AIKEN: Saludos, Elizabeth.
ELIZABETH: ¡Hola y felicitaciones! Te veo preparado para abandonar Calamosk con los vehículos todo terreno. Has sido muy hábil manejando a los jóvenes norteamericanos.
AIKEN: Se tragaron mi cuento, si es eso lo que quieres decir. Y por el momento, están dispuestos a aceptar mi autoridad. Hagen Remillard sospecha que puede haber gato encerrado, pero no puede meter el dedo en lo que es.
ELIZABETH: ¿Ha intentado sondearte?
AIKEN: Eso es trabajo de la hermana… pero no, hasta ahora han sido discretos. Se limitan a olisquearme.
ELIZABETH: ¿Vais a volver directamente a Goriah?
AIKEN: Todos nosotros menos la expedición a los Alpes. Se separarán de nuestra caravana en el cruce de Amalizan. Navegarán cruzando el lago Provenzal y luego se encaminarán a las montañas siguiendo la ruta que pasa por detrás de Darask. Abordarán el Monte Rosa por la puerta trasera italiana. Bleyn ha emprendido el camino desde Goriah para mandar la expedición, y Ochal el Arpista será su segundo. Voy a enviar siete de los quince TT, con diez de los compañeros no técnicos de Hagen como conductores. Basil y sus Bribones irán también, por supuesto… todos excepto un tipo llamado Dimitri Anastos, que es una especie de brillante ingeniero de campos u. Hagen piensa que puede ser útil en el proyecto de la puerta del tiempo. Completaré la expedición con unos treinta Tanu y oros de élite, armados hasta los dientes. Esas aeronaves son las joyas de la familia, muchacha. Con puerta del tiempo o sin puerta del tiempo, me sentiré muy decepcionado si no pongo las manos sobre ellas a tiempo para contrarrestar a Marc y a los Firvulag. Tú podrías ayudar a la expedición, si quisieras.
ELIZABETH: ¿Señalando el camino?
AIKEN: Como primera providencia. La gente de Darask dice que nadie conoce el territorio al este de los Marítimos. Al norte está Famorel, por supuesto. La expedición desea evitar a toda costa un encuentro con las fuerzas de Mimee. Si pudieras mantener un ojo sobre ellos, mantenerlos alejados de hostilidades, mostrarles los caminos más rápidos para los TT, salvarías vidas.
ELIZABETH: Por supuesto. Me encantará hacerlo.
AIKEN: [Alivio.] Temía que fuera algo contra alguno de tus condenados principios.
ELIZABETH: No puedo ayudarte en agresión, Aiken. Esto no es nada de ese tipo. Tu adquisición de las aeronaves puede impedir la guerra.
AIKEN: Espero que así sea.
ELIZABETH: ¿Empezarás a trabajar inmediatamente en el dispositivo de Guderian?
AIKEN: Tengo ya a Alberonn y a Lady Morna-Ia buscando posibles técnicos y otros tipos adecuados. Reunirán el personal en Goriah. Desearía poder ocultar el proyecto en algún lugar secreto donde Marc no fuera capaz de encontrarlo… pero no confío en Hagen fuera de mi vista, y hay otros especímenes entre esos jóvenes tunantes que hacen que él parezca Sir Galahad. Oh, vamos arreglándonos bien.
ELIZABETH: ¿Crees realmente que será posible construir el generador de campo tau?
AIKEN: Esos norteamericanos se han traído consigo un maldito montón de equipo… componentes, aparatos manufacturadores y todo tipo de cachivaches. Y probablemente encontraremos más cosas útiles en el almacén de Goriah que Kuhal y Celo limpiaron para mí. En estos momentos están terminando el nuevo inventario. Las materias primas más difíciles serán algunos elementos raros que Hagen dice tienen que ser prospectados en Fennoscandía. Incluso utilizando la exploración aérea, será un maldito trabajo localizar las menas. Ningún Tanu está familiarizado con esas regiones septentrionales.
ELIZABETH: Deberías pedirle ayuda a Sugoll.
AIKEN:¿?
ELIZABETH: Buen número de su gente vivía en esa región antes de la emigración Aulladora. Puede que algunos todavía vivan allí. Sé que muchos mutantes son hábiles mineros de joyas y metales preciosos. Si les describes esos raros minerales, puede que consigan acelerar tu búsqueda.
AIKEN: Es una gran idea. Me pondré en contacto telepático con Sugoll, despertaré su interés…
ELIZABETH: Cuéntale la verdad. Acerca de todo.
AIKEN: No creerás que él… ¡oh, Dios mío, no!
ELIZABETH: Todas las personas amantes de la paz en la Tierra Multicolor deben saber acerca de la puerta del tiempo. Y tener una opción de escoger.
AIKEN: [Risas.] ¡Oh, mujer! Simplemente no puedo imaginarlo. ¡Nueve o diez mil espantajos saliendo por la puerta del tiempo a la Francia del siglo XXII! ¡Ahí llegan tus vecinos! El Medio tendrá que buscar un planeta libre para ellos, o algo así.
ELIZABETH: Tú podrías ser su dirigente.
AIKEN: ¿Quién ha dicho que pienso volver?
ELIZABETH: ¿No piensas hacerlo? Lo había dado por sentado.
