9

En la nursería no se agitaba el menor soplo de aire, puesto que, aunque el sol se había puesto ya, la estancada atmósfera del verano se posaba aún sobre el refugio como una gruesa mano sudorosa. Elizabeth, de pie ante la abierta ventana y absorta en una comunicación telepática, parecía no estar allí, con sus desnudos brazos rígidamente extendidos, pálida y perlada de humedad. Como si quisiera armarse para la prueba, se había vestido con una túnica Tanu de piel de ángel negra sin cinturón, con hombrillos y cintas descendentes de color escarlata incrustados en joyas: los colores de Brede.

La espera se prolongaba. Minanonn la soportaba imperturbable, perdido en sus propios pensamientos; pero la indignación del hermano Anatoli crecía junto con su incomodidad física mientras el sufriente bebé lloriqueaba. Finalmente Mary-Dedra alzó al niño de su cuna de mimbre y lo mantuvo apoyado contra su hombro, meciéndolo, torque contra torque, compartiendo el dolor que no podía aliviar.

Anatoli no podía soportarlo más. Saltó en pie de su taburete en una esquina de la estancia y se dirigió hacia Minanonn.

—Esto es monstruoso —susurró—. Tú eres un coercedor. ¡Ayuda a esa pobre mujer y a su hijo! Al menos elimina el dolor de este pobre bebé…

—Tiene que estar completamente consciente durante el proceso. Dedra lo comprende.

—¡Entonces empecemos ya! —estalló el sacerdote—. ¿A qué está jugando Elizabeth, por el amor de Dios? ¡Llámala para que vuelva aquí!

—Ella no hubiera respondido a la llamada telepática si no hubiera sido importante —dijo Minanonn—. Tranquilízate y recuerda tu propio deber.

Mortificado, Anatoli se volvió de espaldas al exótico y se dirigió hacia Mary-Dedra. Era ella quien había solicitado su presencia en la operación, no la ausente Gran Maestra, que apenas parecía haberse dado cuenta de su existencia desde que se había instalado en el refugio hacía ocho días. La antes llamada Maribeth Kelly-Dakin, que había sido una torque de oro protegida de Mayvar la Hacedora de Reyes, servía ahora como ama de llaves ejecutiva del Risco Negro. Mientras Anatoli pasaba una mano por la cabeza de su bebé híbrido, consiguió esbozar una sonrisa.

—Me alegra el retraso, hermano. Será peor aún para el pobre Brendan cuando Elizabeth y Minanonn empiecen. Por eso te pedí que estuvieras aquí. Para que me confortaras.

Anatoli retiró convulsivamente su mano del niño, como si la cabeza ardiera.

—Pero si es un torque de oro… —empezó a decir, y entonces se contuvo y estalló—: Elizabeth y los redactores deberían hacer todo lo posible por aliviar este dolor… ¡no agravarlo con algún infernal experimento! Dedra, ¿cómo puedes permitir que lo hagan?

La mujer cerró los ojos y las lágrimas empezaron a brotar de debajo de sus párpados. El niño lloriqueaba con raspante monotonía, aferrado a su madre. Era hermoso, rubio y de largas piernas; solamente el enrojecimiento innatural en sus extremidades y las ardientes ampollas debajo del torque de oro en miniatura traicionaban su inminente destino.

—Tú no lo comprendes, hermano —dijo Mary-Dedra—. Brendan representa una oportunidad única para Elizabeth. Quizá sea providencial… o quizá oportuno… el que no se haya adaptado al torque. El síndrome afecta también a otros bebés, ya lo sabes. Pero todos los demás excepto Brendan son Tanu purasangres. —Abrió los ojos y los clavó en los del sacerdote—. Llevas mucho tiempo aquí en el plioceno. Seguramente conoces el problema.

—¡Si empezaran no torcando a los niños, no habría problemas de adaptación!

—Y tampoco poderes metapsíquicos. —El rostro de Dedra, surcado por las lágrimas, era sorprendentemente irónico—. Nunca supe lo que eran los metas cuando vivía en el Medio. Cuando vine aquí, y las pruebas de los Tanu revelaron que poseía fuertes latencias, y me dijeron que iban a darme un torque… tuve miedo. Ahora, moriría antes de dejar que me lo quitaran.

—Y éste es el precio —dijo Anatoli, indicando al niño con la cabeza—. ¿Valía la pena, Dedra?

Ella alzó la barbilla.

