte del barco parecía desierta. Luchando contra la excesiva inclinación, llegaron a la modificada bodega de popa que contenía el dispositivo CE y sus mecanismos auxiliares. La puerta blindada que proporcionaba el único acceso estaba cerrada desde dentro. Patricia ejerció su telepatía para atravesar el metal.
¡Jordy! ¡Gerrit! Soy Pat. Dejadme entrar. ¡Emergencia!
Cordelia sacó una gran linterna del bolsillo de su chaquetón encerado y golpeó con ella la puerta. Al cabo de unos breves momentos un tentativo destello telepático brotó y flotó sobre ellas. Luego hubo unos clics y la puerta se abrió una rendija. Jordan Kramer miró a través de ella, su rostro parecido a una nube de tormenta.
—¿Qué demonios ocurre? Marc está en viaje extraplanetario y nos hallamos en el momento crítico de monitorización de la estasis…
Patricia le lanzó la imagen mental.
—Helayne se ha desmoronado. Necesitamos a Marc.
Kramer gruñó.
—¡Maldita sea esa mujer del infierno! ¡Si no necesitáramos tanto su aportación para el metaconcierto ofensivo, diría que la dejarais saltar!
—¿Puedes recuperar a Marc? —insistió Patricia.
—Ni una posibilidad. Ahora es independiente. El efecto de banda elástica ha sido finalmente neutralizado. No hay forma de decir cuándo va a regresar. ¿Por qué no llamas a los demás coercedores y montáis entre todos un concierto…?
—Casi todos están mareados, dormidos o desconectados de una u otra forma —dijo Cordelia—. Aquellos que estaban en cubierta cuando Helayne se volvió loca respondieron inmediatamente a la llamada general. Steinbrenner acudió, y Boom-Boom Laroche. Además de ellos, están Walter y Roy y Nannie Fox, que montaban la guardia conmigo y con Steve… y ahora Pat.
Kramer parecía molesto.
—Bien, no hay nada que Van Wyk o yo podamos hacer. Ninguno de los dos somos coercedores, y tenemos que monitorizar el equipo. —Empezó a cerrar la puerta.
—¡Entonces danos a Manion! —pidió Patricia—. Si le quitamos el docilizador, su PC será probablemente lo bastante fuerte como para dominarla y hacerla bajar.
—¡No en toda una vida! —gritó Kramer—. Estamos manteniendo a ese bastardo ahí dentro bien envuelto cerebralmente hasta que Marc esté sano y salvo de vuelta. ¿Dejarle suelto…? ¡Dios, entonces tendríais a dos locos correteando por ahí en vez de a uno!
Sabiendo que no había nada que hacer, Patricia suplicó:
—Alex deseará ayudar a Helayne. Ya sabes que ellos dos…
—Oh, sí, lo sé muy bien —dijo el psicofísico—. Y sé también lo que ocurriría después de que Manion viera su vieja llama libre del docilizador. ¡Os arrojaría a todos por la borda, destruiría el generador, y enviaría a Marc al limbo gris! —La puerta se cerró de golpe.
Sin perder más tiempo, las dos mujeres dieron media vuelta y echaron a correr hacia la escalerilla de popa. En cubierta había cesado la lluvia, y un creciente de luna se dejaba ver intermitentemente entre jirones de nubes. La Kyllikki, en piloto automático, avanzaba con el mínimo de velamen. Negras olas de resplandecientes crestas se alzaban y tendían caóticamente a medida que moría el viento. Walter, Roy Marchand y Nanomea Fox estaban reunidos al pie del palo de mesana, que se alzaba partiendo de la baja estructura del castillete de popa. Separados de ellos, aferrados a la barandilla, estaban Jeff Steinbrenner y Guy Laroche. Nanomea mantenía un foco clavado en la locamente bamboleante cofa. Roy sostenía un aturdidor y Laroche llevaba una carabina láser apoyada al hombro.
Cordelia dijo: Aquí está Pat. Era la única que podía ayudar.
Walter dijo: Helayne sigue todavía ahí arriba perchada fuera de nuestra vista en su nido de cuervo.
Patricia dijo: ¿No hay ninguna posibilidad de aturdirla?
