Tony Baverstock estaba mirando una nueva lista de tablillas de barro en la pantalla de su ordenador preguntándose, como ya le había sucedido otras veces, si realmente merecía la pena continuar la búsqueda. Debía de haber estudiado varios cientos de ellas, y ninguna, al menos por el momento, se parecía en lo más mínimo a la que estaba buscando.
Por si eso no bastara, había aproximadamente medio millón de tablillas de barro en los sótanos y depósitos de los museos que nunca habían sido traducidas. Por lo general, la única información disponible sobre este fondo de tablillas era una o dos fotografías de mala calidad y tal vez una breve descripción de la procedencia del objeto: dónde se encontró, la fecha aproximada y ese tipo de cosas.
Había dos razones por las que tenía que llevar a cabo esa precipitada búsqueda. La primera, que Charlie Hoxton le había llamado el día anterior y le había dicho que lo hiciera, lo que ya de por sí era un incentivo suficiente; y la segunda, que su tarea se había vuelto crucial de forma repentina la tarde anterior, cuando se había cruzado con Roger Halliwell en el pasillo, justo delante de su despacho. El jefe del departamento le había parecido más irritado de lo habitual.
—¿Algo va mal, Roger? —le había preguntado Baverstock.
—Se trata de Ángela. Se ha vuelto a largar para embarcarse en otra de sus estúpidas búsquedas sin futuro —le había soltado Halliwell—. Acabo de enterarme de que se ha pasado los dos últimos días en Marruecos y ahora va y se toma otro permiso para irse a Israel a estudiar no sé qué texto en arameo. ¡Por el amor de Dios! Ni siquiera es su campo. Debería ceñirse a lo que realmente se le da bien.
Baverstock no había hecho ningún comentario, pero de repente estuvo seguro de que, o bien Ángela se las había arreglado para encontrar la tablilla desaparecida, o había conseguido una fotografía decente de la inscripción. Eso había sido suficiente para que redoblara sus esfuerzos.
No obstante, a pesar de su búsqueda exhaustiva, no había conseguido anotarse su primer tanto hasta la mañana siguiente. La foto de la tablilla era de una calidad bastante pobre, y había pasado casi veinte minutos estudiando la inscripción en arameo hasta que finalmente se dio cuenta de que estaba observando la tablilla que Charlie Hoxton ya tenía en su poder, y que Dexter le había «conseguido» de un museo de El Cairo.
Con un bufido cerró la ventana de la pantalla de su ordenador y reanudó la investigación. Dos horas más tarde, tras haber cambiado los parámetros de búsqueda en cinco ocasiones con la intención de reducir el disparatado número de reliquias que habría tenido que comprobar, acabó topándose con la tablilla de París. Imprimió todas las imágenes disponibles en la base de datos en la impresora láser a color de su despacho y pasó unos minutos estudiando cada una de ellas con la lente de aumento de su mesa hasta que, finalmente, decidió cerrar la conexión con la intranet del museo.
A continuación salió de su despacho, cerró con llave y abandonó el edificio diciendo a su ayudante que le había surgido un imprevisto y que estaría unos días fuera. Luego caminó por la calle Great Russell, se detuvo en el mismo teléfono público que había usado en otras ocasiones y llamó a Hoxton.
—Me he pasado las últimas doce horas buscando esas malditas tablillas —comenzó.
—¿Has encontrado algo? —preguntó Hoxton.
—He perdido como media hora estudiando tu tablilla, la que me pediste que tradujera, hasta que he caído en la cuenta de cuál era. Las fotografías eran de una calidad pésima. Pero al final he tenido suerte. Hay una tablilla en el depósito de un museo de París que, sin lugar a dudas, forma parte del conjunto. Por la marca que presenta en una de las esquinas, sería la que se sitúa en la parte inferior derecha del bloque.
—¿Crees que podrías traducir el texto a partir de la fotografía? —preguntó Hoxton.
—No va a hacer falta —respondió Baverstock—. Por suerte los franceses ya tuvieron la amabilidad de hacerlo por nosotros. Evidentemente, lo tradujeron al francés, pero, como comprenderás, eso no va a ser ningún problema. Solo necesito un poco de tiempo para averiguar la exacta equivalencia de las palabras en inglés.
—Bien —dijo Hoxton—. Espero que ya hayas hecho las maletas.
—Por supuesto. No me perdería este viaje por nada del mundo. Seguimos teniendo la reserva para el vuelo de esta tarde, ¿verdad?
—Sí. Te veré en Heathrow, como acordamos. Tráete todas las fotos de la tablilla de París, la traducción francesa del arameo y tu versión en inglés. Este va a ser el viaje de tu vida.