—En algún lugar, a millones de años luz de distancia, hay toda una galaxia llena de gente torcada que piensa que sí vale la pena. ¿Por qué no los juzgas a ellos, hermano?

—Lamento haber sido tan brusco. —Se alzó de hombros—. Nunca fui un gran teólogo… tan sólo un pobre estúpido en un distrito del Yakutsk que en un momento determinado decidió hacer del plioceno su parroquia… Pero dime por qué crees que el caso del pequeño Brendan es una oportunidad única.

—Porque se supone que los niños híbridos nunca se convierten en torques negros. Ni tampoco la descendencia del Thagdal. Brendan reúne ambos antecedentes —sus brazos se apretaron en torno al lloriqueante niño—, y puedes ver que sufre el maldito síndrome con todas sus consecuencias. No sabemos por qué. Elizabeth intentó ayudar a los bebés torques negros Tanu cuando vivía en Muriah, pero no tuvo éxito. Su fracaso fue debido tanto al circuitado exótico de sus mentes como a la complejidad del problema. Pero mi Brendan, con su mente híbrida, es un territorio más familiar. Elizabeth ha estado tratándole desde las primeras manifestaciones de la enfermedad hace un mes, intentando cosas.

Los ojos de Dedra se cerraron de nuevo, y brotaron más lágrimas. El hermano Anatoli contempló sus pies calzados con sandalias y aguardó a que ella se recobrara. Finalmente, Dedra dijo:

—El pobre Brendan es especial en otro sentido. La mayor parte de los niños torques negros mueren de su enfermedad a las dos o tres semanas. Mi bebé es más resistente. Los híbridos suelen serlo a menudo.

—Entonces, ¿hay esperanzas?

El bebé lloriqueó más fuerte y Dedra se tambaleó, acunándolo. Se había vuelto hacia Elizabeth, que seguía de pie ante la ventana, mirando a los distantes Pirineos, rosas con resplandores rojizos por encima del paisaje embrumado del Haut Languedoc.

—Mi Brendan era tan fuerte, tan perfecto —canturreó Dedra—. Nunca estuvo enfermo ni un solo día durante nuestro éxodo de Aven, cuando todo era frío y humedad y estábamos hambrientos y éramos acosados por los mosquitos y demás bichos mordedores y los despiadados brutos de Lord Celadeyr. ¡Era una maravilla, mi Brendan! Caminando a los siete meses, comunicándose telepáticamente conmigo no importaba en qué parte del refugio me hallara. Si algún bebé puede sobrevivir al torque negro, es él… y luego quizá otros como él. —Besó los rubios rizos junto a su hombro. El llanto del niño había disminuido a entrecortados sollozos—. Si Brendan muere, al menos lo habremos intentado. Los conocimientos que consigamos habrán pagado su dolor y el mío.

—Pero Dedra, él es demasiado pequeño para elegir —protestó Anatoli.

—Yo elijo por él. —Devolvió al niño a su cuna, tomó un paño suave y secó su pequeño rostro—. Es mi derecho. Sé lo que es mejor para mi propio hijo.

El sacerdote se encogió ante la repentina sensación de frío que se apoderó de sus partes vitales. Cuántas veces, como ayudante ejecutivo del Primado en Siberia, había oído aquél mismo argumento ser exhibido por otros clérigos que se ponían del lado de los elitistas que abogaban por una evolución forzada, del lado de los viejos Remillard y los otros que mantenían que virtualmente todos los medios —incluso la experimentación potencialmente fatal o incapacitadora con mentes inmaduras— estaban justificados si promovían la supereminencia de la Humanidad metapsíquica. En aquellos días, los moralistas Humanos se hallaban divididos sobre el tema; pero no había dudas en absoluto entre los desaprobadores árbitros éticos exóticos del Medio. Tres años después de que Anatoli se lanzara a su misión cruzando la puerta del tiempo, supo que la controversia había culminado en la Rebelión Metapsíquica.

Minanonn surgió de las sombras y se detuvo junto a la cuna del bebé, firme y mayestático en sus ropas cerúleas. Le dijo a Mary-Dedra:

—Lo que te está diciendo el hermano Anatoli trae ecos de la filosofía de mi propia Facción de Paz. Por duro y difícil que pueda ser, debemos rendirnos a la voluntad divina. La única paz es la de Tana.

Dedra parecía dolida.

—¡ no puedes creer que simplemente debería dejar que Brendan muriera en paz! ¡Si así fuera, no estarías dispuesto a ayudar a Elizabeth en su nuevo procedimiento!

