Bronson y Ángela decidieron pasar la noche en Jerusalén. La opción de alojarse en Tel Aviv se había demostrado demasiado peligrosa, o tal vez demasiado fácil de averiguar por alguien peligroso, así que Bronson decidió que era mejor evitar los lugares más grandes.
Tras dar unas vueltas por las afueras, finalmente escogió un pequeño hotel en el barrio de Giv’at Sha’ul, al noroeste de la ciudad. El distrito estaba situado principalmente en las colinas de Judea y dominado por un enorme cementerio. El hotel se encontraba en una calle lateral, estrecha y en pendiente, cubierta de losas de piedra y en la que apenas había espacio para que pasara un vehículo pequeño. Bronson ni siquiera se molestó en intentarlo y aparcó el coche de alquiler a la vuelta de la esquina. Luego regresó al edificio y cogió dos habitaciones en la tercera planta.
Giv’at Sha’ul era una extraña mezcla de estilos arquitectónicos. A diferencia del antiguo corazón de Israel, donde se podían tocar muros de piedra que llevaban allí varios milenios, la mayoría de los edificios de la zona eran casas pequeñas de una sola planta, la mayor parte de las cuales estaba en condiciones lamentables, a pesar de que no debían de tener más de medio siglo. Intercaladas con estas, había una serie de anodinos bloques de apartamentos, la mayoría de poca altura, aunque algunos tenían cerca de doce pisos o más, y de vez en cuando te topabas con una casa independiente que recordaba a los lejanos días de elegancia y sofisticación. Un puñado de hoteles, cafeterías y restaurantes completaban la imagen.
La predominante arquitectura de bloques de piedra o cemento cuadrados, se aliviaba en algunos puntos por algunas áreas arboladas, pero Giv’at Sha’ul no era un barrio de grandes aspiraciones, sino simplemente un lugar donde la gente vivía, trabajaba y oraba. Era sencillo y funcional y Bronson esperaba que les sirviera para pasar desapercibidos. Su única preocupación era que el recepcionista del hotel había insistido en fotocopiar sus pasaportes porque los hoteles israelíes tenían la obligación de cargar el IVA a todos los clientes que no se encontraran en viaje turístico, y había rechazado la oferta de Bronson de pagar el impuesto y la cuenta del hotel al contado. El empleado le explicó secamente, en un inglés algo precario, que la ley era la ley.
Una vez se registraron, Bronson y Ángela dejaron el hotel. Estaban muertos de hambre, pues no habían probado bocado desde el desayuno, pero todavía faltaba una hora para que abrieran el pequeño comedor del hotel. Caminaron en dirección al centro de Giv’at Sha’ul y rápidamente encontraron una cafetería que ya estaba sirviendo la cena. Ocuparon una mesa justo al fondo, desde donde Bronson pudiera divisar la entrada, y cenaron a toda prisa sin apenas intercambiar palabra.
Al salir estaba oscureciendo y el oeste del cielo estaba decorado con otro de sus espectaculares atardeceres.
—Es precioso, ¿verdad? —murmuró Ángela deteniéndose unos segundos en la acera agrietada para observar las bandas irregulares y las espirales de color que marcaban la posición del sol del crepúsculo.
—Sí —se limitó a responder Bronson, colocándose junto a ella y cogiéndole la mano. Una vez más deseó que fueran unos simples turistas, dos personas disfrutando de sus vacaciones, en vez de estar envueltos en una búsqueda que le parecía que se estaba volviendo más peligrosa cada hora que pasaba.
—Bueno, volvamos al hotel. Tenemos mucho que hacer.
Bronson esbozó una sonrisa irónica cuando se giró para seguir a Ángela. Cinco segundos para disfrutar de la puesta de sol y luego, de vuelta al trabajo. Para ella la búsqueda de las reliquias se había convertido casi en una obsesión.
Las habitaciones del hotel no tenían minibar, así que, mientras Ángela se dirigía a las escaleras, Bronson pidió un par de ginebras y una botella de tónica en el bar para tomarse una copa antes de irse a la cama.
