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Bronson se detuvo y miró a Angela, que estaba prestándole toda su atención.

—Venga, sigue —le dijo, claramente irritada—. No me tengas en vilo. ¿Dónde está?

En ese momento le sonó el móvil y rebuscó en su bolso para sacarlo. Antes de responder, miró la pantalla.

—Mierda —murmuró—. Es Roger Halliwell, seguro que llama para saber dónde estoy.

—¿No le habías dejado un mensaje en el museo diciéndole que te ibas a tomar unos días libres?

—Y se lo dejé. A lo mejor ese es el problema. Hablando con propiedad, primero debería haber esperado a que me diera su aprobación.

—Eso es lo que se suele hacer —respondió Bronson.

—Bueno, pero puede esperar. Lo llevo todo al día y, que yo sepa, nunca ha pasado nada en el museo que se pudiera calificar como urgente. Ya lo llamaré mañana.

Pero al volver a meter el móvil en el bolso, oyeron el familiar pitido que indicaba la llegada de un mensaje.

Angela volvió a mirar la pantalla.

—Es de Roger y parece muy cabreado. «Llámame ahora. Es vital». Tal vez sea mejor que le dé un toque. ¿Puedes parar un momento? Esto no tiene muy buena pinta.

Mientras Bronson volvía a sacar el Peugeot de la carretera, Angela seleccionaba el número de Halliwell de su lista de contactos.

—Roger, soy Angela. He recibido tu… —Se detuvo y escuchó atentamente durante unos segundos—: ¿Qué? ¡Por Dios! ¿Es una broma? Porque si…

Bronson intentó darle sentido a la mitad de la conversación que estaba oyendo, pero se rindió.

—No, Roger. Ni siquiera estuve allí el último día. Estaba en el museo, ¿te acuerdas? Me viste, por lo menos, dos veces. —Otra pausa—. No, estoy en Egipto. Unas vacaciones cortas. Te avisaré cuando regrese.

Volvió a escuchar durante unos segundos y colgó.

—¿Qué pasa? —le preguntó Bronson.

Angela se quedó mirando el teléfono un momento y después lo miró con gesto de preocupación.

—Es el pobre Richard Mayhew. Está muerto. Alguien le dijo a la policía local que se había quedado un coche aparcado en Carfax Hall después de que ya nos hubiéramos marchado todos y fueron a investigar. Lo encontraron en la cocina.

—¡La hostia! —exclamó Bronson—. ¿Sufrió un infarto?

Angela negó con la cabeza.

—No. Lo habían atado a ese vieja butaca y golpeado con algo parecido a un látigo antes de dispararle. Sucedió el viernes por la tarde, según la policía. Quieren que vaya a prestar declaración cuando vuelva.

Bronson estaba impactado y durante tal vez medio minuto se quedó ahí sentado, estableciendo conexiones y explorando las repercusiones de lo que Angela le había dicho.

—Creo que eso explica cómo ese cura de pega pudo llamarte por tu nombre —dijo finalmente— y cómo sabía las cosas que te habías llevado de Carfax Hall. Torturó a Richard Mayhew y lo obligó a revelarle tu nombre y tu dirección, y después, cuando tuvo lo que quería, lo mató. Entonces asaltó tu piso y te atacó en la calle. Y también debió de matar a Oliver, o al menos fustigarlo hasta que el corazón del viejo ya no pudo más. Ha estado yendo detrás de nosotros todo el tiempo.

Angela sacudió la cabeza.

—Pues creo que ahora está un paso por delante, porque después del ataque a Suleiman al Sahid en El Cairo, él tiene los retratos y nosotros no.

Bronson se giró hacia ella.

—Esto me preocupa. Está claro que este tío es totalmente despiadado. Ha matado a dos personas, que sepamos, y habrían sido cuatro si no te hubieras librado de él en Londres y si no hubiéramos sacado a Suleiman de su casa. Tenemos que decidir si esta búsqueda de verdad merece el riesgo que supone.

—Pero ahora mismo no estamos participando en ninguna búsqueda —dijo Angela—. Admitamos los hechos, Chris. Tiene los retratos y nosotros no y sin ellos, perfectamente podemos hacer las maletas y marcharnos a casa.

Bronson sacudió la cabeza.

—Una pregunta. Si pudiera darte el texto entero del pergamino, ¿aún querrías seguir adelante? ¿Sabiendo que el sacerdote sigue suelto y que en algún momento tendremos que volver a enfrentarnos a él?