—Ella me pidió mi ayuda —dijo el antiguo Maestro de Batalla—, y yo se la concedo voluntariamente, con la esperanza de que el niño pueda ser curado. Pero jamás te induciré a que sigas con tratamientos que puedan prolongar su dolor si no hay firmes esperanzas de un éxito definitivo. Es injusto obligar a un inocente a sufrir de una forma tan terrible… ni siquiera por su propio bien, ni por el bien aún mayor de sus semejantes.

—¡Deberías haber sido jesuita! —le dijo Dedra a Minanonn. Y a Anatoli—: En cuanto a ti, hermano, te pedí que vinieras para rezar por nosotros, no para predicar. ¡Así que si quieres hacerlo, apresúrate!

El bebé, asustado por su vehemencia, empezó a llorar de nuevo.

Anatoli contuvo heroicamente su temperamento, bajó la cabeza y murmuró:

—Señor Dios, bendice a esta madre y a su hijo y alivia sus sufrimientos. No nos dejes caer en la tentación, más líbranos de todo mal.

—Encuentra una plegaria mejor —dijo Elizabeth fríamente, apareciendo a sus espaldas—. Llegas demasiado tarde con ésa… tanto para Dedra como para mí. —Mientras el sacerdote retrocedía, impresionado y pálido, la mente de Elizabeth añadió, únicamente para Minanonn: Y quizá demasiado tarde también para la Tierra Multicolor.

Minanonn dijo: Elizabeth… ¿me dirás qué pretendes?

Elizabeth dijo: He hablado con Basil y con el Rey y efectuado un rastreo en profundidad para confirmar lo que me han dicho. Aiken y los jóvenes norteamericanos han llegado al acuerdo de trabajar juntos en un intento de reabrir la puerta del tiempo desde el lado del plioceno. Marc Remillard se halla camino de Europa con sus confederados, decidido a hacer todo lo posible por impedirlo.

Minanonn dijo: Tana se apiade de nosotros eso puede conducir al Crepúsculo.

El viejo sacerdote franciscano miraba con la boca abierta a Elizabeth. Parecía tan hermosa y tan inaccesible como una imagen de Atenea, con su flotante atuendo de seda negra y sus hombrillos incrustados con rubíes. Su largo pelo, suelto, había formado algunos rizos a causa de la intensa humedad. Sonriendo ligeramente, dijo en voz alta:

—Has venido a rezar por nosotros, hermano. Así que hazlo. Muéstranos cómo debemos depositar nuestra confianza en la divina gracia en vez de en nosotros mismos.

Y el sacerdote pensó: ¡Bruja con corazón de hielo! No me sorprende que la pobre Amerie renunciara contigo…

Estuvo a punto de salir bruscamente de la habitación, abandonándolos a todos a sus inhumanas maquinaciones, cuando sintió un peculiar contacto apaciguador invadir su mente. Aunque desprovisto de torque, sabía sin embargo que tan sólo podía ser la propia fuerza de Minanonn entrando en él, irresistible como una marea, levantando sus ánimos y prometiendo cooperación. De alguna forma (parecía decir el exótico) somos muy parecidos. Los dos estamos destinados a influenciar de una forma crucial a esa horrible mujer…

Bien, así sea. ¡Y ne bzdi, Anatoli Severinovich!

Dijo:

—Hay una vieja plegaria del Misal del Domingo que se ha convertido en una de mis preferidas. Parece casi haber sido escrita con nuestro exilio en el plioceno en mente:

Padre Eterno, que te extiendes de confín a confín del Universo

y ordenas todas las cosas con tu poderoso brazo,

para ti el tiempo es el desarrollo de la verdad que ya existe,

el desvelado de la belleza que aún tiene que existir.

Tu Hijo, tu Omega, nos ha salvado en la historia

de tal modo que, trascendiendo el tiempo, puede liberarnos de la muerte.

Que su presencia entre nosotros conduzca a la visión de una verdad ilimitada

y nos revele la belleza de tu amor.

»Y ahora voy a dejaros para que hagáis lo que creéis que tenéis que hacer. Creo que voy a ir a dar un paseo hasta el manantial antes de que se haga demasiado oscuro. Hace fresco ya, y pienso que pueden haber empezado a brotar setas. No puedo resistirme a las setas. Es el siberiano que hay en mí.

