Te conozco, Mendizábal. Te conozco tanto, mirá vos. No te miento si te digo que puedo contarte todo lo que hiciste desde que te escapaste, fijate. Todo este tiempo, estos años… Te puedo decir qué hiciste cada día, cada hora, atendeme, desde que te borraste del mapa.
No, no me pongas cara de compungido, Mendizábal. Esa cara no te la cree nadie. Ni vos te la creés. Quedate ahí sentado, y dejame mirarte un poco, che. Estás igualito, mirá vos lo que son las cosas. Igualito, igualito, me cacho. Y yo con esta panza, y estas canas. Si parece que fuera treinta, ¡qué digo!, cuarenta años más grande que vos. Y nada que ver che, porque, ¿qué te llevo? Quince, o veinte a lo sumo, ¿no?
Ah, ¿eso quiere decir que sí? ¿Así que ahora se te dio por contestar con gestos? No me digás que hasta de hablar te olvidaste, Mendizábal. Bueno, también…, todo este tiempo tan solo, tan alejado de todo el mundo, se ve que se te olvidó. Y mirá que te gustaba hablar, ¿eh? Mirá que antes eras un disco, meta y meta charla. Y ni te digo cuando tenías algún vinito encima. Pucha digo, no había quien te parara, Mendizábal: chiste va, chimento viene, hilvanando una con otra, una con otra… Y ahora nada, fijate. Desde que entré te me quedaste mirando con esa cara medio de puchero, medio de opa. Miraste a todos lados, eso sí, a espaldas mías. Y paraste la oreja tratando de oír qué pasaba en el pasillo. Trataste de ver si venía solo, o había traído a alguien para ayudarme, ¿no?
Si no hay caso, Mendizábal, sos el mismo de siempre. Pero siempre fuiste medio chambón, sabés. Medio atolondrado. ¿Cómo vas a dejar el caño en la mesa de luz, con lo que tardás en sacarlo? No, mi amigo: el caño, debajo de la almohada. Ley de fierro. Punto y aparte. Y más en una pensión de mala muerte como ésta, no sé si me explico. Mirá si se descuelga un perejil para afanarte, o algún mamado se te equivoca de pieza. A lo mejor conmigo pensaste eso, ¿no, Mendizábal?
O a lo mejor es que te has reblandecido con el tiempo. Ha de ser eso. Porque dejarte madrugar así, fijate un poco. Y mirá que yo solito, ¿eh? Porque afuera no hay nadie, te lo garanto. A lo mejor te extraña que haya venido solo. Y si te descuidás tenés razón, mirá vos, en extrañarte. ¿Sabés qué pasa? Que si le decía a alguno de los muchachos: “Che, pibe, acompañame que me pasaron el dato de dónde está acovachado Mendizábal; y deciles a dos muchachos más”, seguro que venían, ¿viste? Pero andá a saber cómo reaccionan al verte. Figurate, Mendizábal, con la bronca que se morfaron con lo de Uriarte. Capaz que vienen y te cosen a balazos y yo sin poder frenarlos, vos viste cómo son, y cuando me quiero acordar ya estás ahí, tosiendo en tu sangre, empapando el piso y nosotros saliendo de raje porque acá la cana es medio brava, y lo único que falta es que alguno termine cayendo justo ahora, que lo de Uriarte terminó por amainar, viste. Pero como yo tenía otros planes dije no, voy solo, me la juego de callado.
¡No, eso sí que no! No te pongas a llorar como una puta, Mendizábal. Mirá que yo me banco cualquier cosa, pero que un tipo se arrastre como una babosa no lo tolero, atendeme. Tratá de dejar de ser el cobarde de mierda que fuiste siempre por dos minutos, aunque sea. Te lo pido yo, Mendizábal. Hacé el esfuerzo. Aparte ya te dije que para vos tengo otros planes. Y además ando con tiempo, sabés. Y vos, a juzgar por el agujero en el que andás, se ve que mucho que hacer no tenés. Che, reíte un poco. Mirá que eras fiestero, Mendizábal. Y fijate ahora. Porque ahora que te miro bien, ¡qué ojeras, hermano! Te cuelgan hasta el piso, figurate. Y tenés los ojos a la miseria, che. Parecés un conejo de tan colorados… Ya sé, no tenés nada que hacer, acá no tenés ni radio, ni nada para entretenerte, y beso va, beso viene, la botella dura poco, ¿no, Mendizábal?