—Yo no querría tener que volver a verlo —dijo Angela—, pero sería distinto si estuvieras conmigo. Aunque eso no importa ahora, ¿verdad? No tenemos los retratos, así que no podemos encontrar el texto del pergamino.

—¿Entonces, seguirías adelante con la búsqueda?

—Sin duda; el premio es demasiado grande como para ignorarlo.

Bronson sonrió.

—Sabía que dirías eso. Tengo otra pregunta para ti. ¿Cómo es la escritura persa? Quiero decir, ¿tiene unas fuentes sencillas o algo más elaboradas?

—Es bastante elaborada. Supongo que se la podría calificar como florida. Tiene muchas curvas y espirales. ¿Por qué?

—Es lo que esperaba que dijeras. Si no me equivoco, Oliver Wendell Carfax estaba perdiendo el tiempo arrancando paneles de las paredes buscando el escondite donde Bartholomew había escondido el texto del pergamino. Creo que debió de desintegrarse poco después de que lo sacara de la vasija sellada; es muy frágil, ¿no?

—Si no se guarda en las condiciones apropiadas, sí. Y Bartholomew no debía de tener ni el conocimiento ni la experiencia necesarios para saberlo. Ni el equipo, claro. Si no lo guardó en un sobre sellado, y sobre todo si lo manipuló en exceso, no debió de durarle mucho.

—Ya. Así que lo que creo es que copió con mucho esmero la inscripción persa en cuanto vio que el pergamino iba a deteriorarse. Después, más adelante, decidió crear un registro más permanente y por eso mandó pintar los dos retratos.

—Eso lo sabemos. Se supone que hay un compartimento secreto en el marco de uno u otro. Si el cajón debajo de ese zorro disecado cuenta, parecía que a Bartholomew le gustaban esas cosas.

Bronson sacudió la cabeza.

—No creo que hiciera algo tan complicado. Creo que decidió ocultarlo a simple vista. Mira el retrato. Se ve a un joven llevando una túnica india llena de bordados, y si te fijas en el cuello y las solapas, puede parecer un patrón aleatorio, aunque no creo que lo sea. Pienso que es una forma de escritura, una forma que la mayoría de la gente no reconocería como tal.

Durante un momento, Angela se quedó mirando la imagen que aparecía en la pantalla del ordenador.

—Dios mío, Chris, creo que podrías tener razón —dijo lentamente—. Ahora que sé lo que estoy buscando, no parece ser un patrón aleatorio. De hecho, creo que puedo distinguir algunas letras individuales aquí. —Miró a su exmarido—. Eres brillante, ¿lo sabes?

Bronson sonrió. Había sido una suposición, pero una muy acertada.

—Y el retrato de Bartholomew llevando un traje de piel roja —dijo buscando el retrato—. Supongo que estará en la cinta del tocado que lleva alrededor de la frente, ¿no?

Bronson miró la pantalla y asintió.

—Y tal vez recorre la parte delantera de la túnica también. ¿Puedes leer la letra?

—Eso espero. Por lo que veo, las fotografías que Bartholomew había sacado estaban hechas con mucha profesionalidad, y supongo que debió de insistir en que se pudieran leer las letras. Si no, ¿para qué iba a haber encargado que se tomaran las fotografías? Después envió los retratos a El Cairo para salvaguardarlos. Si tienes razón, y creo que la tienes, estas dos fotografías habrían sido su registro personal del texto persa para que solo lo pudiera leer aquel que sabe lo que está buscando.

—¿Y las imágenes que escaneaste? ¿Al hacerlo perdiste algunos de los detalles de las fotografías?

—Tal vez un poco, pero nada importante. Puede que estas imágenes sean tan buenas como tener las fotografías originales, y también tenemos una ventaja, y es que usando el ordenador puedo ampliar las zonas que nos interesen y mostrarlas en la pantalla, que es mucho más fácil que intentar hacer lo mismo con una lupa delante de un lienzo que cuelga de una pared.

Angela se acercó y besó a Bronson.

—Vamos a volver al hotel lo antes posible. Tendré que transcribir las letras y buscar un programa de traducción persa en línea para averiguar qué dice el texto. Con suerte, podría hacerlo todo hoy.

Miró a Bronson con los ojos brillando de emoción.

—Nos estamos acercando, Chris. Puedo sentirlo. Para cuando llegue la noche tal vez podamos hacernos ya una muy buena idea de dónde está enterrada el Arca de la Alianza.