5

La primera visita de la espectral hurí a Tony Wayland estuvo a punto de ser la última.

Medio loco de miedo y aún aturdido por el interrogatorio a manos de Sus Asombrosas Majestades Sharn y Ayfa, Tony estaba seguro de que únicamente le aguardaban la tortura y la muerte. Se mostró asombrado pero no inclinado a hacer preguntas cuando la seductora criatura entró en su celda en las mazmorras del Alto Vrazel. Quizá estaba allí para provocarle a que traicionara de nuevo a la Humanidad; quizá era simplemente el equivalente Firvulag del último cigarrillo del condenado. Fuera como fuese… era evasiva y lúbrica, más o menos humanamente proporcionada, y aunque su piel negra como el carbón y su pelo escarlata traicionaban sus orígenes exóticos, nunca hubiera sospechado la verdad. La había abrazado, y estaba aproximándose ya al punto de no retorno, cuando el destino cayó sobre él de la más inesperada de las maneras.

Karbree el Gusano, el gigante que lo había capturado, llegó a grandes zancadas hasta la mazmorra y martilleó la puerta de madera de la celda con ambos puños recubiertos de malla, aullando:

—¡Skathe! ¡Sé que estás ahí dentro, coñoansioso, jodedora de ramas! ¡Ja ja! ¡Mala suerte para ti, camarada! Nos vamos a Goriah ahora mismo.

El demoníaco estruendo deshinchó completamente las aspiraciones amorosas de Tony. La hurí saltó de encima suyo con un chirrido de rabia y maldijo al carcajeante monstruo al otro lado de la puerta.

—No me eches a mí la culpa, ricura —arrulló Karbree. Un rasgado ojo verde resplandeció por la mirilla de la puerta—. Ha sido decisión de Sharn y Ayfa. Desean emisarios en el lugar tan pronto como sea posible después de que Nodonn haya frito el cerebro del usurpador Inferior. Vamos a presionarle para la devolución de nuestra sagrada Espada antes de que consiga pensar en alguna razón para repudiar el trato que hizo con nosotros. La orden real es que abandonemos el Alto Vrazel dentro de una hora… ¡así que olvida tu impío experimento, mete el culo en la armadura, y salta!

La hurí se inclinó sobre Tony, envolviéndole en glorioso pelo. Sus manos acariciaron los pectorales del hombre.

—Más tarde, querido Tonii —susurró, dejando la roja línea de una uña desde su esternón hasta su ombligo. Tony sintió que la celda giraba a su alrededor. Ella le besó con unos labios que sabían a fresas, y por una décima de segundo él creyó que era su abandonada esposa goblinesca y exclamó:

—¡Rowane, no te vayas!

Luego la ilusión se desvaneció, y lanzó un sollozo de horror.

De pie ante él, con su cabeza rozando el techo de piedra, se hallaba la impresionante oficiala ogresa llamada la Terrible Skathe. Sonrió, exhibiendo una boca llena de colmillos como retorcidas dagas de marfil.

—No estuvo mal, ¿verdad? —Le dio a Tony un golpe cariñoso en la barbilla. Su puño tenía el tamaño de un jamón, y su dedo mostraba un espolón que muy bien hubiera podido pertenecer a un águila—. Nos veremos luego —murmuró el monstruo—. No veo ninguna razón por la que no podamos llevarte con nosotros. Vamos a tener que viajar rápidos y ligeros en esta jodida misión real, pero tú puedes ir en la grupa. Encontraremos nuestro momento mágico en cualquier lugar a lo largo del camino.

Durante más de dos insomnes días, los héroes Firvulag y su supernumerario Humano viajaron hacia el oeste, deteniéndose tan sólo para cambiar sus agotados chalikos por otros nuevos. Luego en Burask les llegaron las noticias de la derrota de Nodonn, y la misión original quedó abortada. Con la esperanza de reanudar su interrumpido experimento, Skathe alquiló una cara suite en el mejor hotel de la ciudad, que había sido el domo de placer local cuando Burask pertenecía a los Tanu. Pero Tony se limitó a lanzar una soñolienta sonrisa cuando reapareció la hurí, dijo «Ni muerto», y se derrumbó y empezó a roncar estrepitosamente.

