—No pienso discutir el tema —dijo bruscamente Richard Mayhew—. Fin del asunto.
—Richard, me temo que no estás en posición de tomar una decisión unilateral. —El tono de Angela fue dulcemente razonable, aunque su determinación quedó más que clara.
—Estoy al mando de este grupo —contestó Mayhew.
—Según Roger Halliwell, solo eres el director administrativo, lo que significa que controlas el presupuesto con el que se paga nuestra comida y el alojamiento en el hostal. Por lo demás, somos seis personas de seis departamentos distintos con el mismo derecho a opinar sobre lo que hacemos o no. Chris se ha ofrecido a pasar aquí la noche para asegurarse de que quien sea que ha estado robando en esta casa no vuelva a entrar, y a mí me parece que es una muy buena idea. Había esperado que tú pensaras lo mismo, pero ya que no es así, tal vez deberíamos someterlo a votación.
—¿Cuál es el problema, Richard? —preguntó Owen Reynolds—. No es que vayamos a quedarnos ninguno de nosotros; Chris es oficial de policía y totalmente capaz de cuidar de sí mismo. Es el hombre ideal para este trabajo.
Mayhew miró a su alrededor y vio que los demás estaban de acuerdo. Hizo un intento más de hacerles cambiar de idea.
—¿Y si resulta herido? ¿Qué pasará con el seguro y todas esas cosas?
—No es vuestra propiedad —interpuso Bronson—, así que no tenéis nada que ver ni con el seguro del edificio ni con el de su contenido. Pero si te tranquiliza, con mucho gusto firmaré un documento eximiéndoos a vosotros y al museo de cualquier responsabilidad durante mi estancia aquí esta noche.
Mayhew, que reconocía la derrota cuando la veía, alzó las manos al aire.
—Ah, pues muy bien. Haced lo que queráis —farfulló irritado y saliendo de la cocina.
Bronson no tenía nada que hacer. Su labor como vigilante nocturno no remunerado no empezaría hasta la tarde, cuando todos se hubieran marchado del edificio, así que se dedicó a registrar las habitaciones fijándose en cualquier escondite posible, puntos de entrada y demás. Le dio dos repasos completos al interior de la vieja casa y después hizo lo mismo en el exterior antes de volver a la cocina, donde Angela seguía trabajando sin parar con la colección de porcelana y cerámica.
—¿Algo interesante? —preguntó encendiendo el hervidor eléctrico.
—La verdad es que no. ¿Y tú?
Bronson sacudió la cabeza.
—Solo una cosa algo rara. Esta casa ha pertenecido a la misma familia desde hace tiempo, ¿verdad?
Angela asintió.
—Desde mitad del siglo XIX, creo. ¿Por qué?
—Encima de la puerta principal hay un escudo de armas tallado en el dintel de piedra y otros en los respaldos de las sillas del comedor, sobre la pared encima de la chimenea del salón y en más sitios. También hay uno en el fondo de cada uno de los dos retratos de Bartholomew Wendell-Carfax que cuelgan en el pasillo del primer piso.
—¿Y? —Angela estaba atareada, guardando más porcelana carente de valor en la caja de la subasta.
—Bueno, los blasones de los retratos de Bartholomew son ligeramente distintos. Ambos tienen la cabeza de un zorro en el cuadrante superior derecho del escudo mientras que todos los demás tienen la cabeza de un pájaro, creo que es un halcón, en la misma ubicación.
—Tal vez el pintor cometió un error —sugirió Angela.
Bronson sacudió la cabeza.
—Está claro que los dos retratos están pintados del natural. Bartholomew estaba sentado en un sillón en el salón y el artista estaba pintando lo que veía. ¿Por qué iba a hacer bien tres de los cuatro cuadrantes del escudo y dibujar una imagen totalmente distinta en el cuarto?
Angela dejó de embalar objetos.
—Eres muy observador, Chris —dijo sonriendo—. Para ser un hombre, claro.
—Soy policía, ¿recuerdas? Se supone que tengo que fijarme en las cosas. A eso lo llamamos pistas.
—Bueno, reconozco que los retratos son un poco extraños. —Le habló sobre los dos retratos que plasmaban a Bartholomew como un hombre joven ataviado con un traje exótico y que se habían vendido poco después de su realización—. Y luego vino el fiasco de su Locura.
Bronson se sirvió una taza de café instantáneo y se sentó mientras Angela le hablaba de la obsesión de Bartholomew Wendell-Carfax con un tesoro perdido oculto en algún lugar de Oriente Medio y cómo había sido provocada por el descubrimiento de un fragmento de pergamino que había encontrado en un cántaro de loza sellado; un pergamino que después de aquello había desaparecido.