Roy dijo: Podríamos dañar los mástiles y además se escuda en su creatividad. Boom-Boom está preparado con el desintegrador por si amenaza…
Patricia dijo: ¡Negativo negativo! ¡NECESITAMOS a Helayne! Yo dirigiré el metaconcierto ¿de acuerdo?
Los demás dijeron: De acuerdo.
Patricia dijo: Listos… ADELANTE.
Sus mentes se entramaron, siguiendo las directrices de la en su tiempo dirigente de Okanagon. La facultad coercitiva combinada ascendió hacia la alocada mente allá arriba y la envolvió en una red de energía mental. Se tensó…
Todos gritaron. Un abrumador golpe mental, como una hoja al rojo blanco, hendió y deshizo el metaconcierto. Allá arriba en el aire, un rostro fantasmagórico se inclinó sobre el borde de la cofa. La risa telepática de Helayne Strangford resonó en sus cerebros.
Patricia dijo: Deseamos ayudarte Helayne. Por favor baja.
DejadqueÉLmesuplique porquénovieneÉLaquíseescondenuncaLEdejaréquehagadañoaloschicos…
Patricia dijo: Marc no desea hacer daño a los chicos.
¡TÚmetachicadeojosdeacero!¡TÚlistaAbuelitaCordelia!¡TÚmatabebés!¡QueréismataravuestroshijosperoyoosmataréaVOSOTRAS!
Patricia dijo: Ven conmigo a ver a Marc Helayne. El hará que nadie haga daño a los chicos. Lo prometió. Sabes que puedes confiar en Marc.
Confiar… oh lo hice. Todos nosotros lo hicimos. En el Medio durante la Rebelión e incluso en la derrota. Confiamos en Marc seguimos a Marc amamos a Marc. PERO ÉL MINTIÓ.
Patricia dijo: Marc no miente.
LohacelohaceLOHACE. Dijo que nunca nos abandonaría. NUNCA. PERO LO HACE.
Patricia dijo: Helayne él siempre vuelve a nosotros.
¡Mientehabladedestruirlapuertadeltiempodeimpedirqueloschicosescapen! ¡DebemataraloschicosparaprotegerseÉL! Peroyolodetendréyosécómodetenerlo.¡MatarosaVOSOTROS! ¡MatarloaÉL!
Un cuchillo brilló a la luz del foco. Helayne se aferró a la cruceta superior y lentamente trepó al borde de la cofa. Su flotante pijama de seda se agitaba al viento como un estandarte.
¡VolaréhastahíabajoyosmataréATODOS!
Patricia dijo: Tú no puedes volar Helayne. Si saltas morirás. Chris y Leila se sentirán culpables. El pequeño Joel llorará por su Nana. No saltes. Baja y déjanos ayudarte.
QueridoChris… queridaLeila… preciosoJoel. ÉLquiere matarlosperoyosécómodetenerle. Matar a las otras mentes. Privarle deldemonioángelejecutordeoperadoresdelmetaconcierto lo dejará IMPOTENTE. ¡Débil! ¡HUMANO! Y eso es exactamente lo que tengo que hacer y tú lo sabes.
Estas últimas palabras fueron pronunciadas en un tono tan definitivo y complaciente que las siete personas al pie del mástil se sintieron momentáneamente desconcertadas. Y entonces Steve Vanier apareció en cubierta subiendo pesadamente la escalerilla con el cerebro rebosando horror. Gritó:
—¡Los Keogh… los dos muertos, apuñalados en la enfermería! Y debe haber entrado en las cabinas que no estaban cerradas… —Imágenes carmesíes brotaron de su mente. La maníaca risa de Helayne pareció repiquetear en el nuboso cielo.
Nanomea Fox mantenía el foco rígidamente fijo en la oscilante figura. Helayne gritó con voz canturreante:
—¡Walter! Sube, querido. Ayúdame. Te prometo no saltar si vienes. —La fuerza de su coerción era un irresistible canto de sirena. Walter, con el rostro como el papel, echó a andar hacia el mástil mientras Fox y Marchand permanecían inmóviles a su lado.
—¡No, Walter! —gritó Patricia. Y entonces el tentáculo mental se enroscó en torno a su propia voluntad, ordenándole a ella que subiera, y a Roy, y a…
Jeff Steinbrenner arrancó la carabina de las paralizadas manos de Laroche y disparó sin apuntar. Hubo un siseante crepitar y un estallido de luz como un fuego de San Telmo. Algo pareció echar a volar, lanzando un sonido final como el grito de un ave marina. Fragmentos de madera y metal y cuerda cortada llovieron sobre cubierta.
