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Su nuevo hotel se encontraba cerca de Namal Tel Aviv, el puerto en el extremo norte de la ciudad, un laberinto de calles de una sola dirección, pero cerca de la avenida Rokach, que Bronson esperaba que les sirviera como ruta rápida para salir de la ciudad si surgía la necesidad. Ángela había quedado con Yosef ben Halevi en un bar, justo a la salida de Jabotinsky, cerca de los jardines de Ha’Azma’ut y del Hilton Beach.

Era un corto paseo en el relativo fresco de la noche, pero Bronson decidió tomar la ruta más agradable simplemente para comprobar que nadie les seguía, de modo que, en vez de bajar directamente por Hayark o por Ben Yehuda, siguieron el paseo peatonal que pasaba por delante del Seraton Beach y luego atravesaron el hotel Hilton.

La ciudad era un hervidero de gente, y encontraron numerosas parejas elegantemente vestidas que paseaban junto a las profundas aguas azules del Mediterráneo, mientras el sol se sumergía en el horizonte formando una caótica paleta de colores primarios, que iban del rojo al azul, pasando por el amarillo. No obstante, apenas entraron en el laberinto de estrechas callejuelas situadas al Este de los jardines de Ha’Azma’ut, muchas de las cuales llevaban el nombre de grandes ciudades como Basilea, Fráncfort y Praga, la escena cambió radicalmente. Los hoteles dieron paso a edificios de apartamentos pintados de color blanco, de no más de cuatro o cinco pisos de altura, cuyas fachadas estaban tachonadas de aparatos de aire acondicionado y donde las plantas bajas estaban sembradas de bares y tiendas blasonadas con exóticos carteles escritos en hebreo. Por lo visto, no quedaba ni un solo hueco para aparcar, y los conductores, frustrados, intentaban abrirse paso con sus vehículos, que se desplazaban lentamente a través de las multitudes de peatones, buscando un sitio donde estacionar.

—¡Ahí está! —dijo Bronson ayudando a Ángela a cruzar la calle en dirección al bar. Hasta ese momento no había detectado a nadie que mostrara el más mínimo interés por ellos.

Por alguna razón, Bronson se había hecho a la idea que Yosef ben Halevi sería un venerable profesor universitario encorvado, con el pelo cano y probablemente cercano a los setenta. Sin embargo, el hombre que se alzó para saludarles apenas entraron en el pequeño y tranquilo bar no era ninguna de estas cosas. Rondaba la treintena, era alto, esbelto y atractivo, con una abundante mata de pelo negro y ondulado y con un peinado que le hacía parecer un héroe romántico.

—¡Ángela! —exclamó mostrando una perfecta dentadura de un intenso color blanco que contrastaba con su tez bronceada.

Bronson le cogió manía inmediatamente.

—¡Hola, Yosef! —dijo Ángela poniendo la mejilla para que éste la besara—. Te presento a Chris Bronson, mi ex marido. Chris, este es Yosef ben Halevi.

Apenas tomaron asiento, Ben Halevi se giró hacia Ángela.

—Tu llamada me ha dejado muy intrigado —dijo—. Dime, ¿qué estás haciendo aquí y en qué puedo ayudarte?

—Es algo complicado… —comenzó Ángela.

—¿No lo es siempre? —interrumpió Ben Halevi con otra sonrisa cautivadora.

—Estamos de vacaciones, pero también me han encargado que investigue algunos aspectos de la historia de los judíos del siglo I, a propósito de unas inscripciones que han aparecido en Londres.

—Unas vacaciones de trabajo, entonces —sugirió Ben Halevi echando un vistazo a Bronson.

—Efectivamente. En concreto, estoy recabando información sobre los acontecimientos que tuvieron lugar en las inmediaciones de Qumrán a finales del siglo I después de Cristo.

Yosef ben Halevi asintió con la cabeza.

—Imagino que te refieres a los esenios y a los sicarios, ¿verdad? Sin olvidarnos de las legiones romanas y los emperadores Nerón, Vespasiano y Tito.

Era evidente que sabía de lo que hablaba y Bronson se alegró de que Ángela hubiera elegido un sitio tan tranquilo para encontrarse con él. Había solo un puñado de clientes en el bar, y podían hablar con toda libertad en la esquina donde se encontraban sin miedo a que los oyeran.

