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—Entonces, ¿dónde está Megido? Porque imagino que vamos a ir.

—¡Oh! Por supuesto que vamos a ir. Se encuentra al norte del país, en la llanura de Esdraelón, desde donde se domina el valle de Jezreel.

Ángela hizo clic en su portátil y abrió un detallado mapa de Israel.

—Esto es Esdraelón —dijo, indicando un área cercana a la frontera norte del país—. El valle de Jezreel ocupa una superficie de forma triangular en este lado, con la punta en la costa del Mediterráneo y la base paralela al río Jordán, justo aquí. Antiguamente toda ella estaba bajo el agua. De hecho, era la vía fluvial que conectaba el principal cuerpo de agua del interior, el mar Muerto, con el Mediterráneo. Hace dos millones de años, un desplazamiento de las placas tectónicas provocó un alzamiento del territorio que se extiende entre el valle del Rift, en África, y este extremo del Mediterráneo, originando que la vía fluvial se secara. Cuando el mar Muerto dejó de tener salida al mar, su nivel de salinidad se incrementó, dando como resultado lo que conocemos hoy en día.

—¿Y qué hay en Megido? ¿Las ruinas de un castillo?

—Más o menos. La principal característica de Megido es que tenía un gran valor estratégico. En la antigüedad existía una importante ruta comercial conocida como Via Maris, voz latina que significa «ruta del mar», y Derech HaYam en hebreo. Iba desde Egipto, pasando por la planicie junto al Mediterráneo, hasta Damasco y Mesopotamia. En consecuencia, quienquiera que ocupara Megido, controlaba la sección de esa ruta conocida como el Nahallron (la palabra nahal significa «río seco») y, por lo tanto, el tráfico de toda la ruta.

»Debido a su localización, Megido es uno de los lugares habitados más antiguos de esta parte del mundo. A decir verdad, de cualquier parte del mundo. El primer asentamiento data del año 7000 antes de Cristo, es decir, hace más de nueve milenios, y fue abandonado en el siglo V antes de Cristo, de manera que fue ocupado sin descanso durante seis mil quinientos años.

—Entonces, cuando los sicarios fueron allí, suponiendo que estés en lo cierto, el lugar ya estaba en ruinas.

—¡Oh, sí! —convino Ángela—. En aquella época debía de llevar más de quinientos años abandonado.

—¿Y crees de verdad que podría ser el sitio al que se refiere la inscripción? Quiero decir, ¿ahora piensas que es más probable que el túnel de Ezequías o que cualquier otro lugar bajo el Monte del Templo?

—Sí —dijo con expresión contrita—. Echando la vista atrás, supongo que debería haber reflexionado un poco más y, sin duda, tendría que haber investigado lo que se había hecho en el túnel en el pasado. Además, como tú mismo señalaste, con toda la actividad que se ha desarrollado durante siglos tanto en el exterior como en el interior del Monte, las posibilidades de que algo como el rollo de plata permaneciera sin descubrir eran bastante escasas.

—¿Y qué me dices de Megido? ¿También allí han excavado montones de arqueólogos? —Bronson no parecía muy seguro.

—Por extraño que pueda parecer, no. Evidentemente, se han llevado a cabo excavaciones, pero no tantas ni tan exhaustivas como se podría esperar teniendo en cuenta su historia. Hasta 1903, prácticamente nadie excavó en la zona. Por aquel entonces un hombre llamado Gottlieb Schumacher dirigió una expedición respaldada por la Sociedad Alemana de Estudios Orientales. Veinte años más tarde, John D. Rockefeller financió una expedición del Instituto Oriental de la universidad de Chicago que se prolongó hasta la segunda guerra mundial.

—Espera un momento. Eso son más de quince años excavando —apuntó Bronson—. Seguro que cubrieron de sobra todo el asentamiento.

—Efectivamente se trató de una excavación muy larga, pero Megido es enorme. Como te dije, el montículo de la ciudad cubre seis hectáreas y la mayoría de las excavaciones suelen concentrarse en un área bastante reducida y suelen ser verticales en vez de horizontales. Normalmente están interesados en excavar las diferentes capas que representan las varias civilizaciones que han ocupado el lugar, y eso es, sin lugar a dudas, lo que hizo el equipo de Chicago.

»Desde entonces, no ha sucedido gran cosa en Megido. Un arqueólogo israelí llamado Yigael Yadin investigó un poco la zona en los años sesenta, y desde entonces se han realizado algunas otras excavaciones, financiadas por la Expedición Megido, que tiene su sede en la universidad de Tel Aviv.

—Me sigue pareciendo mucha actividad —dijo Bronson sin convicción.

—Puede que sí —reconoció Ángela—, pero si alguna de estas expediciones hubiera encontrado el rollo de plata, el mundo entero lo sabría. Y no olvides que ninguno de esos arqueólogos buscaba lo que podría describirse como un tesoro enterrado. Simplemente intentaban desentrañar la historia del lugar. A diferencia de nosotros, que estamos aquí para buscar un objeto determinado en un lugar muy concreto.

—Entonces, ¿hay alguna cisterna en la colina? —preguntó Bronson.

—A decir verdad, no —contestó Ángela—. Y eso es una buena noticia. Las cisternas son lugares donde se almacena agua, pero un pozo o un manantial es una fuente de agua. Cuando estudiamos la transcripción usando el diccionario en línea, este sugería que la palabra que yo había traducido como «cisterna» se podía traducir más exactamente por «pozo». Y, precisamente, lo que hay en Har Megiddo es un pozo, no una cisterna. Es otro indicador de que estamos en el buen camino.

—De acuerdo —dijo Bronson—. No hay tiempo que perder. Iré a recoger mis cosas. Una vez en el coche estudiaremos la ruta a seguir. —A continuación miró el reloj y preguntó—: ¿Nos vemos en cinco minutos?