4

Jadeando en busca de aliento, deteniéndose cada cincuenta pasos o así para descansar su hinchado tobillo y su palpitante corazón, el hermano mendicante Anatoli Gorchakov fue abriéndose camino neblinosa montaña arriba.

¡Qué lástima que los bandidos le hubieran quitado su chaliko! Los chalikos nunca perdían su orientación, por muy oscura que fuera la noche o angosto el sendero. Con una montura hubiera alcanzado el albergue haría cuatro o cinco horas. Estaría seco, caliente y con el estómago lleno, quizá incluso habría empezado a establecer los cimientos de su misión. Pero el chaliko, un precioso animal que había sido un regalo de Lomnovel de Sayzorask, había demostrado ser una irresistible tentación para los cuatro salteadores allá en el Gran Camino del Sur. Las razonadas súplicas de Anatoli de que necesitaba la montura a fin de cumplir con las órdenes de su Lord fueron recibidas con simples risas… y cuatro lanzas de vitredur apuntando hacia su cuello.

—Benditos sean los pobres —dijo el jefe de los bandidos con una sentenciosa sonrisa—. Nuestro deseo es precisamente que sigas siendo santo, padre. Ahora muerde el polvo.

Anatoli suspiró y se deslizó fuera de la alta silla. Treinta años como predicador viajero por la Europa del plioceno lo habían hecho sensitivo a las más oscuras manifestaciones de la voluntad divina. Si tenía que viajar los últimos 50 kilómetros de su viaje a pie, entonces fiat voluntas tua. Por otra parte…

—Nunca podréis vender el animal, ¿sabéis? —dijo—. Los chalikos blancos son una raza reservada. Si intentáis entrar en cualquier poblado con él, la primera patrulla de torques grises con los que os encontréis hará lazos corredizos con vuestras tripas.

—¡Cachú! —dijo el más joven de los bandidos, al que le faltaban los dos dientes de delante.

Creyendo que estaba siendo vilipendiado con alguna obscenidad étnica, el hermano Anatoli restalló:

—Vigila tu lengua, piojoso.

El jefe de la banda era todo amabilidad.

—¡No, no, padre! Cachú. Cato. Ácido catechutánico, un tinte que se consigue de la corteza de los arbustos espinosos. Una buena friega con él convertirá a este penco Exaltado blanco en un chaliko salvaje marrón en menos que puedas lanzar un silbido. Cuando lo llevemos a la subasta en Amalizan, sus uñas estarán convenientemente irregulares y las marcas de la silla disimuladas. Y por si eso no bastara para convencer al inspector de ganado, le administraremos al final un poco de jengibre.

El rufián del boquete en los dientes rió y explicó con obscenos detalles esta última estratagema, mientras los demás desvalijaban el equipaje de Anatoli. Decidieron dejarle conservar el hábito de lana y las sandalias que llevaba, una bolsa con galletas y salchichón seco, su pequeño pellejo de agua, y finalmente —tras las intensas protestas del fraile— su linterna halógena. Esto último le fue concedido a regañadientes cuando Anatoli les dijo que se encaminaba hacia las selvas de la Montaigne Noire, donde la gran humedad hacía imposible mantener un fuego por la noche y era necesaria alguna fuente de luz para mantener alejados a los devoradores de hombres que merodeaban por allí. En un magnánimo gesto final, el jefe de los bandidos cortó para Anatoli un resistente bastón para su caminata. Así equipado, el fraile prosiguió su camino.

Durante la mayor parte de los tres siguientes días viajó bajo un denso bosque tropical a lo largo de un pequeño pero impetuoso río. La única vida salvaje hostil que encontró fue un patriarcal antílope, que afortunadamente se mantuvo en su terreno en la orilla opuesta del río. Al aumentar la altitud, la jungla se mezcló con un bosque de coníferas y luego se abrió a largas extensiones de marjales salpicados de crestas rocosas. Anatoli vio hordas de cabras monteses con enormes cuernos como cimitarras, y en ocasiones fue seguido por pequeñas gamuzas mientras seguía su camino cada vez más empinado.