Skathe maldijo la fragilidad Humana y reasumió su gigantesca forma. Había formas de despertar a Tony, y otros curiosos experimentos aparte los amatorios a los que podía animarle a participar como preludio de la diversión definitiva. Pero apenas había empezado la ogresa a enumerar las posibilidades cuando sintió hormiguear su cerebro. La cama cubierta de pieles donde roncaba Tony osciló y se volvió imprecisa, y una visión de la Reina Ayfa de los Firvulag ocupó su lugar.

¡Skathe, mi Gran Capitana!, le llegó la voz telepática de la Monarca.

—Estoy aquí, Vuestra Asombrosa Majestad.

Dispuesta para uno de tus viejos trucos vulgares, por lo que veo… ¡mientras los príncipes peligran y los mundos se estremecen y los presagios y los portentos proliferan como las moscas en un montón de estiércol! Bien, puedes olvidar el seguir jugando a tus juegos. Se preparan grandes acontecimientos… batallas… y tú tienes que estar allí.

—Soy tu obediente vasalla, Soberana de las Alturas y las Profundidades.

Eso está mejor… Quiero que tú y el Gusano cabalguéis como si llevarais el diablo en el cuerpo hasta Bardelask. Con Nodonn muerto y el Truhán ligeramente hecho polvo, tenemos una perfecta oportunidad de desencadenar un ataque decisivo. La ciudad está madura a causa de las incursiones y preparada para entrar a matar. Hemos ordenado a Mimee de Famorel que marche sobre ella… y tú y el Gusano tenéis que ir apresuradamente hasta allí y actuar como observadores oficiales. Sharn y yo deseamos un informe honesto, no uno de los habituales panfletos rimbombantes de esos Cerebros de Mosquito. ¡Ya conoces a esos generales! Atiborran sus informes de interminables relatos de gloriosas proezas, y escatiman los informes de bajas y los índices de eficiencia de las unidades y los inventarios del botín. Ésta va a ser la primera acción de campo para los de Famorel en más de cincuenta años. Todo fue bien en el último Gran Combate con el estado mayor vigilándoles de cerca… pero deseo estar segura de que han asimilado completamente las nuevas formas de lucha.

—¡Brazos unidos, mentes unidas! —interpuso sagazmente Skathe, citando el nuevo eslogan de victoria Firvulag.

Ahórrate esa tontería para la tropa… aunque no van a necesitar muchos ánimos, con Bardelask poseyendo la mejor y más grande cervecería de toda la Tierra Multicolor…

—¡Eso es lo que yo llamo un objetivo estratégico!

Procura mantener la mente clara… y eso va por el Gusano también. ¡O de lo contrario…! Simplemente recuerda que contamos con Famorel para guardar nuestro flanco sur cuando efectuemos nuestro gran movimiento sobre Roniah el mes próximo. Esta acción de Bardelask es tan sólo una pequeña escaramuza insignificante, pero es una oportunidad perfecta para evaluar nuestras posibilidades de acción. No me importa cuánta cerveza engulláis o a cuantos Inferiores jodáis. Ahora muévete… ¡y Slitsal!

La ogresa guerrera saludó a la visión que se desvanecía.

—¡Slitsal, Reina Soberana! —Luego se echó a Tony al hombro y se encaminó a los establos del hotel.

Diez horas más tarde, los dos Grandes Capitanes de los Firvulag y su inconsciente cautivo alcanzaban un cierto fuerte Tanu en ruinas en el río Saona, tras haberse visto tan sólo ligeramente frenados por una densa niebla que cubría la Côte d’Or. Allá, tras un arreglo previo, tomaron posesión de un barco fluvial confiscado y su piloto Humano destorcado. Los regulares Firvulag que habían cuidado de la obtención del bote cargaron el equipaje de los héroes mientras Tony permanecía vacilante en el muelle del fuerte, preguntándose dónde estaba.

