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—Están en la tercera planta —musitó Hoxton mientras apretaba el botón para llamar al ascensor—. Tienen habitaciones contiguas, la 305 y la 307. No debería llevarnos mucho tiempo.

Salieron juntos del ascensor, echaron a andar por el estrecho pasillo y se detuvieron delante de la habitación 305. Hoxton se inclinó hacia delante y apoyó la oreja sobre la puerta.

—Hay alguien dentro —susurró dando un paso atrás y sacando la Browning de la cinturilla del pantalón—. Tú cubre la otra puerta —dijo a Dexter. Tras observar a su compañero avanzar unos metros por el pasillo, preguntó—: ¿Listo?

Dexter parecía turbado, pero aun así agarró con firmeza la pistola y asintió. Hoxton llamó a la puerta con varios golpes secos.

—¿Quién es? —inquirió Bronson.

—Mantenimiento —respondió una voz poco definida, aunque claramente masculina—. Ha habido algunos problemas con una de las luces de su habitación y he venido a repararla.

Bronson retrocedió. Había dos cosas que le inquietaban de lo que acababa de oír. La primera, que todos los miembros del personal con los que había hablado hasta ese momento hablaban inglés solo hasta un cierto punto, algunos entrecortadamente, y otros con algo más de fluidez. Sin embargo, el hombre que esperaba fuera no solo hablaba inglés. En opinión de Bronson, aquel tipo era inglés. ¿Y qué diantre hacía un inglés trabajando en un pequeño hotel de Jerusalén?

Por otro lado, sabía que todas las luces de la habitación y del baño funcionaban perfectamente.

—Un momento —dijo Bronson—. Acabo de salir de la ducha.

Seguidamente, moviéndose a toda velocidad por la habitación, metió todas sus pertenencias en la bolsa de viaje que había estado preparando, se acercó a la puerta que conectaba con la habitación 307 y llamó con suavidad.

—Enseguida voy —gritó mientras se abría la puerta.

Rápidamente entró en la habitación de Ángela, cerró la puerta y echó la llave.

—Tenemos compañía —dijo—. Coge tus cosas. Tenemos que salir pitando de aquí.

Ángela introdujo todas sus cosas en la maleta. Mientras tanto Bronson cerró el ordenador portátil y lo metió, con todas las notas, en el maletín. Justo entonces oyó un ruido como de astillas que provenía de la habitación contigua.

Mientras se dirigía a grandes zancadas hacia la salida, Bronson se cambió de mano la bolsa y giró suavemente la manivela con la derecha. Sin embargo, mientras abría, una figura pateó la puerta desde el exterior, provocando que golpeara con fuerza contra la pared, y a punto estuvo de alcanzar a Bronson. Cuando este miró hacia el pasillo, lo primero que vio fue la pistola que el hombre empuñaba.

Bronson reaccionó inmediatamente. Lanzó su bolsa hacia el rostro del desconocido y le dio una patada con el pie derecho. El golpe le alcanzó el antebrazo y la pistola salió disparada. Seguidamente le propinó un contundente puñetazo en el estómago. El hombre se dobló de dolor y el arma cayó al suelo con un gran estruendo. Bronson levantó la rodilla derecha y le golpeó en la cara.

El desconocido soltó un alarido y un chorro de sangre empezó a brotar de su nariz rota, salpicando la alfombra del pasillo.

—¡Corre! —gritó Bronson indicando a Ángela que tomara la salida de incendios, situada al final del corredor.

Mientras Ángela salía corriendo, Bronson estiró el brazo e intentó coger la pistola, pero el otro hombre fue mucho más rápido y se hizo con ella. Bronson le dio una patada y mandó la pistola todo lo lejos que pudo. Luego se giró y siguió los pasos de Ángela. A sus espaldas oyó una serie de maldiciones, acompañadas de gritos de dolor, e imaginó que el compañero de su atacante iba tras él.

El pasillo tenía una curva en ángulo recto, que Bronson tomó a toda velocidad, pero luego se detuvo en seco. El resto del pasillo era recto, y Ángela todavía estaba a mitad. A menos que lograra reducir la marcha de su perseguidor, ambos se convertirían en una presa fácil tan pronto como el hombre doblara la esquina.

Miró a su alrededor buscando un arma, mejor dicho, cualquier cosa que pudiera servirle como tal. Lo único que encontró fue un extintor de incendios situado en la pared. Tendría que arreglárselas con eso, así que soltó la bolsa de viaje y lo desenganchó.

Bronson se movió ligeramente hacia delante hasta situarse justo en la esquina y escuchó el sonido de los pasos que corrían hacia él, intentando calcular a qué distancia se encontraba su perseguidor. Entonces dio un paso hacia delante y lanzó el extintor con todas sus fuerzas, dibujando un feroz arco a la altura de la cintura.