AIKEN: Date a ti misma por sentada, encanto. El proyecto de la puerta es un incierto plan a muy, muy largo plazo. Tengo montones de otros problemas para mantenerme divertido. Tal como recuperar mi propia cordura y poderes antes de que ese maldito Abaddón desembarque en Europa.
ELIZABETH: Aiken… Creí que sabías lo de la nueva habilidad de Marc de efectuar saltos-D. [Imagen.] Vino aquí. Al Risco Negro. Aún no tiene completamente controlada la facultad, pero no pasará mucho tiempo antes de que sea capaz de teleportarse a cualquier parte del mundo.
AIKEN: Entonces Hagen decía la verdad. Esperaba que estuviera equivocado… que Marc simplemente estuviera ejerciendo alguna sofisticada bilocalización con sus aumentadas telepatía y creatividad.
ELIZABETH: Se materializó dentro de mi refugio.
AIKEN: ¡Jesús! ¿Te amenazó?
ELIZABETH: No.
AIKEN: Puedo facilitarte un generador sigma. Hagen no cree que Marc sea capaz de efectuar un salto-D a través de su campo de fuerza.
ELIZABETH: Gracias, pero no. Debo tratar con Marc a mi manera.
AIKEN: ¿Tienes una manera? ¡Estupendo! Me gustaría poder decir lo mismo. Hemos estado escondiéndonos bajo el gran sigma SR-35 de Hagen para nuestras conferencias, a fin de que Marc no pudiera observarnos o presentarse de pronto entre nosotros… y lo utilizaré también en Goriah para envolver el proyecto de Guderian. Pero el Rey no puede vivir permanentemente dentro de una maldita pecera de plata… Cuando Marc empiece a actuar realmente, me atornillará, estoy seguro. Y estoy asustado, encanto. Cuando descubra lo del proyecto de la puerta, intentará quemarme… y puede que lo consiga.
ELIZABETH: Está muy debilitado también. Felice dañó tanto su cuerpo como su cerebro.
AIKEN: Eso es lo que dijeron Hagen y Cloud. Pero no sabían hasta qué punto había resultado disminuido el vatiaje de su cerebro desnudo. Aunque se halle impedido en un noventa por ciento, ¡es probable que resulte todavía un hueso duro de roer para Mí!… Sin mencionar la ayuda que pueda recibir de ellos.
ELIZABETH: [Preocupación.] No estarás hablando de los hijos de Remillard y sus amigos, o de los viejos Rebeldes…
AIKEN: [Una suave risa.]
ELIZABETH: ¿No ha habido ninguna mejoría en tu subsunción?
AIKEN: En todo caso, estoy perdiendo terreno.
ELIZABETH: ¿Síntomas?
AIKEN: No he dormido desde la lucha con Nodonn. Diez mortales días. Apenas puedo volar, y no hablemos de llevar a alguien conmigo. Mi creatividad ha desaparecido excepto para formar ilusiones. La redacción ha sido borrada de un plumazo. Aún puedo ejercer coerción. (¿No lo sabías?) Puedo actuar telepáticamente, pero duele como el infierno.
ELIZABETH: Nunca lo hubiera imaginado. Posees una psicosuperficie muy engañosa.
AIKEN: [Un desesperado agotamiento.] Quieres decir, querida Lady, que yo soy engañoso. Puede que éste sea mi último bastión para la supervivencia. Si no consigo algo de ayuda pronto, me volveré completamente loco antes de la Tregua.
ELIZABETH: Oh, Aiken.
AIKEN: ¿Y bien? Estoy listo. Di la palabra, y vendré.
ELIZABETH: ¿Al Risco Negro…?
AIKEN: A menos que hayas aprendido a ejercer redacción profunda a distancia. La comitiva de TT abandona Calamosk dentro de una hora. Nos tomará menos de dos días alcanzar el atajo de Amalizan donde nos encontraremos con Bleyn y nos escindiremos de la expedición alpina. El Risco Negro está solamente a ochenta kilómetros de vuelo de halcón dorado de ahí. Creo que puedo hacerlo. Digamos… por la tarde del primero de setiembre.
ELIZABETH: Aiken… estoy esperando el regreso de Marc. No sería prudente que vinieras. Ni siquiera con el sigma. El no debe… No me atrevo…
AIKEN: [Ira + miedo.] ¡Tal vez pienses que estoy bromeando acerca de mi estado mental! Bueno, pues no. Durante el día, mientras estoy atareado, no es tan malo. Pero cada noche se hacen más grandes, más fuera de control. Lo están haciendo de modo que me convierta en el chiste definitivo. No solamente moriré, ¡sino que moriré ridículamente!
ELIZABETH: No te comprendo. ¿Dices que estás sufriendo alucinaciones además de la debilitación metapsíquica y el dolor?
AIKEN: ¡No es una ilusión! Es real [imagen] real y grotesco me siento tan avergonzado no puede estarme ocurriendo [imagen] no a Mí están muertos no hay ninguna forma en que puedan estar haciéndolo [imagen] hacer que me hinche y arda y me vacíe una [imagen] y otra [imagen] vez no importa si es real o no porque me está arruinando ¡ELIZABETH AYÚDAME! [Montaje terriblemente obsceno cortado bruscamente.]
ELIZABETH: Sí. Por supuesto que ayudaré. Yo vendré a ti.
AIKEN: ¿Vendrás?
