—Entonces, ¿quieres seguir con esto? —inquirió Bronson mientras conducían de regreso a Tel Aviv.
Habían recorrido la distancia que les separaba del aparcamiento en un tiempo récord y en aquel momento conducía todo lo deprisa que le permitían las condiciones de la carretera. Era evidente que alguien los había seguido hasta Qumrán desde el hotel Tel Aviv y, en ese momento, su principal objetivo era regresar a la ciudad y encontrar lo antes posible un nuevo alojamiento.
—Sí —respondió Ángela—. Para serte sincera, estoy aún más interesada en encontrar el rollo de plata y la alianza mosaica, especialmente ahora que hemos descubierto que no somos los únicos interesados. Creo que no queda ninguna duda al respecto, ¿no te parece?
Bronson asintió sin apartar la vista de la carretera.
—Aun así —continuó Ángela—, no consigo imaginar quién más puede estar buscando estas reliquias.
—No lo sé, pero cuando vi la cara de ese hombre de la cueva supe de inmediato que lo había visto antes. No suelo olvidar una cara, y estoy seguro de que era uno de los que aparecían en las fotografías que Margaret hizo en el zoco de Rabat, lo que significa que pertenece a la banda de los marroquíes. Imagino que tenía órdenes de seguirnos e intentar recuperar la tablilla de barro que Yacoub pensaba que estaba en nuestro poder.
—Deberías haberlo matado y haberte quedado con la pistola.
Bronson sacudió la cabeza.
—No te creas —respondió—. Es lo peor que podría haber hecho. Dejarlo solo con un fuerte dolor de cabeza implica que la policía israelí no se verá involucrada y eso nos viene de perlas. Quise coger la pistola, pero se cayó en una grieta entre las rocas y no pude sacarla. —Seguidamente hizo una pausa y añadió—: Si continuamos con esto, la cosa puede volverse muy peligrosa para ambos. ¿Estás lista para algo así?
—Sí —respondió Ángela con resolución—. Tenemos que encontrar el rollo.
Aquella noche Bronson y Ángela cenaron pronto en la habitación de ella, en el pequeño hotel al que se habían trasladado a toda prisa apenas regresaron de Qumrán. Bronson había elegido un lugar bastante alejado del centro de Tel Aviv, con la esperanza de que hubiera menos posibilidades de que sus posibles perseguidores les localizaran y donde le sería mucho más fácil detectar si estaban siendo vigilados. Cuando terminaron de cenar disponían todavía de una hora antes de su cita con Yosef ben Halevi, de manera que echaron otro vistazo a la traducción de la inscripción.
Ángela se conectó a la página web que permitía traducir del arameo, que había encontrado anteriormente, y comenzó a introducir todas las palabras que podía leer, incluyendo las de la tablilla del museo de París, por si había algún error de traducción, mientras Bronson buscaba las mismas palabras en el diccionario impreso.
Una media hora más tarde se recostó en el respaldo de su silla.
—Aparentemente, solo tenemos que hacer algunos cambios —dijo— y, por lo que he podido comprobar, ninguno de ellos es determinante. En la primera línea habíamos escrito «asentamiento», aunque también podría significar «aldea» o «agrupación de viviendas». En la tercera línea «oculto» también podría ser «escondido» y en la cuarta, la página web sugiere «caverna» en vez de «cueva». Por último, en la quinta sería más adecuado traducir «pozo» en vez de «cisterna». No obstante, siguen siendo palabras diferentes que tienen un significado muy similar. Es simplemente una cuestión de interpretación.
Bronson abrió dos botellines de ginebra que había sacado del minibar, añadió tónica y dio uno de los vasos a Ángela.
—¿Ha habido suerte con las palabras que no conseguiste traducir la otra vez? —preguntó.
—Con algunas sí. Me juego lo que quieras a que la primera palabra de la derecha de la primera línea es «Elazar», que formaría parte del nombre Elazar ben Yair. Y por fin he logrado traducir esta.
A continuación señaló la palabra «Gedi», que había escrito en la cuarta línea de su traducción de la tablilla de Rabat, sustituyendo el espacio en blanco que había anteriormente.
—¿De dónde la has sacado?
—Como no aparecía en ningún diccionario, pensé que podía tratarse de un nombre propio, como «Elazar». Entonces empecé a buscar versiones en arameo de apellidos y topónimos y encontré esto.
—¿Gedi? —preguntó Bronson pronunciándola como «Jedi», el de La guerra de las galaxias.