Cuando finalmente apareció ante su vista el Risco Negro, emergiendo entre hermosas montañas, su corazón se alivió. Allá, si Dios quería, iba a cumplir con la promesa hecha hacía más de cuatro meses a aquella otra sacerdotisa, aquella turbada mujer que se había quedado sorprendida ante su opinión realista de las cosas cuando se habían conocido muy brevemente allá en el campo de refugiados del Castillo del Portal y juntos concibieron la misión…

… pero ahora, perdido en la niebla, con la noche cerrándose a su alrededor, se preguntó a sí mismo: «¿Soy un viejo osloieb tan arrogante como para pensar que voy a tener éxito allá donde ella fracasó? ¿Y si nunca encuentro el lugar? ¿Y si llego allí… y el cuerpo de guardia de los doblamentes Tanu me echa con una buena reprimenda?»

Había tomado las últimas migajas de su comida para desayunar. El hambre y el cansancio le hacían sentirse mareado, y tropezó varias veces mientras cruzaba una ladera sembrada de guijarros, que estaba desprovista de cualquier cosa con la apariencia de un posible refugio. La niebla estaba metamorfoseándose en una helada llovizna. Su tobillo izquierdo, que se había torcido a primera hora de la tarde cuando la niebla se espesó bruscamente, estaba ahora tan hinchado que las correas de sus sandalias habían desaparecido en la descolorida carne.

¿Dónde podía estar el maldito sendero?

Encendió la linterna y la paseó a su alrededor, y el haz amarillo parecía casi semisólido en la lobreguez. Rezó: «¡Arcángel Rafael, patrón de los viajeros, ayúdame a encontrar ese indicador del camino!»

Y allí estaba: tres piedras apiladas, claras contra los esquistos grafiticos y, como bonificación, un montón de boñigas secas de chaliko, signo seguro de que otros viajeros habían pasado por aquel lugar. El hermano Anatoli bendijo al Señor, al indicador del camino y a las boñigas. Su tobillo pulsaba, se sentía sumido en la oscuridad e hipotérmico y tan hambriento como para comerse las suelas de sus zapatos… pero al menos ya no estaba perdido.

Sujetando la linterna a su cintura, aferró el bastón y siguió adelante. El sendero seguía ascendiendo, serpenteando entre losas de roca tan negras como la tinta. Llegó a una bifurcación. ¿A la derecha o a la izquierda? Se alzó de hombros y giró a la derecha, hacia el sendero que parecía más ancho. El cono color mantequilla de la luz de la linterna brilló sobre húmeda gravilla, sobre fragmentos caídos de gneis, sobre una pendiente traidoramente resbaladiza, y luego… sobre nada.

¡Mat’ chestnaia! —aulló el sacerdote. Vaciló y se aferró al bastón, que se clavó en una pequeña fisura y aguantó su peso. Un solo paso más lo hubiera llevado más allá del borde del precipicio. El aviso de la linterna lo había salvado, y el regalo del bandido, el bastón.

Permaneció de rodillas, temblando de terror y alivio. Los cuarteados esquistos se clavaban a través de sus empapadas ropas como romos cuchillos, pero sus viejos huesos, no rejuvenecidos nunca, estaban tan helados que apenas sentía ningún dolor. Con la cabeza inclinada, murmuró un Ave en la antigua lengua. En algún lugar allá abajo hervía y rugía un torrente de montaña, y estaba alzándose viento. Levantó la vista y vio una luna casi llena asomándose entre jirones de nubes. La niebla se estaba disipando —o tal vez había ascendido lo suficiente como para situarse por encima de ella—, y al cabo de pocos minutos tenía una clara visión de una profunda garganta surcada por un plateado curso de agua. La pared opuesta estaba sumida en profundas sombras, y por encima de ella se alzaba un cerro que culminaba en una gran prominencia iluminada por la luna, moldeada en una forma parecida a la de una antigua tiara papal: el Risco Negro.

Anatoli se puso en pie y alzó la linterna. ¡Era posible que le vieran! Estaba bien a la vista, lejos de la protección de cualquier masa rocosa, y los guardianes telépatas podían haber estado vigilándole desde hacía horas mientras avanzaba por la ladera cubierta de niebla. Quizá incluso habían dado la alarma.

Con una voz que apenas se destacó sobre el viento, gritó:

—¡Buenas noches! Soy el hermano Anatoli Severinovich Gorchakov, de la Orden de los Mendicantes. He sido enviado con un importante mensaje. ¿Puedo seguir adelante?