Todos se quedaron contemplando la rota y vacía cofa, y luego cobraron ánimos para ir abajo.
Mientras la acorazada y oscura forma se materializaba en su improvisada cuna, el hombre docilizado sentado en el oscuro rincón de la bodega rompió finalmente su silencio:
—¡Esquife del comodoro acercándose! ¡Contramaestre, el silbato! ¡Señor Kramer, prepare el frac del Rye Harbor Yacht Club!
—Cállate, Alex —dijo Patricia Castellane—, o pondré los algéticos al máximo, y que Dios me ayude.
Alexis Manion se relajó, pero una sonrisa taimada flotó en sus labios. Se alzó de su silla y se acercó mientras Gerrit Van Wyk colocaba en posición el mecanismo de alzado del casco y Jordan Kramer monitorizó el proceso de desvestido.
Cuando Marc se vio libre de la armadura dijo:
—La estasis se ha mantenido perfectamente durante tres horas y treinta minutos. Creo que lo tenemos dominado. ¿Cómo han ido las cosas por este lado?
—Perfecto —dijo Kramer—. Ningún signo de bucle de campo anómalo o fenómeno de bilocación. Haremos que Manion efectúe un análisis en profundidad, pero en líneas generales parece todo estupendo. ¿Hasta cuán lejos fuiste?
—Dieciocho mil seiscientos veintisiete años luz. A Poltroy. Probando mis límites y satisfaciendo mi curiosidad.
—¿Siguió siendo aparentemente instantánea la traslación? —preguntó Van Wyk.
—Sí —dijo Marc—. No parece haber ningún equivalente de las horas o días subjetivos pasados en el limbo gris por los viajeros de las astronaves superlumínicas. Estimo que estuve en la matriz hiperespacial treinta segundos subjetivos en cada uno de los saltos-D. Toma más tiempo atravesar las superficies a cada extremo, por supuesto.
Se metió en el recinto de la ducha en miniatura y se quitó el mono de presión. El agua estaba muy caliente, y envió nubes de vapor hacia las maderas de roble del barco, recubiertas de cables.
—¿Así que fuiste a Poltroy, mi radiante muchacho? —canturreó alegremente Alexis Manion.
—Olvidé que el lugar era más bien glacial durante el Plioceno —dijo Marc—. Afortunadamente, los locales me tomaron por un dios de visita y me proporcionaron algunas pieles, o de otro modo hubiera debido permanecer en la armadura. Eso hubiera estropeado el experimento. —Patricia se adelantó con una toalla y una bata—. Creo que tengo al fin el programa del salto-D completamente asimilado. Espero elaborar futuros refinamientos, pero la técnica es ya completamente operativa. Puedo llevar conmigo la armadura como una precaución de seguridad contra un entorno hostil, o dejarla suspendida en las superficies fuera del camino, o incluso enviarla de vuelta a casa para aguardar hasta que yo dé un silbido, desprendiéndome completamente de los sistemas en este extremo del bucle. —Sonrió, anudándose el cinturón de la bata—. Es una sensación de lo más condenado, viajar superlumínicamente sin una nave. Pero aún fue más inquietante visitar físicamente un mundo que había visto telepáticamente en la búsqueda estelar.
—¿Hay alguna incomodidad en el paso por los límites hiperespaciales, como la que se experimenta en una astronave? —preguntó Kramer.
Marc asintió.
—Estoy interactuando con un campo upsilon. No importa si la cosa es generada mecánica o metapsíquicamente, siempre duele el cruzarlo. Lo que elimina el salto-D es la extensión del vector subespacial… el lapso de tiempo subjetivo que se pasa en el limbo gris. Pero el factor dolor parece poseer su componente habitual… el incremento geométrico con la distancia saltada. Llegué casi a mis límites con el salto a Poltroy, pero teleportarme por la Tierra no es más incómodo que curarme un padrastro.
Alexis Manion inclinó la cabeza hacia un lado, travieso, y canturreó:
Si tiene sentido, es que es divertido;
Con todo tu valor, te ganas nuestro amor.