ELIZABETH: Tranquilízate, querido. Vendré. Minanonn me llevará… y Dionket y Creyn también. Te ayudaremos.
AIKEN: Sola. Ven sola. (¡Nadie debe saberlo!) (¡Nadie debe saberlo!)
ELIZABETH: Necesitaré ayuda, como la necesité cuando te redacté allá en el río Genil, tras la batalla con Felice. Confía en mí.
AIKEN: ¿Vendrás realmente?
ELIZABETH: Sí. Ahora escúchame. Necesitaremos un lugar seguro. No queremos utilizar el sigma. Es un radiofaro virtual para cualquier telépata a larga distancia, y Marc no debe sospechar que estoy trabajando contigo.
AIKEN: (¡Nadie debe saberlo! ¡Y él menos que nadie! ¡Humillación! ¡Ridículo! ¡El bromista embromado!)
ELIZABETH: Hay razones más importantes para el secreto. Solamente puedo ayudarte montando el esqueleto de una estructura para tu reintegración. Un soporte mental sobre el que tú deberás encajar luego las facultades subsumidas.
AIKEN: ¿Entonces no quedaré curado…?
ELIZABETH: Quedarás liberado de los síntomas de trastorno si la redacción tiene éxito, capaz de restablecer por ti mismo tus metafacultades. Te curarás, igual que lo hiciste en el río Genil. Pero no desearás que tus enemigos sepan de tus debilidades.
AIKEN: (Nadie debe conocer la vergüenza.)
ELIZABETH: Escucha. Le he preguntado a Minanonn, y dice que hay un lugar conveniente a unos veinte kilómetros al sudoeste del cruce de caminos. [Imagen.] Es una caverna Firvulag en desuso, abandonada hace siglos cuando la Pequeña Gente se retiró del sur de Francia.
AIKEN: Sí. Entiendo. ¿Quieres que nos encontremos allí?
ELIZABETH: Intenta estar dentro de la cueva antes de la puesta del sol del cinco. Marc parece que efectúa su salto-D por la noche para minimizar las interferencias solares con el campo upsilon.
AIKEN: Ellos también crecen por la noche. Aunque yo duerma bajo el sigma.
ELIZABETH: Pronto estarás mejor.
AIKEN: ¿Estás segura?
ELIZABETH: No, no lo estoy. Lo que tú hiciste, la subsunción, es algo sin precedentes. Pero voy a hacer todo lo posible por ayudarte.
AIKEN: Por favor. Por favor. Intenta lo que sea. Oh Elizabeth son tan terribles tan enormes y ahora son más grandes que el resto de mi cuerpo me controlan me castigan me hacen su esclavo me hacen odiarlos porque los utilicé no sé cómo pudo ocurrir no sé cómo lo hice yo…
ELIZABETH: Convéncete a ti mismo de que sólo se trata de una ilusión. Un sueño. De que no es real.
AIKEN: ¿Que no le está ocurriendo a mi cuerpo?
ELIZABETH: No, querido. Tranquilízate. Espérame en la cueva. Todo irá bien. (Que así sea.)
AIKEN: Sí. Yo también me digo eso.
ELIZABETH: Adiós, Aiken. (Adiós pobre semidiós, pobre Loki rampante, pobre estúpido priápico, pobre Mentu-Ra con su feroz mentula, pobre Ithyphallikos. Ahora ambos sabemos qué cosa terrible es vivir el mito que uno mismo ha elegido.)
La tormenta, desatada a lo largo del frente de los Pirineos, apareció a su vista poco después de que Minanonn transportara a Elizabeth, Dionket y Creyn por encima del valle del proto-Aude hasta el Gran Camino del Sur. Pesadas nubes formaban un amplio frente desde el golfo de León hasta el tenebroso atardecer. Eran diáfanamente blancas en sus cimas estratosféricas y de un negro púrpura debajo, teñidas con lívidas pinceladas cobre en sus flancos occidentales, donde el sol poniente las iluminaba aún. Los rayos serpenteaban en sus entrañas y tras las cortinas grises de sus bases. El lejano retumbar de los truenos era casi continuo mientras Minanonn arrastraba a sus pasajeros más al sur.
—No te preocupes —tranquilizó a Elizabeth el antiguo Maestro de Batalla—. Estaremos en la cueva antes de que empiece la lluvia.
—Al menos esto pondrá fin a esa horrible ola de calor —dijo ella.
—¿Te molestaba realmente? —preguntó Dionket, sorprendido—. Yo la encontré más bien agradable. Me hacía recordar Duat. Hubiéramos podido utilizar un poco más de humedad, sin embargo, para hacerla genuinamente parecida a casa.
—¡Vosotros los Primeros Llegados! —dijo Creyn, divertido—. Nostálgicos hasta la muerte del agujero ancestral.
—Tonterías, muchacho —dijo Minanonn—. Duat era mucho más confortable que este planeta. Tenía un sol mucho más templado, jamás sufríamos estas prolongadas sequías durante una parte del año y lluvias torrenciales el resto. En Duat, las lluvias se repartían uniformemente a lo largo de todo el año. Y la temperatura era raras veces lo bastante baja como para sentir frío, ni siquiera en el afelio.
—Está hablando de las tierras natales de los Tanu, por supuesto —explicó Dionket—. Nosotros vivíamos en las regiones ecuatoriales, y los Firvulag en los polos, donde se hallaban las montañas realmente altas. Una horrible región la del Enemigo. Un invierno constante.