¿Era tan sólo el viento… o había espectrales metasentidos hurgando en él, sondeándole? ¿Era un exótico escrutinio examinándole con olímpica benevolencia… o preparándose para arrojarlo a un lado como harían con un insecto inoportuno?

¿O tal vez no había nadie ahí arriba, y él era simplemente un estúpido viejo chiflado con un gruñente estómago y unas fuerzas cada vez más débiles?

Aferró bastón y linterna y permaneció allí de pie, tambaleándose. Entonces la vio, lejos en el torrente, a su lado del curso de agua: una pequeña luz roja. Y luego otra blanca naciendo justo tras ella, y otra roja, o luego muchas otras, alternativamente rojas y blancas, rojas y blancas… una línea de puntos conduciendo hasta la cabecera del valle, iluminando indudablemente la continuación del sendero. Anatoli jadeó. Más luces seguían zigzagueando subiendo por la otra pared del valle, señalando una serie de revueltas que conducían hasta la misma cima del risco. Y allá arriba, perchado en altivo aislamiento y brillando como un cesto lleno de carbones al rojo, había una gran estructura parecida a un refugio alpino. El refugio, tal como la hermana Roccaro había dicho.

Anatoli apagó su linterna. Los últimos jirones de la niebla de verano habían desaparecido, y aquel lado de la montaña estaba iluminado por la luz de la luna. Tan bruscamente como había aparecido, el panorama de espectrales luces y el refugio encantado en el risco desaparecieron. Todo lo que quedó fue una pequeña y solitaria lucecita roja a menos de una docena de metros, que indicaba la desviación correcta en la bifurcación del camino. El hermano Anatoli cojeó hacia ella. Antes de que alcanzara la bifurcación, la luz roja parpadeó y se apagó y otra luz blanca, algo más lejos, se encendió.

—Muy amable por vuestra parte, seguro —dijo—. De todos modos, va a tomarme un tiempo. Espero que mantendréis el té caliente hasta que llegue. Y quizá me guardéis algún bocadillo.

La estrella blanca brillaba firmemente. Excepto por el viento que soplaba entre las rocas, todo estaba muy tranquilo.

—Bien, ahí voy —dijo el hermano Anatoli, y reanudó su interrumpido viaje.

Con las mentes aún unidas, Elizabeth y Creyn volvieron de su última exploración metapsíquica a la isla de Ocala. Pero en vez de separarse, aguardaron unos instantes, las manos ligeramente unidas encima de la mesa de roble, para ver si la cosa volvía a ocurrir de nuevo. Los dos se habían vuelto hacia las ventanas occidentales. El cielo más allá del balcón era ahora una extravagante exposición de estrellas, apenas desafiadas por la cada vez más alta luna.

Creyn dijo: Se manifiesta.

Elizabeth dijo: Sí. Exactamente igual que las otras dos veces. Quizá un poco más pausado en su coalescencia. Más seguro de sí mismo.

Creyn dijo: Es una imagen, ¿verdad?

Elizabeth dijo: Ruega a Dios para que así sea amigo. Intentemos un análisis más definido.

Una silueta estaba materializándose fuera, bloqueando las estrellas. Era la figura de un alto Humano masculino, aparentemente a no más de siete metros de distancia de ellos al otro lado de las emplomadas ventanas. Su telepatía unida se concentró en una sonda en forma de lanza y exploró con una delicadeza superlativa. ¿Había presentes moléculas reales… o aquello era simplemente un simulacro psicocreativo, una imagen proyectada no más sustancial que los hologramas de una tridi o las «transmisiones» emitidas por los Tanu y los Firvulag? La sonda fue rechazada por un fenómeno etérico más sutil que una pantalla mental, una manifestación de campo dinámico no familiar a Elizabeth, más absorbedora que reflectora.

Creyn dijo: Está alardeando. Tiene que ser eso.

Elizabeth dijo: Lucha psicológica. Ablandando antes de la auténtica confrontación maldita sea.