Ángela asintió.

—Una de las cosas que me desconciertan es la palabra «Gedi». He pensado que podría tratarse de un nombre propio o parte de uno. ¿Te suena de algo?

—Por supuesto. Obviamente, dependerá del contexto, pero lo más probable es que se trate de una referencia a Ein-Gedi. Además, en ese caso, es probable que guarde relación con los sicarios. ¿Dónde lo encontraste?

—Aparece en una inscripción que hemos descubierto —dijo Ángela con soltura.

—Bien —dijo Ben Halevi—. Ein-Gedi es un oasis muy fértil situado al oeste del mar Muerto, el que los antiguos solían denominar lago Asphaltites, no muy lejos de Qumrán y de Masada.

—¿Eso es todo? ¿Un oasis? —dijo Bronson—. No parece muy emocionante, que digamos.

—No se trata de un simple oasis. Se le menciona en numerosas ocasiones en la Biblia, especialmente en las Crónicas y en los libros de Ezequiel y Josué. Aparece incluso en el Canto de Salomón (Ein-Gedi es la interpretación más obvia de la palabra «Engaddi» que aparece en un verso) y, según se dice, el rey David se escondió allí cuando era perseguido por Saúl. Fue un lugar muy importante durante un largo periodo de la historia del pueblo judío.

—¿Y los sicarios?

—Estaba a punto de llegar a ellos. Según Josefo (espero que hayas oído hablar de él), mientras los romanos asediaban Masada, algunos miembros de la guarnición de sicarios se las arreglaron para escapar y saquear el asentamiento judío de Ein-Gedi. Fue un ataque en toda regla y asesinaron a más de setecientas personas. Es importante recordar que, en aquella época, los enfrentamientos entre judíos no eran tan infrecuentes.

»No se sabe gran cosa de los habitantes de Ein-Gedi de la época, pero debía de tratarse de un oasis bastante próspero para poder sustentar a tanta gente. Probablemente los sicarios buscaban víveres y armas que les permitieran continuar la lucha contra las huestes romanas que cercaban Masada. Por supuesto —concluyó Ben Halevi—, no les sirvió de mucho, porque la ciudadela sucumbió poco después y todos los sicarios perecieron.

—Eso es muy interesante, Yosef —dijo Ángela tomando nota mentalmente. A continuación, cambiando de tema, añadió—: Nos interesa mucho el trasfondo histórico del arca de la alianza. ¿Te importaría explicarlo también? A Chris no le vendría mal conocerlo.

—¿El arca de la alianza? —inquirió Ben Halevi acercándose un poco más a Ángela. Demasiado, para el gusto de Bronson—. Muy bien. De acuerdo con vuestra Biblia (con el Antiguo Testamento, obviamente), uno de los objetos más sagrados para los israelitas fue el arca de la alianza, que durante años se conservó en diferentes santuarios de Judea, incluidos los de Siló y Shechem. Cuando el rey David conquistó Jerusalén, decidió construir un lugar permanente para albergar la reliquia y, por razones obvias, el Monte del Templo, situado en la parte antigua de la ciudad, pareció la opción más acertada.

»Salomón era el segundo hijo del rey David, y ascendió al trono de Israel en el 961 antes de Cristo. Durante su reinado continuó la labor que había iniciado su padre y completó el Templo en el 957 antes de Cristo. El edificio no solo sirvió para albergar el arca, que tenía una cámara especial llamada devir, que significa sanctasanctórum, sino también como lugar de oración. Según cuenta la leyenda, aunque las dimensiones del Templo eran bastante reducidas, tenía un patio lo bastante grande para dar cabida a un gran número de fieles. Aparentemente, en un principio se construyó con madera de cedro, pero con numerosos adornos de oro en el interior. Este pasó a llamarse el Templo de Salomón y, posteriormente, sería conocido como el Primer Templo. Se mantuvo en pie unos trescientos setenta años hasta que Nabucodonosor, rey de Caldea, arrasó Jerusalén y destruyó el edificio. Por aquel entonces, y durante un largo periodo, el arca de la alianza no volvió a mencionarse en las fuentes escritas.

—¿De qué material estaba hecha el arca? —inquirió Bronson—. De oro, supongo.

