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—¡Dios mío! —murmuró Angela, y hasta Masters parecía un poco pálido.

—Sí, bueno, pues entonces estará fiambre, ¿no? —murmuró Cross que, con un impresionante golpe de martillo, coló el segundo calce por la puerta.

De inmediato, el muro de piedra se desplazó muy ligeramente; fue un movimiento que, más que ver, oyeron.

—Parece que hemos despegado —dijo Cross. Soltó el martillo y el cincel y recogió la palanqueta. Metió un extremo por el agujero que había encontrado antes y tiró todo lo que pudo. En esa ocasión, la impresionante puerta se movió poco más de un centímetro hacia la derecha.

Cross cambió ligeramente la posición de la palanqueta y volvió a tirar. Al cabo de quince minutos, los tres, Cross, Masters y Bronson, habían movido la puerta a la derecha de modo que el borde superior quedó apoyado contra otro bloque de piedra.

Masters miró a Bronson y a Angela.

—Os concedo el privilegio, si queréis. Os lo habéis ganado.

—¿Y yo? —gritó Donovan furioso detrás de ellos.

—¡Tú puedes esperar a que llegue tu puto turno! —le contestó Masters con brusquedad.

—Yo iré primero —dijo Bronson. Cogió la linterna y dio un paso al frente. Pero antes de entrar, se agachó y miró el canal en el suelo de piedra que había quedado expuesto cuando la puerta se había deslizado a un lado—. Tenía razón. Utilizaron rodillos de piedra. —Después se levantó y entró en la cámara interna.

Durante tal vez unos dos o tres minutos los demás observaron el destello de la linterna moviéndose alrededor de la cámara, iluminando las paredes y el suelo y una forma de piedra rectangular. Después Bronson salió.

—Es seguro entrar y hay al menos un cadáver muy antiguo ahí dentro, aunque no es más que huesos y harapos. Necesitaremos toda la luz posible.

Masters cogió un par de linternas y siguió a Bronson y Angela.

Los tres se detuvieron en el interior y miraron a su alrededor.

—¿Has tocado algo? —le preguntó Angela moviendo su linterna alrededor de la pequeña sala.

—Nada, quitando el cadáver.

Justo delante de ellos había una estructura de piedra rectangular con la parte superior hecha de grandes losas lisas de piedra y los laterales de cubos de piedra más pequeños. Tenía aproximadamente dos metros sesenta de largo, metro cuarenta de ancho y noventa centímetros de alto, y a primera vista parecía carente de marcas o decoración. Sin embargo, Bronson había visto algo.

—Hay una marca en la losa central.

Angela se acercó a la estructura y apuntó la talla con la linterna.

—Parece una escritura tibetana antigua y creo que las letras son «Y» y «A».

—Yus Asaph —murmuró Bronson.

Pero no era la marca de la losa lo que estaba captando la atención de todos. A los pies de la estructura, en lo que debió ser una posición fetal, yacían los huesos desmoronados de un esqueleto ataviado con jirones de tela.

—Creo —dijo Bronson con una fuerte voz que sonó antinatural en la silenciosa sala— que podría haber muerto de rodillas y haber caído de lado.

—¿Quieres decir que murió rezando? —preguntó Angela con un susurro.

—Tal vez.

—¿Crees que eso es lo que queda del tipo que selló la puerta? —preguntó Masters.

Bronson asintió.

—Los huesos son muy frágiles. He tocado uno y se ha desmoronado hasta quedar en nada.

—¿Y lo que estamos buscando está metido en esa cosa de piedra del fondo? ¿En lo que parece un altar grande?

—Probablemente —respondió Angela con voz demasiado apagada.

—¡Pues muy bien! —dijo Masters enérgicamente—. Seguro que el ejército indio estará aquí muy pronto, así que más nos vale ponernos manos a la obra. Traeré a Cross y supongo que también a Donovan. Después de todo, él ha pagado por esta pequeña aventura.

Con la ayuda de Cross y Masters no llevó mucho tiempo apartar las losas de piedra de la parte superior de esa estructura que parecía un altar.

Cuando levantaron la última y la apoyaron contra la pared, todos dieron un paso adelante y miraron en el interior de la cavidad. Además de Bronson y Angela, Masters había dejado que Donovan y Killian presenciaran lo que él había llamado «el descubrimiento».

La cavidad de piedra parecía ser no más que eso, tres paredes bajas confinando la pared trasera de la cámara, y dentro de ella había una gran caja de madera, mucho más grande que un ataúd convencional.