—A lo mejor no desapareció —señaló Bronson—. A lo mejor el viejo lo escondió en alguna parte y Oliver no pudo encontrarlo. Puede que Bartholomew hiciera que le pintaran esos retratos como un modo de burlarse de todos, para poder decirle a Oliver que las pistas habían estado todo el tiempo mirándolo a la cara.
—Una cabeza de zorro en lugar de un halcón no me parece que sea una pista especialmente útil —objetó Angela.
—Podría ser muy sencillo —contestó Bronson con una sonrisa—. Hay un zorro en el salón. Disecado, claro, y en una vitrina de cristal. A lo mejor escondió el pergamino dentro.
Angela soltó el plato que había estado envolviendo.
—Enséñamelo —le dijo con los ojos brillantes, lo cual siempre era un signo, al menos para Bronson, de que estaba emocionada.
El zorro estaba de pie sobre un pequeño zócalo y sus vidriosos ojos miraban sin vida hacia los altos ventanales al otro lado del comedor; su boca abierta dejaba ver unos dientes amarillentos y una fina lengua rosa. Se veía que estaba viejo y roñoso, le faltaban trozos de pelo a los lados y en el rabo. Estaba colocado sobre una base de madera bajo una cúpula de cristal rectangular.
—No es muy agradable a la vista —comentó Angela.
—A lo mejor esa era la cuestión. Bartholomew pudo haber pensado que era un lugar ideal para esconder algo.
Levantó la cúpula de cristal.
—Parece que no han hurgado los puntos desde que disecaron a este pobre diablo. —Giró al zorro—. Y no veo ni aberturas ni cortes por ningún sitio, así que no creo que pueda haber algo escondido dentro del cuerpo.
Deslizó los dedos por la base del objeto, pero entonces se detuvo en seco y lo elevó para mirarlo por debajo.
—Veo una línea que recorre la base justo aquí, así que parece como si esta parte pudiera abrirse, y también hay algunos arañazos en la madera.
Tiró de la base, pero no se movió nada. Después giró al zorro hacia un lado y miró por debajo. Se veían algunos tornillos de latón que serían para sujetar al animal disecado y las demás partes de la base. Uno parecía distinto a los demás.
—Ese podría ser un tornillo de fijación —dijo Bronson. Sacó una navaja y seleccionó la hoja adecuada. Después de girar el tornillo hasta que cayó en el aparador, agarró el extremo de la base y tiró. Una parte se movió levemente. Volvió a poner el zorro en vertical y miró la parte trasera, donde ahora una sección de unos treinta centímetros de ancho se había separado del resto de la base.
Pudo oír la respiración contenida y cargada de emoción de Angela.
La sección de madera se abrió como un cajón y, cuando Bronson tiró de ella, vieron dentro lo que parecía un pequeño libro encuadernado en piel. Lo cogió en cuanto hubo abierto el cajón por completo y se lo pasó a Angela.
—No esperes demasiado —la advirtió—. Imagino que Oliver encontró esto hace tiempo. Probablemente fuera él el que intentó abrirlo, así que si el pergamino estaba aquí, lo habría sacado.
Pero no era un libro. Lo que de verdad habían encontrado era una fina y poco profunda caja de madera cubierta de cuero que se abría como un archivador. El interior estaba lleno de papeles sueltos de distintas clases y de un par de fotografías grandes, cada una de ellas doblada dos veces para poder entrar en la caja.
Angela ojeó el contenido rápidamente y sacudió la cabeza.
—No hay ningún pergamino perdido —dijo lamentándose—. Supongo que habría sido demasiado fácil. Parece una colección de billetes viejos y facturas, y también hay algunas notas de las expediciones de Bartholomew. —Levantó varias hojas de papel escritas con una letra pequeña y clara—. Ya he visto un par de referencias a Egipto.
—¿Y las fotos?
—Son solo las fotos de los dos retratos de Bartholomew que se vendieron. Interesantes, aunque nada útiles. —Se encogió de hombros—. Me temo que me toca volver al trabajo, pero tú sigue hurgando por ahí. Nunca se sabe lo que puedes encontrar.
Era primera hora de la tarde y Bronson y Angela acababan de terminarse el sándwich del almuerzo. Quedaba otro en la nevera y sería la solitaria cena de Bronson después de que el resto del equipo lo dejara en la casa cuando acabara el día.
—Mira lo que he encontrado en el desván —dijo Bronson entrando en la cocina con una caja de cartón cubierta de polvo—. La etiqueta dice «Corinto, S. I» entre interrogaciones.
Angela se acercó hasta donde estaba Bronson.
—Si esa etiqueta de verdad tiene relación con el contenido de la caja, podría ser bastante interesante. Una pieza corintia del siglo I sería mucho más fascinante que la mayoría de las cosas que he visto hasta ahora. Deja que eche un vistazo. —Sacó de la caja el objeto envuelto en papel de periódico. Tenía forma de jarra de agua alta y Angela la posó sobre su base mientras cortaba la cuerda y le quitaba el envoltorio.