Fijate que ahora colijo lo de haberte agarrado tan desprevenido, fijate. Primero pensé que de aburrido te habías vuelto descuidado. Pero ahora que lo pienso se me hace que de puro mamado, mirá. Qué lástima, ¿no? Porque ahora, del cagazo nomás, estás despierto como un granadero, fijate vos. Tomá, che, dejate de temblar, echate la frazada por los hombros, no sufrás al pedo.
¿Qué te venía diciendo? Ah, sí. Que andás medio arruinado, fijate un poco. ¿Sabés qué diría mi vieja? “La conciencia, m’hijo, la conciencia es el pior de los jueces”, así decía mi vieja, pobrecita. Che, Mendizábal, mirá que estás severo, me cacho, no te reís ni a cañonazos, será posible. Pero hablando en serio, algo de razón tendría, ¿no? Mirá que meterte a morir en este establo. Yo no sé, pero se ve que te faltó imaginación, Mendizábal. Mirá que con toda esa guita. Yo qué sé, cruzar el charco, rajar al interior, no sé, algo. Pero no. Te termino encontrando acá, a veinte cuadras del Obelisco, con la guita encanutada en una valija debajo de la cama.
¿No te digo que sos un ingenuo, Mendizábal? Te digo debajo de la cama y vos mirás para el lado del ropero haciéndote el disimulado. Así que la tenés en el ropero. ¿No te digo que te tengo más junado que “La Comparsita”, Mendizábal? A veces, cuando ando malhumorado me digo: “Gordo, mirá que fuiste imbécil, gordo. ¿Cómo te dejaste cagar por el boludo ese?”. Perdoname lo de boludo, Mendizábal, pero seamos sinceros, viejo. Lo tuyo era muy modesto, muy simple. ¿Cómo me voy a imaginar que vos nos ibas a meter en semejante brete y a volar con los morlacos? Y yo que me las daba de junar a la gente de verla, Mendizábal. Me curaste de golpe, fijate un poco. No, no te pongás nervioso, si no te voy a hacer nada. Mirá, para que te quedes tranquilo, voy a dejar el revólver acá, a los pies de la cama, así charlamos más cómodos, ¿viste?
¿Qué te decía? Ah, sí, de cómo me enseñaste, che. Pero decime un poco, Mendizábal. ¿Vos no hubieras hecho lo mismo? Te viene un pibe nuevo, recomendado por amigos. Y por amigos buenos, no sé si me explico. Le das un laburito, te lo hace. Le das otro, también te lo cumple. Es servicial, es respetuoso: que jefe de acá, que patrón de allá. Y vos le tomás cariño, ¿viste? Aunque no sea demasiado piola, entendeme. Porque vamos a ser claros, Mendizábal. Nunca fuiste una cosa de decir a la flauta, qué tipo vivo, qué muchacho despierto. Nada de eso, permitime vos la crítica, que es sin mala intención ni ánimo de ofender, no te hagas cargo.
Capaz que el error fue mío. No vayas a creer que no lo pienso, nada de eso. Muchas veces me digo, porque yo me hablo mucho, ¿viste?: “Gordo, capaz que vos debiste guiarlo, enseñarlo un poco, para que no se engrupiera. Capaz que si lo apadrinabas lo ibas sacando bueno, Gordo”. Así que fijate que muchas veces hasta pienso que la culpa en parte fue mía, entendeme. Pero son días, ojo. Porque también están los días en que me levanto cruzado, figurate. ¿A vos no te pasa? O que te cayó mal la comida, o que discutiste con tu jermu, o que te duelen los callos porque está por llover, yoquesé. Y bueno, el asunto es que en esos días se me da por acomodarme, ¿viste?, de aquella noche cuando fuimos de Uriarte. Y enseguidita, pegadito me viene el recuerdo de Cachito. Te acordás de Cachito, ¿no?