Una vez en la habitación, con las bebidas en la pequeña mesa redonda que tenían delante, Bronson le hizo la pregunta más obvia.
—Bueno, después de la paliza que nos hemos dado en el túnel de Ezequías, ¿qué hacemos ahora?
—Lo que se supone que debería hacer cualquier agente de policía —dijo Ángela mirándole con impaciencia—. Examinar las pruebas. Tenemos que releer el texto y evaluar las posibles opciones. —A continuación, recostándose en el respaldo de su silla, añadió—: En mi opinión, hay solo tres posibilidades. La primera, y más obvia, es que hayamos estado buscando en el lugar adecuado pero que, en algún momento durante los últimos dos milenios, alguien más examinó el túnel de Ezequías, encontró el rollo de plata y lo vendió, lo fundió o vete tú a saber qué. Obviamente, espero que no sea el caso.
—Entonces, ¿es posible que estemos buscando algo que ya no existe?
—En teoría sí, aunque me parece bastante improbable. Lo normal es que algo tan único y robusto como el rollo de plata, haya sobrevivido intacto. Si alguien lo hubiera encontrado, habría imaginado que el valor del metal en sí era muy inferior a la importancia histórica de la inscripción. Y en ese caso, creo que habría algún documento histórico que hiciera referencia al hallazgo.
»La segunda posibilidad es que la reliquia siga oculta en algún lugar cerca del Monte del Templo, pero no en el túnel de Ezequías. En ese caso, la cosa se pondría muy complicada. Sabemos de la existencia de un gran número de túneles bajo el Monte, pero es imposible acceder a ellos porque, o bien han tapiado las entradas, o están bloqueadas por toneladas de escombros. Para colmo, hay más de cuarenta cisternas en el Monte mismo, en lo que se conoce hoy en día como la explanada inferior, y algunas de ellas son enormes.
»Recuerda que el Monte del Templo es uno de los terrenos edificables más antiguos de la historia. Docenas de arquitectos y constructores han dejado su huella en él durante siglos. —En aquel instante hizo una pausa y añadió—: Espera. Lo entenderás mejor si te lo explico sobre el papel.
A continuación sacó un plano del Monte del Templo y empezó a indicarle los puntos más destacados.
—El Monte consta de cuatro muros erigidos alrededor de una colina natural y que forman una estructura de un tamaño considerable culminados por una superficie plana. Los muros del Este y del Sur son visibles, pero el de la cara norte está completamente oculto por casas y otros edificios construidos posteriormente. También el extremo norte del muro occidental está oculto por otras construcciones y, de hecho, una buena parte permanece bajo tierra. Hay otra explanada construida en lo alto del monte, y esta incluye también el lecho de roca de la colina original. Es precisamente allí donde se alza el Domo de la Roca, la espectacular estructura coronada por una cúpula dorada, y que se considera el lugar más sagrado de Jerusalén para los musulmanes.
El edificio se construyó alrededor de una roca desde la cual, según el islam, Mahoma ascendió a los cielos para iniciar su viaje nocturno. Justo debajo hay una pequeña cueva conocida como el Pozo de las Almas, donde, según creen los musulmanes, los espíritus de los muertos se reunirán con Dios el día del Juicio Final.
—De acuerdo —dijo Bronson—. De momento, te sigo.
—Bien. —Ángela esbozó una sonrisa y Bronson tuvo que contenerse para no inclinarse y besarla en los labios.
—Bueno, todo eso está en la explanada superior, pero en realidad es la inferior la que cubre la mayor parte de la superficie del Monte. En un extremo está la mezquita de Al Aqsa, el edificio con la cúpula de color gris. Al oeste y al norte hay jardines y, en el extremo más al norte, una escuela islámica. En esta plataforma hay una fuente conocida como Al Kas, que antiguamente obtenía el agua de los estanques de Salomón, en Belén, alimentado por un acueducto mayor. Hoy en día están conectadas con la principal red de abastecimiento de aguas de Jerusalén.
