Bronson acababa de despertarse en su hotel del centro de Bombay. Después de darse una ducha y afeitarse, dijo que se encontraba un poco mejor, aunque Angela no vio mucha mejoría y así se lo hizo saber.
—Sigues pareciendo un zombi con jet lag —le contestó, abrazándolo—. Un zombi recién afeitado, eso sí. Anda, vamos a buscar la sala multimedia.
Abajo, la recepcionista los mandó a una pequeña habitación situada en un lateral del vestíbulo. Dentro había dos ordenadores de sobremesa, un fax y una impresora láser. Angela se sentó frente a uno de los ordenadores e introdujo un lápiz de memoria en uno de los puertos USB. Un momento después, la impresora zumbó y empezó a soltar páginas sobre la bandeja.
Angela y Bronson sabían que tenían que comportarse como turistas y juntarse con los cada vez más numerosos occidentales que llegaban al distrito de Leh, en la India, atraídos por su poderosa y salvaje belleza. Pero se dieron cuenta de que dos occidentales vagando por ahí sin escolta en algunas partes de la zona, que tenía una gran presencia militar dada la susceptibilidad en las cercanas fronteras de China y Pakistán, podrían llamar la atención, tanto a nivel oficial como de otra clase. También sabían que tendrían que salirse de las rutas turísticas para encontrar lo que estaban buscando, así que a Angela se le había ocurrido una tapadera que podría servirles.
Ya había redactado una declaración de objetivos en el ordenador basándose en uno de los documentos previos que tenía almacenados en su disco de seguridad.
La impresora se quedó en silencio. Angela sacó el lápiz de memoria, juntó las páginas con un clip y se las guardó en el bolso. El documento acabado alcanzaba unas doce páginas y, junto con la identificación del museo Británico, esperaba que fuera suficiente para convencer a cualquier oficial que los detuviera. Según la declaración, el propósito de su viaje era elaborar un estudio preliminar sobre las evidencias de civilizaciones anteriores a la del valle del Indo en las áreas de Jammu y Cachemira, en la India, y determinar si se podría justificar una investigación a gran escala en la zona. Ya que el valle del Indo se extendía hasta el sur de Leh, era una explicación verosímil.
Esa clase de exploraciones iniciales se llevaban a cabo de manera habitual por todo el mundo y, con suerte, bastaría para evitar que se metieran en problemas. Sin embargo, una llamada al museo Británico acabaría con su tapadera inmediatamente, porque allí nadie tenía ni la más mínima idea de dónde estaba Angela o qué estaba haciendo. Además, tampoco existía ninguna aprobación oficial para una investigación ni en Cachemira ni en ninguna otra parte del norte de la India.
Como el restaurante del hotel estaba cerrado, salieron a la calle. Bronson se quedó sorprendido al ver que ya casi era de noche; su reloj biológico estaba diciéndole algo completamente distinto. El aire de la tarde resultaba de un frío agradable, y sin tener que alejarse mucho encontraron un restaurante con pinta bastante decente que seguía sirviendo cenas.
—Lo primero que tenemos que hacer es llegar a Leh —dijo Angela desplegando un mapa del subcontinente Indio sobre la mesa del restaurante y señalando un punto situado justo encima de los territorios de Jammu y Cachemira, en la punta más al norte de la India. Esa zona limitaba al este con China y al norte y al oeste con Pakistán—. Creo que tendremos que utilizar Leh, o algún lugar cercano, como base de operaciones.
Bronson estudió el mapa, midiendo las distancias a ojo y utilizando la escala que recorría la parte baja de la hoja.
—¿Y cómo lo hacemos? ¿Volamos hasta Delhi y ahí cogemos un tren?
—No, podemos volar directamente hasta allí. Leh está abierta desde los años setenta a los visitantes, y con eso me refiero a los turistas, y es una ciudad bastante grande. Toda la zona se ha vuelto muy popular por los «turistas aventureros», podríamos llamarlos; esa gente a la que no le importa no tener agua caliente ni camas cómodas en los lugares donde se aloja. Hay un aeropuerto para vuelos nacionales solo a unos kilómetros al sur de la ciudad.
—A ver si podemos conseguir un vuelo para mañana por la mañana. Una vez estemos en Leh, tendremos que alquilar un cuatro por cuatro porque creo que habrá muy pocas carreteras y caminos una vez empecemos a subir. Y ahora dime, porque llevas un montón de tiempo metida en internet y aún no me has contado qué has encontrado —añadió, mirándola fijamente.
Angela suspiró.
—Sé quién fue «Yus de los purificados» y cómo recibió ese nombre. Es más, lo llamaban Yus Asaph o a veces Yuz Asaf. Yus o Yuz a secas significa «líder», así que su nombre se traduce como «el líder de los sanados» o «líder de los purificados», y eso específicamente se refiere a los leprosos que se habían curado.
—No sabía que se podía curar la lepra.
—Solo te digo lo que he encontrado o, al menos, lo que me dicen los documentos a los que he tenido acceso.
—¿Y qué pasa con Mohalla? ¿Has descubierto dónde estaba?
—Sí, y ganas la apuesta. El único «Mohalla» que tiene sentido en este contexto es Mohalla Anzimarah, que se encontraba en una zona llamada Khanyar o Khanjar, que está cerca de Srinagar, en Cachemira. —Señaló el mapa—. Está lejos de Leh, tal vez a algo más de trescientos kilómetros, así que eso encaja bastante bien con tu estimación de cuánto pudo recorrer un grupo de viajeros en una semana.
—¿Y el hombre al que llamaban Yus Asaph de verdad estuvo allí? —preguntó Bronson.
—Según dos fuentes completamente distintas, y una de ellas se puede considerar fidedigna, sí. Estuvo. Y existe un elemento algo espeluznante sobre el que he leído que podría estar relacionado. De acuerdo con otra fuente, más o menos en la época en que se escondió el tesoro empezó a circular una leyenda sobre los llamados Fantasmas de la Ruta de la Seda. Ese nombre se le puso a la leyenda algo más tarde, claro, porque no se la llamó Ruta de la Seda hasta el siglo XIX, pero esta fuente decía que un grupo de bandidos atacó a una pequeña caravana según subía el valle. A los jefes de la caravana los alcanzaron flechas en varias ocasiones, pero no les hicieron ningún daño y los bandidos salieron corriendo aterrorizados.
—Supongo que podría ser una leyenda que se ha ido adornando con los años —sugirió Bronson—. Tal vez las heridas fueron superficiales o llevaban alguna especie de armadura. O tal vez incluso eso no llegó a suceder jamás.
Angela frunció el ceño.
—Pero para que la leyenda haya sobrevivido tanto tiempo, tuvo que tener algo de cierto. Lo que me ha resultado interesante no ha sido en sí la historia sobre los hombres a prueba de flechas, sino el hecho de que la caravana estuviera subiendo las colinas hacia el noreste de lo que más tarde pasó a ser conocido como Leh, porque esa zona no formaba parte de la ruta de comercio habitual. Creo que es posible que la historia se base en lo que haya contado algún testigo que viera cómo la caravana transportaba el tesoro.
—¿Y sigues convencida de que merece la pena seguir con esto?
—Totalmente. Si existe la más mínima oportunidad de encontrarlo, tenemos que aprovecharla.