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Bronson y Angela estaban en el coche, fuera de la casa, que seguía ardiendo lentamente.

—¿Y ahora qué? —preguntó él arrancando el motor para hacer funcionar el aire acondicionado—. Hemos venido aquí para encontrar los retratos y no lo hemos logrado, así que ahora no tenemos idea de cómo seguir con la búsqueda.

—Tienes razón —dijo Angela con resignación—. Incluso la referencia a El Moalla, de la que no sabíamos antes, no nos es de mucha ayuda porque no sabemos qué especificaba el pergamino.

Se detuvo un momento a pensar y el rostro se le iluminó ligeramente.

—Hay una cosa que podríamos hacer mientras estamos aquí. Según Suleiman, Bartholomew creía que Sisac se había hecho con el Arca de la Alianza y que después, durante su reinado, ordenó que la ocultaran en un valle secreto, en algún punto a lo largo del Nilo. Sigo pensando que es un buen candidato para haberse llevado el Arca, pero hay un par de cosas que no me encajan con el hecho de que después la escondiera río arriba, cerca de Luxor. En primer lugar, la capital de Sisac estaba situada en Tanis, muy cerca de El Cairo, así que ¿por qué iba a esconder el Arca tan lejos de la zona que tenía bajo su control? Y, en segundo lugar, los egipcios eran unos documentalistas compulsivos y me habría esperado que hubiera algunos documentos que reforzaran esta teoría. Si los hay, nunca los he visto, pero estoy empezando a preguntarme si Bartholomew de verdad encontró una referencia en alguna parte y sí por eso estaba tan seguro.

Se echó hacia delante y disfrutó del golpe de aire frío que le dio en la cara.

—Creo que deberíamos hacer lo que teníamos planeado cuando vinimos aquí. Deberíamos ir hasta El Hiba y, dependiendo de lo que encontremos allí, tal vez tomar un vuelo hasta Karnak.

—¿Y estás segura de que tenemos que ir a esos sitios en persona? ¿No puedes mirar por internet las fotografías de las inscripciones o consultar sus traducciones en algún libro?

—Las imágenes que he encontrado en internet no se ven lo suficientemente claras como para descifrarlas adecuadamente, y no creo que nadie haya hecho una traducción completa de los jeroglíficos de ninguno de los dos sitios. Yo al menos no he podido encontrar ninguna.

—¿Sabes leer jeroglíficos? —le preguntó Bronson, algo dubitativo.

—Sé leerlos lo suficientemente bien como para comprobar algo como esto, creo, y también sé un poco de hierático y demótico.

—¿Qué es eso?

—Técnicamente no son escrituras jeroglíficas, son más una especie de taquigrafía y siempre se escribían de derecha a izquierda. El problema con los jeroglíficos es que cada carácter es muy detallado, un pájaro, una hoja, una serpiente, esas cosas, y lleva mucho tiempo dibujarlos correctamente. Las escrituras hierática y demótica se desarrollaron para que los escribas pudieran producir textos rápidamente sobre los papiros, con mucha más facilidad que empleando jeroglíficos. Lo que vamos a encontrarnos serán jeroglíficos, que se utilizaron para las inscripciones de los monumentos durante todo el período faraónico. Pero tengo un programa de ordenador que debería ayudarnos; analiza y traduce caracteres jeroglíficos.

Bronson miró el reloj.

—¿Quieres ir ahora?

—Sí, podríamos ir —respondió Angela abrochándose el cinturón de seguridad—. Debería darnos tiempo a ir y volver en el día.

Iban hacia el norte y tomaron la carretera de Salah Salem que recorría la zona suroeste hacia el centro de El Cairo. El tráfico era mucho más fluido y pudieron avanzar a buen ritmo.

—¿Dónde están las pirámides? —preguntó Bronson según se aproximaban al centro de la ciudad—. Me gustaría verlas, ya que estamos aquí. Están muy cerca de El Cairo, ¿no?

—Sí que lo están, pero se encuentran en la orilla oeste del Nilo, a unos ocho o diez kilómetros por delante de nosotros. Puede que veas algo entre los edificios cuando empecemos a dirigirnos hacia el sur. Eso es —dijo consultando el mapa—, quédate en la orilla este del río y sigue por ahí.

—Entendido. ¿Después, por qué lado del Nilo tenemos que ir?

—No creo que importe. Según este mapa hay dos carreteras principales que recorren el Nilo por el sur, una por cada orilla y hay varios puentes por donde podemos cruzar al otro lado si nos hace falta.

El tráfico seguía algo congestionado, pero la mayor parte de los coches se dirigía hacia el centro de El Cairo, así que Bronson conducía a contracorriente y, en cuanto llegaron al distrito de Tura, la carretera giró hacia el sur y pudo acelerar un poco cuando el tráfico se redujo. Los altos edificios de apartamentos y los bloques de oficinas iban quedando sustituidos poco a poco por estructuras más viejas, más bajas y mucho más decrépitas. En un par de ocasiones sí que pudieron ver las cúspides de las pirámides en la distancia, hacia el oeste. A su derecha, el Nilo fluía hacia el norte; era una ancha masa de agua marrón verdosa abarrotada de distintos tipos de embarcaciones que incluían un par de grandes cruceros, lanchas y faluchos de vela latina, los icónicos barcos del antiguo Egipto.