El patrón del bote, una larguirucha y afable mujer, demostró ser inesperadamente enérgica pese a su perdido torque gris y al hecho de que sus dos tobillos estaban encadenados a un ancla de veintisiete kilos que se veía obligada a llevar en brazos. Escupió a los espolonados pies de Karbree cuando éste le dijo que tenía que llevarlos a Bardelask, y dijo:

—Ni en sueños. Ve a que te jodan por los aires.

Los ojos de ofidio del Gusano se fruncieron alegremente.

—No seas irrazonable, Inferior. Tu alternativa es más bien melancólica… una lección de buceo con esa pieza de plomo revestido de polímero precediéndote hasta el fondo del Saona.

—Tanto me da morir ahora que más tarde —respondió la mujer—. Todo el mundo sabe lo que les ocurre a los Humanos capturados por los tuyos. Violación, desmembramiento, y luego contemplar cómo los pedazos de tu propio cuerpo van siendo devorados ante tus agonizantes ojos. No, gracias, ogro. Ahora puedes ahogarme.

—Has escuchado demasiadas mentiras Tanu, querida —dijo Skathe. Empujó a Tony por la pasarela y lo dejó caer en un confortable asiento—. Pregúntale a este tipo. Nadie se lo ha comido a él.

—Todavía no —dijo la mujer.

Tony despertó de golpe.

Skathe croó alegremente.

—Todo esto no es más que propaganda. Cuentos. ¡Oh, qué hermoso barco!

Karbree se irguió en toda su estatura. Su armadura de obsidiana, incrustada con centenares de berilos verdes y repujada en oro, brilló espléndidamente en la torbellineante niebla.

—¿Sabes quiénes somos, Inferior? ¡Héroes del Gran Combate! ¡Emisarios de paz de la Corte Firvulag!

—Sois fantasmones, y los fantasmones se comen a la gente —insistió la mujer—. Al menos los gigantes lo hacen… y tú entras dentro de esa categoría, ¿o no?

Karbree golpeó la placa pectoral de su armadura con un resonante clang.

—¡Por mi honor como miembro del Consejo Gnómico… yo, Karbree el Gusano, juro que no sufrirás ningún daño si cooperas! Llévanos a los tres rápidamente a Bardelask, haznos pasar por entre las patrullas marítimas Tanu en Roniah y por los cuatro tramos de rápidos, y te dejaremos libre en tu propio barco cuando lleguemos sanos y salvos a nuestro destino.

El equipaje había sido apilado en la embarcación, y soldados enanos aguardaban preparados en las amarras de proa y popa. Karbree sonrió, tendió una mano a la Inferior, y dijo:

—Déjame llevar tu ancla hasta la timonera.

La mujer se mordió el labio inferior.

—Bueno…

—Un barco tan hermoso —dijo Skathe—. Debe ser muy rápido. ¿Cuánto nos tomará el viaje, querida?

—Puedo llevaros hasta Ciudad Bardy en veintiséis horas. Menos incluso si esa niebla se levanta y podemos cruzar aprisa los rápidos.

—Estupendo —dijo la ogresa—. Partamos.

—Está bien, es un trato —dijo la capitana. Cruzó la plancha con Karbree llevándole solícitamente el ancla, y unos pocos minutos más tarde emprendían el camino.

En la tranquila extensión de agua más abajo de Roniah, cuando la cada vez más profunda noche y la niebla transformaron el barco con su techo de plast en un seno suavemente mecedor, Tony se adormiló de nuevo, y tuvo la impresión de que la terrible criatura que lo tenía esclavizado no era en absoluto una guerrera Firvulag, sino su propia esposa Aulladora, Rowane.

