Angela y Bronson estaban mirando la pantalla del ordenador cuando apareció la primera página con los resultados de la búsqueda.
—No parece que sea un lugar real —dijo Angela—. O, al menos, no aparece ningún sitio llamado «Mohalla» en ninguno de los diccionarios geográficos. Si existiera, imagino que en la Wikipedia o en cualquier otra Web enciclopédica habría aparecido su localización.
—El primer resultado es de la Wikipedia —apuntó Bronson.
—Lo sé, pero no es una ubicación. Es una especie de descripción. —Cliqueó en el resultado—. ¿Lo ves? Da el nombre «Mohalla», o «Mahalla» como forma alternativa, pero la palabra significa barrio o distrito de algunas de las aldeas y pueblos de Asia Central y Asia del Sur. Y esta segunda frase no tiene sentido en el contexto que estamos investigando.
—¿Qué dice?
—Que «Mohalla» se suele describir como una zona musulmana y que también puede ser un término despectivo. Bueno, una cosa que sí sabemos con absoluta certeza es que el Arca de la Alianza es un milenio anterior al Islam; y este texto persa con el que estamos trabajando es, al menos, quinientos años más antiguo que la religión musulmana.
—¿Y qué pasa con esta última parte? —Bronson no podía ver la pantalla tan bien como Angela.
—Dice que la palabra podría ser una referencia a Shahi Mohalla, y que eso está en alguna parte de Lahore, en Pakistán. —Miró a Bronson—. Sí, vale, ya sé lo que vas a decir. India y Pakistán son vecinas, así que tal vez tengas razón. Pero yo sigo sin estar muy convencida.
—Vamos a tratar esto como una hipótesis provisional —sugirió Bronson—. Lo que has encontrado ya apunta a que Mohalla podría ser el nombre de un lugar indio. Aún no sabemos dónde está, o dónde estaba, así que ¿por qué no damos por hecho que Mohalla sí que está en India hasta que logremos demostrar que no es así?
—De acuerdo —asintió Angela con cautela—. Solo hará falta echarle un vistazo rápido al resto de los resultados para ver si hay algo más.
Observó la página de resultados generados por el buscador de Google, cliqueó en todo lo que le pareció interesante, y después pasó a la segunda página, aunque ahí no encontró nada.
—Voy a cambiar los parámetros ligeramente —continuó, añadiendo un par de palabras a «Mohalla» y comprobando los resultados de la nueva búsqueda.
Aproximadamente a mitad de la página, un resultado le pareció interesante. Lo cliqueó, lo leyeron, y después Angela se recostó en el asiento y giró ligeramente el ordenador hacia Bronson.
—¿Podría ser esto? —Lo miró frunciendo el ceño.
Bronson sacudió la cabeza.
—No creo.
—Si esto es correcto, entonces explica exactamente quién era «Yus de los purificados», y dónde se encontraba Mohalla.
—Sí, pero después de tanto tiempo… quiero decir… ahora no quedaría nada, ¿verdad?
—Eso no lo sabemos. Todo depende de qué hicieran, cómo lo hicieran y dónde terminaran.
—¿Entonces todo este tiempo hemos estado buscando la reliquia equivocada? —preguntó Bronson.
—Hemos estado buscando el tesoro equivocado, del periodo equivocado y del país equivocado. —Angela se frotó los ojos—. ¿Cómo leches he podido confundirlo todo tanto?
—Solo estábamos siguiendo las pistas —dijo Bronson con voz suave y tomándole la mano—. Hemos hecho deducciones basándonos en las mejores pruebas que hemos podido encontrar. El problema ha sido que una vez creíamos que sabíamos lo que estábamos buscando, nos resultaba muy sencillo hacer que las nuevas pruebas encajaran con nuestras ideas preconcebidas. Eso pasa todo el tiempo en el trabajo policial.
—Pero que nos hayamos equivocado tanto…
—Al menos ahora sabemos qué estaba buscando Wendell-Carfax. ¿Pero merece la pena seguir investigando después de todo este tiempo? ¿No nos iría mejor si hiciéramos las maletas y volviéramos a casa?
Angela se quedó impactada.
—¡Pero si no hemos hecho más que empezar! —Señaló a la pantalla del portátil—. Si esta información cuadra, este sería el mayor descubrimiento en la historia mundial, más que el de la tumba de Tutankamón, más que cualquier otra cosa. Aunque solo tengamos una posibilidad entre un millón de encontrar este tesoro, sin duda merece la pena que lo intentemos.
Durante los siguientes minutos, Angela peinó internet, copió la información que encontró en algunas webs y descartó otras. Al final encontró una que ocupó su atención durante unos minutos.
—¿Alguna vez has oído hablar de alguien llamado Holger Kersten?
Bronson negó con la cabeza.
—¿Y de Nicolai Notovitch?
—No, pero suena a ruso.
—Es ruso. ¿Y qué me dices de Hemis Gompa?
—Tampoco he oído hablar de él nunca.
Angela suspiró.
—Es un lugar, no una persona.
—¿Puedes dejar de hacerme preguntas y decirme qué has encontrado?
Y Angela lo hizo.
Diez minutos después, Bronson se recostaba en su asiento con el rostro cubierto por una expresión de incredulidad.
—Estás decidida, ¿verdad?
Angela se echó hacia delante y le agarró las manos.
—Decididísima. La mayor parte de la información lleva años siendo de dominio público, aunque sin la traducción del texto persa de Wendell-Carfax no es más que una historia, un cuento chino. Pero cuando le añades el texto persa a la ecuación, todo cambia. Solo tenemos que comprobarlo.
—¿Y qué pasa con el «valle de las flores»?
—Si Mohalla está donde creo que está, me puedo hacer una idea de dónde está el valle también. La dificultad será lograr entrar allí. No es que sea la zona más acogedora del mundo.
Bronson asintió lentamente, reconociendo su mirada de determinación.
—De acuerdo. Vamos a hacerlo.