—Sí. Pero no conozco ningún emplazamiento relevante cerca de Qumrán con esa denominación. Espero que Yosef pueda proporcionarnos alguna idea.
—¿Y qué me dices de la palabra de al lado? ¿Has conseguido algo?
Ángela asintió lentamente.
—Sí —dijo—. Se traduce «Mosheh», que es la versión en arameo de Moisés. Y eso significa que ahora la frase se leería: «Las tablas de Templo de Jerusalén - - Moisés el -». Considerando la información de que disponemos, me atrevería a decir que el original probablemente dice algo así como: «Las tablas del Templo de Jerusalén y de Moisés, el gran líder» o, tal vez, «el famoso profeta».
Ángela hizo una pausa y miró a Bronson.
—Es evidente que Yacoub tenía razón —dijo—. Es casi seguro que «las tablas del Templo» se refiere a la alianza mosaica, las tablas del profeta Moisés, la alianza original sellada entre Dios y los israelitas.
Bronson sacudió la cabeza.
—No puedes hablar en serio.
—En realidad no —dijo Ángela—, pero quienquiera que elaborara esta tablilla, estaba convencido de ello.
—Los diez mandamientos.
—No. Todo el mundo piensa que había diez mandamientos, pero no es del todo exacto. Todo depende de la parte de la Biblia que tomes, pero las listas más fiables aparecen en el capítulo 20 del Éxodo y en el 5 del Deuteronomio. En ambas fuentes se afirma que Moisés bajó del monte Sinaí con catorce mandamientos.
—¿Los catorce mandamientos? La verdad es que no suena igual de bien.
Ángela esbozó una sonrisa.
—Tienes toda la razón, pero si estudias detenidamente el Éxodo se pueden encontrar más de seiscientos, incluidas algunas perlas como «No dejarás con vida a los que comentan brujería» o «No afligirás al forastero».
—¿Y en qué época vivió Moisés? Suponiendo, claro está, que realmente existiera.
—Como suele suceder en este tipo de asuntos, la respuesta varía dependiendo de qué fuente prefieras. Según el Talmud nació aproximadamente en el año 1400 antes de Cristo, de una mujer judía llamada Jochebed. Cuando el faraón Feraz ordenó que se matara a todos los hebreos recién nacidos, su madre lo colocó en una cesta de juncos y lo dejó a la deriva en las aguas del Nilo. Fue encontrado por miembros de la familia real egipcia, que lo adoptaron. Esa es la historia que la mayoría de nosotros conoce, y es más o menos la misma que la del rey Sargón de Acad, que vivió en el siglo XXIV antes de nuestra era, excepto que el río en el que él flotaba era el Éufrates.
»Existen muchas versiones diferentes de los mitos y leyendas que rodean a Moisés, pero la mayoría de los cristianos y judíos creen que fue el hombre que guio a los israelitas desde la esclavitud en Egipto hasta la Tierra Prometida, en la actual Israel. Lo realmente interesante es la frecuencia con que Moisés aparece en las sagradas escrituras de las diferentes religiones. En el judaísmo, por ejemplo, aparece en una gran cantidad de historias de los apócrifos judíos, así como en la Mishnah y en el Talmud. En la Biblia cristiana aparece tanto en el antiguo Testamento como en el nuevo, y también es uno de los personajes más relevantes del Corán. Los mormones incluyen el libro de Moisés (la supuesta traducción de sus escritos personales) en su canon de escrituras sagradas. Por último, si queremos aportar una nota algo más desenfadada, L. Ron Hubbard, el fundador de la cienciología, afirmaba que Moisés poseía una pistola desintegradora con la que combatía a los extraterrestres que habían invadido el antiguo Egipto.
Bronson sacudió la cabeza.
—¿Qué quieres decir con todo esto? ¿Que existió o que no? Y en caso de que existiera, ¿cómo es posible que existiera la alianza mosaica?
—Nadie sabe si Moisés fue un hombre de carne y hueso —respondió Ángela—, pero la validez histórica de la alianza mosaica es algo muy difícil de rebatir, principalmente porque existen innumerables referencias de la época al arca, la caja dorada en la que se guardaba. Los judíos trasladaron algo en su interior, algo de crucial importancia para su religión.
En aquel momento, Ángela miró su reloj y se puso en pie.
—Tenemos que irnos ya. No quiero hacer esperar a Yosef. —Seguidamente, tras una breve pausa, añadió—: Escucha, Chris. No debemos mencionar las tablillas de barro y mucho menos la alianza mosaica. De hecho, preferiría que me dejaras hablar a mí.