Así que ve contigo, y dile a amigo y enemigo
Lo muy valiente que eres. Aunque, si lo prefieres,
Pese a que me barrunto, que es tuyo el asunto,
Dispuesto estoy amigo, a trabajar contigo,
Aunque me importe un higo, aunque me importe un higo,
Aunque me importe un higo.
Marc lo miró sin ninguna inquina.
—Salte de ese docilizador y ponte a trabajar, Alex. Quiero un estudio detallado de esta operación.
Deslizó su poderosa facultad redactara en la mente del especialista en campos dinámicos para impedir una severa desorientación mientras el dispositivo alterador de la mente era retirado. Manion se sobresaltó, parpadeó, luego se masajeó los párpados con los dedos. El odio subyacente estaba aún allí, pero fue casi inmediatamente enmascarado por una excitación peculiar.
—¡Tenemos una pequeña sorpresa para ti, Marc! —dijo—. Mientras el gato estaba fuera, el ratón loco se puso a jugar.
Patricia se apresuró a anticipársele, exponiendo a alta velocidad su propia versión de los acontecimientos. Manion sonreía con perversa satisfacción mientras Kramer y Van Wyk permanecían de pie en silencio, confirmando que Helayne había matado realmente a quince personas… incluida la esposa de Kramer, Audrey, y los antiguos magnates del concilio Deirdre y Diarmid Keogh y Peter Dalembert… antes de que ella misma fuera muerta de un disparo por Steinbrenner. Algunos otros habían resultado heridos por la repentinamente loca mujer. Entre ellos, Arkadi O’Malley de gravedad.
—Bon dieu de merde —jadeó Marc, con la mente brillando inusitadamente.
—Puedes aplicar eso a tu trabajo en Poltroy —sugirió Manion socarronamente—. Pero tal vez los nativos prefieran una descripción menos gráfica de la operación.
Marc permanecía de pie, inmóvil. Su rostro se había vuelto lívido y sus ojos eran los de Abaddón. El cuerpo de Alex Manion fue alzado en el aire y atrapado por una enorme convulsión. Sus ojos se desorbitaron y rezumaron sangre por una docena de minúsculas hemorragias. Lanzó un grito animal al mismo tiempo que su cerebro llenaba agónicamente el aire. Luego se derrumbó de golpe sobre las planchas del suelo, sus miembros agitados por espasmos clónicos, medio ahogado en vómitos, manchado y hediondo por sus propios excrementos bruscamente liberados.
Marc lo miró desapasionadamente.
—Tu es un emmerdeur, Alex. Afortunadamente para ti, aún me queda algo de sentido del humor. No has sufrido ningún daño serio. Empieza el análisis mañana.
La charlatana cosa agitada por el dolor se derrumbó, inconsciente. Sin dirigirle otra mirada, Marc tomó a Patricia por el brazo, pasó junto a los impresionados Van Wyk y Kramer, y salió al corredor de popa.
—Simplemente dilo —indicó Patricia mientras subían a su cabina en el castillo de popa—, y me encargaré yo personalmente de ese cerdo. No me sorprendería descubrir que fue él quien drogó a Helayne, con la esperanza de que ocurriera algo así. Fue su veneno lo que la volvió desde un principio contra ti… ¡y corrompió también a los chicos! Ahora hemos perdido a los Keogh, nuestros mejores redactores. Y Peter…
—Pobres Keogh —murmuró Marc—. Siegmund y Sieglinde. ¡Al menos acabaron con estilo! ¿Pero quién hubiera pensado que Peter Dalembert moriría en su cama? —Abrió la puerta de la cabina y la sostuvo cortésmente para ella.
—Cuando lo encontramos tenía los ojos abiertos. Y su rostro —proyectó la visión— estaba muy tranquilo. Un creador con su poder hubiera debido ser capaz de escudarse contra el cuchillo de Helayne. Si hubiera querido.
Marc se dirigió a la unidad de la cocina incorporada y la activó, luego abrió el armario de la ropa.
—Yo contaba con la devoción de Peter a Barry y Fumiko, y esperaba equilibrar con ello su tan evidente deseo de morir. —Su sonrisa era distante mientras sacaba del armario y echaba sobre la cama su ropa interior, unos pantalones tejanos y un jersey—. Otro de mis errores de cálculo. Obviamente, Peter pensaba que yo iba a ser incapaz de detener a los chicos sin hacerles daño.