—¿No había ningún cambio de estaciones? —preguntó Elizabeth.
—Nada digno de mención —dijo el Lord Sanador—. Nuestro eje planetario tenía una inclinación mínima.
—Un mundo de cuello muy estirado —observó Creyn—. Como los pueblos a los que dio origen. Afortunadamente, la dispersión de los planetas-hijos de Duat demostró ser más flexible. Fueron ellos los que engendraron la pacífica federación galáctica que rechazó el intento de Duat, nuestro intento, de reintroducir la antigua religión de batalla.
—Brede me contó algo de vuestra historia —dijo Elizabeth. Su rostro estaba fijo en la ominosa masa de cúmulos—. En el momento de vuestro exilio, ¿las colonias de Duat eran los únicos planetas de vuestra galaxia que poseían una socioeconomía interestelar?
—Los únicos planetas —dijo Dionket—, pero no la única gente. Estaban las Naves.
—Las Naves. —La voz de Elizabeth estaba teñida de maravilla—. Parecen increíbles, pese a que tengo el modelo de cristal de Brede. ¿Cómo pudieron unas formas de vida inteligentes evolucionar en el vacío?
—No existe el vacío —dijo el Lord Sanador—. El espacio entre las estrellas está impregnado de materia y energía. Todas las moléculas orgánicas necesarias para la generación de la vida se hallan presentes en las nubes de polvo que derivan entre las galaxias. Como ésta, como la noria estelar de Duat que es su hermana.
Elizabeth guardó silencio. El aire que los rodeaba había alcanzado una claridad sobrenatural. Incluso sin ejercer su visión telepática, se sentía capaz de detectar cada hoja por separado de los árboles de la jungla, cada muñón de seca hierba entre las rodadas del polvoriento camino, cada guijarro y saltamontes y jara de la árida cuneta. Finalmente dijo:
—Teníamos setecientos ochenta y cuatro planetas Humanos en nuestro Medio, incluida la Vieja Tierra. ¿Cuántos mundos eran colonias-hijas de Duat en el momento de vuestro exilio?
—Más de once mil cuatrocientos —respondió Dionket—. Incluso con el desgaste de la Guerra Civil Galáctica, la población total se aproximaba a los ciento quince mil millones.
—La mitad de la de nuestro Medio —murmuró Elizabeth—, y por lo tanto más que adecuada para la unión de la Mente Galáctica, si no hubierais seguido el callejón sin salida de los torques de oro.
—Si tú lo dices.
Minanonn se dirigió a Elizabeth con una cierta impaciencia fanfarrona.
—Mi mente es una mente simple, adaptada a realizar tareas que requieren más músculo que sutileza. Sin embargo, espero que algún día me expliques exactamente lo que significa esa «unión»… ¡y por qué nosotros los Tanu nos vemos privados de conseguirla! En nuestra Facción de Paz, gozamos de una camaradería que es a la vez consoladora y estimulante. ¿Es tu Unidad algo mucho más grande que eso?
—Quizá lo descubráis por vosotros mismos —dijo Elizabeth con voz suave. En su mente se formó una imagen que hizo que los tres exóticos jadearan.
—¿Una puerta del tiempo al Medio? —la pregunta de Dionket era incrédula.
—¿Y se nos permitirá pasar a través de ella? —exclamó Minanonn.
—Si el dispositivo puede ser construido, y operado sin peligro para el Medio —dijo Elizabeth—, entonces cualquier persona de buena voluntad de la Tierra Multicolor tendrá la opción de cruzarla. Sabéis lo escéptica que he sido siempre acerca de Brede llamándome «la mujer más importante del mundo». Bien… últimamente he estado preguntándome si ella llegó a verme en el papel de pastora en la puerta del tiempo. Realmente es algo que tiene más sentido que el verme sirviendo como dirigente de un continente lleno de hordas bárbaras y exiliados descontentos del Medio.
—¿Volverías? —preguntó Creyn—. ¿Conduciéndonos?
—Si parece correcto que deba hacerlo. —Pero la vieja inseguridad era patente tras la ambigüedad.
—¿Cómo lo sabrás? —preguntó Creyn.
—Es prematuro pensar demasiado profundamente en ello ahora —dijo Elizabeth—. Hay demasiadas cosas que pueden ir mal. Es posible que la puerta no llegue a reabrirse nunca… puede que nos hallemos finalmente sumergidos en la Guerra del Crepúsculo… si no podemos ayudar a Aiken a recuperar su fuerza mental.
—Nos acercamos al campamento de la caravana —dijo Minanonn—. Haznos invisibles a la posible vigilancia, Lord Sanador.
—Hecho —dijo Dionket.
Sobrevolaron una zona de praderas entre dos cursos de agua. Había algunos bosquecillos dispersos de álamos de plateadas hojas. Los vehículos todo terreno de los norteamericanos estaban aparcados en un apretado círculo, rodeados por un conjunto más desordenado de pabellones Tanu y chalikos atados.
—Veo que las fuerzas de Bleyn ya han llegado —observó Minanonn. Preguntó a Elizabeth—: ¿Puedes detectar la presencia del Rey ahí abajo?
La mujer ejerció sus metafacultades.
—No está. ¿Te gustaría una vista más de cerca de los recién llegados?