No sabés, pibe. No sabés lo que fue aquello, Mendizábal. Cachito tirado ahí, diciéndome: “Máteme, jefe, se lo pido por Dios, no deje que me boleteen ellos, por lo que más quiera”. Y yo con las tripas retorcidas como un lampazo, entendeme. Porque el chico tenía razón, figurate. Si lo dejaba ahí lo iban a hacer puré, pero de a poquito, no sé si me explico. Vos te acordás de la gente de Uriarte. Decí que por suerte, fijate vos lo que a veces uno llama suerte, me lo cargué al hombro y llegamos al portón de afuera, ése donde vos tenías que esperarnos, ¿te acordás? Y mientras los muchachos me decían que vos no aparecías con el auto, ¿podés creer que ahí nomás Cachito se me quedó flojo encima? Como un saco de papas, pobrecito. Ni tiempo de cerrarle los ojos, figurate, porque salimos corriendo. Y encima la cana: sobre llovido, mojado.
A Peralta lo agarraron, te habrás enterado. Todavía está adentro, y tiene para rato, imaginate. Buen muchacho, ese Peralta. Y mirá que me cuesta unos cuantos mangos, no te creas. Que algún adorno en Devoto para que me lo tengan bien, que pagarle la pieza a la mujer, que un par de zapatos para el chico, que el guardapolvo de la piba. Pero bueno, qué se le va a hacer, uno es amigo, y los amigos están para eso, atendeme.
Pero yo me voy por las ramas, ¿qué te estaba diciendo? Mirá que tengo achaques, caray. Ahora se me da por olvidarme de todo. Decí que lo tengo a Munilla. Que la verdá que se porta un kilo, no sé si me seguís. Fijate, si no, que todos los martes se da una vuelta por lo de los amigos y les hace acordar de lo tuyo. No sé si te dije… ah, ¿no te dije? Fue idea de él, justito. Bah, yo lo había pensado, pero preferí que los muchachos se sintieran parte de la cosa. Más protagonistas, como se dice ahora, ¿entendés? Se vino un día hasta mi casa. No la de Flores, de ahí estaba borrado. La otra, la del Once. Bueno, se vino y me dice: “Jefe, ¿qué le parece si ponemos unos mangos para que nos digan algo de Mendizábal? No lo tome a mal, pero le hablé a los muchachos y dicen de hacer una vaquita, ¿vio?”. ¡Ja!, después me enteré de que pusieron plata todos, hasta este chico Miguel. ¿Te acordás, el morochito? ¡Ese que vos lo jodías que era tan agarrado que no comía huevo por no tirar la cáscara! La pucha que eras divertido, Mendizábal. Pero che, reíte alguna vez. Mirá que en estos años se te agrió el carácter, será posible.
¿A qué venía? Ah, claro, que Munilla, vos fijate, con una paciencia de chino, todos los martes, que a Pompeya, que a Palermo, que a Barracas. Ta’ bien, es cierto que él era muy amigo de Cachito, viste. Y para los demás muchachos…, yo qué sé, capaz que lo que más los jodía era la guita que les birlaste, pero para él se ve que era distinto. Pero bueno, te la hago corta: cuatro años dale que dale, todas las semanas. Y yo, ¿qué querés que te diga?, le daba manija de vez en cuando para que no aflojara. Porque estaba seguro. Te juro por Dios que estaba seguro de que ibas a aparecer, Mendizábal. Por eso que te decía y que yo iba maquinando, ¿viste?