Ben Halevi negó con la cabeza.

—La mayoría de las fuentes coinciden en que parecía de oro, pero actualmente se cree que, en realidad, estaba hecha de madera de acacia y cubierta de láminas de oro. Por lo visto estaba profusamente decorada, con una llamativa tapa ornamental y unas anillas en los laterales que permitían trasladarla introduciendo unas barras. Si la descripción es correcta, lo más probable es que la madera acabara pudriéndose y que el arca se desintegrara hace tiempo, de manera que no necesariamente fue robada.

»En cualquier caso —continuó Ben Halevi— aproximadamente un siglo después comenzaron las obras para erigir el Segundo Templo, que probablemente tenía un diseño similar al del Templo de Salomón, pero a una escala más modesta. Los romanos lo destruyeron en el año 70 después de Cristo y, como seguramente sabes, desde entonces no existe ningún templo judío en el monte y este hecho se ha convertido en el problema principal de muchos judíos.

Ben Halevi hizo un gesto al camarero, que trajo una botella de vino tinto y rellenó los vasos.

—¿Porque carecen de un lugar donde oficiar sus ritos religiosos? —preguntó Bronson.

Ben Halevi sacudió la cabeza.

—No solo por eso, aunque, indudablemente, es un punto importante. En realidad, para comprender del todo hasta qué punto resulta crucial la ausencia de un templo, es necesario hurgar en vuestro Antiguo Testamento. En el libro del Apocalipsis, para ser más exactos. Imagino que estaréis familiarizados con él —añadió mientras una leve sonrisa asomaba en sus labios.

Bronson y Ángela negaron con la cabeza.

—¡Qué vergüenza! —dijo con un tono algo paternalista—. Dejadme que os lo explique. Presuntamente el Apocalipsis, también conocido como el libro de la Revelación, fue escrito por un hombre llamado Juan de Patmos. Es posible que se trate del apóstol san Juan, pues se cree que se exilió en la isla del mismo nombre del mar Egeo, a finales del siglo I después de Cristo. Probablemente, dentro de los libros que componen vuestra Biblia, este sea el más difícil de interpretar, ya que tiene un carácter enteramente profético y todo él tiene que ver con la segunda llegada y el fin del mundo. Esta es la razón por la cual se le denomina el Apocalipsis de san Juan. A decir verdad, nadie sabe si el autor fue realmente el apóstol san Juan o algún otro, del mismo modo que nadie sabe si el hombre que lo escribió era un verdadero visionario, alguien que describía con precisión una serie de imágenes que Dios le enviaba, o si se trataba de un pobre chiflado que perdió la cabeza a fuerza de estar expuesto al sol del Egeo, pasando las horas sobre una roca y rodeado de cabras.

»El problema es que mucha gente ha tomado todo lo que está escrito en el Apocalipsis como la palabra de Dios, y han creído a pies juntillas todo lo que en él se cuenta. Como era de esperar, la mayor parte de estos fundamentalistas vive en Estados Unidos, lo suficientemente lejos de Israel, pero muchos de mis compatriotas comparten las mismas creencias. Y una de las ideas principales que se exponen en él es que se producirá una segunda llegada, un día del Apocalipsis, en el que Jesús regresará a la Tierra. Sin embargo, en esta ocasión no vendrá como un mesías, sino como un guerrero, y su llegada anunciará la batalla final entre el bien y el mal. Tras el combate, cuando, como no podía ser de otra manera, los ejércitos del bien resulten vencedores, Jesús reinará en un mundo pacífico durante mil años.

—¿Tú crees en todos esos cuentos? —preguntó Bronson con una expresión claramente escéptica.

—Yo soy judío —contestó Ben Halevi—. Me limito a recordaros lo que cuenta vuestra Biblia. Lo que yo crea carece de importancia.

—¿Pero lo crees o no? —insistió Bronson.

—Ya que me lo preguntas, te diré que no, pero lo que importa es lo que cree la mayoría y te sorprendería cuánta gente piensa que el mundo acabará tal y como predice el Apocalipsis.

—¿Y todo esto guarda relación con el Tercer Templo? —sugirió Ángela.