Extendió las manos sobre la cabeza del bebé y lo bendijo. Mary-Dedra murmuró:

—¿Puedo venir contigo, hermano?

—Como quieras —dijo Anatoli—, pero no esperes que comparta. —Mantuvo abierta la puerta de la nursería, y los dos salieron.

Elizabeth y Minanonn, unidos, parecían hallarse suspendidos dentro de un enorme entramado resplandeciente, una maraña como de enredaderas que penetraba en ellos tanto como les rodeaba. El análogo de la mente infantil era multidimensional, surrealísticamente coloreado, agitado por una enfermiza vitalidad. Estallidos de energía héctica trazaban zebraduras a lo largo de la red de canales en esquemas aparentemente al azar, como ratones meteóricos correteando arriba y abajo en un laberinto de tubos cristalinos.

Ahora presiona así, dirigía Elizabeth a Minanonn. Ahora de ese otro modo. ¡Bien! Y ahora abro aquí, donde hay que cauterizar… maldita sea ese brotar que surge de ahí, esperemos que no desencadene un ataque epiléptico, agravando la disfunción…

Y así iban trabajando los dos manipuladores, redirigiendo y tejiendo, formando nuevas uniones y cortando otras, remodelando el tapiz neural de tal modo que las errantes energías mentales pudieran funcionar en armonía con otros aspectos de la mente del bebé antes que arrastrarlo hasta la muerte.

Fuerza. Ése había sido el punto crucial. Cuando Elizabeth había intentado otras veces aquel mismo procedimiento junto con Dionket y Creyn, los dos compañeros redactores, se había visto impotentemente obstaculizada por la intractabilidad de la voluntad inmadura. El bebé «rechazaba» aprender las revisiones de pensamiento que podían salvarle, con su joven mente incapaz de responder a las sutilezas. Sin embargo, Elizabeth había seguido confiando en que su programa de rescate redactor podía funcionar, si tan sólo se conseguía imponerlo. Y así había ido probando, diseñando una nueva configuración que incluía a un poderoso coercedor —Minanonn— y sacrificando la finura por la más cruda pero práctica técnica que utilizaba sobre todo la fuerza.

Juntos, machacaron y barrenaron, hendieron y cortaron. Y funcionó. Pero estaba tomando demasiado tiempo.

Elizabeth decidió una pausa, porque finalmente habían completado una sección de recanalización en las comisuras cerebrales, las fibras que conectaban los hemisferios derecho e izquierdo. Era una operación que Elizabeth había juzgado crítica, y si tenía éxito reivindicaría como mínimo el diseño básico del programa de salvación.

Los dos parecían flotar dentro de una red llena de veloces luces. Elizabeth dirigió a Minanonn fuera de su función de contención a fin de que pudieran ser probados nuevos canales; y luego, con su redacción exactamente sintonizada, estimuló una región determinada de la corteza derecha.

Todo el holograma mental respondió, hinchándose en una especie de encaje de gloriosa y consonante luz. Por un breve instante, el bebé exhibió una mente normal… y más. Luego todo volvió a ser como antes.

Elizabeth retrocedió, arrastrando a Minanonn con ella.

—¡Has visto! —jadeó en voz alta.

—Gloriosa Tana… fue magnífico. ¿Pero qué era? —Permanecía tendido en un diván con la cabeza cerca de la cuna del bebé, mientras Elizabeth se sentaba en una silla a su lado. Se puso en pie, temblando y tan empapado en sudor que la seda azul de su ropa se pegaba a casi todos los contornos de su hercúleo cuerpo.

—Mi programa —susurró Elizabeth. Tendió una mano hacia el bebé, que lloraba frenéticamente y tiraba de su torque con sus hinchados deditos. Ante su contacto, se calmó y empezó a respirar pausadamente.

—Entonces, ¿funciona? —preguntó Minanonn—. ¿Podremos curarle?

Elizabeth parecía una estatua de hielo, completamente congelada excepto por su mano, que acariciaba con suavidad la parte frontal del torque del niño. Minanonn repitió su pregunta, y ella dijo:

—No sé si seremos capaces de curarlo. Estamos trabajando tan lentamente… todo esto se toma un precio tan grande de tu fuerza coercitiva. Pero el programa en sí… —Alzó su mano, y sus dos miradas se encontraron—. Minanonn, sólo por un instante, el bebé se volvió operativo.

Él la miró sin comprender.