¿Me podes creer que el otro día entra chocho de la vida con el dato posta? Mirá cómo pasan las cosas, Mendizábal. Vos que vas a comprar leche, porque ahora tomás leche, seguro que se te hizo una úlcera, decime si no es verdad; y justo el muñeco que entra detrás tuyo a comprar cien de salame es el pibe más chico de Antonelli, el de allá del Bajo. Me desilusionó un poco este Munilla, cuando me contó que el pibe de Antonelli te siguió hasta la pensión y que juraba que ni te avivaste, tan en pedo estabas. Yo me dije: “Gordo, Mendizábal está arruinado. Misión cumplida. Pero lástima agarrarlo así, en las diez de última”.
Así que me vine a pie. Son veinticinco cuadras. Y el médico me dice que camine. Por la circulación, ¿viste? Y yo pensaba: “Este Mendizábal, qué huevos para quedarse a veinticinco cuadras de la oficina”. Pero después me fui acordando, no sé si me explico. Y ahí pensé: “¿Pero qué huevos?, ¡si ése nunca los tuvo, Gordo! Se ve que el tipo no da más, pobre”. Y la verdad, Mendizábal, muy lúcido no estuviste. Hasta le diste tu nombre real al petiso que la juega de encargado, ahí adelante.
¿Sabés qué creo, ahora que lo fui pensando? Que te engrupiste feo, Mendizábal. Te la creíste demasiado pronto, entendeme. Capaz que nos hiciste primero un par de tumbes chicos, te salieron bien, y te cebaste. “Soy Gardel”, dijiste. “Ahora la hago en grande y la junto en pala.” Y la juntaste, Mendizábal, la juntaste. Pero sos tan boludo que no supiste ni escaparte. ¡Y claro, viejo! Si vos eras un pichón, después de todo. ¿A quién ibas a recurrir? Porque sabías que nadie te iba a tirar una mano. Tan tarado no eras. Un perejil con una valija llena de guita. Todo el mundo al tanto. Encima, con la bronca que le toma la gente a los buchones.
Ahí la vi clara. Por eso no le di bola al Colorado, que quería salir a buscarte a tontas y a locas para reventarte rápido antes de que te hicieras humo. Mejor era la de Munilla: unos manguitos de promesa acá, otros allá, y el laburo de hormiga de esperarte. No me mirés con esa cara, Mendizábal; no te echo en cara tu estupidez, no te hagás cargo. Son cosas que se dan, ¿viste? Te mandaste el moco y ya después, ¿cómo salirte, decime vos? A la cana no podés ir, a los amigos tampoco. A los enemigos, menos. Yo te entiendo, Mendizábal, te lo juro. Terminaste acá porque te salió demasiado bien, no sé si me entendés. Con semejante ponchada de guita, ¿en quién confiar? Ni en tu mujer, claro está. Entre paréntesis te digo que hiciste bien en no participarla. Figurate que al mes de vos hacerte humo se encamó con Miguel, el morochito, y ya tiene dos críos, mirá vos estas minas. Así que te entiendo: una pensión de mierda, en una zona de inquilinatos. Como buscar una aguja en un pajar, ¿no?
Pero lo que pasa es que el tiempo te ha de haber jugado en contra, Mendizábal. Me figuro los primeros meses: todo bien, todo en orden. Unas semanas en cada sitio. Un verso distinto en cada casa nueva. Salidas de noche, a comprar un poco de yerba, puchos y algún entremés para ir tirando. El caño bajo la almohada, bien apretadito en el puño.
Pero después, Mendizábal, ¡qué parto!, ¿nocierto? Las horas muertas, sin tele, sin radio.
Con el diario ni hablar, si vos ni siquiera sabés leer, ¿no? Qué chasco, mi viejo. Y encima toda esa guita mal habida, y sacando los mangos de a puchitos, para ir cubriendo los vicios, nomás. Y minas ni pensarlo, ¿no, Mendizábal? Con lo que a vos te gustaba salir de farra en los días buenos, viejo. Y claro, pensaba yo, cómo se va a traer una mina, si están todas avivadas. A las dos horas lo tengo al gordo acá, habrás pensado.