Cuando los tres se hubieron asentado les mostró un grupo reunido bajo un ampio pabellón comedor. Estaba siendo servida la cena. Había dos largas mesas separadas de las demás por un distinguible velo psíquico. A la cabecera de una de ellas se sentaba un fornido joven a punto de cumplir la treintena, con el ceño fruncido mientras escuchaba a su compañero, un hombre más delgado y con cara de zorro.
—Hagen Remillard —observó Elizabeth—. Excepto el pelo rubio oscuro y una estatura un poco más baja, se parece mucho a su padre. El parecido mental no es tan fuerte. —Les mostró a Cloud, que presidía la segunda mesa, luego recorrió los otros veintisiete adultos y cinco niños pequeños.
—Son todos ellos tan jóvenes —dijo Creyn—. ¿Son excepcionales sus mentes?
—Todavía sé muy poco de ellos, excepto lo que Aiken me contó acerca de los Remillard —dijo Elizabeth—. En cuanto a sus metafacultades… todos son plenamente operantes, pero imperfectamente entrenados por sus padres y los otros ex Rebeldes. Considerando su herencia, probablemente representan un amplio espectro de talento y fuerza. No me sorprendería que la mayoría de ellos fueran formidables. No olvidemos que ayudaron a Felice a abrir Gibraltar.
—Y ahogar a miles de personas —añadió Minanonn átonamente.
Los exóticos estudiaron a los aparentemente inocentes comensales. Un joven negro en la mesa de Cloud estaba contando a sus compañeros una historia divertida. Los padres limpiaban las barbillas de sus hijos y les reñían ante sus faltas de etiqueta. Una morena gordita estaba siendo recriminada por sus compañeros de mesa por tomar dos trozos de la típica torta de Calamosk.
Dionket dijo:
—¿Y la Unidad de vuestro Medio es una meta tan preciosa para ellos como para consideren justificados unos medios tan terribles?
—No creo —dijo Elizabeth— que su educación haya sido muy idealista, desde un punto de vista ético.
—Si nosotros somos bárbaros —murmuró Minanonn—, ¿qué son ellos?
—Niños —respondió Elizabeth—. Niños adultos.
—Y tu Medio —dijo Dionket—. ¿Dará la bienvenida a esos jóvenes asesinos en masa?
—Aceptará cualquier mente preparada para hallar la madurez… lo cual es siempre un proceso muy doloroso con amplias oportunidades de compensación. Y el Medio sabrá quién se esfuerza sinceramente y quién no. No puede engañarse a la Unidad… ya no.
El campamento estaba alejándose tras ellos. Volaban ahora sobre colinas densamente boscosas. Hacia el oeste, el cielo se había vuelto totalmente oscuro excepto por los relámpagos. Los truenos se habían convertido de un lejano gruñir a un retumbar constante puntuado por más intensos repiqueteos. Ráfagas irregulares de viento agitaban las copas de los árboles.
Minanonn señaló hacia delante y aumentó la visión para los demás.
—La cueva está ahí, en la ladera de esa colina. La entrada está bien oculta.
Descendieron hacia la jungla fuertemente agitada por el viento y se posaron en una ladera donde corría un riachuelo por sobre musgosas rocas y enmarañadas lianas colgaban de enormes ocozoles. La hendidura en la roca no era visible. Mientras se acercaban a ella a pie, vieron que la tela de una hermosa araña negra y amarilla estaba tendida ante la entrada de la cueva, como una puerta de encaje. El Herético alzó al insecto con su PC y lo depositó entre la maleza.
—El centinela real —sugirió con una helada sonrisa—. Y observaréis que hemos llegado antes que la lluvia.
Penetraron en lo que parecía ser una cámara ciega, llena de piedras y hojas secas. Pero Minanonn los condujo confiadamente a su interior, y al llegar al fondo giraron bruscamente a la oscuridad. Su guía alzó dos dedos y conjuró una firme llama amarilla, iluminando el camino a un tortuoso pasadizo tan bajo y estrecho que los Tanu tuvieron que caminar ligeramente agachados. Mientras avanzaban por él, el túnel se ensanchó y sus paredes relumbraron con filtraciones. El aire parecía latir con un siniestro ritmo, y había un olor metálico a cebolla.
Finalmente alcanzaron el final del pasadizo, donde la oscura roca mostraba intensas vetas de minerales rojos y anaranjados. En medio de la pared había una puerta de semipodrida madera. Los deslucidos ideogramas Firvulag eran apenas visibles en una descolorida placa montada muy baja, allá donde los ojos gnómicos pudieran leerla cómodamente.
Minanonn tuvo que agacharse.
—Cueva del Mercurio —tradujo—. Éste es el lugar. —Inclinó su masiva cabeza, alerta—. ¡Escuchad!
Tensaron sus metafacultades, pero parecía como si un vacío psíquico fuera todo lo que hubiera detrás de las desmoronantes planchas. Los únicos sonidos audibles eran los del agua goteando y los de las piedras crujiendo bajo sus pies.
Minanonn apoyó su mano en el pomo y extinguió lentamente su antorcha metapsíquica. Una temblorosa iluminación brilló entre las rendijas de la puerta.
—Manténte en guardia, Hermano Coercitivo —advirtió Dionket.