—¡Pues venga, vamos a abrirlo! —dijo Donovan con actitud bravucona, ahora que no estaba bajo la directa amenaza del arma de Bronson.

Killian abrió la boca para decir algo, pero cambió de opinión al ver que Cross estaba mirándolo fijamente.

—Creo que no deberíamos hacer esto —dijo de pronto Angela.

—¿Por qué no? —preguntó Bronson.

—No digo que no debiéramos hacerlo de ningún modo. Solo digo que creo que esto habría que hacerlo de forma controlada, en un museo o un laboratorio.

—Esa no es una opción —contestó Donovan—. Estamos en mitad de Cachemira. Esas instalaciones a las que te refieres no existen en ninguna parte a menos de unos trescientos kilómetros de aquí y puede que ni siquiera tan cerca.

—Pero no sabemos lo que hay dentro de la caja… —empezó a decir Angela.

—Yo sí —dijo Donovan—. Una fuente para la industria genética de miles de millones de dólares.

—¡Solo piensas en el dinero, en cómo explotar esta situación en tu propio beneficio! —gritó Killian incapaz de seguir callado.

Cross volvió a sacudir la pistola con gesto amenazante y Killian se calló una vez más.

Masters miró la tumba y asintió como si acabara de tomar una decisión.

—No pienso volver aquí, ni tampoco lo harán mis hombres, así que tenemos que encontrar el modo de descubrir lo que hay aquí dentro y después largarnos. Y, Donovan, si es lo que crees que es, entonces nosotros lo custodiaremos hasta que completes el pago. Y el precio ha subido. Si realmente esto es un recurso de miles de millones de dólares, como has dicho, entonces te cobro cinco millones por la entrega, además de los gastos.

—Hecho —murmuró Donovan—. Pero vamos a ponernos con ello, ¿vale?

—Sigo pensando que deberíamos esperar —repitió Angela.

—Me temo que no tienes voto en esto —le contestó Masters y, girándose hacia Cross, añadió—: Levanta la tapa de esa caja de madera.

El soldado agarró la palanqueta y la introdujo en la caja en el punto donde la tapa se unía con el borde. Pero al hacerlo, la madera de dos mil años de antigüedad se desintegró, dejando ver el brillo apagado del metal. Sacó los restos de madera y los tiró.

Ya sin la madera protectora se pudo ver un ataúd de metal grande y completamente liso, sin ningún tipo de marca, apoyado sobre el suelo de la estructura de piedra rectangular. Cross sacó una navaja y deslizó la punta por la tapa.

—Creo que está hecho de plomo —dijo mirando el destello plateado de la superficie bajo el brillo de su linterna.

—Pues entonces ya está —respondió Donovan—. Aunque queramos sacarlo tal cual y llevarlo a otra parte, pesa demasiado. Jamás lo sacaríamos de esta sala, y mucho menos podríamos llevarlo hasta uno de los coches. Vamos a tener que abrirlo aquí y ahora mismo.

Angela sacudió la cabeza y dio medio paso atrás. Estaba pálida e impactada.

A Bronson lo invadió la preocupación.

—La tapa está sellada —dijo Cross—. Hay varios precintos entre la tapa y la base y hay una especie de sustancia rojiza en la junta. Me parece que hicieron todo lo que pudieron por mantener esto sellado al vacío.

—Pues entonces te podrás llevar una buena muestra, Donovan —dijo Masters.

—Eso espero, ¡joder!, después de todo esto —contestó Donovan, mientras por detrás Killian mostraba su disgusto.

Con su navaja, Cross atravesó los precintos que unían la tapa y la base del ataúd y después la deslizó alrededor de la junta para intentar romper el precinto entre las dos secciones.

—Tendrás que echarme una mano —dijo Cross señalando a Masters para que lo ayudara a levantar la tapa. Los dos hombres se colocaron el uno al lado del otro mientras Cross metía el extremo de la palanqueta en el hueco que había quedado bajo la tapa y empujaba hacia arriba. Se oyó el susurro del aire cuando el precinto se rompió por fin. Agarraron la tapa y la levantaron hacia un lado, haciendo que golpeara con fuerza contra la pared que rodeaba el ataúd. Después, dieron un paso atrás.

Por primera vez en dos mil años, el contenido del ataúd quedaba revelado bajo la luz amarillenta de un puñado de linternas. Durante unos segundos nadie habló.

—Entonces Josefo tenía razón —murmuró Killian.

Se produjo un repentino sonido metálico cuando a Angela se le cayó la linterna. Tomó aire en un gesto que fue casi como un sollozo.

—¡Dios, mío! —susurró y a punto estuvo de caer en los brazos de Bronson.