El hombre en el balcón llevaba un atuendo oscuro y reluciente con un cierre en diagonal, totalmente ajustado desde el cuello hasta los pies. Una serie de adornos oscuros, aparentemente de naturaleza técnica, emergían en la región del cuello y las ingles. El cuello y la cabeza estaban desnudos, y el rizado pelo brotaba de una forma extraña del cuero cabelludo, casi como zarcillos. Los rasgos del hombre eran inconfundibles, y parecía estarles mirando directamente.

Para asegurarse de que oía, Elizabeth habló en el modo íntimo de larga distancia:

¿Por qué no te comunicas con nosotros Marc en vez de seguir jugando?

La imagen no estaba completamente inmóvil. El pelo se agitaba, y una comisura de su boca se alzó un milímetro. Aquella noche, al contrario que en las dos visitas anteriores, el cuerpo estaba rodeado por el halo de una débil luminiscencia que silueteaba un complejo de dispositivos mecánicos; en torno a su cabeza había un nimbo más brillante de medio visibles componentes y un asomo de grandes cables y tubos flexibles que se perdían en el cielo nocturno.

Creyn dijo: A todas luces el aparato cerebroenergético es completamente operativo de nuevo.

Elizabeth dijo: Debían estar trasteando aún con él en los dos primeros intentos. O tal vez sus heridas lo han obligado a utilizar circuitos neurales no familiares…

¿Había asentido la cabeza, aunque fuera solamente una fracción de milímetro?

¿Puedes oírnos en nuestro modo conversacional de corto alcance Marc?

La sonrisa se hizo más amplia.

Elizabeth dijo: Bien, eso es un alivio. Estamos absolutamente cansados de espiarte a ti y a tus chicos y a Aiken y a los invasores de Nodonn y a los Firvulag. Han sido unas treinta y seis horas agotadoras… No viniste a vernos la pasada noche. ¿Estabas demasiado ocupado observando el Gran Duelo para molestarte en visitarnos? ¿A favor de quién estabas? Sin duda fue un revés para tu asombrosa progenie, pero seguro que encontrarán un nuevo plan de acción a su debido tiempo… ¿Qué desean realmente en Europa Marc? Es obvio que tienen algún motivo más profundo que simplemente librarse del regazo paterno y buscar fortuna en orillas bárbaras. No puedo concebirte corriendo a toda prisa tras ellos por algo tan mundano como eso… Sus preparativos para el viaje deben estar ya casi completados a estas alturas. Incluso con los campos sigma erigidos sobre la Kyllikki podemos decir que has conseguido acumular una notable cantidad de material a bordo… ¿Vas a partir pronto? Ha habido una gran cantidad de misteriosos cuchicheos en modo íntimo procedentes de África durante las últimas semanas. ¿Debo suponer que los chicos están viniendo también?

Los ojos del fantasma, hundidos en unas profundas órbitas, parpadearon lentamente. Su curiosa sonrisa había desaparecido.

Elizabeth dijo: Marc no tienes ni idea de cómo estás complicando mi trabajo como dirigente de facto de la Tierra del plioceno. Dudo que el plan de Brede para que yo amadrinara a su gente os incluyera a ti y a tus entrometidos chicos… Le he hablado a Aiken de tus preparativos de viaje y está completamente trastornado. Se está tomando sus deberes reales muy en serio, y sospecho que se resistirá a cualquier intromisión en todo lo que acaba de adquirir. ¿Comprendes lo que quiero decir? No dudo que has sido testigo de sus dos subsunciones metafuncionales. Me cuesta impresionarme en estos días… pero debo admitir que me he sentido sobrecogida ante ese pequeño truco.

¿Se habían entrecerrado ligeramente los ojos, la boca estaba un poco más tensa?

Elizabeth dijo: Deseo evitar cualquier confrontación violenta entre tú y Aiken. Déjame mediar. Puedo impedir desastrosos errores de cálculo por ambas partes… Aiken ya no es el bromista metapródigo con el que trataste antes de que entraras en el tanque. Ha cambiado enormemente desde junio. ¡Tanto en apariencia como en potencial agresivo! Ha eliminado todos los fallos en el programa de metaconcierto que le proporcionaste, y ha estado entrenando a sus oros en la técnica. Esas mentalidades intensificadas por los torques pueden ser toscas, pero pueden reunir un considerable potencial cuando son juntadas. Si Aiken reúne en torno suyo a la gente suficiente y adquiere un uso completo de los poderes que subsumió, será algo más que un contrincante para ti… Ten muy en cuenta esto antes de actuar. Y aconseja también a tus vehementes chicos que hagan lo mismo. ¡Podemos conseguir la paz Marc! ¿No querrás al menos hablarme de esto?…

La forma al otro lado del balcón estaba disolviéndose en un fantasma puntuado de estrellas mientra ella seguía aún con sus inútiles súplicas. Cambió de modo de corto alcance a modo de gran alcance, pronunciando el nombre de Marc, luego se interrumpió. La visión parpadeó y desapareció sin dejar rastro.