La puerta se abrió de par en par sin un sonido. Miraron más allá de un corto tramo de peldaños que descendían a una cámara encolumnada tallada en la roca viva. En su centro había una zona algo más hundida cuyo suelo parecía ser un espejo de al menos cinco metros de lado. La luz brotaba oblicuamente de una especie de amplio nicho a la derecha, arrojando una sombra sobre las de otro modo vacías paredes grises.
La sombra de un monstruo.
Se agitaba hacia adelante y hacia atrás, de tal modo que sus dimensiones cambiaban constantemente, y su auténtico tamaño era imposible de estimar. La sombra era enorme. El cuerpo era humanoide pero grotescamente grueso, con un hinchado vientre, prominentes posaderas, y unas piernas incongruentemente delgadas. Poseía inmensos pechos con enhiestos pezones, que parecían estar sostenidos por brazos parecidos a palillos. De los amplios hombros brotaban tres alargados cuellos que se entrecruzaban como los cuerpos de sendas serpientes pitón. Las cabezas eran menos claramente distinguibles. Una de ellas parecía pajaril, la segunda leonina, y la tercera reptiliana, con múltiples colmillos y una lengua bífida.
¡Gran Diosa! —susurró Creyn—. ¿Es posible eso? Ningún Firvulag ni Aullador puede arrojar una sombra como ésa. Además, hubiéramos captado su aura. ¿Qué… qué está haciendo? Por Tana… ¿es una monstruosa cola lo que le está creciendo?
—No —dijo Dionket—. No es una cola.
Hubo un sonido, un blando sollozo animal de tres gargantas dispares, que se transformó en una serie de gruñidos que seguían el ritmo del agitante cuerpo de la criatura. El sonido creció en volumen a medida que las contorsiones iban haciéndose más y más frenéticas. Algo como una columna brotó de la parte inferior de su torso, rígido como un tronco de árbol y casi tres veces más grueso que las piernas. La criatura se tambaleó, desequilibrada por el peso, y la cosa creció hasta la altura de su hombro y más aún, pulsando, mientras unas manos como de araña intentaban en vano sostenerla y la espina dorsal se arqueaba y las tres cabezas se retorcían y aullaban en un demoníaco trío. Las rodillas cedieron y la sombra del cuerpo se inclinó hacia atrás sobre sus talones, aún bombeando con sus caderas. Los pechos se irguieron hacia el techo de la cámara, del mismo modo que el abrumador miembro, que parecía haber crecido más que todo el resto del cuerpo. Los gritos del animal eran ensordecedores mientras los órganos-sombra alcanzaban su culminación, y luego la imagen fue borrada por un triple destello de cegadora luz blanca. Un muriente gemido en tres notas distintas resonó de columna en columna. La sombra se había desvanecido. La cámara estaba a oscuras excepto un vacilante resplandor dorado que emanaba de la misma dirección que la brillante luz original.
—Una quimera —dijo suavemente Elizabeth—. Venid. —Y bajó apresuradamente los escalones.
¡Cuidado!, gritó la mente de Minanonn, y alzó un escudo mental ante ella. Pero ella se volvió y agitó la cabeza. El gigantesco coercedor dejó caer su barrera. Él y sus compañeros se acercaron para formar un cordón protector en torno a Elizabeth mientras ésta cruzaba rápidamente la cámara, pasaba junto al gran espejo hundido, y penetraba en el nicho de la derecha. El silencio era completo excepto el sonido de sus pasos. El éter estaba vacío.
Entraron en la cámara subsidiaria y hallaron una linterna-joya metaactivada, brillando como una agonizante ascua, apoyada en el suelo. Tendido boca abajo frente a ella estaba Aiken Drum. Su cuerpo era normal y también su rostro, que estaba vuelto hacia ellos. Sus ojos estaban abiertos, y respiraba lentamente entre sus entreabiertos labios.
Había llevado su impermeable dorado. La resistente piel estaba abierta en todas sus costuras, y cubría en jirones su pálida piel.
Elizabeth se arrodilló a su lado, retiró los restos de su crestada capucha, y tocó su mejilla. El truhán esbozó la más débil de las sonrisas.
—Has venido —dijo—. Ahora todo va a estar bien.
Aiken soñaba.
Permanecía de pie sobre el espejo, que alcanzaba de horizonte a horizonte, y encima suyo había un brillante cielo nocturno salpicado por el Brazo de Sagitario de la Vía Láctea tal como podía verse desde su mundo natal de Dalriada. Bajando los ojos, vio las estrellas reflejadas, su propio cuerpo desnudo y su rostro inquisitivo, y mirando por encima de su hombro…
Con una exclamación de sorpresa, miró hacia arriba y hacia atrás. Nada. Nadie. Pero cuando volvió a mirar hacia abajo los dos estaban de vuelta, austeros y con expresiones ligeramente desaprobadoras.
Un hombre y una mujer a los que nunca antes había visto. El de pelo oscuro, con restallantes ojos oscuros, una prominente nariz y una boca comprimida en una fina línea. Ella con encrespado pelo rojo oscuro, una frente alta, y pequeños y regulares rasgos demasiado severos para ser hermosos.
—¿Dónde has estado? —le regañaron. Intercambiaron sendas miradas, volvieron a mirarle a él con un asomo de sonrisas dubitativas, luego desaparecieron. Un amargo reproche creció en su interior. Oyó el chillido de alguna pequeña criatura, y el sonsonete de la burla de los niños, y su propia y poderosa voz de adulto gritando viciosas obscenidades.
