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—No puede ser eso —dijo Angela firmemente. A su izquierda había una pequeña construcción cúbica. Las piedras que conformaban la estructura eran de la misma textura y color que las rocas que la rodeaban, razón por la que ninguno se había fijado antes. Pero ahora que podían verlo, también vieron una única abertura rectangular en su pared frontal; un portal sin puerta.

—¿Qué?

—Tengo que explicarte algo sobre los monasterios lamaístas —dijo ella sentándose enfrente—. La mayoría, y todos los que son más grandes, constan de dos edificios o grupos de edificios en dos lugares distintos. Está la estructura principal, como el Diskit Gompa que hemos visto abajo, donde convergen los dos ríos, y un segundo edificio mucho más pequeño. Este suele estar a cierta distancia del monasterio en sí, a unos cinco o seis kilómetros, y normalmente a una mayor altitud. Es como una simple celda sin apenas instalaciones y solo ofrece refugio y un lugar para dormir. Antes de que un monje se pueda convertir en un lama, se le pide que pase un largo periodo de tiempo en una construcción como esta. Tiene que meditar en soledad, sin ningún tipo de distracción. El monasterio le proporciona la comida y la bebida básicas, que se le entrega una vez al día, para que el monje no tenga que interrumpir sus meditaciones cocinando. Es un poco como los cuarenta días y cuarenta noches de soledad que se supone que pasó Cristo en el desierto de Judea después de que lo bautizaran. Y estoy muy segura de que lo que estamos viendo aquí es la casa de meditación que pertenecía al monasterio de Namdis Gompa.

—¡Mierda! —murmuró Bronson—. ¡Pero si encaja muy bien con el texto! Está en esta zona tan rara de silencio y está claro que lo ha hecho el hombre, eso sin hablar de la oscuridad de dentro.

—Estoy de acuerdo. Seguro que lo construyeron aquí porque este lugar en particular está dentro de esta especie de cono de silencio y así ni el ruido constante del viento podría importunar la meditación de los monjes. Pero tenemos exactamente el mismo problema con las fechas, Chris; no encajan. Podemos echar un vistazo dentro, aunque está claro que lo construyeron demasiado tarde como para ser lo que estamos buscando.

Avanzaron hasta la pequeña construcción y miraron dentro, pero estaba vacía; eran solo cuatro muros de piedra desnudos. Había un diminuto cubículo en una esquina que posiblemente habría sido una letrina, y un banco de piedra plano que habría sido la cama. Aparte de eso, no había nada más.

—¿Y ahora qué? —preguntó Bronson sentándose al lado de Angela en el banco.

Ella suspiró.

—Sigo pensando que no tenemos que buscar un edificio porque ahora no seguiría en pie, no después de tanto tiempo. Esperaba que encontráramos una cueva o algo así.

Bronson se puso tenso.

—He pasado por delante de una hace unos minutos.

—¿Dónde? ¿Por qué no me lo has dicho?

—Porque me has llamado para que viniera —le respondió con suavidad; se puso en pie y levantó a Angela del banco—, y he creído que habías encontrado algo aquí. —Señaló al este, por donde había venido—. Vamos a ver lo que he encontrado, ¿vale?

Dos minutos después, Bronson entraba en lo que parecía ser poco más que una grieta en la roca. Pero dentro la cueva se extendía bastante.

—Es mucho más grande de lo que parece —dijo Angela, mirando a su alrededor bajo la luz de la linterna.

—Aunque no hay ni rastro de nada que pudiera interpretarse como «la oscuridad hecha por el hombre» —señaló Bronson iluminando con la linterna el interior del espacio vacío.

Frente a ellos había un muro de roca plano, piedras y escombros de madera amontonados contra él. A la derecha del muro de roca se abría un túnel corto de la altura de la cueva, pero terminaba en otro muro sólido de piedra al cabo de unos tres metros. A la izquierda había un túnel más corto todavía, de aproximadamente un metro y medio de profundidad.

—No —dijo Angela con tristeza—. Para mí esto es solo una cueva.

Se giró para marcharse, pero Bronson la frenó, agarrándola del brazo.

—¿No ves nada raro en este sitio?

Angela sacudió la cabeza.

—No, es solo una cueva, un agujero en la roca.