—Efectivamente. Según una de las interpretaciones del Apocalipsis (aunque no todo el mundo la comparte), Jesús no regresará a la Tierra hasta que los judíos se hayan apoderado de toda la Tierra Santa. Lo más cerca que estuvimos fue en 1967, cuando nuestros soldados capturaron Jerusalén y, por primera vez en casi dos mil años, recuperamos el control del muro occidental y del Monte del Templo. Sin embargo, Moshe Dayan decidió, casi de inmediato, devolver el control del Monte a los musulmanes.

—¿Y por qué diantre hizo algo así?

—Bueno, por aquel entonces Dayan era ministro de Defensa, así que la decisión le correspondía a él e incluso podría decirse que tal vez tomó la decisión acertada. El Monte del Templo ya estaba ocupado por la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al Aqsa, dos de los lugares más sagrados para los musulmanes. Si Israel se hubiera quedado con el control del Monte, hubiera recibido una enorme presión para que se destruyeran estos edificios con el fin de erigir el Tercer Templo. En ese caso, nos abríamos visto envueltos en una guerra contra todo el mundo musulmán, una guerra que, casi con toda probabilidad, habríamos perdido. La decisión de Dayan nos trajo cierta paz o, al menos, la esperanza de que algún día lleguemos a conseguirla.

Ben Halevi lanzó un suspiro y Bronson intuyó que estaba pensando en los recientes disturbios y en los continuos enfrentamientos entre palestinos e israelíes.

Ángela se inclinó ligeramente hacia delante y miró a su colega.

—Una última cosa, Yosef. ¿Qué opinas del rollo de cobre? ¿Se trata realmente de un listado de tesoros o de un engaño?

El israelí esbozó una tímida sonrisa.

—La respuesta a esa pregunta es muy sencilla —dijo—. La mayoría de los investigadores concuerdan en que se trata de un listado auténtico y que los tesoros existieron realmente. También se ha sugerido que su intención era registrar los escondites de un tesoro durante un corto periodo de tiempo, y que la idea era recuperarlos en algunos meses o, como mucho, unos años después de ocultarlos. Pero en ese caso, ¿por qué no lo escribieron en papiro? ¿Qué necesidad había de tomarse tanto tiempo y trabajo en preparar un documento que podía durar una eternidad si el texto solo sería aplicable durante unos años?

»Además, si el rollo de cobre es realmente un listado, eso sugiere que la referencia a otro documento, el conocido como rollo de plata, también es real, en cuyo caso la teoría de que se trataba de un escondite temporal se encuentra con otro escollo. ¿Para qué elaborar el rollo de cobre y luego otro, posiblemente de plata, para registrar algo tan efímero? Hasta ahora nadie ha sido capaz de dar una explicación convincente a esa incongruencia.

»De todas las teorías que he oído, la única creíble es que los dos rollos tenían que leerse juntos para descifrar lo que decían. En otras palabras, el rollo de plata serviría para identificar de forma concluyente el área donde se escondió algo, y luego la referencia detallada del rollo de cobre serviría para guiar al escondite exacto. En ese caso, tendría sentido esconder los dos rollos separadamente, lo que sabemos que se hizo, porque en Qumrán no se escondió nada parecido al rollo de plata.

Bronson y Ángela se miraron. Era una especie de confirmación de lo que habían deducido de la inscripción de las tablillas.

—En cierta medida —concluyó Ben Halevi—, el hecho de que el rollo de cobre no estuviera realmente escondido confirma esta teoría. En realidad, estaba simplemente almacenado en una cueva junto a otros muchos rollos. Y sí que habla de que el rollo de plata se ocultó debidamente en algún lugar. La pregunta es: ¿significa eso que existe realmente? No tengo ni idea, pero sabemos que el rollo de cobre es real y la mayor parte de los estudiosos coinciden en que el listado es auténtico, lo que me hace pensar que es muy posible que exista otro documento escondido en algún lugar. Desgraciadamente, no tenemos ni la menor idea de dónde.

Seguidamente echó un vistazo a su reloj y se puso en pie. Luego le dio la mano a Bronson y se despidió de Ángela con un par de besos.

—Se ha hecho un poco tarde, y mañana tengo que trabajar —se excusó—. Leyendo entre líneas, tengo la impresión de que andas tras la pista de algo muy interesante, por no decir de gran importancia. Por favor, mantenme informado y, si necesitas algo, haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte.