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—¡Ahí están!

La joven, que estaba sentada en el vestíbulo del hotel Tel Aviv, bajó el periódico e inclinó ligeramente la cabeza hacia delante, para acercar sus labios al diminuto micrófono situado bajo la solapa de su chaqueta.

—Los tres están saliendo del hotel. Los tengo justo delante.

El hotel estaba siendo sometido a una estricta vigilancia por parte del equipo del Mosad desde que Hoxton, Dexter y Baverstock pusieron pie en tierras israelíes.

—Recibido. A todas las unidades móviles. Estad atentos y permaneced en vuestros puestos. Corto y cambio.

Una ristra de mensajes de radio confirmó que todos los miembros del equipo de vigilancia del Mosad estaban conectados y preparados para intervenir.

Levi Barak, que se encontraba en el asiento del copiloto de un turismo aparcado a unos sesenta metros de la entrada del hotel, apuntó con sus prismáticos al edificio. Justo en ese momento aparecieron tres hombres que empezaron a caminar por la calle en dirección opuesta. Unos segundos después, una mujer baja, de cabello oscuro, abandonó el hotel con un periódico debajo del brazo y comenzó a caminar tras ellos a unos cuarenta metros de distancia.

—De acuerdo. Ya sabes lo que tienes que hacer —dijo Barak—. Mantenme informado —añadió mientras salía del coche.

Los tres hombres parecían ajenos al hecho de que les estaban vigilando y caminaban con paso firme hacia un pequeño aparcamiento, pues el hotel carecía de garaje propio.

Barak se quedó de pie en la acera durante unos segundos, observando a sus hombres, que tomaban posiciones disimuladamente para cubrir todas las posibles salidas del aparcamiento.

Minutos después, un coche blanco salió del lugar y accedió a la calle. Segundos más tarde una gran motocicleta y un turismo de aspecto anodino comenzaron a circular lentamente detrás. Tan pronto como los tres vehículos desaparecieron de su campo de visión, Barak cruzó la calle y se dirigió a la entrada del hotel.

Menos de cinco minutos más tarde, un técnico cargado con un voluminoso maletín entró en el vestíbulo. Barak le hizo un gesto con la barbilla y luego se acercó a la recepción, donde lo esperaba el director con una llave maestra en la mano. Los tres hombres entraron en el ascensor y el director apretó el botón con el número tres.

Una vez en la habitación de Tony Baverstock, lo primero que vio Barak fue un ordenador portátil sobre el escritorio que estaba junto a la ventana. Entonces hizo un gesto con la barbilla al técnico, y éste se acercó al aparato y lo encendió, pero incluso antes de que se cargara el sistema operativo la pantalla mostró una ventana en la que se solicitaba una contraseña. El hombre masculló algo con evidente irritación. Sabía que nunca conseguirían averiguarlo y que el portátil dispondría de un sistema de acceso que registraría cualquier intento fallido, de manera que presionó el botón de inicio y lo mantuvo apretado hasta que se apagó. Tenía una solución mucho más sencilla.

Extrajo un CD de uno de los bolsillos traseros de su maletín y lo introdujo en el lector. Este contenía un programa de arranque que le permitiría iniciar el ordenador independientemente del programa del disco duro y al mismo tiempo evitaría la ventana de la contraseña. A continuación tomó asiento, volvió a encender el aparato y se quedó mirando la pantalla. El programa de arranque le permitió el acceso a todas las carpetas del disco duro y, tan pronto como el sistema terminó de cargarse, introdujo una clavija en uno de los puertos USB, conectó un disco duro externo de alta capacidad y copió todos los archivos del ordenador, así como los correos electrónicos y la lista de páginas web que el usuario había visitado recientemente. Mientras se llevaba a cabo el proceso de copiado, echó un rápido vistazo a las carpetas que imaginaba que podían contener detalles o fotografías de las tablillas (principalmente carpetas de documentos e imágenes), pero no encontró nada útil o revelador.

—¿Hay algo ahí? —preguntó Barak, que sujetaba varios folios entre las manos.

—En principio no —respondió el técnico encogiéndose de hombros mientras desconectaba el disco duro externo y lo guardaba en su maletín. Sabía que, si la información estaba allí, los expertos de Glilot la encontrarían.

Cuando abandonó la habitación, una vez concluida su misión, Barak le saludó levemente con la cabeza y miró a su alrededor. Su búsqueda no había sido especialmente productiva, pero había encontrado una caja medio vacía de Parabellum de 9 mm en una maleta que había en el armario, lo que había elevado considerablemente su nivel de preocupación por esos tres ingleses. También había encontrado varias páginas con una serie de notas garabateadas y que, tras sus conversaciones con Eli Nahman y Yosef ben Halevi, sabía que podían formar parte de la inscripción de la tablilla de barro que buscaban desesperadamente.

Además, en uno de los folios había tres palabras que le habían llamado poderosamente la atención. Alguien había escrito «túnel de Ezequías», hecho que lo indujo a llamar inmediatamente al jefe del equipo de vigilancia que seguía a los ingleses. Era una posibilidad que había conseguido cubrir.

Ben Halevi le había llamado aquella misma mañana para informarle de lo que los otros implicados, Christopher Bronson y Ángela Lewis, le habían preguntado la noche anterior. Todo parecía indicar que uno de los dos grupos estaba a punto de encontrar las reliquias. Lo único que tenía que hacer el Mosad era sentarse, esperar y actuar en el último momento. Todo estaba saliendo como esperaba.

A continuación, pasó por encima de las páginas que le interesaban un pequeño escáner de bolsillo y luego las colocó en la mesa en el mismo lugar en el que las había encontrado. Echó un último vistazo a la habitación, saludó al director y se marchó.