—Ese hermoso destello de armoniosa función —dijo Elizabeth—. Pasó completamente por encima de los viejos circuitos neurales generados por el torque, utilizando más que los nuevos canales que hemos abierto. Se deslizó hasta una metafunción completamente operativa.

El Herético estaba sentado ahora en el borde del diván, y mientras escuchaba sus dedos se dirigieron al oro en su propia garganta.

—¿La mente del bebé funcionó metapsíquicamente sin el torque? ¿Como lo hacéis tú y el Rey?

Ella asintió.

—Cuando diseñé este programa de salvación, lo basé naturalmente en paradigmas humanos… esquemas metapsíquicos similares a los impuestos sobre los niños pequeños a los que yo enseñaba allá en el Medio. Pero las metafacultades no se desarrollaban casi nunca óptimamente a menos que la joven mente estuviera entrenada. El proceso es muy parecido a enseñar a hablar. La comunicación oral es un asunto inmensamente complicado que tendemos a dar por sentado, pero un niño no la aprenderá a menos que su cerebro reciba los estímulos adecuados, preferiblemente a una edad muy temprana, cuando la volición es muy fuerte. Obtener el acceso completo al espectro de las metafunciones de uno depende también en gran medida de la educación… aunque bajo circunstancias especiales el proceso puede convertirse en algo virtualmente instintivo. Hay mucho que no sabemos todavía… especialmente acerca de los factores represivos que tienden a mantener a una persona no operativa pese a sus fuertes latencias.

—Como ocurrió con Felice.

—Y Aiken —admitió ella—. Los dos alcanzaron finalmente la operatividad, pero por caminos muy distintos. La dolorosa penetración de Felice fue similar al procedimiento que utilicé con Brede la Esposa de la Nave. Pero Aiken… Como he dicho, hay cosas que no sabemos. Parece que, ocasionalmente, personas con latencias excepcionalmente grandes pueden elevarse mediante tensores mentales a un nivel superior. Ciertamente, los metas humanos pre-Intervención eran casi todos autodidactas. Pero una vez nuestra raza fue admitida en el Medio, pasamos a depender de las técnicas preceptivas que nos enseñaron los exóticos. Por ejemplo, abandonamos el trabajo de campo en la educación metapsíquica durante la infancia por la interacción telepática entre madre y feto.

Minanonn lanzó una débil risita.

—¡Con nuestros torques, las cosas son mucho más sencillas!

—Lo más sencillo no es lo mismo que lo mejor. —El tono de Elizabeth era seco—. ¡Los bebés no necesitarían aprender a caminar si les cortáramos las piernas y conectáramos sus cuerpos a eficientes carritos motorizados!

Minanonn agachó la cabeza.

—Tienes razón, por supuesto. No estoy pensando demasiado claramente. —Se secó el sudor de su frente con el dorso de una gran mano—. Diosa, pero estoy cansado. Hacia el final, tuve miedo de no poder seguir respaldándote. Terminamos ese segmento justo a tiempo.

—Lo hiciste muy bien —lo tranquilizó ella. Pero mientras hablaba deslizó una hábil y fina sonda en su mente, y se sintió impresionada por la profundidad de su cansancio. Ella misma estaba agotada, pero el héroe Tanu, no acostumbrado a utilizar su fuerza durante un tiempo prolongado y en acciones concentradas, parecía haber agotado su facultad coercitiva casi hasta el punto de ruptura. El reloj digital de la pared de la nursería indicaba que llevaban trabajando casi ocho horas. Eran pasadas las dos de la madrugada.

—Tienes que descansar —le dijo—. Lo que hemos hecho ha sido muy duro.

—¡No necesitas decírmelo! —Se puso tembloroso en pie del diván y miró al bebé, que se había dormido—. Me siento como si acabara de luchar yo solo todo un Gran Combate. Pero él era el único antagonista.

—Las mentes de los niños son mucho menos frágiles que las de los adultos. Es cuestión de supervivencia.

Minanonn suspiró, y consiguió esbozar una lastimosa sonrisa.

—Bien, estoy dispuesto a volver a trabajar con él mañana por la noche si tú lo estás.

—Minanonn… —Ella dudó, luego apoyó una mano en su enorme antebrazo—. Será mejor que esperemos un poco más. Tres días.

Sus rubias cejas se enarcaron, y sus ojos brillaron con alarma y comprensión.

—¿Tan malo es?

Ella asintió.

