—Todo listo —dijo Rodini cuando Nick Masters se sentó frente a él en otra cafetería en una tranquila calle del centro de Islamabad; un establecimiento distinto esta vez por si estaban despertando el interés de alguien. Rodini había preparado el encuentro mediante una llamada de cinco segundos, realizada media hora antes, al móvil de Masters—. ¿Ya han llegado todos tus hombres? ¿Y ya has conseguido las armas que necesitas?
—Sí, todos están aquí. Los rifles de asalto y las pistolas no han sido un problema, y hasta hemos encontrado un fusil de francotirador. Estamos listos —respondió Masters.
Rodini asintió.
—Bien. Ahora, como ya te he dicho, lo más lejos que podemos llevaros es al norte de la frontera india. Por supuesto, una vez allí podemos sugeriros lugares por los que cruzar, pero toda esa zona está sometida a una fuerte presencia militar india por los problemas con la frontera; China les preocupa tanto como nosotros.
—¿Y qué sugieres?
—Bueno, la opción más segura habría sido que hubierais entrado de manera legítima en la India, aunque está claro que eso no podríais haberlo hecho con armas encima.
—Habría preferido hacer eso —dijo Masters—, pero el ajustado plazo no nos lo ha permitido.
Rodini asintió.
—La única alternativa que tenemos es pasaros al otro lado de la frontera por una de las zonas menos patrulladas. Aquí el mayor problema estará en convencer a las tropas indias que os encontraréis en la zona del valle de Nubra. He hecho lo que he podido para ayudarte con esto, y tengo otra idea en la que aún estoy trabajando. En lo que respecta al transporte, tengo unos cuantos vehículos con los que se hicieron nuestras tropas mientras patrullaban la frontera. He elegido un par de cuatro por cuatro matriculados en India que podéis usar. Lo bueno es que los utilizaron para hacer contrabando, así que los suelos falsos y otros compartimentos ocultos servirán para esconder la mayoría de las armas que habéis comprado. Haré que los lleven a una de nuestras bases en el sureste de Hushé, en la región oriental de Baltistán, que está solo a unos dieciséis kilómetros de la frontera india. Puedo hacer que os lleven a ti y a tus hombres hasta allí en helicóptero, pero antes necesitaré vuestros pasaportes. Si queréis tener la más mínima oportunidad de sobrevivir al escrutinio del ejército indio, tenéis que tener visados indios en vuestros pasaportes y, además, los permisos de zona restringida que os permitirán viajar por el valle de Nubra y otras zonas cercanas a la frontera.
—No hay problema —dijo Masters—. Iré a por ellos en cuanto vuelva al hotel.
—Entonces, una vez que hayáis cruzado la frontera, podréis moveros por ahí sin dificultad siempre que vuestros permisos estén en orden y las tropas indias no se den cuenta de que lleváis armas. El siguiente problema son las comunicaciones. Puedo proporcionaros un emisor y receptor de radio, pero lo más seguro es que no funcione bien en ese terreno montañoso, así que un teléfono satélite es la mejor opción. Puedo daros dos y además os conseguiré dispositivos GPS insertados en el salpicadero para los Jeeps y algunos de mano también.
—Esto está empezando a sonar caro —comentó Masters.
—Lo será, amigo mío, pero no temas. Seguro que tu jefe, sea quien sea, se lo puede permitir. —Una sonrisa fue extendiéndose lentamente por el rostro de Rodini.
—Ahora, la última cuestión es la operación de recuperación. Sé que no me dirás de qué objeto se trata, o dónde esperáis encontrarlo, así que he tenido que suponerlo. Imagino que está enterrado en el suelo o escondido en una cueva, ¿no?
Masters asintió.
—Y supongo que vuestro plan es recuperarlo y cargarlo en la parte trasera de uno de los vehículos.
—Si cabe, sí. Lo ideal sería recuperarlo, trasladarlo únicamente hasta el helipuerto más cercano y después llevarlo hasta Islamabad y subirlo directamente a un avión con rumbo a Estados Unidos. La última parte del viaje la podemos organizar fácilmente, pero ¿nos puedes conseguir un helicóptero grande? ¿Algo como un Sikorsky o un CH-53? Tendrá que ser un transporte militar, lo suficientemente grande para llevar dentro el objeto recuperado. Lo último que quiero es que termine colgando del extremo de una eslinga. Y el helicóptero tiene que estar avisado y ser puntual. No vamos a tener tiempo de estar esperando.
Rodini meditó sobre lo que le había pedido y después asintió. Es más, ya había destinado un helicóptero para la operación, sabía a qué piloto encargaría la misión, y se había asegurado de que él mismo estuviera también en el aparato una vez pusiera rumbo al punto de recogida.
Quería ver la reliquia con sus propios ojos porque no se creía para nada eso de que, según Masters, no tuviera ningún valor. Ningún coleccionista, por muy rico que fuera, montaría una operación del calibre de la que Masters estaba dirigiendo para hacerse con algo que no valiera nada.
—Tenías razón. Esto se va encareciendo a cada minuto que pasa —dijo Rodini.
—¿Me das una cifra aproximada? —preguntó Masters.
El pakistaní volvió a consultar sus notas y le dio a Masters la cifra que había tenido en mente desde el principio.
—Cien mil dólares. Y eso incluye los vehículos, que os podéis quedar o destruir, como queráis, y el helicóptero a vuestra disposición a partir de las nueve de la mañana de mañana.
—¡Es un puto abuso y lo sabes! —le contestó Masters con brusquedad—. Me había imaginado cincuenta mil como mucho. Son dos Jeeps, un par de viajes en helicóptero, dos teléfonos satélite y unos pocos documentos falsos. ¿De dónde cojones te has sacado esa cantidad?
—Ya sabes de dónde. Porque puedo daros todo lo que necesitáis y porque no os haré preguntas que no queréis responder. Pero si te parece que es demasiado caro, eres libre de intentar encontrar a otro. Y quiero la mitad ahora mismo.
—¿Y qué significa eso exactamente?
—Significa que harás una transferencia a mi cuenta suiza hoy o el precio se incrementará en diez mil. Querré la segunda mitad a la finalización de la operación.
Masters sabía que Rodini lo tenía entre la espada y la pared. No conocía a ningún otro oficial de alto rango en esa zona de Pakistán y, si intentaba utilizar a uno de sus otros posibles contactos, Rodini se enteraría y lo impediría. Además, un oficial subalterno no podía hacer aparecer un helicóptero solo chasqueando los dedos; sin embargo, Rodini sí que podía y lo hacía con frecuencia. Por otro lado, tal y como pensó Masters, ¡tampoco es que fuera a pagarlo él!
—De acuerdo, cabrón chupasangre, trato hecho. Le diré a mi jefe que te envíe el dinero. Puedo garantizarte que se ejecutará la orden en menos de una hora, pero no puedo asegurarte cuándo llegaran los fondos a Suiza. Eso no está en mis manos.
—Me fío de ti —dijo Rodini—. En cuanto la orden de los primeros cincuenta mil llegue a mi banco, cumpliré con mi parte del trato. Pero si no llega, tus hombres y tú estaréis esperando al helicóptero mucho rato.