Bajo sus pies el espejo onduló como mercurio, se volvió fluido. Se hundió en él, y se encontró de pie en medio de un paisaje más bien vulgar: hierba corta con algunas pocas flores dispersas, el límite de un bosque a un tiro de piedra de distancia…
Se agachó para recoger una piedra y lanzarla. En la lisa superficie blanca había grabado:
NO FUI, TENÍA QUE SER
FUI, NO SOY: ESO ES TODO.
Y QUIEN DIGA MÁS MENTIRÁ.
NO DEBO SER.
Había toda una hilera de piedras, medio ocultas en la hierba. Tomó otra, pero no había palabras en ella. Vaciló, volvió a depositar las piedras en su lugar, y estudió la hilera, intranquilo. Parecía marcar un límite, uno que podía resultar tremendamente peligroso cruzar. Mirando a las piedras y a sus propios pies, descubrió que iba calzado con sus buenas viejas botas doradas con sus compartimientos para guardar cosas, y llevaba el traje con muchos bolsillos, cada uno de los cuales contenía un artículo útil para un viajero prudente.
—¿Por qué demonios no? —se preguntó insolentemente a sí mismo, y cruzó el límite, confiado de nuevo.
Estaba nadando para salvar su vida.
El agua salada llenaba su boca y su nariz y lo ahogaba. Forcejeaba hacia arriba, hacia una luz verdosa que iba haciéndose cada vez más dorada, y salió a la superficie, tosiendo y atragantándose, tan débil que supo que iba a ahogarse de nuevo dentro de un momento.
Pero algo estaba balanceándose cerca, cada vez más cerca. Miró y vio que era un caldero, una nave salvadora, y pateó débilmente y batió el agua con las manos, y de esa forma nadó las pocas brazadas que le faltaban para alcanzar una de las grandes asas situadas inmediatamente debajo del borde.
Un dragón rugió desde dentro y le golpeó. Sus colmillos fallaron por poco su inquitiva mano. Una gota salpicada de veneno golpeó su ojo izquierdo, y gritó a causa del ardiente dolor, y se hundió. Inmediatamente el dolor se calmó, y se relajó y derivó en las cálidas aguas cada vez más oscuras… las aguas que significaban la muerte.
¡No!, exclamó. La furia lo electrificó. El dolor regresó. De nuevo surgió al aire, y se halló flotando junto al dorado Kral. Pero esta vez, cuando Mercy lo atacó, con la boca abierta, la aferró y apretó el cuello del dragón y aplastó los colmillos contra el borde una y otra vez hasta que el reptil estuvo roto y sangrante. Entonces trepó al caldero, a salvo.
Mayvar la Arpía se inclinó sobre él y besó el ciego ojo quemado. Estaba curado. Entonces lo tomó en su regazo para acunarlo, y el bebé se acomodó, contento al fin, y bebió y durmió.
Estaba en una llanura de resplandeciente sal, llevando su armadura de oro lustroso.
No se veía al antagonista por ninguna parte. ¡El muy cobarde! ¿Dónde estaba escondiéndose? ¿Por qué no salía y luchaba?
Aferrando su Lanza fotónica, registró la resplandeciente llanura con ojos entrecerrados. Una sombra se lanzó contra él y alzó los ojos, hacia el sol.
El águila dorada picó, las garras preparadas, en busca de su rostro. Su visor estaba completamente abierto, y chilló cuando las uñas rasgaron su ojo derecho y el ave lanzó un grito de triunfo. Cayó pesadamente de espaldas. La sangre brotaba incontrolablemente y el cielo era rojo, como lo era el implacable sol. Supo que iba a quedar tendido allí, medio cegado y sediento y herido, hasta que muriera. El águila lo sobrevolaba muy alto, fuera de su alcance, mientras él se asaba en su armadura bajo la lejana e implacable luz, impotente.
Pero aún tenía la Lanza.
Con sus últimas fuerzas, alzó el astil de cristal, pulsó el mando de máxima potencia, y disparó toda la energía al rostro del disco solar. La luz ahogó a la luz. El ave patriarcal cayó de un cielo vuelto repentinamente índigo. Cuando golpeó la sal, era un hombre con una apagada armadura de cristal, sujetando una rota Espada.
En una agonía mortal, Aiken avanzó arrastrándose hacia la inmóvil forma del Maestro de Batalla, sintiendo que su propia vida escapaba de su desgarrado ojo. Tendió una temblorosa mano hacia el cuarteado casco de su enemigo y lo abrió.
El rostro en su interior era el de Stein Oleson.
Con la mente torbellineando, Aiken se derrumbó sobre el pecho del titánico caballero. Tras la coraza de cristal con su blasón del rostro del sol, el corazón aún latía. Sorprendido, revitalizado, Aiken se alzó. Vio que el gigante estaba sonriendo. Su mano recubierta por el guantelete se alzó, ofreciendo la rota Espada en un gesto de fidelidad. Aiken la tomó, y sintió la energía de la vida volver a él. Su visión se aclaró. Se inclinó sobre el agonizante hombre y le besó en la boca.
En el espejo era noche profunda.