Ángela indicó un punto en el extremo del plano.
—Los muros tienen diferentes puertas de acceso, pero probablemente la más conocida sea la puerta Dorada. Según la tradición judía, es la que usará el Mesías cuando entre finalmente en Jerusalén, pero más vale que se acuerde de traer un martillo y un cincel, porque actualmente está completamente tapiada. De hecho, todas las puertas están selladas, entre las que se incluyen las puertas de Huida, conocidas como las puertas dobles y las puertas triples, porque tienen dos y tres arcos respectivamente. Antiguamente eran las principales vías de acceso al recinto del Templo desde el Ofel, la parte más antigua de Jerusalén. Luego están las puertas de Barclay que, por supuesto, no tiene nada que ver con el banco, y la de Warren, llamada así por Charles Warren. Ya te lo he mencionado un par de veces pero, igualmente, deberías saber de sobra quién era.
—¿Yo? ¿Por qué?
—¿Has oído hablar de Jack el Destripador?
—¿Ese Charles Warren? ¿El comisario de Scotland Yard? ¿Y qué demonios hacía en Jerusalén?
Ángela sonrió de nuevo.
—Antes de fracasar en su intento de capturar al mayor asesino en serie de la historia británica, sirvió como teniente en el Real Cuerpo de Ingenieros de Gran Bretaña. En 1867 se le encargó que dirigiese una exploración al Monte del Templo financiada por la Fundación para la Exploración de Palestina. La investigación reveló varios túneles que discurrían bajo la ciudad de Jerusalén y bajo el Monte, incluyendo algunos que pasaban directamente bajo el antiguo cuartel general de los caballeros del Temple.
Otros túneles desembocaban en varias cisternas por lo que, supuestamente, eran acueductos que habían caído en desuso.
»Además de explorar estos túneles, también excavó el interior de varias de las puertas selladas. La puerta Dorada, la de Warren y la de Barclay permitían el acceso a pasajes y escaleras que originariamente conducían a la superficie del Monte del Templo. Detrás de las puertas de Huida, había varios túneles que desembocaban a cierta distancia del Monte donde unas escaleras llevaban a la superficie norte de la mezquita de Al Aqsa.
»Lo realmente interesante de todo esto es que, al Este del pasadizo que salía de la puerta triple, había una enorme cámara abovedada, comúnmente conocida como los establos del rey Salomón, aunque en realidad no guardan ninguna relación con el legendario rey de los judíos. La cámara fue construida por Herodes cuando realizaba las obras de extensión, y existen pruebas que demuestran que fue utilizada como establo, probablemente por los cruzados. Warren demostró que una de las funciones de esta sección era la de sostener la esquina del Monte del Templo.
»Asimismo, descubrió que había numerosos túneles que discurrían por debajo del pasadizo de la triple puerta y por debajo del nivel base del Monte. Iban en direcciones diferentes, pero no tenía ni idea de su función ni del propósito con que fueron construidos. Y, por supuesto, desde la investigación llevada a cabo por Warren en el siglo XIX, nadie ha conseguido el permiso para acceder al interior del Monte del Templo para comprobarlo.
—Entonces, ¿no podemos acceder a las puertas o a los túneles?
—No —respondió Ángela—. En 1910, un inglés llamado Montague Parker sobornó a la guardia musulmana que custodiaba el Monte del Templo y una noche comenzó a excavar cerca del pozo de Warren. Cuando lo descubrieron, hubo grandes protestas, e incluso disturbios, y tuvo suerte de escapar con vida. Fue una historia complicada que incluía a un místico finlandés que aseguraba haber descubierto una serie de pistas codificadas en la Biblia, en concreto en el libro de Ezequiel, que indicaban el lugar donde se escondía el arca de la alianza. Espera —añadió—, te lo enseñaré en internet.
Tras introducir una serie de palabras clave en Google, seleccionó una de las entradas e hizo doble clic en el enlace. La página se abrió, y avanzó por una parte del texto que aparecía en la pantalla.