El lazo mental entre Elizabeth y Creyn se cortó. La mujer exclamó:

—¡Malditos sean ese hombre y su arrogancia! ¡Malditos sean! —Hundió la cabeza entre sus brazos y estalló en sollozos.

Creyn el Redactor se acercó a ella y se arrodilló al lado de su silla. Elizabeth se descubrió abrazada a él mientras la ansiedad y la exasperación acumuladas fluían de ella; la antigua tentación de retirarse flotaba más ominosamente que nunca.

La mente del Tanu estaba discretamente cerrada. Solamente había allí su enorme presencia física, los fuertes brazos que la rodeaban, el cálido y sobrehumanamente amplio pecho, el firme latir de su corazón exótico.

Cuando dejó de llorar, dijo:

—Soy una maldita idiota.

—El desahogarse es bueno para ti. Muy humano. Muy Tanu también, no creas.

—He hecho todo lo que he podido. Cuando desperté después de la Inundación en la Casa de Redacción y acepté esto, realmente pretendía hacer todo lo que me fuera posible. Allá en el Medio, la misión de dirigente… es decir, de supervisor planetario, recaía tradicionalmente en quien no la quería. ¡Y Dios sabe que ésa soy yo! Pero… estoy equivocándome, Creyn. ¿No lo ves? Todos vosotros pensáis que una Gran Maestra Telépata y Redactora debería ser una maga metapsíquica, una semidiosa capaz de todo. Pero yo solamente era una maestra allá en el Medio, no una administradora entrenada o una analista socioeconómica. ¿Cómo puedo ser la mediadora y el árbitro de un saco de facciones tan locamente mezclado como éste? ¡Y ahora ese miserable Napoleón galáctico viniendo a mí desde su Elba norteamericana! Brede me llamó la mujer más importante del mundo. ¡Qué supina idiotez! Mira el terrible error que cometí con Felice. No tenía ni la menor idea de cómo tratar con una personalidad tan peligrosa como la suya. El éxito de la intervención de Aiken fue enteramente idea suya… Y pronto lo voy a tener aquí, pidiéndome que le ayude a reintegrar su mente. La subsunción ha provocado en él un caso de indigestión mental que puede conducirlo a un colapso si no recibe pronto ayuda. ¿Qué debo hacer? Si integro esas facultades que robó, puede convertirse en otra Felice. Si le dejo que se desmorone, Marc o sus chicos tendrán el camino libre. No sé cómo manejar situaciones tan complejas como ésta, Creyn. No sirvo para ese trabajo. Un dirigente del Medio posee una enorme organización de apoyo… el brazo de refuerzo del Magistratum, todo los recursos del Concilio para aconsejarle, la Unidad para fortalecerle y darle ánimos. Pero yo estoy sola.

Él dijo: Ayudaría si pudieras amarnos.

Ella se apartó ligeramente de él. Como siempre cuando Creyn se atrevía a plantear aquel peligroso asunto, la barrera mental se alzó.

Él dijo: Podrías aprender a intentarlo con uno que te amó.

Creynamigomío no no puedo no…

Creyn habló en voz alta:

—Ésa es la forma en que nuestras dos razas necesitan amarse la una a la otra. No luchar solas. Sabes que te amé casi desde la primera vez que nos encontramos en el Castillo del Portal. Ninguno de los dos era entonces un solitario por voluntad propia. Fue tanto la muerte de tu Lawrence como la aparente pérdida de tus metafunciones lo que te condujo al exilio. Y yo mismo había enviudado hacía apenas un año cuando tú viniste a nosotros. Entonces yo solamente podía permanecer a un lado, observando cómo eras utilizada, un peón de los Grandes. Pero luego… cuando pude servirte, ayudarte en el éxodo de Aven, asistirte aquí en el Risco Negro… nunca en toda mi vida he sido más feliz. Mi corazón me duele del deseo de compartir contigo.