Patricia guardó silencio.
—Pero tú nunca tuviste mucha noción de ascendencia paterna, ¿verdad, Pat?
—Seguiré cualquier plan tuyo. Sea el que sea. Siempre. Tú lo sabes. Ya no me importa en absoluto el Hombre Mental, Marc. Sólo tú. —Tú eres mi ángel, tan terrible de querer, condescendiendo a compartir tu vida conmigo, a proporcionarme esa intensa alegría pese a que tú no sientas ninguna. ¿Por qué no la sientes? Tu gran esquema es aún realizable. No necesitamos a Cloud y Hagen y los demás chicos, mientras tengamos los genes y el cerebro. ¡Mientras te tengamos a ti vivo!
—Mi fiel Pat. —Estaba de pie junto a ella, mirándola desde su gran altura, y dejó caer su bata. Sus contornos eran aún magníficos, pero una intrincada red de cicatrices queloides, la consecuencia de una estancia demasiado breve en el tanque de regeneración, cubrían todo su cuerpo de garganta hacia abajo. Solamente sus manos y sus genitales habían sido perfectamente restaurados.
Ella se metió entre sus brazos y buscó sus labios, con sabor a sal y a miel, y empezó a girar en el ardiente maelstrom que lo tenía a él como principio y fin inevitables. A la prodigiosa manera de los maestros metapsíquicos, no había el freno de la gravedad entre ellos, ninguna barrera planteada por ropas, ninguna torpeza en el abrazo. El inefable placer la remontó hasta el borde de la inconsciencia, la alzó como sobre una gigantesca ola a la conjunción definitiva. Allá brillaría la estrella binaria por una pequeña eternidad, ella en el intenso resplandor de la realización, él como siempre retirado en su abismo.
Desde el principio, Marc le había advertido de que no habría amor. Ella lo había aceptado de buen grado, dejándolo a él solitario en el clímax. Pero esta noche su cortina había estado imperfectamente tejida. Ella pudo captar un destello de lo que yacía bajo la brillante corona de la liberación orgásmica.
Estaba tendida sola en la cama, tras recuperar del todo la consciencia. El recuerdo envolvió en hielo su corazón. ¿Había estado él distraído a causa de los terribles acontecimientos ocurridos? ¿O se había sentido impulsado a revelar subconscientemente el secreto?
—Marc —susurró—. ¿Es cierto?
Él estaba completamente vestido, mirando por la portilla delantera del castillo de popa. El mar se había calmado y brillaban las estrellas. Las velas habían sido alzadas por sus mecanismos automáticos, y la gran goleta surcaba su rumbo.
—No debes decírselo a nadie —murmuró—. Podría ser desastroso para la moral. Los chicos no lo saben, por supuesto. Nadie lo sabía, excepto los Keogh… y Manion. Pero Alex tiene sus propias razones para guardar silencio.
—¿Cuánto… cuánto tiempo?
Desde antes de la Rebelión desde la muerte de ella je suis le veuf à la tour abolie.
—¡Dios mío! Pero pensábamos que los Keogh habían…
—Tras la muerte de Cyndia me restauraron completamente, del mismo modo que el tanque me restauró aquí. —Estaba tranquilo—. No hay ninguna disfunción orgánica, sólo no viabilidad. Mi difunto hermano lo atribuyó a un sentimiento de culpabilidad. Yo sospechaba más bien un fallo de la voluntad, o el inevitable trauma cuando se cae desde una gran altura. —La miró firmemente desde detrás de sus densas cejas—. La cura, si la hay, será espontánea… inducida por el éxito. Porque aún podemos tener éxito. El Hombre Mental vivirá si impedimos que los chicos crucen esa puerta del tiempo. Idealmente, los necesitamos a todos. Como mínimo, a mi hijo.
