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—Hemos estado buscando en el lugar equivocado —anunció Baverstock entusiasmado al ver entrar a Hoxton por la puerta de su habitación—. ¿Qué te ha pasado? —preguntó cuando vio a Dexter en el pasillo con la camisa cubierta de sangre.

—Se le ha reventado la nariz —respondió con desdén—. ¿Me estás diciendo que el rollo de plata no está bajo el Monte del Templo?

—Sí. De repente he caído en la cuenta de dónde se encuentra el «lugar del final de los días», y no es en Jerusalén.

Hoxton tomó asiento.

—Entonces, ¿dónde está?

—En Har Megiddo, también conocido como Armagedón. Según el Apocalipsis es el lugar donde se librará la batalla final, el último enfrentamiento entre las fuerzas del bien y del mal y que supondrá el fin del mundo tal y como lo conocemos.

—No te pongas mesiánico conmigo, Baverstock, y dime dónde demonios está.

—Aquí. —Baverstock desdobló un detallado mapa de Israel y señaló con el dedo un punto al sudeste de Haifa—. Aquí es donde los sicarios escondieron el rollo de plata. Estoy convencido de ello.

—También estabas convencido de que lo habían escondido en el túnel de Ezequías —observó Hoxton—. ¿Estás completamente seguro?

—Al noventa por ciento —respondió Bronson—. La clave está en la referencia a la cisterna o el pozo. Tenía que haberme dado cuenta antes. Jerusalén y toda el área circundante están plagadas de instalaciones para el almacenamiento de agua. Pensé que los sicarios habían escogido el túnel de Ezequías porque era la principal fuente de abastecimiento de agua potable, pero, cuando volví a estudiar la inscripción, me di cuenta de que estaba equivocado. El túnel de Ezequías no era una cisterna, sino un acueducto que conectaba la ciudad con el manantial de Guijón. Una cisterna es un depósito de agua, generalmente subterráneo. Si los sicarios hubieran escondido la reliquia allí, habrían utilizado otra expresión.

—¿Y hay una cisterna en la tal Megiddo?

Baverstock asintió.

—A decir verdad, es otro manantial, pero lo que realmente importa es la descripción de Har Megiddo. Estoy seguro de que el autor del rollo se refería a esa ubicación.

Hoxton se giró hacia Dexter.

—Ve a lavarte —dijo—. No quiero que pongas perdidos de sangre los asientos del coche. Y date prisa. En cuanto acabes nos largamos de aquí. —Seguidamente miró a Baverstock y añadió—: Bronson y Lewis nos han dado esquinazo, pero apuesto lo que quieras a que ya han averiguado que el rollo de plata se encuentra en Megido. Tenemos que llegar allí cuanto antes.

La ruta elegida por Bronson y Ángela les había llevado hacia el noroeste de Jerusalén, bordeando Cisjordania y Tel Aviv y a través de Tikva y Ra’anana hasta llegar a la carretera del litoral, a la altura de Netanya. Seguidamente viajaron en dirección norte a lo largo del Mediterráneo, bordeando la llanura de Sharon hasta la ciudad de Haifa.

Pero antes de llegar a Megido, Bronson quiso abastecerse de algunas provisiones, así que giró hacia el oeste en dirección al centro de Haifa.

—¿Nos vamos de compras? —preguntó Ángela.

—Efectivamente. No creo que haga falta comprar unas aletas, porque no pienso que haya que nadar una distancia muy larga, pero estoy seguro de que voy a necesitar unas gafas de bucear y probablemente una cuerda.

Veinte minutos más tarde, de vuelta al coche, Bronson introdujo en el maletero una pequeña bolsa de plástico y una mochila vacía. A continuación abandonaron Haifa y se dirigieron hacia el sureste en dirección a Afula. La ruta que habían seguido no era el camino más corto hasta Har Megiddo, pero se habían ahorrado tener que subir y bajar la cordillera del monte Carmelo, que dividía las dos áreas a nivel del mar que dominaban la zona (la llanura de Sharon y de Esdraelón), y el recorrido había sido mucho más sencillo y, probablemente, también más rápido.

—Todavía es media tarde —dijo Bronson—. ¿Qué te parece si vamos directamente y echamos un vistazo? Si tienes razón y lo que buscamos es un túnel subterráneo, no importa si lo hacemos de noche o a plena luz del día.

—Tienes razón —reconoció Ángela—, pero tenemos que tener cuidado, porque no creo que sea una buena idea dar vueltas por Megido con las linternas. Cualquier luz, después de que hayan cerrado, llamará la atención.

—¿A qué te refieres con que «hayan cerrado»? —preguntó Bronson.

—Bueno, el lugar recibe numerosas visitas turísticas. En esta época del año cierran a las cinco y hay que pagar para entrar.