Las paredes eran altas y severas, pero ella mantenía sus brazos fuertemente apretados en torno a él. Creyn dijo:

—Escucha lo que dice tu cuerpo. Ningún Tanu, ningún Humano, son meras mentes incorpóreas. Tú conociste la expresión dual del amor allá en el Medio con tu esposo, y te ayudó a amar a los miles de niños a los que enseñaste. Ahora vives en otro mundo… pero puedes aprender a amar de nuevo.

Ella habló suavemente:

—Eres el amigo más querido que tengo. Sé lo que me estás ofreciendo, lo que esperas hacer por mí, aunque sabes que no te amo de una forma sexual. Pero no puede funcionar…

—Funcionó para otros, tanto en tu mundo como en el mío. —Su tono mental reflejó una nostálgica burla de sí mismo—. Y nosotros los redactores no dejamos de tener una cierta habilidad en estos asuntos.

—Oh, querido. —Alzó la cabeza, y se separaron. Las lágrimas habían vuelto de nuevo; impulsivamente, ella le mostró un atisbo de ardientes recuerdos—. ¡Si pudiera ser tan sencillo! Pero tú mismo lo has dicho: Yo amé una vez. Si tan sólo no hubiera conocido el auténtico matrimonio de la Unidad…

—¿Es tan grande el abismo? —exclamó él—. ¿Estoy tan detrás tuyo… soy tan inferior?

Ella lloró, completamente encerrada en sí misma.

Él dijo:

—Elevaste a Brede a la operatividad, incluso empezaste a iniciarla. Haz lo mismo por mí. ¡A su debido tiempo podremos forjar una Unidad por nosotros mismos! —Ya no estaba sujetándola sino de pie, una alta figura vestida de rojo con rubíes y adularías brillando en su cinturón y un torque de oro en torno a su cuello.

—Brede no era una Tanu. —La voz de Elizabeth era apagada. Lentamente, se alzó de su silla y se dirigió a la chimenea, donde unos troncos de pino habían caído y se habían separado y brillaban apagadamente. Los acercó de nuevo con el atizador, y accionó el fuelle hasta que volvieron a salir unas pequeñas llamas—. Brede pertenecía a una raza mucho más resistente. En algunos sentidos más humana que la vuestra; en otros sentidos, menos. Era increíblemente vieja, y esto daba a su mente una monumental reserva de resistencia. ¡Y era la Esposa de la Nave! Su compañero le dejó un legado especial que engendró la prueba de expansión de la mente que compartimos. ¡Compartimos, Creyn!

El Tanu asintió.

—Mi propio dolor no es suficiente…

—No conozco ninguna forma de fortalecerte para que pudieras sobrevivir a la elevación a la operatividad. De modo que yo pudiera sobrevivir contigo. ¿Puedes comprender lo que estoy intentando decirte, querido? Mira muy atentamente en mí. A dónde tendría que ir un adulto latente como tú a fin de abrir esos nuevos canales mentales…

—¡Estoy dispuesto a sufrir lo que sea para conseguir que tú me ames!

Morirías. ¡Soy incompetente! ¡Es algo que está más allá de mí! No puedo hacerte operante, del mismo modo que no pude salvar al pobre bebé torque negro de Mary-Dedra. ¿No crees que ya hubiera liberado todas vuestras mentes si hubiera podido? Si tan sólo pudiera…

De alguna forma estaba de nuevo abrazada a él, y permanecieron de pie, inmóviles, junto a las ventanas orientales. Él dijo: No abandones Elizabeth. No te sientas tentada por el fuego. Resiste. Si no puedes amar entonces consuélate con la devoción de aquellos que te necesitan. Reza por una respuesta.

Elizabeth dejó escapar una carcajada.

—Brede aguardó catorce mil años para morir. ¿Debo yo esperar seis millones?

Los largos dedos del hombre acariciaron sus hinchados párpados, secando las lágrimas y trayendo frescor.

—Vuelve tus pensamientos hacia otro lado. Mira a las estrellas y componte. Abajo están esperándonos… desde hace horas.