—¿Café o té? —le preguntó Bronson, aunque no obtuvo respuesta. Cuando se giró para mirar, Angela estaba contemplando una vasija alta de cuello estrecho, verde azulada, con un asa y algo parecido a imágenes de animales grabadas en bandas horizontales a su alrededor. Al lado en la mesa había papeles y trozos de cuerda.
—Si tuviera champán aquí, me lo bebería —dijo Angela por fin—. ¿Sabes lo que es esto?
—Soy un simple poli, ¿recuerdas? ¿Qué es?
—Creo… es más, estoy casi segura, de que es un olpe protocorintio.
—¿En serio? Pues a mí solo me parece una jarra verde y grande.
Angela se acercó y le dio un abrazo.
—Lo que acabas de traerme es algo excepcional, sobre todo encontrándose en un estado tan excelente. He visto uno similar, pero está en el Louvre de París. Un olpe es una vasija para el vino. Este está decorado con motivos… me parece que son de leones y osos, y los registros son estas bandas horizontales. Probablemente date de unos seiscientos cincuenta años a. C.
—¿Pero entonces no es del siglo I como dice en la caja?
Angela sacudió la cabeza con decisión.
—Rotundamente no. Es como medio milenio más antiguo.
—¿Entonces tiene valor?
—¡Oh, sí! No soy tasadora, pero ¡esto podría tener un valor inestimable!
—¿Entonces quieres que baje las demás?
—¿Las demás? —Angela palideció—. ¿Es que hay más?
Bronson le sonrió. Era genial estar trabajando juntos otra vez.
—No tengo ni idea. Hay más cajas de cartón en el desván. Subiré y echaré un vistazo, si quieres.
Bronson volvió unos quince minutos más tarde con otra caja cubierta de polvo.
—Me temo que no hay más jarras —anunció—, pero sí que he encontrado algunos pedazos de una vasija rota.
Colocó la caja sobre la mesa, la abrió y sacó unos fragmentos de alfarería rojiza que colocó frente a Angela.
A ella claramente le costaba desviar la atención del olpe, pero lo hizo y miró los fragmentos.
—Puede que estos sí que sean del siglo I y lo más probable es que provengan de Oriente Medio.
Cogió un par de fragmentos y los juntó entre sus manos. Encajaban a la perfección.
—Podrían ser partes de la misma vasija —sugirió Bronson.
Angela asintió y recogió un trozo que parecía haber formado el cuello de la vasija rota. Tenía un pequeño agujero y lo rodeaba una franja de una especie de material marrón oscuro. Con mucho cuidado, Angela lo tocó con la uña del pulgar y después agarró otro par de trozos rotos para unirlos en sus manos y formar el cuello de la vasija.
Juntó las piezas con firmeza. Aún faltaban algunos pedazos, pero había encontrado suficiente del cuello de la antigua jarra de barro como para ver que el agujero en uno de los lados encajaba exactamente con un segundo orificio situado enfrente. Eso, junto con la banda más oscura, le dijo todo lo que necesitaba saber.
—Hay un agujero en los dos lados del cuello donde se estrecha y este material más oscuro parece ser alguna especie de masilla o resina para sellar. Según Richard Mayhew, que parece estar muy interesado en la historia de Wendell-Carfax, la vasija que Bartholomew encontró estaba protegida con una especie de palillo que atravesaba el tapón de madera y el exterior estaba sellado con algún tipo de masa. Así que esto —concluyó— podrían ser los restos de esa pieza de barro del siglo I. —Se detuvo—. No había nada más arriba, ¿verdad?
—Solo las típicas porquerías que suelen acabar en cualquier desván. Mira, tendré que pasarme la noche despierto, así que debería dormir un poco esta tarde. El primer dormitorio a la izquierda de las escaleras aún tiene una cama con colchón. ¿Podrías subir a despertarme media hora antes de que os marchéis?
Angela se mostró preocupada. Aunque había recibido con entusiasmo la idea de que Bronson se quedara a pasar la noche en la propiedad después de que él lo hubiera propuesto, ahora que se acercaba el momento estaba cada vez menos segura de que fuera tan buena idea.
—¿Seguro que quieres hacer esto, Chris? Quiero decir, ¿y si son varios intrusos y están armados?
—Entonces me encerraré en el baño y llamaré a la policía desde el móvil. Pero la mayoría de los ladrones trabajan solos y casi nunca llevan armas porque las penas por ser arrestado en posesión de un cuchillo o una pistola son muy severas. —Puso las manos sobre los hombros de Angela y le besó la punta de la nariz—. Si considero que estoy en peligro, te prometo que me pondré la armadura del vestíbulo.