19

—¡Chris! ¡Chris! ¡Despierta, joder!

Bronson sentía que le iba a estallar la cabeza. Tenía un dolor impresionante y latente sobre la oreja derecha y lo único que quería era que desapareciera, que esa vibrante agonía se detuviera.

La voz le resultaba familiar, pero durante unos segundos no pudo ni ubicarla, ni recordar quién era. Y entonces, de pronto, lo recordó todo. Carfax Hall. El ladrón y después la cocina. Pero no podía recordar qué había pasado después, ni por qué estaba tirado en el suelo con un terrible dolor de cabeza.

Se obligó a abrir los ojos. Angela estaba agachada sobre él con una especie de gasa en la mano que presionaba contra el lado derecho de su cabeza. Le dolía y levantó una mano para detenerla.

—Oh, gracias a Dios —susurró ella—. No, no lo toques. Tienes un corte muy feo en la cabeza. Una ambulancia viene de camino.

Bronson gruñó y se incorporó.

—No necesito una ambulancia.

—La verdad es que puede que no, pero he pedido una para él. —Señaló hacia atrás.

Tirado en una silla de la cocina, con los brazos aún enganchados por detrás de la espalda y el rostro magullado y sangrando, estaba el hombre al que había pillado colándose por la ventana del dormitorio.

—¿Qué cojones ha pasado? —preguntó Bronson—. No lo he tocado. ¿Está bien?

—Lo han golpeado mucho, pero está vivo.

Bronson le quitó la gasa a Angela, se la colocó con cautela contra la herida y se levantó aunque, al hacerlo, el dolor de cabeza empeoró. Tambaleándose ligeramente, se agarró al respaldo de la silla con la otra mano.

—Tranquilo —le dijo Angela.

Bronson fue hasta el hombre sentado al otro lado de la mesa. Tenía los ojos cerrados y el rostro hinchado y lleno de cortes por los repetidos golpes.

Bronson se inclinó sobre él.

—¿Puedes oírme?

El hombre se movió, lo miró y asintió.

—Échate hacia delante —le ordenó Bronson. Sacó la llave de las esposas, las soltó y se las guardó en el bolsillo.

Jonathan se recostó contra el respaldo, visiblemente agradecido, y se frotó las muñecas.

—¿Sigo arrestado?

Mientras hablaba, Bronson vio que había perdido unos cuantos dientes en el ataque. Sacudió la cabeza, aunque deseó no haberlo hecho cuando otro golpe de dolor le recorrió el cráneo.

—No, por lo que a mí respecta estábamos juntos en la casa y alguien nos ha atacado.

—¿Estás seguro, Chris? —preguntó Angela.

—Sí. El robo es un delito menor comparado con lo que acaba de pasar. Y no volverás a intentarlo, ¿verdad, Jonathan?

—¿Jonathan? —El rostro de Angela reflejó lo sorprendida que estaba—. ¿Lo conoces?

—Ha cometido el descuido de traerse la cartera y el carné de conducir. Es Jonathan Carfax y supongo que es uno de los muchos parientes desheredados de Oliver. En otras palabras, es un aficionado, no un ladrón profesional.

En ese momento oyeron un motor y el ruido de unos neumáticos sobre el camino de grava. Unos segundos después sonó el timbre de la puerta.

—Será la ambulancia —dijo Angela levantándose.

—De acuerdo, Jonathan —dijo Bronson—. Vamos a que te vean en urgencias. Si pregunta alguien, estábamos aquí juntos en la casa cerrándolo todo después de que se hubiera marchado el equipo del museo Británico cuando un hombre ha irrumpido y nos ha atacado. No tienes ni idea de quién era o qué quería. Nos ha golpeado y ha salido corriendo. Tú cíñete a eso, nada más y nada menos, ¿de acuerdo?

Jonathan Carfax, con el rostro prácticamente oculto por vendajes, apósitos y esparadrapo, estaba sentado en la parte trasera del Mini de Angela. Bronson se sentó en el asiento del copiloto y se abrochó el cinturón mientras ella arrancaba el motor.

—¿Adónde? —preguntó ella.