Y no andabas descaminado, Mendizábal, no andabas descaminado. Así que al apretar el frío, alguna noche, aparte del pan y el fiambre te habrás llevado algún vinito, para calentar el gollete aunque sea, ¿no? Pero claro hombre, en esta soledad, ¿quién te iba a dar el parate? Así que le debés haber empezado a dar con un fierro. A ver, acercate. Te digo que te arrimés, no tengas miedo. ¿No te digo? ¡Je! ¿No te digo? ¡Tenés una baranda a vino que tumbás! ¡Qué cosa, Mendizábal!, ¿no te digo que yo conozco a la gente?
Así que hoy cuando me vino Munilla chocho de la vida con la noticia yo casi ni me sorprendí, fijate. Por esto que iba pensando, no sé si te hacés la idea. Como cuando ponés una ratonera sabiendo que a la final, aunque sea en plena noche, vas a escuchar el chasquido de la pobre laucha entrampada, ¿me explico? Y cuando me contó el modo chambón en que te marcaron, me dije: “Gordo, sos Gardel. Tenías razón después de todo”. Ahí nomás le dije a Munilla: “Macanudo, nene. Andá a arreglar con Antonelli, y sacate otro tanto para vos, por la paciencia. Con Mendizábal dejá que yo me arreglo. Y no lo bocinés a los muchachos”. Por lo que te decía antes, ¿me seguís?, que si vienen capaz que te revientan, y yo me quedo con todo este chorizo de cosas por decirte, Mendizábal.
Porque la verdad que quería verte, me cacho. Desde que salí con Cachito a babuchas y vi que no estabas y entendí que me habías cagado, me la pasé pensando en verte, sabés; en volver a verte la jeta a ver qué cara ponías cuando me vieras aparecer sin esperarme, Mendizábal. Porque la verdad, ¿querés que te diga?, cuando Munilla vino a decirme lo de la recompensa yo ya lo había pensado, sabés. Pero lo dejé a él por los muchachos. Cuando tenés gente a cargo es así, la gente confía en vos, en que sos un tipo equilibrado, centrado, que no te dejás llevar por calenturas, ¿me seguís? Ya bastante mal había quedado con lo de Uriarte: Peralta encanado, Cachito muerto, vos pirado… Así que seguimos en la oficina como si nada, no sé si te ubicás. Que Munilla buscara. Total, era cuestión de tiempo. Y mirá que cuatro años pasan lento, eh. Bah, fijate a quién le vengo a decir que el tiempo pasa lento.
Pero la verdá la verdá, si te digo que se me pasó la calentura te miento, Mendizábal. Porque todas las mañanas me acuerdo de vos. Siempre uno tiene algo como para arruinarse la mañana. O la jermu o los callos. Y yo encima te tengo a vos, Mendizábal. Es como si también a vos te llevara a babuchas. Pero vos no vas flojo, como Cachito. No, vos me vas mordiendo el cuello, Mendizábal. Mordiéndome por la espalda, ¿sabés?
No te asustés Mendizábal. Y dejate de temblar que no hay más frazadas. Decile al petiso de adelante que te tire alguna más, che, que acá atrás y con el techo de chapa hace un tornillo que te la debo. Te digo que te dejés de temblar. ¡Y no llorés, maricón, o te reviento en serio! Si te digo que tengo otros planes es porque los tengo, atendeme. Venía caminando, ¿viste?, por lo de la circulación que me dijo el médico. Y de entrada venía pensando en cuántos balazos meterte, te soy sincero. Yo pensaba: “Gordo, al fin se te hizo. Vas a poder reventar al gusano ese”. Pero después, cuando entré en el barrio este y vi que es una mugre, y vi la puerta del inquilinato, y vi más mugre… Y cuando venía por el pasillo oliendo a orina vieja, oyendo los gritos de las otras piezas, los llantos de los mocosos; y cuando entré y te vi ahí arruinado, ojeroso, mamado hasta acá, me convencí de que mejor cambiar de planes. Te juro que fue ahí, cuando por fin te tuve enfrente. Porque ¿sabés qué cara pusiste, Mendizábal? No te digo ahora, que como se te pasó la mamúa estás cagado de miedo. Digo cuando entré. Digo la primera cara que pusiste al verme.
