66

Dexter viró a la derecha el volante del Fiat de alquiler y aceleró por la calle que iba desde la parte trasera del hotel en Giv’at Sha’ul donde, según sus contactos en Jerusalén, se alojaban Ángela Lewis y Chris Bronson.

Junto a él, en el asiento del copiloto, Hoxton introducía cuidadosamente varios cartuchos de 9 mm Parabellum en el cargador de una Browning HiPower. A sus pies, en el suelo del automóvil, oculta de la vista, había otra pistola, una Walther P38 vieja, pero que todavía cumplía su función, y que ya había revisado y cargado.

Dos días antes se había encontrado con un antiguo oficial del ejército israelí a las afueras de Tel Aviv. Hoxton sabía que el precio que le había pedido por las armas y la munición (le había proporcionado tres pistolas) era abusivo, pero era la única persona que conocía en el país que le pudiera conseguir lo que quería y, lo que era más importante, sin hacer preguntas.

—En cuanto puedas, para —ordenó Hoxton.

Dexter encontró un hueco libre en el lado izquierdo de la calle y estacionó el coche al sol del amanecer.

—Su hotel está justo a la vuelta de la esquina —dijo Hoxton entregándole la Walther.

—No se me dan bien las armas —farfulló Dexter sin levantar la vista del acero azulado de la pistola que sostenía en sus manos—. ¿Es realmente necesario que la lleve?

—¡Maldita sea! Pues claro que es necesario. He llegado muy lejos como para que estos me ganen la partida justo ahora. Vamos a encontrar el rollo de plata, y la única forma de garantizarlo es conseguir toda la información de que disponen esos dos, ya sean fotografías, traducciones o lo que sea. Si para ello tenemos que cargárnoslos, lo haremos y punto.

Dexter seguía con expresión compungida.

—Es muy fácil —le explicó Hoxton—. Solo tienes que apuntar y apretar el gatillo. Primero matamos a Bronson, que es el más peligroso, y Ángela Lewis estará mucho más dispuesta a cooperar después de ver morir a su ex marido.

Los dos hombres salieron del coche, con las pistolas bajo las chaquetas metidas en la cinturilla de los pantalones. Torcieron la esquina, bajaron por la calle del hotel y entraron en el vestíbulo.