—No es culpa tuya. Eres uno de los mejores coercedores que conozco. Pero el trabajo es terriblemente difícil. El concentrarse a tan pequeña escala…

Minanonn miró al bebé. Dirigiéndose a él, dijo:

—Oh, pequeño y duro muchachito. Eres un buen adversario para un cansado guerrero como yo. —Se dirigió hacia la puerta y le preguntó a Elizabeth—: ¿Debo decirle a Mary-Dedra que venga?

—Todavía no. Primero quiero reexaminar las regiones redactadas del cerebro del niño, mientras sigue tranquilo. Buenas noches, Minanonn. Y gracias.

Cuando se hubo ido, volvió a sentarse junto a la camita y estudió las comisuras con una mirada más profunda. El dolor del bebé estaba temporalmente en suspensión; ¿pero había mejorado realmente? Su fiebre era aún alta, y estaban formándose nuevas ampollas en la zona del cuello. Sin embargo, era posible que Brendan… de todos modos, era muy probable que aún estuviera condenado. La técnica forzada de alteración mental había sido efectiva, pero era con mucho demasiado lenta.

Si Minanonn fuera más fuerte, se lamentó Elizabeth. Estaba segura de que la configuración redactor-coercedor era la correcta en este caso. Fuerza. Ésa era la clave…

El bebé dormía. Fuerte pequeño Brendan, cuya mente no desarrollada había luchado contra el torque en vez de adaptarse a él. ¿Eran los niños que sucumbían a la lucha los que flotaban más cerca de la operatividad natural? Aiken Drum, en la plenitud de su primera madurez, había resistido a su torque y lo había conquistado. ¿Cómo? Pero Aiken no lo sabría, siendo como era un talento natural, inexperto en análisis metapsíquico. E incluso aunque era con mucho el mayor coercedor en Europa, no se atrevía a pedirle que la ayudara en la redacción del niño. El propio Aiken estaba demasiado dañado, demasiado cerca de la disolución.

Se reclinó en la silla, meditando, y sintió una bienvenida brisa soplar sobre sus desnudos hombros. Oh, si aquel condenado bochorno terminara y se desatara una honesta tormenta que recargara la atmósfera con iones negativos. Entonces sería capaz de hallar algún sentido a todo aquello. No solamente resolver el problema de los bebés torques negros, sino la más importante cuestión, el desafío que se alzaba como una montaña ante ella, erigido por Brede.

El viento se intensificó y se dio cuenta de que estaba gozando de él, inclinándose hacia atrás para que agitara su pelo.

—Oh, eso es maravilloso —murmuró.

—Me alegra que te guste. Pensaba poder convocar la tormenta para ti, pero la distancia es demasiado grande.

Se volvió en redondo, galvanizada por la sorpresa, luego se inmovilizó al ver a Marc Remillard observándola desde el otro lado de la abierta ventana. Esta vez, el efecto de halo del equipo intensificador de la mente se veía reducido a un indistinto relumbrar y su cuerpo, suspendido en medio del aire, parecía completamente material. Pudo ver el juego de los músculos bajo el ceñido traje de presión negro mientras alzaba su mano derecha, la palma hacia adelante, en el familiar saludo metapsíquico del Medio que invitaba al contacto tanto físico como mental.

¡No!, exclamó con instintiva revulsión, saltando de su silla y retrocediendo.

Un nuevo soplo de aire frío emanó de él. Sonrió tristemente, con una comisura de su boca ligeramente más alzada que la otra. La mano cayó lentamente a su lado.

—Estás realmente aquí —dijo ella, más una afirmación que una pregunta.

—Como puedes ver, Gran Maestra.

—¿Es una auténtica traslación hiperespacial? ¿Tan sólo con el poder de tu mente?

—El intensificador cerebroenergético me ayuda a generar el campo upsilon, pero soy yo quien hace el salto-D en sí, y el regreso, por supuesto, bajo mi propia acción.

—Supongo que aprendiste el programa de Felice. ¿Te hirió seriamente en el proceso?

En vez de responder, el hombre preguntó:

—¿Dónde está ella? He sido incapaz de captar su aura, ni siquiera con el dispositivo CE aumentando mis facultades de búsqueda al máximo.

Elizabeth le mostró el lugar de la tumba de la muchacha junto a río Genil, el impenetrable globo de la habitación sin puertas profundamente enterrado en el desprendimiento.

—Felice está más allá de tu alcance, Marc. Tendrás que buscarte otra compañera.

Los sombríos ojos parecieron parpadear.

—Te has situado tú misma en un estado de vulnerabilidad, Gran Maestra.