—No quise abandonarte —murmuró—. Es simplemente que estos días no me siento tan fuerte. Si tan sólo no me hubieran robado mi torque de plata, me sentiría completamente bien. Perdóname por haberme ido. Perdóname…

—Pero si no te has ido, querido Tonii —dijo ella—. Estás aquí, conmigo. No tienes que sentir miedo. Simplemente ámame de la forma en que acostumbrabas a hacerlo.

—No puedo sin el torque. Ése es el problema. —Pero Rowane… ¿o era su hurí de pelo escarlata?… era provocadoramente insistente, y él estaba intentando recordar un peligro, y empujándola, y agitándose en una especie de camastro que era demasiado estrecho, y cuando sus soñolientos ojos se abrieron y finalmente vio…

—¡Aaaugh! —gritó, y lanzó un alocado puñetazo. Cayó del resbaladizo camastro de piel y aterrizó en el suelo de cara. Afortunadamente, la cubierta de la embarcación neumática era completamente flexible.

—¿Todo va bien ahí atrás? —les llegó la regocijada voz de Karbree desde la cabina delantera.

—¡No! —dijo Skathe—. Ocúpate de tus propios asuntos, Gusano.

La hurí alzó a Tony y volvió a depositarlo en el camastro. La única luz era un verdoso resplandor que llegaba de algunos superfluos instrumentos a popa. Tenía el desafortunado efecto de convertir el pelo del súcubo de escarlata en lodoso gris. Acurrucándose sobre él, empezó a besarle la línea de la mandíbula y a acariciarle su espina dorsal.

Él se echó hacia atrás todo lo que le fue posible.

—Por favor, no. Me gustaría que me devolvieras mis ropas.

Las uñas de ella le hicieron cosquillas en el lóbulo de la oreja. Sus besos fueron descendiendo por su pecho como insectos de ligeras patas.

—¡A mí me gustaría otra cosa!

Pero él estaba temblando, y la rechazó con un empujón.

—Tienes mucho que aprender de los hombres Humanos. Realmente no puedes poseerme, ¿sabes? Yo tengo que estar en situación. Lo cual, definitivamente, no estoy en estos momentos.

—¿Tienes miedo, mi pobre chiquillo? No tienes por qué. Después de nuestro pequeño experimento, te prometo dejarte ir. Simplemente… ¡coopera un poco! Nuestra gente siempre ha tenido muchos prejuicios acerca de aliarse con vosotros los Humanos. Pero últimamente ha habido rumores… de las mujeres Aulladoras allá en Nionel que tomaron compañeros Humanos… de que vosotros sois algo especial.

Pese a sí mismo, Tony sintió una chauvinista agitación de orgullo.

—Hay un cierto atractivo en la nodedad —aventuró.

—¡Exacto! Así que, ¿qué hay de malo? Este cuerpo que llevo, ¿no te resulta atractivo? ¡Déjame probar otro! Tuviste una esposa Aulladora, así que pensé que te gustaría algo especial. Pero puedo ser igual de fácil una muchacha Humana. Oh… puesto que llevaste un torque de plata, ¿qué te parece una rubia dominante con envolventes pechos?

¡Por favor! —Tony siguió intentando escapar.

La expresión de la hurí se volvió calculadora.

—¿Qué quieres decir con eso de no ser lo suficientemente fuerte desde que perdiste el torque? No estarás consumido, ¿verdad?

—¡Por supuesto que no! Sólo que… bueno, entiéndelo, cuando los Humanos experimentan el sexo con vosotras, las mujeres exóticas… es decir, cuando llevamos el torque, la mayor parte de nosotros somos capaces de llegar hasta el final… esto… más eficientemente. Sin embargo, sin él… e incluso con él, si uno demuestra ser incompatible… quiero decir, hay un peligro… un cierto factor inhibidor que se apodera de uno…

¡Ajá! —dijo Skathe.

