En su piso de Nueva York, un hombre llamado Nick Masters se incorporó y miró la pantalla iluminada del despertador. Las 3:17. No llevaba ni dos horas metido en la cama.
—¿Tienes idea de qué hora es?
—¿Cuánto hace que nos conocemos? —le preguntó J. J. Donovan.
—¿Qué? ¿Me despiertas en mitad de la noche para preguntarme eso?
—Es importante. ¿Cuánto hace?
—Diez años, tal vez doce, supongo. ¿Por qué?
—¿Y confías en mí?
—Tanto como puedo confiar en cualquier otra persona en este puto país, sí.
—Y yo confío en ti, Nick, y por eso te estoy llamando. Es mucho tiempo, nos conocemos y ya hemos trabajado juntos. Necesito ayuda. Necesito alguien que pueda ocuparse de la que se va a desatar aquí.
—¿Dónde estás? —preguntó Masters.
—En la India. Te necesito y también necesito a algunos de tus hombres, hombres que sepan lo que hacen. Tipos con experiencia en combate.
—Toda mi gente sabe lo que hace. Por eso los recluto. A ver, ¿qué quieres de mí?
En su pequeña habitación de hotel en Bombay, Donovan miró la lista que había preparado, preguntándose si habría otro modo de alcanzar sus objetivos. Después se encogió de hombros. Tenía que estar preparado para todo lo que pudiera surgir, y eso significaba dar por hecho que podrían tener que luchar cuando llegaran a la zona de búsqueda. Por eso suponía que cuanta más potencia de fuego pudiera reunir su equipo, mejor.
—Necesito, al menos, media docena de hombres sobre el terreno, además de armas y dos o tres todoterrenos o camionetas.
Masters estaba anotando mientras lo escuchaba.
—¿Cuál es el objetivo?
—Eso te lo contaré en un momento. Estoy siguiendo a dos personas, y se están acercando mucho a algo que he estado buscando.
Rápidamente Donovan le habló de Bronson y Angela Lewis y de la pista que había estado siguiendo.
—¿Y a qué zona de la India se dirigen?
—Tendrán que volar o a Bombay o a Delhi, pero van a ir a Cachemira, justo en el norte, en dirección a un lugar llamado «el valle de las flores». Lo que no sé exactamente es dónde deberíamos buscar en ese valle. Por eso tienes que localizarlos lo antes posible. Te enviaré un e-mail con toda la información que tengo. Incluso tengo una foto de Bronson. Comprueba tu bandeja de entrada en unos cinco minutos.
—A ver… —respondió Masters pensando a toda velocidad—. La forma más rápida de llegar a Cachemira es volando a Islamabad o a Lahore y después cruzar la frontera. Tengo un par de amigos en el ejercito de Pakistán que podrían resolvernos el problema de meter armas y vehículos en la India. Les pediré prestado todo lo que necesite y después buscaré un lugar tranquilo por el que cruzar. Intentaré llevar a un par de mis hombres a Bombay o Delhi ahora mismo para ver si pueden seguirle la pista a Bronson. Pase lo que pase, en cuestión de veinticuatro horas tendré a algunos de mis hombres allí.
—Bien, pero ándate con pies de plomo. Esa zona de la India es muy conflictiva. No quiero líos oficiales.
—Yo siempre me ando con pies de plomo —respondió Masters—. Como dice el refrán, despacito y con buena letra, aunque últimamente eso suele traducirse en un rifle de asalto o una Browning del calibre 50.
Miró las notas que había tomado en la libreta que tenía junto a la cama.
—Aún no me has dicho cuál es el objetivo.
Incluso a pesar de tratarse de una llamada vía satélite, pudo captar sin duda el entusiasmo contenido en la voz de Donovan.
—¿Recuerdas ese diminuto fragmento de papiro que compré en una subasta hace años? ¿Ese al que llamé «Códice Hircania»?
—Sí —respondió Masters conteniendo un bostezo—. Creías que podría ser una pista para… —Su voz se apagó cuando recordó lo que Donovan le había dicho un par de años antes y por un momento se quedó ahí sentado en silencio. De pronto supo exactamente de qué hablaba su viejo amigo y, muy a su pesar, sintió un escalofrío al darse cuenta de lo que implicaba—. ¿Estás diciendo que has encontrado algo que podría conducirte hasta ahí?
—Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Ya sabes que llevo buscándolo desde que leí la traducción del texto del papiro, sabes que he tenido a mi gente rastreando internet, buscando en bases de datos de museos, haciendo todo lo posible para poder dar con ello. Ahora estoy muy cerca de encontrarlo, o lo están Bronson y Lewis, porque tienen más información que yo. Y cuando lo encuentren, yo se lo voy a arrebatar.
—¿Pero no habrá quedado reducido a polvo después de tanto tiempo?
—Por un momento yo también lo pensé, pero ahora creo que podría seguir siendo viable por el lugar donde está escondido. Si no me equivoco, este sería el mayor descubrimiento arqueológico en la historia del mundo, más importante que nada que se haya encontrado antes. Y las implicaciones en el terreno de la ciencia serían alucinantes.
—¿Vas en serio con esto, verdad J. J.? —preguntó lentamente Masters.
—Y tanto que voy en serio. Lo arriesgaré todo por recuperar ese objeto. Ha sido una búsqueda larga, pero ahora, ahora mismo, acaba de dar comienzo la fase final.