—Pero sabemos que aquí ha habido alguien.

—¿Y eso cómo lo sabes?

Bronson señaló la pared de enfrente.

—¿Qué ves ahí? —preguntó él.

—Rocas y trozos de madera. ¿Por qué?

—Exacto. La única forma de que en una cueva entre madera es si la mete una persona o un animal. Y eso significaba que aquí dentro también ha habido alguien más. La pregunta es, ¿cuándo estuvieron aquí? ¿Y qué estaban haciendo?

Bronson se acercó a la pared y miró los escombros.

—Algunos trozos parecen madera trabajada.

Se arrodilló y, después de rebuscar, agarró un trozo de madera, pero se desmenuzó hasta quedar reducido a prácticamente nada en sus manos.

—Estos pedazos de madera deben de llevar aquí mucho tiempo —dijo lentamente, sacudiéndose el polvo y las astillas de las manos. Se echó hacia delante y examinó más detalladamente los fragmentos—. Creo que podría ser parte de una rueda —murmuró—. Parece el borde de una rueda de madera maciza. Es totalmente redondo. —Dio un paso atrás y volvió a mirar—. Esto podrían ser los restos de un carro o algo así.

—Tiene sentido —dijo Angela algo desalentada—. Cuando los monjes del monasterio de Namdis Gompa construyeron esa casa de meditación en la que acabamos de estar, habrían tenido que subir piedra tallada hasta aquí y habrían necesitado alguna especie de carro. Cuando terminaron, probablemente lo dejaron aquí en lugar de volver a bajarlo por la montaña.

—Podrían haber tallado la piedra aquí —sugirió Bronson—. Habría sido más sencillo que hacerlo en el valle y después subirla hasta aquí desde el monasterio.

—A lo mejor… —dijo Angela, aún no muy convencida.

Bronson les echó otro vistazo a los pedazos de madera que había en el suelo, y después se giró hacia la entrada. Se detuvo de pronto.

—¿Puedes venir aquí? —le preguntó en voz baja.

Angela se acercó adonde estaba.

—¿Qué pasa?

Bronson no respondió, simplemente señaló hacia arriba.

—¿Qué? —volvió a preguntar Angela.

—Ahí, en el techo. ¿Ves esas dos líneas paralelas? Es imposible que sean naturales. Alguien las ha tallado en la piedra con un martillo y un cincel.

En el lado derecho de la pared de roca, la cueva se extendía durante una breve distancia hacia la ladera en forma de túnel corto y sin salida. Lo que Bronson estaba señalando eran dos líneas rectas que se extendían desde el lateral de la pared vertical a su derecha a una distancia de entre metro y medio y algo menos de dos metros.

—¿Qué son? —preguntó Angela.

—Sé a qué se parecen —dijo Bronson—, aunque eso es casi increíble. Pero hay una forma de comprobarlo.

—¿Cómo?

—Deja que te lo enseñe.

Desde su punto estratégico en los acantilados, Nick Masters vio cómo las dos figuras desaparecían dentro de lo que parecía una cueva.

Apartó los prismáticos unos segundos y miró el reloj. Después miró hacia donde estaba Donovan apoyado contra una roca, con pinta de estar incómodo.

Se apartó del borde del acantilado y le indicó a Donovan que se uniera a él. J. J. se agachó y fue hacia él efectuando una torpe parodia del avance de un soldado que, en otra situación, habría resultado divertida. Cuando se acercó, Masters le indicó que se detuviera y se arrodilló a su lado.

—Bien —le dijo secamente y en voz baja e insistente—. Quédate agachado y en silencio. Sé que el viento está soplando muy fuerte, pero te asombraría lo lejos que puede volar el sonido en momentos así.

—¿Qué está pasando?

Masters le explicó lo que había visto.

—Si siguen en la cueva diez minutos más, daré la señal para actuar.

Donovan asintió. Las instrucciones que le había dado a Masters habían sido muy claras: que Bronson y Lewis encontraran la reliquia, pero que bajo ningún concepto se les dejara llegar a tocarla.

—¿Crees que la tienen? —preguntó nervioso, con el corazón golpeteándole el pecho.

—No lo sé —respondió Masters—. Pero si la tienen, no dudo ni por un puto segundo que los detendremos.