—Pobre Minanonn. Tampoco sé qué decirle a él.

Pese a sí misma, descubrió que sus ojos se dirigían al cielo.

—¡Qué extraño! Ese apretado grupo de estrellas muy pequeñas, muy cerca del horizonte. ¿Es posible que sean las Pléyades? Es un pequeño y curioso racimo estelar a cuatrocientos años luz de mi planeta natal de Denali, y a la misma distancia del Viejo Mundo… de la Tierra. Nosotros los colonos somos muy sentimentales hacia estas cosas.

—Nosotros y los Firvulag tenemos una constelación simbólica similar a la que llamamos la Trompeta. ¿Ves allí? Justo encima de tus Pléyades. Nuestra galaxia es tan remota que es invisible, incluso con los telescopios traídos por los viajeros temporales a esta Tierra Multicolor. Pero sabemos que Duat se halla más allá de la estrella que forma la boquilla de la Trompeta, a incontables años luz de la Tierra.

Su brazo rodeó el hombro de ella. La atrajo hacia el pequeño gabinete opuesto a la chimenea donde antes había estado instalado el proyector del campo de fuerza llamado la habitación sin puertas. Ahora el pequeño nicho estaba vacío excepto por otro par de regalos de la Esposa de la Nave: una imagen de una galaxia en espiral arrastrando dos grandes brazos, y suspendida frente a ella una escultura abstracta de una figura femenina.

Creyn dijo:

—Nosotros… Minanonn y yo y el resto de la Facción de Paz… creemos que Tana está ocupándose realmente de las cosas. Que hay una evolución más grande que la del Universo físico, del cuerpo, de la mente. Que hay un Todo hacia el cual se dirige toda la creación y que cada generación percibe más claramente, y al que, al hacerlo, se aproxima un poco más. Aquellos que siguen la vieja religión de batalla ven el Todo como conseguible tan sólo a través de la muerte y la aniquilación. De ahí su mito de la Guerra del Crepúsculo, que creíamos que primero iba a englobar a nuestra pequeña facción disidente de Tanu y Firvulag, y luego destruir a todo el resto de mundos Duat.

Elizabeth dijo:

—Brede me habló de ello, y está arraigado en los torques. Me contó cómo los Tanu ancestrales introdujeron la tecnología de los torques a las otras razas de Duat, y cómo ella vio finalmente todo eso como una catástrofe metapsíquica, condenando a la Mente de vuestra galaxia a un callejón sin salida. Y su visión intuitiva era correcta, Creyn. El torque… cualquier amplificador artificial de la mente que se convierta en una muleta permanente… es un obstáculo intrínseco a la Unidad. Marc Remillard y su gente demostraron eso en el Medio.

Creyn dijo:

—Aquellos de nosotros que confían creen que incluso esa terrible paradoja, el callejón sin salida de la Mente en Duat, encaja de algún modo con el esquema más grande… y que será resuelto.

Elizabeth se volvió de espaldas a la estatua y a la espiral de estrellas y se acercó al fuego. Tomó un atizador de bronce y agitó como a desgana las brasas. Saltaron unas pocas chispas.

—No creo que Brede tuviera este punto de vista. Al final pensaba que la evolución de la Mente de Duat podría continuar solamente a través de vuestra mezcla con la raza Humana. Creo que pudo llegar a imaginar a algunos residuos de la población del plioceno emparejándose finalmente con el primitivo Homo sapiens… plantando semillas metapsíquicas en los enormes, maravillosos y vacíos cerebros del Neanderthal. Voilà! Un Cro-Magnon instantáneo. Lo realmente divertido es que el moderno tipo de Humano apareció con una sospechosa brusquedad, y saltó a la operatividad metapsíquica en unos escasos cincuenta mil años o así.

Clavó fuertemente el atizador en el muriente fuego. Los troncos, reducidos casi completamente a carbón, se desmoronaron en fragmentos. Su voz era llana y su mente estaba fuertemente sellada.

—Si esto es lo que vosotros llamáis el plan maestro de un Dios compasivo, entonces vuestra fe tiene la sangre mucho más fría que la mía, Creyn. Nosotros los Humanos hemos trepado a la Unidad utilizando la condenada Mente de Duat como escalón. ¿Has visto alguna vez a un ejército de hormigas erigir un puente sobre una corriente de agua en la jungla? Miles de ellas se unen entre sí y se ahogan voluntariamente para que sus compañeras más afortunadas crucen sobre ellas sin siquiera mojarse las patas.