Ella se envaró.

—¿Por qué no entras y lo pruebas? ¡Hemos aprendido algunas cosas en el Medio desde tu maldita Rebelión! Todos los metas aprenden maniobras autodefensivas para detener el tipo de manipulación coercitiva que tú y tus confederados usasteis. Y para los Grandes Maestros hay un último recurso contra la violación mental que casi usaría con placer en este momento.

—Quizá será mejor que me quede donde estoy. Por el bien de los dos. El dispositivo CE insiste en seguirme a través del hiperespacio como el corderito de Mary. A menos que tu refugio tenga el suelo reforzado, podría resultar un huésped peligroso en más de un sentido.

Fascinada pese a sí misma, Elizabeth preguntó:

—¿Quieres decir que la máquina debe quedar atrás, si el programa de traslación ha sido bien editado?

—Oh, sí. Y las ropas también, si lo deseo. —Hizo un gesto irónico—. De todos modos, las retendré para evitarte la visión de mis cicatrices.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó ella, intentando el duelo verbal.

Él hizo una seña con la cabeza hacia el dormido bebé.

—Su problema me interesa. No es distinto de algunos asuntos que me ocuparon en una ocasión… au temps perdu.

—Estoy segura de que el hermano Anatoli estaría de acuerdo.

Él se echó a reír.

—¿Sientes alguna afinidad?

—¿Hacia otro miembro del Club Frankenstein? Oh, sí. Pero en comparación soy una aficionada mezclándome en el curso de la evolución humana. Me falta seguridad en mí misma, así como tus notables cualificaciones. Tomemos este asunto del torque negro… estoy actuando chapuceramente y es muy probable que el bebé muera, pero no puedo impedir el tener la sensación de que eso sería lo mejor. Si salvo a Brendan y a los otros como él, ¿qué futuro será el suyo en esta pobre tierra condenada? No necesito la clarividencia de Brede para ver por anticipado lo que va a ocurrir cuando tú llegues a Europa. Habrá una guerra por la posesión del emplazamiento de la puerta del tiempo.

—No si Aiken coopera conmigo en vez de con mi hijo. puedes mostrarle a Aiken dónde residen sus mejores intereses.

Ella rió amargamente.

—Eres un estúpido si piensas que yo puedo ejercer ese tipo de influencia. Aiken hace lo que le parece. Si decide ayudar a tus hijos a escapar de ti, nada de lo que yo haga o diga lo desviará de su propósito.

La flotante silueta negra derivó acercándose un poco más, enviando un soplo de aire helado hacia adelante. Rápidamente, Elizabeth protegió al bebé.

—Tus protestas de impotencia carecen de convicción —dijo Marc—. Quizá tengas tus propias razones para animar la construcción de una puerta del tiempo en el plioceno.

—¿Y qué hay de tus motivos acera de impedirla? —respondió ella—. ¿Realmente tienes tanto miedo de que el Magistratum acuda tras vosotros? ¿O es que prefieres ver a tus hijos muertos antes que perdidos en la Unidad que tú no puedes aceptar?

—Me juzgas mal —dijo el hombre—. Yo los quiero. Todo lo que he hecho ha sido por ellos. Por todos los niños humanos. Por el Hombre Mental gritando que quiere nacer…

—¡Ya basta, Marc! —exclamó ella—. Todo esto ha terminado… ¡terminó hace más de veintisiete años! ¡La Humanidad eligió otro camino, no el tuyo! —La oprimió una gran debilidad, y sintió que le picaban los ojos. Las fuertes murallas mentales que había erigido contra la imponente presencia del desafiador del Medio temblaron, se debilitaron. Era vulnerable y lo sabía… pero se controló. Murmuró—: Deja marchar a tus hijos. El Medio les dará la bienvenida. Haz dar media vuelta a tu nave y regresa a Norteamérica. Haré todo lo posible por asegurarme de que el lado del plioceno de la puerta del tiempo esté permanentemente cerrado, de modo que tú y los demás Rebeldes no seáis molestados.

—¿Y cómo lo harás? —preguntó él—. ¿Volviendo tú también al Medio?

Ella giró la cabeza hacia un lado.

—Déjanos solos, Marc. No destruyas nuestro pequeño mundo.

