—Cuatro minutos —murmuró el piloto.
—De acuerdo. Ya es hora de que mandemos el Hind —dijo Tembla antes de dar la orden con frialdad.
Casi de inmediato, el piloto del Dhruv escoró el helicóptero a la izquierda efectuando un cerrado giro.
Mientras daba comienzo la maniobra, Killian miró a su derecha y vio el morro del helicóptero de combate hundirse ligeramente a la vez que el piloto iba acelerando y situándose delante de ellos. Se concentró en mantener dentro de su estómago lo poco que había desayunado mientras el Dhruv dio una vuelta completa sobre sí mismo; el sonido de las hélices cortando el aire fue en aumento y el ruido le atravesó el cráneo cuando el helicóptero pareció desafiar la gravedad y las leyes de la física.
Por debajo, el suelo giraba a una velocidad vertiginosa, creando una imagen borrosa marrón grisácea. Después el piloto lo puso derecho y el morro fue hundiéndose según aumentaba la velocidad.
Killian miró por el parabrisas y vio que el Hind estaba ahora delante de ellos, tal vez a unos ochocientos metros.
—Bien —dijo Tembla—. Dejaremos que el helicóptero de combate se cargue a los mercenarios; después entraremos y veremos lo que Bronson y Lewis están tramando.
Durante un largo momento, en la cueva se produjo un silencio absoluto y después John Cross murmuró:
—Gilipolleces.
Donovan comenzó a aplaudir lentamente con actitud irónica.
—Bravo. Impecable razonamiento basado en una interpretación ingeniosa y experta de las pruebas disponibles. Es una pena que nunca vayáis a saber si estabais o no en lo cierto.
Angela se sobresaltó.
—Lo que hay detrás de esa pared puede ser el hallazgo arqueológico más importante que se haya encontrado nunca —continuó Donovan—, pero para mí significa mucho más que eso. Si lo que narra la Biblia es cierto, y creo que lo es, entonces Jesús tuvo el poder de sanar a los enfermos y resucitar a los muertos. Por eso llevo tanto tiempo siguiendo esta pista. Pensad en lo que podría hacer yo hoy con esa clase de poder.
—¿Pero cómo pueden los huesos de un cadáver de dos mil años…? —La voz de Bronson se fue apagando a medida que iba atando cabos.
—Eres genetista —dijo Angela rotundamente movida por la intuición—. Y el propósito de todo esto —señaló a los hombres armados que había en la cueva— es que puedas echarle el guante a ese cuerpo. O, para ser más precisos, a una muestra del tejido de los restos.
Donovan asintió.
—Eso es lo que llevo buscando todo este tiempo, el ADN de Jesucristo. ¿Os hacéis idea de lo que esto podría significar hoy en día? ¿Para la ciencia? ¿Para la investigación genética más vanguardista? Para conseguir esto, cualquier riesgo, cualquier precio y cualquier sacrificio está totalmente justificado. Y por eso me temo que los dos vais a morir. No puede haber testigos que presencien lo que va a pasar a continuación.
—¿Y qué pasa con los dos hombres que van contigo? —preguntó Bronson, desesperado por mantener cualquier clase de diálogo—. ¿Les has hablado del sacrificio que esperas que hagan?
Donovan sonrió.
—Estos hombres forman parte de mi ejército privado. Les confiaría mi vida, pero me temo que vosotros dos sobráis. —Se dirigió a Masters—. Mátalos, Nick, y después empezaremos con esto.
Unos metros más arriba de la entrada de la cueva, uno de los hombres de Masters estaba sentado en una roca con el Kalashnikov apoyado en su regazo y sujetando la empuñadura. En la pendiente, a unos cincuenta metros por debajo, otros dos mercenarios miraban hacia el pie del valle con sus AK-47 colgados a los hombros. Los tres hombres estaban cubriendo los dos posibles accesos a la cueva.