Hubo un meditabundo silencio. Tanteando en la oscuridad, Tony encontró sus pantalones y su camisa. La hurí no hizo ningún movimiento por detenerlo, y él se metió agradecido dentro de sus ropas, retirándose simultáneamente a la esquina más alejada del camastro. El monstruo no lo siguió, pero no apartó ni un momento los ojos de él.

Finalmente dijo:

—No posees poderes metapsíquicos significativos. ¿Por qué entonces te dieron los Tanu un torque de plata? ¿Por tus proezas en el domo del placer?

Tony se sintió ofendido.

—Por supuesto que no. Yo era una persona muy importante en Finiah. Como ingeniero metalúrgico, mis habilidades profesionales eran altamente valoradas. Estaba a cargo de toda la operación de extracción del bario.

—Interesante. Esa mina era nuestro principal objetivo, ¿sabes? Madame Guderian nos indicó que, sin bario, los Tanu son incapaces de fabricar nuevos torques.

Tony tuvo la repentina impresión de que había hablado demasiado. Se apresuró a añadir:

—La mina está completamente enterrada bajo lava, ya lo sabes. No hay ni la más remota posibilidad de volver a abrirla. No en un millón de años.

—O seis —dijo Skathe.

Tony se quedó completamente inmóvil. El cuerpo de la hurí estaba fundiéndose, aumentando de tamaño. La Terrible Skathe bajó la mirada hacia él y preguntó suavemente:

—¿Por qué cruzaste la puerta del tiempo, Tony?

—Bueno… el motivo es de lo más vulgar, ¿sabes? Mi amante me dijo que me abandonaba por otro tipo, mi inmediato superior. Los tres trabajábamos en la misma empresa, ¿sabes?, y no era cuestión de que ellos se fueran. Así que la situación se hizo completamente insostenible.

—De modo que te marchaste.

—En realidad, los arrojé a ambos a una prensa de forja de ochocientos meganewtons.

El monstruo abrió mucho los ojos.

—¡Por las tetas de Té!

—Fue considerado un accidente por aquel entonces, pero yo sabía que los redactores forenses del Medio terminarían atrapándome más pronto o más tarde. Lo más prudente parecía ser largarse de un modo definitivo.

Skathe le dio unas palmadas en la cabeza.

—¿Sabes? Me gustas.

—Entonces, ¿por qué no me dejas ir? Nunca voy a servirte de nada para tu experimento. Además de sentirme mortalmente asustado de ti, estoy tan cansado que podría dormir durante toda una semana, y ferozmente hambriento también.

—¡Por supuesto que lo estás, maldita sea! —Estalló en unas carcajadas tan enormes que trajeron a Karbree a la puerta del compartimiento—. ¡Trae esa bandeja de comida y bebida aquí, Gusano! —Se inclinó para guiñarle un ojo a Tony—. Una vez hayas comido, descansa un poco. Átate a uno de esos blandos asientos para que los rápidos no te molesten. Tengo que atender unos asuntos en Bardelask, pero cuando haya acabado… hablaremos de lo de dejarte ir.

Tony soñó de nuevo. Pero esta vez era acerca de Finiah, en llamas y devastada, con cuerpos apilados en las calles y monstruosidades Firvulag apiñándose para el asalto final en la puerta del palacio, y Lord Velteyn y su Caza Aérea alzándose entre el humo, con sus valientes gritos de batalla resonando en su mente mientras él, Tony, se abría camino a mandobles por entre una horda de invasores Inferiores, agitando una espada aguamarina.

Pero no había sido así.

Incluso pese a lo vivido del escenario del sueño, Tony sabía que era falso. Nunca había sospechado siquiera que Finiah estuviera siendo atacada hasta que las heterogéneas tropas de Manantiales Ocultos penetraron en el domo de placer, liquidaron a su compañera de cama con una punta de hierro, y lo arrastraron a él fuera para ser sometido a juicio. El Tony del sueño, desafiando esta contradicción, luchó ferozmente hasta que el durmiente abrió los ojos a la realidad… a las lívidas nubes de humo girando por encima del transparente techo, a los marciales gritos y órdenes débilmente oídos, al inconfundible olor de la batalla que impregnaba su olfato y le hacía ponerse temblorosamente alerta.

