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—¿De dónde ha salido esto? —preguntó J. J. Donovan señalando la pantalla de su ordenador.

Jesse McLeod apenas miró. Sabía muy bien en cuál de los veintitantos resultados de búsqueda estaría más interesado su jefe.

—De la versión online de un periódico local.

—¿Entonces no estaba ni encriptado ni protegido?

McLeod negó con la cabeza.

—Qué va. Es una hoja informativa del pueblo, ya sabe, de las que hablan de nacimientos, defunciones, bodas y ese tipo de cosas. Estrictamente noticias locales. Una fuente de información abierta por completo; un aburrimiento mortal si no conoces los nombres, e igualmente aburrido aunque los conozcas. Es una pérdida de tiempo y, en mi opinión, un uso pésimo de espacio en la red.

Se detuvo un instante y volvió a lanzar una sugerencia que ya le había hecho a Donovan en un par de ocasiones.

—Mira, J. J., sé qué palabras clave me diste, pero es una búsqueda muy amplia y sigo sin tener ni idea de qué estás buscando. Si pudieras decirme por qué es tan importante, podría darte resultados más precisos.

Donovan sacudió la cabeza.

—Ahora mismo ni siquiera sé si es importante. Es solo una idea que tengo, una posibilidad de algo que podría cambiarlo todo. Pero te diré una cosa: si no me equivoco con lo que estoy buscando, podría ser el descubrimiento más importante de la historia de la ciencia. Después de esto ya nada volvería a ser igual.

McLeod seguía pensativo mientras bajaba en el ascensor hasta la sala de ordenadores de la primera planta. Le parecía que Donovan estaba flipando y eso le preocupaba mucho. La compañía marchaba así de bien porque Donovan era un genio en temas de manipulación genética. Si se le había ido la pinza, estaba claro que había llegado el momento de empezar a buscar trabajo en otra parte, así que cuando volviera a su despacho haría un sondeo por si acaso.

Y también tenía que hacer una llamada, porque J. J. Donovan no era la única persona para la que trabajaba, y su otro contacto estaría mucho más interesado en la historia que tenía que contarle.