—¡Si se lo hubieras dicho a Hagen! O tomado precauciones…
—Fueron tomadas precauciones… y eludidas. Fui demasiado confiado durante nuestros primeros años en Ocala. Luego, intentando compensar mi negligencia, fui demasiado duro con los chicos. Hagen tiene una voluntad débil. Imperfecta. Y él lo sabe. Mis intentos de intimidarle no hicieron más que conseguir que me odiara. Revelarle la verdad… le hubiera dado un arma. Es un maldito embrollo, complicado aún más por la alianza de los chicos con Aiken Drum. Pero aún podemos tener éxito. Si la puerta del tiempo no se abre… si puedo probarles a Hagen y Cloud que les quiero, que su destino está conmigo…
Patricia se alzó lentamente, apartando el pelo castaño claro de su cara, intentando reprimir los recelos.
—Quedamos tan pocos para ayudarte. Es posible que O’Malley no sobreviva, y Fitzpatrick y Sherwoode no son fuertes. Si descontamos a esos tres, eso deja solamente a veintidós para tu metaconcierto ofensivo. Seis de nosotros magnates.
—Nos las arreglaremos. Tenemos gran cantidad de armas convencionales para enfrentarnos a Aiken Drum. Y la capacidad del salto-D.
—No puedes llevar ningún arma contigo dentro de la armadura.
Él no respondió a eso. Ella se dirigió a la unidad de la cocina y sacó la comida, luego llenó tazas de té para ambos.
—Ven y cena mientras aún está caliente —dijo, sentándose a la mesa frente a la portilla—. Tienes jamón en salsa de naranja, y un poco de tu sopa de guisantes gamma preferida.
—Lo encargué pensando que iba a celebrar el éxito de un salto largo. —Tomó una cuchara y estudió el humeante cuenco—. Sólo quedan tres saquitos después de veintisiete años. Sopa de guisantes en el plioceno. ¡Un toque del Nuevo Hampshire a bordo de un bateau ivre! —Agitó ligeramente la cabeza y empezó a comer.
Patricia bebió su té sin intentar rozar los pensamientos del hombre. Al cabo de un rato empezó a hablar, con una voz baja y urgente:
—Ahora comprendo por qué te opusiste a aquellos que deseaban anular la amenaza de la puerta del tiempo utilizando la fuerza contra los chicos. Nunca tuviste realmente miedo de las represalias del Medio, ¿verdad?
Él hizo un gesto como restándole importancia.
—Era una cortina de humo. Un engaño necesario, pienso. Dirigido principalmente a los chicos, y a los más dudosamente leales de nuestra propia generación.
—Así lo pensé. De modo que te limitaste a escuchar toda nuestra maldita charla acerca de matar a los chicos si era necesario, incluso fingiste que meditabas la opción… pero durante todo el tiempo sabías que tenías que hallar otro medio.
—Lo tengo —dijo él—. La destrucción de las formaciones profundas de las rocas en torno al emplazamiento. Es simple y humano…
—Y Alex Manion dice que es posible que no funcione.
—¿Qué? —Marc dejó la cuchara. Patricia sintió que la envolvía el poder de su coerción. Abrió voluntariamente su memoria para mostrarle las complejas ecuaciones matemáticas exactamente tal como el especialista en dinámica de campos se las había mostrado.
—Alex lo llama la teoría de la persistencia de los nódulos temporales de los acontecimientos. En esencia, no puedes destruir el emplazamiento de la puerta del tiempo aquí en el plioceno porque sabemos que existe dentro de seis millones de años, en el Medio del que todos nosotros procedemos. Ergo, tu esperanza de destruir las formaciones, alterando los factores geomagnéticos en el entramado tau, es inútil. No están permitidas las paradojas. La realidad es. Pasado, presente, futuro…
—… y todo firmemente sujeto en la mano de Dios —terminó él por ella, con la boca ligeramente curvada en su famosa sonrisa—. Hubo una vez en que creí en ello.
—¡Yo nunca lo hice! Y no deseo hacerlo ahora. Pero Alexis Manion sí cree, y es el mejor teórico en dinámica de campos del Medio.
—Maldito sea… Pat, ¿sabes si ha hablado con los demás acerca de esta… esta teoría?
Ella alzó unas manos impotentes.
—Me temo que sin duda lo habrá hecho. Probablemente utilizó todos los momentos en los que no estaba docilizado. —Habló con desesperación—. ¿Es posible que Alex esté equivocado?
—No. Pero puede mentir. —El rostro de Marc estaba pálido—. Lo descubriré mañana. Pero aunque esté diciendo la verdad tal como él la ve, ¡impediré que esa puerta vuelva a ser abierta!