Estaba solo en la cabina posterior del barco. Éste se hallaba anclado en medio de plantas de papiro tan altas y tan densas que no podía ver detalles de la región por ningún lado. La visión a proa estaba menos obstaculizada y pudo ver una zona de muelles con devastados edificios incendiados; y cuando el aire se aclaró momentáneamente captó un atisbo de una ciudadela Tanu de ennegrecidas murallas y rotas torres y un solo y desafiante haz de luz azul apuntando hacia el bajo cielo. Pulsaciones de luz multicolor parpadeaban caprichosamente tras las ventanas de la fortaleza. Había pequeñas explosiones dispersas que extrañamente se parecían a disparos de rifle de gran calibre.

Aquello, sin la menor duda, era Bardelask. Y parecía como si la batalla estuviera a punto de terminar. ¿Durante cuánto tiempo había permanecido dormido?

Preguntándose si los monstruos lo habrían abandonado, empezó a abrirse camino hacia proa. Y entonces oyó unos indeterminados y blandos sonidos y voces ahogadas procedentes de arriba, y un repentino estallido de ahogadas risas. Se inmovilizó completamente.

—Maravilloso. ¡Extraordinario! —La voz era la de Karbree el Gusano.

—No hay nada como un poco de lucha de tanto en tanto —admitió Skathe—. Lo justo para despertar los viejos bajos apetitos.

Karbree lanzó una horrible risita.

—Sigo diciendo que hubieras debido tomar el tuyo también. De cualquier forma.

—Ya llegará mi turno, chico. Tengo mi propio estilo.

—Tú me has observado a mí, así que yo deberé observarte a ti. Lo justo es lo justo.

—Entonces déjame probar a tu amor —pidió Skathe.

El Gusano gruñó, luego adoptó un tono jovial.

—Oh, ¿por qué demonios no? Toma… prueba esos dedos de los pies. —Llegó un inconfundible sonido crujiente.

Tony sintió que sus entrañas se transformaban en una masa de hielo. Crunch… ¡Los Tanu mienten!… crunch… propaganda, por mi honor como miembro del Consejo Gnómico

Alguien emitió un eructo colosal. Alguien más lanzó un ahíto suspiro y una ventosidad. Las voces de los Firvulag parecieron retroceder a una gran distancia.

—Ha sido una gran batalla en pequeñito, sí —dijo Karbree—. La disciplina en los rangos se fue completamente a la mierda después de que fue tomada la cervecería, pero uno no puede esperar milagros.

Skathe murmuró su asentimiento.

—De todos modos le daré al viejo Mimee el Pájaro una buena puntuación por la acción en conjunto. Y creo que sus fuerzas especiales actuaron particularmente bien, considerando el escaso número de armas de alta tecnología que pudimos enviar a Famorel.

El Gusano soltó una carcajada.

—¡Y lo sorprendida que pareció la Exaltada Lady Armida cuando Anduvor Dobletarso le metió una bala con funda de hierro en la barriga! Lástima que el cuerpo cayera en la cuba principal de fermentación. Contaminó todo el lote que estaba haciéndose. —Los ogros rieron ante el recuerdo. Hubo un fuerte chapoteo, seguido por un cierto número de otros más pequeños. Limpiando la mesa, sin duda. Karbree emitió un enorme bostezo.

—¿Por qué no echas una cabezada? —dijo Skathe—. Quiero dedicarme a una serie de preliminares femeninos antes de lanzarme al gran acontecimiento. Hacerle un poco de cuchi-cuchi a mi muñequito antes de dejarle su pequeño recuerdo de Bardelask. Mantenerlo en forma. Tomarme mi tiempo en la preparación. Pero te despertaré antes de que empiece la auténtica diversión… ¡no temas!