—Elizabeth, la gente en Duat no lo sabe.

—Pero yo sí. —Volvió a dejar cuidadosamente el atizador—. Y no creo que pueda soportarlo. No eso, no nada de eso.

—Solamente juegas con la desesperación —insistió él.

—Lo sé. La hermana Amerie acostumbraba a decir que uno se burla del Espíritu Santo por su cuenta y riesgo… pero no consiguió nunca librarme de la costumbre. —Elizabeth sonrió vivamente—. ¿Vamos abajo y nos ocupamos de nuestra reunión de información?

Cuando la gran puerta del salón principal del refugio se abrió de golpe, se produjo un momentáneo tumulto. Elizabeth y los miembros de la Facción de Paz, demasiado absortos en su fusión mental, fueron tomados tan por sorpresa que no hicieron nada. Eso permitió al fraile eludir a Mary-Dedra y a Godal el Mayordomo y a los otros dos servidores Tanu, que lo habían seguido desde la cocina y que carecían de PC o de la habilidad coercitiva que les hubiera permitido retener al hombre. Éste penetró resueltamente en el salón con sus perseguidores gritando e intentando agarrarle y murmurando disculpas telepáticas y tardías súplicas de ayuda.

—¡Alto! —exclamó Minanonn, alzándose de las profundidades del sofá como un Júpiter fulminador.

El quinteto de intrusos se inmovilizó en medio de sus gritos.

—¿Qué demonios…? —empezó a decir Elizabeth.

Minanonn soltó su sujeción coercitiva de la gente del Risco Negro, que se apiñó en un apretado grupo. El viejo Humano con el ajado hábito franciscano siguió completamente paralizado, en equilibrio sobre un pie y con ambas manos alzadas y juntas. Sus ojos eran vivaces y brillantes.

—Le hemos recibido bien —dijo Mary-Dedra, indignada—. ¡Le ayudamos a encontrar el lugar, luego lo secamos y le dimos una espléndida cena!

—Parecía inofensivo —dijo Godal el Mayordomo—. Hasta que Dedra dejó escapar que Elizabeth había bajado al fin para reunirse con los Exaltados…

—Y entonces, el estúpido viejo gritó algo acerca de su misión —dijo Mary-Dedra—, y se lanzó a la carga hacia aquí antes de que supiéramos qué era lo que intentaba. Ahora, con vuestro permiso, lo llevaremos de vuelta a la puerta principal.

—Primero será mejor que oigamos lo que desea —dijo Dionket el Sanador.

—Déjale hablar, Minnie —indicó el Primer Llegado Peredeyr.

—Pero mantén sujeto todo el resto de él —añadió Meyn el Insomne.

El fraile, aún inmóvil de cuello para abajo, se humedeció los labios con la lengua y carraspeó. Fijó sus ojos en Leilani-Tegveda la Hermosas Cejas y dijo:

—¿Estoy hablando con la Gran Maestra Elizabeth Orme?

—Soy yo —dijo una mujer mucho menos imponente, que llevaba una austera túnica negra.

El paralizado sacerdote pareció en cierto modo aliviado. Pese a su ridícula postura, habló con dignidad:

—Mi nombre es Anatoli Severinovich Gorchakov y soy hermano de la Orden de Mendicantes. Tu amiga Amerie Roccaro me envía para ser tu consejero espiritual.

Elizabeth se lo quedó mirando, incapaz de decir nada.

—Ahora puedes soltarme —dijo el hermano Anatoli a Minanonn—. Volveré apaciblemente a mi cena y vosotros podéis seguir con vuestra conferencia. —A Elizabeth, dijo—: Solamente quería que supieras que estaré aguardando para cuando estés lista.

Minanonn miró a Elizabeth, que asintió con la cabeza.

La presa coercitiva se aflojó. Anatoli bajó su pie, separó sus manos, y arregló el cinturón de su hábito. Consiguió hacer una más bien somera señal de la cruz.

—Para cuando estés lista —repitió; luego se dio la vuelta y salió dignamente por la puerta.