Todos oyeron el inconfundible bramido, el estruendo de un helicóptero, y por un instante ninguno de ellos se inmutó. Sabían que se encontraban en una zona fronteriza en litigio y habían oído y visto varios helicópteros desde que habían entrado en India, así que un helicóptero de combate no era exactamente algo nuevo. Pero entonces el Hind apareció sobre la pared lateral del valle, con el morro hacia abajo y apuntando directamente hacia la cueva.
—¡Cubríos! —gritó uno de los hombres, moviendo el arma para apuntar al helicóptero que se acercaba mientras su compañero abría fuego.
El mercenario que se encontraba más cerca de la cueva miró a su alrededor, buscando desesperadamente algún sitio, el que fuera, donde esconderse. Sabía que no llegaría a la entrada de la cueva, pero era el único refugio posible. Tenía que intentarlo.
Deslizó el dedo sobre el gatillo de su AK-47 y disparó antes de girarse y echar a correr. Pero en ese mismo momento la tripulación del helicóptero de ataque abrió fuego. Del morro de la aeronave salió un destello y un torrente de balas creó un profundo surco por el rocoso suelo mientras en todas las direcciones salían volando rocas y fragmentos de los proyectiles.
Media docena de balas alcanzaron en el pecho al hombre que corría y casi lo partieron en dos. Su impulso le hizo dar un par de pasos más, pero murió antes de dejar de moverse.
La tripulación del Hind cambió de objetivo y en menos de dos segundos las armas de los demás soldados se quedaron en silencio, cuando sus cuerpos acribillados a balazos cayeron entre las rocas.
La cueva retumbaba con el sonido de las armas automáticas. Los hombres armados situados al fondo reaccionaron de inmediato, descolgando las suyas y empezando a moverse. Bronson pasó a centrar su atención en Masters.
El antiguo soldado lo miró, después a John Cross y finalmente lo poco que se podía ver de la pendiente de la montaña fuera de la cueva. Después se metió la mano en su parka y sacó una semiautomática.
Por un instante, a Bronson le pareció que iba a dispararles a los dos, pero el soldado se giró y con un único movimiento rápido le dio la vuelta al arma y se la lanzó a Bronson. A continuación, le quitó el seguro al Kalashnikov y fue hacia la entrada de la cueva.
Donovan estaba pálido de miedo y rabia.
—¿Qué está pasando?
—¡Apártate, J. J., y cierra la puta boca mientras soluciono esto! —gritó Masters antes de darse la vuelta—. ¡No salgas! —le espetó a Cross.
Pero había elegido bien a sus hombres, todos eran exmilitares y lo último que haría John Cross era salir corriendo de una cueva oscura hacia la brillante luz del sol donde probablemente estarían esperando tropas enemigas para cargárselo.
Bronson no preguntó, no vaciló. Cogió el arma al vuelo, agarró a Angela de la mano y la alejó de la entrada todo lo posible.
—¿Qué está pasando? —preguntó ella sin aliento y agachándose a su lado en la oscuridad del fondo del corto túnel, a la derecha de la cueva.
Bronson retorció el cuello para intentar ver fuera.
—Me han parecido dos armas distintas. Está claro que una era una ametralladora grande, y eso podría significar… —Se detuvo cuando un nuevo estallido de disparos sonó desde fuera seguido de un profundo ruido aplacado por el bramido de los motores—. Eso es un helicóptero de combate —dijo desplazando la corredera del arma para insertar un cartucho en la recámara—. A lo mejor han aparecido las tropas del ejército indio.
Miró a su alrededor. No había donde esconderse. No sabía cuántos hombres tenía a su servicio el norteamericano, aunque estaba claro que se había dejado al menos a uno o dos fuera de la cueva, porque de lo contrario no se habrían oído disparos. Además, desconocía el número de efectivos de su enemigo y cuál habría sido el resultado del tiroteo.
Pero sí que había una cosa que podía hacer y que podía ayudarlos un poco. Y tenía que hacerlo de inmediato.