Del estanque de mercurio surgió el hermafrodita de tres cabezas, arrastrándose hasta la brillante orilla. La quimera ya no era una amenazadora monstruosidad. Aunque seguía siendo a la vez macho y hembra, las distorsiones corporales habían desaparecido, y los miembros eran más gruesos y proporcionados. Se irguió a la luz de las estrellas, graciosa y alta. La cabeza de león central estaba erguida y orgullosa; las del dragón y el águila la miraban de frente, ligeramente inclinadas. La radiación del Brazo de Sagitario le proporcionaba un reflejo, no una sombra, que se extendía cruzando el espejo del estanque de mercurio. Aiken vio que el reflejo era él mismo.
—¿Pero qué significa esto? —exclamó, casi irritadamente.
—Has nacido —dijo Elizabeth.
Él pensó en aquello por unos instantes.
—En Dalriada me llamaron psicópata.
—Lo eras. Un alma sufriente. Incompleta. Careciendo de eros. Un fenómeno y un tullido, casi inevitablemente condenado. Eras inteligente y encantador y absolutamente egoísta. Era imposible para ti amar a nadie excepto a ti mismo, aunque dabas la ilusión de preocuparte por los demás cuando te interesaba.
—¡Iban a encerrarme… o a matarme!
—Eras una amenaza, un impedimento para una sociedad estructurada. Te salvaste a ti mismo viniendo aquí. Tu torque de plata recanalizó las aberrantes energías psíquicas. Fuiste reafirmado y empezaste a cambiar cuando viste que eras capaz de ejercer un genuino poder.
—En el Medio, eso hubiera sido imposible.
—Allí, tu ambición no encajó. Pero esta Tierra Multicolor es un mundo más simple. Aquí fuiste capaz de amar. Y te atreviste a hacerlo dos veces, sin egoísmo. Alcanzaste una especie de integración mental. Pero eso no era suficiente. ¡No para ti! Fuiste atraído hacia Mercy, y conducido a desafiar a Nodonn. Deseabas ser más que una persona poderosa, de éxito: deseabas ser un Rey. Y así, instintivamente, fuiste arrastrado hacia dos mentes extraordinarias, y subsumiste sus atributos en un intento de colmar tu ambición. Antes de la subsunción, sabías que eras inadecuado.
—¡Pero les engañé haciéndoles creer que no lo era!
—Sí. Pero no podías engañarte a ti mismo. Observa los cuerpos ilusorios que llevaste: mariposa, luciérnaga, chotacabras, halcón áureo. Cada uno de ellos más potente que el anterior pero siempre alado, elusivo, presto a huir. Eras un Rey contrahecho, real sin ser noble.
—El gallo del corral.
—Con la ambición de gobernar todo un mundo… Por eso cometiste el acto de ir más allá del atrevimiento: pese al peligro mortal, subsumiste a aquellos cuyas metafacultades podían ser el apoyo de un auténtico reinado. Eres como un hombre viviendo en una casa grande y espléndida pero que sin embargo anhela un palacio. Hasta que un día su sueño se ve realizado y de pronto ve que empiezan a serle descargados todos los materiales de construcción necesarios para erigirlo…
—¡Enterrando y casi destruyendo la casa original! Entiendo.
—La mayor parte de esta redacción la has hecho tú mismo. Dionket y Creyn y yo te hemos ayudado… te hemos guiado y sostenido… pero las intuiciones psíquicas que ahora proporcionan unos cimientos sólidos son tuyas. Tu palacio no está en absoluto completo, pero ahora posees los planos para construirlo y los medios para ensamblar las partes en un conjunto armonioso.
—¿Cuánto tiempo será necesario para terminarlo?
—Puede llevar años, o tomar un instante.
—Mejor reza para que sea esto último, encanto, por el bien de todos. Una última cosa, sin embargo, que sigo sin comprender. ¿Por qué un león?
—Tendrás que descubrir por ti mismo, en tu propia psique, lo que significa, Aiken. Es obviamente un animal regio… pero no tiene alas. A veces destruye a su propia progenie… y a veces defiende su orgullo hasta la muerte.
—Quieres decir con eso que todavía puedo echarlo todo a rodar.
—Eres un ser humano, querido, y tienes que enfrentarte aún a muchas elecciones. Indudablemente, puedes fracasar. El arquetipo del Truhán es extraño, no suele aparecer personificado muy a menudo. Quizá sea mejor. Entiende, el Truhán es una persona a la que admiramos y tememos simultáneamente. Sabemos que puede golpear y echar a correr… convertirnos en víctimas. Pero también posee el regalo salvador de la risa que nos permite proseguir en medio de los dolores de la vida. Toma nuestro dolor sobre él, como dijo en una ocasión un gran psicólogo. Y eso puede ayudarte a comprender dónde encaja la imagen del león. Si la aceptas como una parte integrante de tu yo, ya no puedes seguir siendo un Mercurio fugitivo, yendo de un lado para otro a impulsos de su voluntad. Tienes que renunciar a parte de la risa y aceptar algo de dolor en defensa del orgullo; quizá incluso ofrecer tu propia vida.
—¡Ja! ¡Es de las hienas de lo que hay que tener cuidado!
Elizabeth no pudo evitar el echarse a reír.
—Oh, querido. Vamos a buscarlas, Hermes Trismegisto… tres veces poderoso líder.
—Puedes contar con ello —dijo el Rey.