Sacudido finalmente por un pánico absoluto, Tony dio media vuelta y echó a correr tambaleante hacia popa. No había forma de poder escapar por la borda. A partir de la timonera el barco estaba cubierto por su hermético techo de plast, y los paneles estaban sujetos en sus sitios por pequeños cierres testarudos. Ocultarse entonces… pero las grandes compuertas de la cubierta estaban cerradas, y los armarios eran demasiado pequeños para contenerle, y las bases de los bancos ya estaban llenas con toda la parafernalia marítima. Era inútil ocultarse en la proa; el monstruo podía arrancar las puertas de sus goznes en un instante. Quedaba solamente el montón de equipaje apilado a popa… todo tipo de bolsas y sacos y cajas de embalaje y estuches de mapas, la mayor parte de ellos abiertos y su contenido esparcido desordenadamente por la cubierta. Podía ocultarse entre todo aquel montón y…

—Tonii, ¿estás despierto?

Se inmovilizó, parcialmente oculto tras la enorme caja de cuero de una armadura. La hurí apareció deslizándose grácilmente. La vio entrar, con su piel color arena, coronada por la flotante masa de lujurioso cabello escarlata, sujetando algo en su mano, algo que brillaba metálico a la luz de la incendiada ciudad.

—Te he traído un maravilloso presente, querido… ¡justo lo que necesitas! Vamos a divertirnos en grande con mi pequeño experimento…

Se detuvo, frunciendo el ceño.

—Tonii, ¿acaso piensas mostrarte arisco?

Se encogió, intentó desesperadamente meterse en la enorme caja de cuero con sus compartimientos y sus tiras sustentadoras, y entonces descubrió, metido en una especie de funda abierta, algo esbelto, duro, y más largo que su brazo. Lo extrajo, sin creer a sus ojos. Los monstruos habían traído otras armas, por supuesto, pero aquello…

—Sal de ahí inmediatamente —silbó Skathe, blandiendo furiosa el regalo. Tony vio finalmente lo que era.

Un torque. Pero no uno de plata. Era de oro.

Asomó la cabeza por encima de la caja de la armadura y sonrió.

—Sólo estaba jugando un poco, encanto. —Sus manos, fuera de la vista de ella, trastearon inexpertamente. Pero había pasado hacía mucho tiempo unas vacaciones en el bárbaro Assiniboia, y al fin y al cabo esas piezas clásicas eran todas del mismo tipo.

La Terrible Skathe lanzó una risita, avanzó hacia él en una parodia de la danza del vientre, incitándole como lo haría una araña viuda negra al borde de su abrazo fatal. Tony se puso lentamente en pie, manteniendo la cosa apuntada al suelo hasta el último momento posible. Luego, mientras ella sujetaba el torque alto y a salvo, alzó el arcaico rifle para elefantes Rigby .470, y le disparó al rostro.

La explosión y el fuerte retroceso lo empujaron vacilante hacia atrás. Vio a la ogresa caer con la mitad posterior de su cráneo pulverizada, y la mampara tras ella se volvió repentinamente del color de su pelo.

El otro Firvulag apareció rugiendo por el pasillo, con su ilusorio disfraz de un dragón alado sin miembros con unos ojos verdes del tamaño de platos y unos colmillos chorreando veneno. Pero el Rigby era un arma de dos cañones, y Karbree murió tan ignominiosamente como lo había hecho antes la heroína.

Como un hombre aún hechizado, Tony recogió el torque de oro y lo cerró en torno a su cuello. Dijo para sí mismo:

—Rowane.

Y entonces oyó el sisear y el gorgotear, y se dio cuenta de que después de todo no iba a quedar libre sin más de aquello. Había un precio que pagar cuando uno disparaba en el interior de un barco neumático con un rifle de gran potencia… pero, dadas las circunstancias, era un precio bastante razonable.