—Este es Montague Parker —dijo señalando una fotografía de un hombre cuyos rasgos no se apreciaban con claridad y que llevaba lo que parecía una gorra de un oficial de la Marina británica. Estaba de pie en la terraza de un hotel cuyo nombre se leía parcialmente detrás de él.
Seguidamente alargó la mano para hacer clic, pero Bronson se lo impidió con un gesto.
—¿Has leído eso? —dijo apuntando al texto que había debajo de la fotografía.
—No —respondió Ángela acercándose un poco más. Tras un par de minutos se recostó en la silla y exclamó—: ¡Mierda! Ojalá hubiera visto esta página web antes de ir al estanque de Guijón. No sabía que habían hecho eso.
El texto que estaban estudiando explicaba con detalle cómo la expedición de Montague Parker había pasado casi tres años excavando y ensanchando el túnel de Ezequías buscando desesperadamente el arca de la alianza.
—¡No me lo puedo creer! —dijo con gesto de evidente irritación—. Debería haber investigado más. No solo fue una pérdida de tiempo, sino que casi morimos en el intento.
—¿Qué me dices de estas otras cisternas? —preguntó Bronson cambiando de tema con mucho tacto.
—Bueno. La mayoría son de diseños y construcciones variados, probablemente porque fueron construidos por diferentes grupos de personas en épocas diferentes a lo largo de los siglos. Algunas de ellas son simples cámaras excavadas en la roca, mientras que otras fueron construidas con mayor cuidado y atención. Un par de ellas, las conocidas como cisternas 1 y 5, podían haber cumplido alguna función religiosa relacionada con el altar del Segundo Templo, debido a su situación en el monte. La 5 contiene también una entrada bloqueada con tierra, de manera que es posible que exista otra cámara, o quizá más de una, de las que conocemos actualmente.
—¿Y qué capacidad tienen? ¿De algunos litros de agua o son realmente grandes?
—Algunas son enormes. En la cisterna 8 caben varios cientos de litros, y la once tiene un potencial para almacenar casi cuatro mil metros cúbicos. Las demás son más pequeñas, pero todas ellas fueron diseñadas para dar cabida a grandes cantidades de agua. Ten en cuenta que en la antigüedad las reservas de agua eran esenciales, y la intención de estas cisternas era contener cada gota de lluvia que caía.
—Pero, por lo que dices, no es posible saber con seguridad de qué época datan, de manera que no sabemos cuál de ellas existía ya cuando los sicarios buscaban un lugar en el que esconder sus reliquias.
—Efectivamente.
—Déjame echar otro vistazo a la traducción que hicimos —le pidió Bronson.
Ángela abrió su bolso y sacó media docena de folios doblados por la mitad. Bronson comenzó a hojearlos.
—Lo que imaginaba —dijo—. El texto especifica «la cisterna», y la siguen dos palabras que no hemos conseguido descifrar. A continuación dice «lugar de», después otro espacio en blanco y, finalmente «final de los días». Nosotros interpretamos que ponía «la cisterna en el lugar del final de los días». Si había más de una cisterna en el lugar donde los sicarios escondieron las reliquias, ¿no hubiera tenido más sentido que pusiera «la cisterna en el extremo norte del monte» o algo similar? Creo que lo que escribieron implica que en el lugar que escogieron había solo una cisterna, y sería una cisterna que todo el mundo conocía.
—Esa es la razón por la cual pensé en el túnel de Ezequías. Sabemos con seguridad que existía en aquella época, y era la más conocida y la mayor de todas las cisternas de Jerusalén. Pero esta información echa abajo toda mi teoría.
—Entonces hay solo una conclusión que podemos extraer de todo esto —dijo Bronson.
—¿Cuál?
—Que hemos estado buscando en el lugar equivocado. Independientemente de dónde escondieran las reliquias los sicarios, probablemente no fue en Jerusalén.
Bronson bostezó. Había sido un día muy largo.
—Tenemos que estudiar de nuevo la inscripción.