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—Te lo juro, Charlie, tuve suerte de salir con vida de Marruecos. Si ese cabrón hubiera descubierto que me encontraba allí mismo, entre la gente, me habría liquidado en ese mismo instante.

—¿Y todo esto sucedió a la vista de todo el mundo? —Charlie Hoxton estaba escuchando por primera vez el relato de la escena que Dexter había presenciado en Rabat. Ambos se habían citado en un bullicioso pub cerca de Petworth y Dexter acababa de entregarle la tarjeta que le había dado Zebari—. ¿A plena luz del día?

Dexter asintió.

—Esta misma mañana, poco después de las nueve. Y la calle estaba a rebosar de gente. Pero a él no le importó lo más mínimo. Uno de sus hombres le voló la tapa de los sesos; luego se subieron al coche y se marcharon. Yo salí pitando de allí, directo al aeropuerto. Ni siquiera me pasé por el hotel a recoger mis cosas.

Hoxton sacudió la cabeza, volvió a mirar la tarjeta que tenía entre sus manos y la giró de un lado a otro.

—Y lo único que le interesaba era recuperar esto —dijo en voz alta, pero como si hablara consigo mismo—. Eso está bien. Más que bien, diría yo.

—¿A qué te refieres con que «está bien»? —preguntó Dexter.

—A que si el asesino de Zebari está tan desesperado por recuperar la tablilla, debe de saber que es auténtica. Pero ¿dónde demonios estará?

Dexter ignoró la pregunta.

—Ese tío es jodidamente peligroso, Charlie, y sabe cómo me llamo. Es posible que ya esté aquí, en Inglaterra, buscándome. Y no me extrañaría que te esté buscando también a ti.

—Yo también soy jodidamente peligroso, Dexter. No te olvides.

Desde el otro lado de la mesa, Dexter podía ver el inconfundible bulto que dejaba la funda de la pistola bajo el brazo izquierdo de Hoxton.

—Además, no estoy muy impresionado por esta jodida tarjeta —dijo Hoxton con brusquedad—. La imagen no es mucho mejor que las que ya tenemos, y, sin duda, no vale quince mil libras. ¿No podías haber cancelado el trato una vez que la viste?

—Lo intenté —se justificó Dexter— pero me apuntó con una pistola.

Hoxton emitió un gruñido de desagrado.

—¿Y qué coño pone aquí? ¿Es una copia del texto en arameo? Dexter negó con la cabeza.

—No. Solo es una explicación del lugar de procedencia. Está en árabe, pero te he hecho una traducción, así, por encima.

Hoxton soltó la tarjeta sobre la mesa y cogió el folio que le ofrecía Dexter. Seguidamente lo desdobló y leyó el texto en inglés.

—¿Es exacta? —le preguntó.

—Yo no diría tanto. Mis conocimientos del árabe no son tan buenos, pero creo que se acerca bastante.

Hoxton no respondió y se limitó a echar un vistazo a lo que estaba escrito.

—No me parece que nos aporte gran cosa, ¿verdad? —concluyó—. Parece una de esas tarjetas que se colocan en las exposiciones de los museos.

Dexter asintió.

—Zebari me dijo que la tablilla había estado en un expositor en una de las salas comunes de la casa del propietario con la tarjeta al lado.

Hoxton leyó en voz alta las primeras líneas de la traducción de Dexter.

—«Antigua tablilla de barro encontrada en el yacimiento de las ruinas de Pirathon o Pharaton (griego), donde actualmente se encuentra la aldea árabe de Farata, en Israel. La inscripción está en arameo, pero el texto es indescifrable y el significado no está claro. Posiblemente forma parte de un conjunto». ¿Y dónde demonios está esta Pirathon o Pharaton?

—Lo he buscado. Era una pequeña ciudad en la región conocida como Samaria, no muy lejos del monte Gerizim y a unos treinta kilómetros de Jerusalén. Nunca fue un lugar importante y prácticamente no queda nada del asentamiento original.

—¿Y qué se supone que hacía allí la tablilla?

—Ni siquiera sabemos si alguna vez estuvo allá —contestó Dexter—. Lo que pone la tarjeta podría ser solo la versión que se ofrecía para consumo público. Después de todo, no iban a poner que la robaron de un museo, ¿no crees? No te olvides que tu tablilla una vez perteneció a un museo de El Cairo, pero imagino que no es eso lo que cuentas a la gente cuando enseñas la reliquia.

—Como comprenderás, no.

Dexter señaló con un gesto el papel que Hoxton todavía sostenía en sus manos.

—Ya tienes una de las tablillas y unas cuantas fotografías borrosas de otra. ¿Qué vas a hacer ahora?

—Yo no voy a hacer nada —dijo Hoxton—. Nosotros vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos por encontrar la reliquia perdida.

—Pero solo tienes una tablilla, Charlie, y ya sabemos que el conjunto consta de cuatro. ¿Cómo demonios piensas encontrar algo si te falta más de la mitad del texto?

—Tengo a Baverstock consultando en las bases de datos de todos los museos a los que tiene acceso para ver si encuentra cualquier otra tablilla que haya sido recuperada en los últimos años. Si consigue una fotografía decente de alguna otra, calculo que, con dos tablillas, más la traducción parcial de esta de Rabat, podremos desentrañar el misterio. Aun así, tanto si lo consigue como si no, iremos a Oriente Medio. La imagen que aparece en esta tablilla es mejor que cualquiera de las otras fotografías que he visto, y Baverstock debería ser capaz de descifrar, al menos, la mitad. Probablemente no volverá a presentársenos una oportunidad como esta.

—¿No pretenderás que vaya yo también?

—Pues sí, Dexter. Tú vienes con nosotros porque me hacen falta tus contactos, y Baverstock porque necesitaremos sus conocimientos lingüísticos. A menos que hayas añadido la traducción del arameo imperial al resto de tus habilidades.

Dexter frunció el ceño pero, después de un instante, se dio cuenta de que pasar una semana o así fuera de Gran Bretaña tal vez no era tan mala idea. Si el asesino de Zebari había enviado a algunos de sus hombres a localizarlo, probablemente lo estarían buscando en Marruecos y en el Reino Unido, no en Israel o en cualquier otro lugar que Hoxton tuviera en mente.

Suspiró y se recostó en su asiento. Al fin y al cabo, tal y como estaban las cosas, no tenía elección.

—No, Charlie —dijo—. Todavía no sé leer el arameo. Entonces, ¿cuándo partimos?