El hombre, que corría hacia él empuñando una pistola automática en la mano derecha, no tuvo tiempo de reaccionar. El extintor lo acertó de lleno en el estómago y cayó de espaldas dando boqueadas. Aun así no soltó la pistola, e incluso mientras caía al suelo, apretó el gatillo.

El estruendo del disparo en aquel espacio cerrado fue ensordecedor. La bala pasó a menos de un metro de Bronson y agujereó la pared y el techo. Sabía que el hombre se recuperaría en cuestión de segundos, por eso no dudó a la hora de arrojarle el extintor. Después agarró la bolsa y echó a correr.

La salida de emergencia estaba allí mismo, al final del pasillo. Bronson alcanzó a su ex mujer justo cuando llegaba a la puerta, y presionó la barra horizontal que la mantenía cerrada. En ese mismo momento saltó la alarma. Bronson empujó a Ángela hacia el exterior en el preciso instante en que se oía un nuevo disparo. El chasquido de la bala al chocar contra la pared que tenían detrás se oyó con toda claridad.

Delante de ellos había una pequeña plataforma de cemento, varios tramos de escaleras que bajaban en forma de zigzag hasta la calle, y otro que permitía acceder a las plantas superiores del edificio.

—¡Tú primero! ¡Rápido! —dijo Bronson.

A continuación volvió la vista atrás y miró hacia el corredor. Al fondo descubrió al hombre que había derribado. Corría a toda velocidad hacia él, con la mano izquierda sujetándose el estómago y la pistola en la derecha.

Entonces disparó de nuevo y Bronson supo que no le quedaba mucho tiempo.

Se pasó la bolsa a la mano izquierda, saltó los cuatro peldaños del primer tramo, se agarró a la barandilla de seguridad y se colocó de un saltó ante el siguiente tramo de escalones.

Más abajo, Ángela estaba llegando a la calle.

—¡Corre! —gritó Bronson—. ¡Ve hacia el lateral del edificio!

Segundos después la vio alejarse de la escalera de incendios con las bolsas en la mano.

Bronson llegó a la parte inferior y miró hacia arriba. Su atacante acababa de llegar a la plataforma de cemento y se asomaba por encima de la barandilla, pistola en mano. Sabía que los rellanos y los escalones hacían prácticamente imposible que lo alcanzara, pero si echaba a correr se convertiría en un blanco fácil.

Sin embargo, tenía que escapar de allí. Lo más normal habría sido seguir a Ángela, pues la esquina del edificio estaba a apenas seis metros de donde se encontraba, pero Bronson imaginó que aquello era precisamente lo que el hombre esperaba. En vez de eso, saltó por encima de la barandilla y echó a correr en zigzag hacia la otra esquina del hotel.

Pudo oír el ruido que hacía el hombre al dirigirse al otro lado de la plataforma y a continuación dos disparos, uno detrás de otro, que se estrellaron contra las losas del suelo, a poca distancia de él. Entonces llegó a la esquina y consiguió escapar de su atacante. Estaba a salvo, al menos de momento.

Tras correr hacia la entrada del hotel, encontró a Ángela apoyada contra la pared mirando nerviosa en dirección al lugar por donde ella había logrado escapar.

—¡Estoy aquí! —dijo cogiéndola del brazo—. Rápido. Sígueme.

Se alejaron corriendo del hotel, calle abajo, hacia donde Bronson había aparcado el coche. Éste abrió con la llave, arrojó las bolsas en los asientos traseros, arrancó el motor y se marcharon sin apartar la vista de los espejos retrovisores.

Ángela temblaba ligeramente, ya por el esfuerzo o por el miedo, aunque probablemente por las dos cosas.

—No lo digas —musitó.

—No lo haré. Ya sabes lo que pienso. Lo que estamos haciendo es muy peligroso, pero estoy contigo hasta el final. ¡Armagedón! ¡Allá vamos!

—¡Creo que ese cabrón me ha roto la nariz! —dijo Dexter mientras se alejaban a paso ligero del hotel—. No siento nada.

—Ya lo has dicho al menos cinco veces —le espetó Hoxton, respirando entrecortadamente—. ¡Cierra la boca y camina!

—¿Adónde vamos?

—Volvemos al hotel. Quiero saber si Baverstock ha conseguido averiguar algo más de la inscripción.

—¿Y qué hacemos con Bronson y Lewis?

—De momento los hemos perdido, pero antes o después mis contactos darán con ellos. Lo más probable es que se busquen otro hotel. En cuanto sepamos algo, nos haremos con la información que tienen. Hemos llegado demasiado lejos para rendirnos justo ahora.

—¿Y qué haremos con Bronson?

—En lo que a mí respecta, Bronson es hombre muerto —respondió Hoxton.