—¿Pero cómo? —exclamó ella—. ¡Marc, háblanos de ello! Confía en nosotros, como hacías antes. ¡Nos sentimos todos perdidos! Has estado tan absorto… primero con la búsqueda estelar, ahora con ese asunto del salto-D. Somos leales y queremos seguirte, pero no vemos cómo podemos enfrentarnos a esta situación. Hemos esperado tanto tiempo, y ahora quedamos tan pocos… —Ayúdanos. Hemos depositado toda nuestra confianza en ti. Calma nuestros temores. Di que no vas a efectuar un salto-D a otro mundo y abandonamos.
Él adelantó la mano sobre la mesa y tomó la de ella. Su piel era cálida, los dedos con la perfección de la juventud, y el contacto mental invenciblemente tranquilizador.
—¿Abandonaros? Nunca. Tengo en mente algo completamente distinto. En este momento hay aún asuntos urgentes que debo atender. Pero te prometo hallarme disponible de nuevo… no solamente para vosotros los magnates, sino también para los demás. Celebraremos conferencias regulares a partir de mañana. Y tengo buenas noticias. Estoy ganándome la confianza de esa mujer Maestra, Elizabeth Orme. Y he establecido también un primer contacto con Aiken Drum. Ahora que el salto-D está casi perfeccionado, puedo empezar a acelerar las cosas. Antes de que él se dé cuenta, tendremos a la Kyllikki anclada en aguas poco profundas en la isla bretona frente a su castillo. Con nuestros sigmas en su lugar, el barco será una amenaza impenetrable.
—Pero los chicos tienen el campo de fuerza grande… el SR-35.
—¡Y nosotros tenemos mi batería de rayos X que puede hendir cualquier pantalla portátil jamás construida! Aiken Drum capitulará, puedes estar segura de ello. Y con nosotros a su lado, los chicos se hallarán ante un jaque mate. Hay otras formas de asegurarnos de que la puerta del tiempo no vuelva a abrirse nunca. Podemos destruir los laboratorios, tras dar el aviso para que los chicos puedan evacuarlos antes. Si elimino los esquemas y algunas piezas irremplazables de los aparatos de manufactura, soldadores de puntos, máquinas fotónicas de aleación, micromanipuladores controlados mentalmente… nadie podrá construir nunca el dispositivo de Guderian aquí en el plioceno. Finalmente los chicos recuperarán el buen sentido.
—Marc, no van a querer volver a Ocala.
Él se echó a reír.
—Dejemos que pasen unos cuantos años como súbditos del bárbaro reino de Aiken entonces. Podemos visitarlos efectuando saltos-D los fines de semana, siempre que estemos en las inmediaciones de la Tierra, y renovar a intervalos regulares nuestra invitación.
Le mostró lo que tenía en mente, y ella jadeó.
—¿Es realizable? —exclamó—. ¿Puedes llevarnos?
—Si puedo generar un campo upsilon lo suficientemente grande como para trasladarme yo mismo y tres toneladas de equipo protector por el hiperespacio, es sólo cuestión de práctica el que pueda abarcar un mayor volumen y una masa más grande. Para saltos pequeños en la Tierra, dudo que los pasajeros necesiten siquiera apoyos vitales. Felice no los necesitó.
—Pero… dijiste que iríamos fuera del planeta.
—Tenemos el equipo de repuesto que tenía intención de usar para Hagen, y podemos construir más… o simplemente construir una cápsula espacial. Pat, ¿no te das cuenta de las implicaciones? No necesitamos esperar a ser rescatados por otra raza unida. ¡Nos rescataremos nosotros mismos! —Adoptó una actitud repentinamente grave—. Pero esto es para el futuro. Os explicaré a todos lo que he estado haciendo en la conferencia de mañana. Es el fin de nuestro exilio. Pronto seremos capaces de preparar el terreno para la llegada del Hombre Mental. ¡Todos nosotros! Y los chicos también, cuando se den cuenta de la verdad.
—Sí —dijo ella—. Oh, sí.
Alzó la mano de él, que aún sujetaba la suya, y rozó su dorso con los labios. Luego siguieron sentados juntos bebiendo té, observando cómo el rosado amanecer teñía el horizonte oriental. Era, le aseguró Marc, la promesa de una mejoría en el tiempo.