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—¿Alguna novedad? —preguntó Eli Nahman entrando en la sala del edificio ministerial en Jerusalén, seguido muy de cerca por Yosef ben Halevi.

—Sí —respondió Levi Barak haciendo un gesto a los dos académicos para que tomaran asiento—. Gracias a uno de nuestros operativos en Marruecos —comenzó—, tenemos más datos sobre la reliquia. No obstante, seguimos sin conocer su paradero. En nuestra opinión, lo más probable es que la pareja la enviara por correo a su casa.

—¿Puedes mandar a alguien para que lo compruebe? —preguntó Nahmad.

Barak sacudió la cabeza.

—No hace falta —dijo—. Nuestros agentes en el Reino Unido ya han empezado a investigar.

—¿Y?

—Han descubierto que no somos los únicos que andan detrás de ella.

Nahman miró a Ben Halevi.

—¿Quiénes son? —preguntó.

—Hay dos direcciones en Gran Bretaña que consideramos indispensable cubrir —explicó Barak sin contestar de forma directa a la pregunta de Nahman—. La residencia de los O’Connor y la de su hija y el yerno. Las dos se encuentran en Canterbury, en Kent, al sudeste de Inglaterra. Hemos establecido vigilancia en ambas. Ayer, el equipo que cubría la propiedad de los O’Connor vio a su hija que llegaba a la casa y entraba. Unos diez minutos más tarde avistaron a un desconocido delante de la puerta lateral. Se había acercado al lugar por la parte trasera, a través de un estrecho camino sin asfaltar, en vez de hacerlo por la entrada principal. Esa es la razón por la cual no lo vieron llegar. Nuestros hombres le hicieron algunas fotos.

Barak pasó dos instantáneas a cada uno de los hombres. En ellas se veía a un individuo de piel oscura y pelo negro que estaba de pie a un lado de la casa. Era evidente que habían sido tomadas con un potente teleobjetivo.

—Llevaba una palanca —continuó Barak—, que utilizó para forzar la puerta lateral. Por lo visto desconocía que había alguien en el interior. Unos minutos más tarde abandonó el lugar a toda prisa por donde había llegado, atravesando el jardín y usando el camino sin asfaltar.

»Poco después una vecina entró en la casa (es posible que hubiera visto el coche de la hija aparcado delante) y salió, tras unos segundos, gritando desesperadamente. Llegaron varios coches de policía y una ambulancia y ahora sabemos que Kirsty Philips, la hija de los O’Connor, ha sido asesinada. Obviamente lo hizo el intruso.

—¿Y quién es? —preguntó Nahman.

—No lo sabemos —replicó Barak—. Hemos pedido ayuda a todos los servicios de inteligencia con los que tenemos buenas relaciones a fin de averiguar su identidad, pero no tengo muchas esperanzas de que su rostro aparezca en sus bases de datos. Creemos que se trata de un miembro de alguna banda de delincuentes marroquíes.

—¿Y consiguió la tablilla?

—En nuestra opinión, no. Seguimos teniendo la casa bajo vigilancia y nuestros hombres han vuelto a verlo por los alrededores. De todos modos, no se ha acercado a la casa, seguramente a causa de la presencia de los agentes de policía. Es evidente que, si hubiera conseguido la tablilla, no se le habría visto el pelo.

—Y entonces, ¿dónde puede estar?

Barak se encogió de hombros.

—No lo sabemos. Quizá sigue en alguna oficina de correos, o tal vez se encuentre en poder de la policía británica y estén examinándola. Si así fuera, lo sabremos hoy mismo gracias a nuestros contactos en las fuerzas metropolitanas.

—¿Y si no?

—He dado órdenes estrictas a los hombres que vigilan la casa. En cuanto reaparezca, y lo hará apenas la policía abandone la casa, lo capturarán y lo interrogarán.

Una expresión de desagrado atravesó el rostro de Nahman.

—A mí nadie me ha consultado sobre la posibilidad de emprender ese tipo de acciones.

Barak sacudió la cabeza.

—Lo siento, Eli, pero este asunto ha subido muchos puestos en la escala de importancia. He venido a informarte por pura cortesía, pero actualmente recibo órdenes directas de la cúpula del Mosad. En este momento mi principal prioridad es recuperar la tablilla. El resto de consideraciones se han vuelto secundarias y se estima aceptable cualquier tipo de daños colaterales. Eso significa que, cualquiera que intente evitar que nos hagamos con la reliquia, se considerará automáticamente prescindible.

El rostro de Nahman mostró una clara expresión de horror.

—¡Dios mío! —murmuró—. ¿Es realmente necesario?

Barak asintió con la cabeza y miró a los dos hombres.

—Si vuestro análisis de las imágenes que hemos recuperado es correcto, esas cuatro tablillas de barro podrían conducirnos a la clave fundamental de la soberanía judía. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para recuperar esa reliquia.