—Pobre Gran Maestra. Es un difícil papel el que has elegido. Casi tan solitario como el mío. —El sonido de su voz se intensificó y ella alzó la mirada, sorprendida, para verlo realmente apoyado en el amplio alféizar de la ventana. Ya no había ninguna huella de la fantasmal maquinaria rodeándole. Como en un sueño, Elizabeth lo contempló bajar hasta el suelo y caminar lentamente hacia la cuna de mimbre del bebé, dejando húmedas huellas en el parquet del piso. La exudación de aire frío ya no era evidente. Se había materializado por completo, divorciado del equipo amplificador de la mente. Una enguantada mano se apoyó en el borde de la cuna del bebé, y Elizabeth sintió crujir las fibras. Sus ojos grises bajo las densas cejas se cruzaron con los de ella.

—Muéstrame el programa que estás utilizando en la redacción del niño. ¡Rápido! No puedo mantener esta estasis durante más de unos pocos minutos.

La mente de Elizabeth parecía embotada, más allá de todo miedo. Llamó al programa y lo desplegó.

—Muy ingenioso. ¿Ha sido elaborado enteramente por ti?

—No. Grandes partes de él proceden de cursos preceptivos que utilizaba cuando enseñaba a los niños en el Instituto Metapsíquico de Denali.

—La ciencia redactora ha avanzado mucho desde mis tiempos… Juzgaría que este programa tuyo es completamente capaz de conseguir una cura.

—Es demasiado lento. —Su admisión era rigurosamente clínica—. Al ritmo que estaba yendo con Minanonn, el proceso durará más de mil doscientas horas. Seguramente el bebé morirá antes de que podamos terminar.

—Todo lo que necesitas es aumentar la carga coercitiva. Con ese enfoque tan preciso la mente del niño puede soportar diez veces la presión que ejerce Minanonn. —Penetró en el pequeño cerebro, escrutando, probando. El bebé se agitó y lanzó un suave sonido parecido a un arrullo, sonriendo en su sueño.

—Solamente puedo utilizar una mente auxiliar en esta configuración —dijo Elizabeth—. Poner en fase un metaconcierto coercitivo queda descartado.

—Estaba pensando en algo completamente distinto. —Marc retiró suavemente su sonda redactora y dio dos pasos hacia atrás—. Tendremos que esperar a que Manion y Kramer y yo resolvamos el problema de mantener mi traslación en estasis… frenando el efecto de banda elástica que tiende a tirar de mí de vuelta al punto de partida del salto. No podemos correr el riesgo de que esto ocurra a media redacción. Incluso con una cantidad máxima de coerción, seguirán necesitándose más de cien horas para terminar con el muchachito.

—¿Terminar con él? —La voz de Elizabeth era un vacilante susurro.

La mente de Marc se unió a la de ella en modo íntimo:

Juntos podemos curarlo completamente. Con algunas correcciones en tu programa podemos incluso elevarlo a la operatividad permanente.

—¿Trabajar contigo? Nunca podría…

—¿Acaso nunca confiarás en mí? —La asimétrica sonrisa era burlona. Se golpeó un lado de la cabeza, y unas gotas verdosas volaron de su chorreante pelo para estrellarse contra el alféizar de la ventana—. En este lado del salto-D sólo dispongo de mi cerebro desnudo, Elizabeth. No habrá peligro para ti si utilizamos el programa exactamente tal como está formulado… con el coercedor en la posición inferior y tú reteniendo las funciones ejecutivas. Estarás completamente a salvo de… influencias diabólicas.

Pareció dar un paso hacia la noche. El semitransparente equipo cerebroenergético se reformó en torno a su levitante cuerpo, y Marc empezó a empequeñecerse rápidamente en la oscuridad, como si estuviera alejándose, pero su voz mental siguió siendo clara:

Deseo hacerlo. Déjame ayudarte.

—¿Cuánto tiempo crees que te tomará resolver el problema de la estasis? —preguntó ella. Y pensó: ¿Estoy loca? ¿Estoy tomándome realmente en serio esta proposición… dispuesta a creerle?

Él dijo: Necesitaré al menos una semana. Quizá un poco más. ¿Puedes mantener al niño vivo tanto tiempo?

—Minanonn y yo podemos continuar el proceso. Si no surgen complicaciones, estoy segura de que el bebé sobrevivirá. Creo…

Como un nota final, le llegó un irónico comentario evanescente: Quizá el hermano Anatoli pueda hacer que los cielos envíen una tormenta.

Luego el estrellado cielo quedó vacío y el niño lloriqueó… hambriento, frío, y necesitando un cambio de pañales.