Fue de alivio, hermano. Fue de alivio. Mi viejita, que en paz descanse, también me decía eso, sabés, me decía: “Los borrachos muestran lo que les pasa, nene, el vino no los deja mentir”. Eso decía, pobre viejita. Y vos tenías cara de alivio, Mendizábal, cara de por fin se acabó, de por fin vino el gordo a liquidarme.
Así que ahí se me ocurrió cambiar de planes, entendés. Tampoco festejés, que te quede claro. Esto lo hago por mí, no por vos, estate firme. Es como decía la vieja, Mendizábal: “Nene, en la vida todo es empezar”, me decía. Y yo creo que recién ahora la entiendo del todo, pobre mamita. ¿Te das cuenta, Mendizábal? Ahora que me voy, arrancamos todo de nuevo. Vos te escapás, yo te busco. Figurate que si te borro, ¿con quién me la voy a agarrar a la mañana cuando ando atravesado? Ahora en la oficina las cosas caminan solas, ¿entendés? Así que con vos yirando, tengo algo en qué entretenerme la croqueta, no sé si te ubicás, Mendizábal. La próxima vez, vemos. ¿Te quemo o no te quemo? Y así vamos tirando, ¿viste? Porque si te reviento ahora, ¿en qué voy a pensar mañana mientras me preparo el mate, antes de salir para la oficina?
Algún recuerdo te tenés que llevar, aparte, no sé si me explico. Dicen que los tiros en la mano duelen como la gran flauta, Mendizábal. Pero capaz que es mejor en el pie. Como se tiraban los desertores en la guerra, ¿viste? Lo vi en una película. Se tiraban así para que los mandaran de vuelta. Pero parece que los trompas se avivaban porque la piel les quedaba quemada con pólvora, ¿entendés? Así que en el pie no debe ser tan terrible. La guita me la llevo, eso sí. Vos imaginate las caras de los muchachos si vuelvo con las manos vacías. Así vuelvo sin vos, pero con la guita. La guita es para ellos, como debió ser en un principio. Así que vos te quedás quietito mientras yo meto la mano en el ropero. Ah, ahí está. ¡A la flauta, Mendizábal, no gastaste casi nada! ¡Y después lo jodías al negrito Miguel con que era un tacaño! Te dije que tu mina se alzó enseguidita con él, ¿no? Ah, sí, ya te dije. Fijate vos qué manera de ahorrar, me cacho. Lo que sí, vos te quedás quietito mientras yo te saco el revólver del cajón, sabés.
Aunque ahora que lo pienso, a vos se te complica. Sin guita, sin nada, demasiado cuesta arriba, ¿no te parece? Esperá. Toma estos quinientos como para ir tirando. Para unos vinos, una pieza y un cañito nuevo te va a alcanzar.
Lo que sí, metele a rajar. Los muchachos, cuando les diga que te me escapaste por un pelo, van a salir como fieras. Son buenos pibes, vos los conocés. Con tal de quedar bien conmigo se ponen de cabeza, ¿viste?
Bueno, te dejo que se me hace de noche y no quiero andar con la guita dando vueltas. Con la de afanos que hay ahora… ¿Por qué tenés esa cara, viejo? Te juro que no voy a liquidarte. Mirá, capaz que ni en los pies te tiro, mirá lo que te digo. ¿O será que ponés esa cara justo porque no te liquido? Pobre Mendizábal, sos tan cobarde que ni siquiera te animás a matarte, ¿no? Eso sí: para la próxima vez no te prometo nada, ¿eh? Aparte, si te agarra alguno de los muchachos yo no me hago cargo, ¿entendido?
Cuidate, Mendizábal. Y tratá de controlarte con la bebida. Mirá que es mala en serio. Te dejo abierta la puerta, para que corra un poco de aire. Acá adentro hay un tufo que voltea.