En el lado oeste del Nilo, la zona urbanizada parecía haber desaparecido y solo quedaba alguna que otra vivienda, pero la carretera que estaba siguiendo Bronson, que estaba pegada a la orilla del río, tenía amplias urbanizaciones que se extendían hacia el este. Eso le extrañó y lo compartió con Angela.

—Existe una buena razón —respondió ella—. A nuestra izquierda hay una gran urbanización, pero la tierra del lado oeste del río tiene muchos yacimientos antiguos. Estamos a punto de llegar a un lugar llamado el monasterio de San Jeremías y justo debajo de eso está Saqqara.

—Ese nombre me suena.

—Y debería. Es una zona de enterramiento enorme y muy antigua, creo que tiene ocho kilómetros de largo y algo más de uno y medio de ancho, y ahí se encuentra el complejo de construcciones en piedra tallada más antiguo que se conoce. Es la pirámide escalonada de Zoser, que data aproximadamente del 2600 a. C., es decir, que tiene más de cuatro mil años de antigüedad. Los egiptólogos creen que es la primera pirámide de piedra y que se construyó erigiendo una enorme mastaba, una especie de tumba rectangular con el techo plano sobre un lecho rocoso, y que después se fueron construyendo encima otras cada vez más pequeñas.

—Y eso serían los escalones.

—Claro. Pero lo cierto es que las pirámides escalonadas se encuentran en distintas partes del mundo donde no se conocen las mastabas, así que podría haber sido también un diseño que a los antiguos les gustaba admirar. Las más conocidas son los zigurats de la antigua Mesopotamia, lo que hoy es Irak, y las de las civilizaciones precolombinas de Suramérica.

—¿Los incas y los aztecas?

—Sí, y los mayas y los toltecas también. Todos probaron a construirlas. Bueno, el caso es que además de la pirámide escalonada de Zoser, hay pirámides que pertenecen a otros quince o dieciséis reyes egipcios en Saqqara y que se encuentran en distintos estados de deterioro. Y como a los altos oficiales de la corte les gustaba que los enterraran lo más cerca posible del rey, hay tumbas de fosa y mastabas por todas partes. Y allí también hay una cosa llamada el serapeum, que fue el lugar de enterramiento para los toros momificados de Apis.

—¿Los egipcios momificaban a los toros? —preguntó Bronson sorprendido—. Creía que solo lo hacían con los gatos.

Angela asintió.

—Momificaban a muchos animales. Los toros y las vacas eran los más grandes y los gatos, probablemente, los más comunes, pero también momificaban pájaros, sobre todo halcones e ibis.

La carretera en la que estaban se llamaba Cornish el Nile, que suponían significaba «la rivera del Nilo», y al dejar a su izquierda la zona urbanizada, la vía se apartó ligeramente de la orilla del río antes de volver hacia ella. Al salir de la urbanización pasaron de largo un puente sobre el río.

—Es el primer punto para cruzar el río que hemos visto desde que hemos salido de El Cairo —dijo Bronson.

—Sí. Según este mapa, ese es el puente El Marazeek, pero hay muchos otros puentes más al sur. Tú sigue por esta carretera.

Al cabo de unos kilómetros, el río se les había quedado algo alejado al oeste, y la carretera los estaba llevando hacia el este, así que dejaron de ver el Nilo. El tráfico se había reducido considerablemente, aunque aún podían ver varios coches por delante y otros tantos por detrás, además de un constante flujo de vehículos dirigiéndose hacia ellos. La carretera abierta y unas condiciones de conducción menos frenéticas hicieron que Bronson se relajara un poco. Miró a Angela, que parecía perdida en sus pensamientos; supuso que estaba pensando en su búsqueda y en los peligros que los rodeaban. Sabía que tendría que estar extremadamente alerta si quería que permanecieran a salvo.

En el lado derecho de la carretera vio un cartel que mostraba el universalmente conocido símbolo de una botella con cintura de avispa y una palabra debajo escrita en árabe que supuso significaría «Coca-Cola».

—No me vendría mal beber algo después de todo por lo que hemos pasado esta mañana, y parece que un poco más adelante hay una cafetería. ¿Paramos?

Tras aproximadamente medio kilómetro, Bronson se detuvo fuera de un bar que era poco más que una vieja y polvorienta chabola. Pero oyeron el sonido de un generador en alguna parte detrás de la estructura, así que al menos las bebidas estarían frías y esa era una prioridad. Si iba a pasarse el día siendo chófer y guardaespaldas, tendría que asegurarse de no estar sediento.