—Al pub más cercano —soltó Carfax, tragándose las palabras levemente—. Necesito una copa.

—Los médicos han dicho que ninguno podéis beber alcohol —señaló Angela.

—Ya estarán cerrados todos los pubs, pero una copa es una idea cojonuda —asintió Bronson—. Podemos ir al hostal y tomar algo allí.

—Bueno… —dijo Bronson unos minutos más tarde con una copa grande de brandy en la mano—. Lo último que recuerdo de esta noche es que estaba mirando tu carné de conducir en la cocina de Carfax Hall, Jonathan. ¿Qué mierda ha pasado después?

El aludido dio un trago de brandy y cerró los ojos.

—Estabas a punto de llamar a la policía —respondió el hombre con la voz ligeramente distorsionada por los dientes que le faltaban y probablemente también por el efecto de los analgésicos que le habían administrado—. La puerta que tenías detrás, la de la cocina, se ha abierto, y ha entrado un hombre con una porra o un palo o algo. He intentado avisarte, pero te has girado muy despacio. Y entonces te ha pegado en un lado de la cabeza y has caído redondo al suelo. He pensado que te había matado.

—¿Y después? —preguntó Bronson.

—Y después ha empezado conmigo. Primero se ha asegurado de que no podía defenderme, y gracias a las esposas que me habías puesto, así era. Después ha empezado a hacerme preguntas que no podía responder. —La voz le tembló ligeramente.

—¿Puedes describir a ese hombre? —preguntó Bronson.

—Dudo que pueda olvidarlo nunca. Era delgado, de aproximadamente un metro ochenta y cinco o metro noventa, con el pelo negro muy corto, casi rapado, los ojos marrones oscuros y una nariz grande y recta. Un tipo guapo, la verdad. Por su acento debe de ser norteamericano o canadiense, probablemente norteamericano, porque tenía una gran dentadura blanca.

—¿Sobre qué te ha preguntado?

—Igual que tú, ha mirando mi carné de conducir y ha visto mi nombre. Daba por hecho que lo sabría todo sobre mi familia, pero no es así. Soy solo un primo del viejo Oliver, y no conocí a su padre.

—¿Te refieres a Bartholomew? —interpuso Angela.

—Sí. Este hombre solo parecía interesado en la Locura de Bartholomew, ya sabes, la forma en la que el viejo despilfarró el dinero de la familia buscando su tesoro.

—¿Y qué le has contado? —preguntó Bronson.

—Todo lo que sé —respondió sencillamente Carfax—, pero no es mucho más de lo que publicaron en la revista local cuando murió Oliver, y este tipo parecía estar al tanto de todo. Como no le he dicho lo que quería saber, ha empezado a pegarme muy fuerte. Y cada vez que le decía que no sabía algo, me volvía a pegar.

—¿Pero por qué iban a interesarle a alguien ahora unas cuantas búsquedas de tesoros infructuosas que tuvieron lugar hace más de medio siglo? —preguntó Bronson casi para sí. Nada tenía sentido.

—Eso se lo he preguntado —dijo Carfax—, y me ha gritado que el hecho de que Bartholomew no hubiera encontrado el tesoro no quiere decir que no exista.

—Bien. Me gustaría que nos contaras todo lo que sabes sobre la llamada Locura de Bartholomew desde el principio. Todo lo que le hayas contado a ese matón norteamericano y todo lo que se te ocurra que hayas olvidado contarle.

Cuando salieron del hotel y subieron de nuevo al Mini de Angela, Bronson pensaba que sabía tanto como cualquier otro sobre la Locura de Bartholomew y exactamente lo que había sucedido en la cocina de Carfax Hall; de hecho, de esto último lo sabía casi todo.

Pero había una cosa que Jonathan Carfax no le había contado sobre el norteamericano y lo que había hecho después de que Bronson hubiera caído inconsciente. No se había guardado información, o al menos, no deliberadamente. Lo que había visto era aparentemente tan inocuo que había olvidado que había sucedido, y a Bronson no se le había ocurrido en ningún momento formular la pregunta específica que habría hecho hablar a Carfax.