—Yo también lo creo —dijo una voz diferente que provenía de algún lugar por encima de Bronson y Ángela.
De repente el resplandor de un trío de potentes linternas abrió una fisura en la oscuridad. La luz los cegó. Era como si volviera a repetirse la escena del túnel de Ezequías, excepto que en esta ocasión no tenían ninguna posibilidad de escapar. Estaban atrapados en un callejón sin salida, desarmados e indefensos.
Bronson y Ángela estaban de pie, inmóviles sobre la plataforma de madera, cegados por la luz, y mirando fijamente a los hombres que los apuntaban con las linternas desde lo alto del final de la escalera.
Hoxton movió la suya ligeramente hacia atrás para iluminar la pistola que sujetaba con la mano derecha.
—Como podéis ver, vamos armados —dijo—. Será mejor que no intentéis hacer ninguna tontería.
—¿Qué queréis? —preguntó Bronson.
—Creía que había quedado bastante claro —dijo Baverstock—. Hemos venido a por el rollo. Gracias por encontrarlo por nosotros. Ni siquiera hemos tenido que mojarnos los pies.
Ángela reconoció la voz inmediatamente.
—¿Tony? Tendría que haberlo adivinado. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Lo mismo que tú, Lewis. Buscar el tesoro que escondieron los sicarios hace dos milenios. Me alegro mucho de que lo hayas encontrado. Esto va hacerme muy rico.
—¡No digas tonterías! —le recriminó Ángela en un tono cortante—. Si este es el rollo de plata, tendrá que ser analizado y conservado como Dios manda. Habrá que llevarlo a un museo.
—¡Oh! No debes preocuparte por eso. Antes o después acabará en un museo —le aseguró Baverstock—. Lo que tenéis en vuestras manos es, casi con toda seguridad, el mapa del tesoro más famoso del mundo y, cuando hayamos traducido el texto, tendremos acceso a la mayor colección de tesoros ocultos de la historia. Pasaremos los próximos años desenterrándolos y vendiendo con cuidado las mejores piezas en el mercado negro. Mi amigo Dexter, aquí presente, es un experto en ese campo. Luego nos retiraremos para vivir de las ganancias. Después volveré al museo Británico con el rollo y mi nombre será tan famoso como el de Howard Cárter.
—Siempre te consideré un académico, Tony —espetó Ángela, cuya voz rezumaba desprecio—, pero has demostrado no ser más que un repugnante ladrón de tumbas.
—Soy un académico, pero de vez en cuando, me gusta hacer algún que otro trabajito por mi cuenta. Igual que tú, de hecho.
—Y si os damos el rollo, ¿nos dejaréis marchar? —preguntó Ángela.
—No seas ingenua —respondió Hoxton—. Si os dejáramos con vida, hablaríais a todo el mundo de la existencia del rollo y, en cuestión de días, todo Oriente Medio se llenaría de buscadores de tesoros. Vuestras carreras y vuestras vidas acabarán justo aquí.
—Olvidas que soy un agente de policía británico —le advirtió Bronson—. Si me matas, todos los maderos de Gran Bretaña te buscarán.
—Si estuviéramos en un sótano de Inglaterra, no te diría que no, pero estamos bajo una fortaleza desierta en medio de Israel. Nadie va a saber que habéis muerto. Ni siquiera sabrán que estuvisteis aquí. Vuestros cuerpos simplemente desaparecerán. Ese pozo que tenéis detrás es lo suficientemente profundo para ocultar vuestros huesos para toda la eternidad. Y ahora, dame ese rollo. —Hoxton apuntó a Baverstock—. Cógelo, Tony.
Baverstock dio un paso hacia la escalera que bajaba a la plataforma para coger la reliquia sin dejar de apuntar a Ángela, pero Bronson decidió jugárselo todo a una última carta. Agarró el rollo, saltó hacia atrás y sujetó la reliquia justo encima de las oscuras aguas de la cisterna.
—Si das un paso más, lo dejaré caer —lo amenazó—. No tengo ni idea de la profundidad exacta del manantial, pero te aseguro que es mucha. Necesitaríais un equipo de buceadores profesionales para recuperarlo, si es que alguna vez lo conseguís. Como tú mismo has dicho, este pozo puede guardar un secreto para toda la eternidad.
Durante varios segundos todos se quedaron inmóviles y en silencio. Entonces se oyó un único disparo que retumbó por toda la caverna con un gran estruendo.
En ese mismo instante, un hombre lanzó un bramido de dolor.